Recordando a Fidel Pintos, un grande del humor


¿Hay algo más porteño y más argentino que el sanateo? Pariente del camelo y el bullshit, este género tuvo su rey nacional en un actor inolvidable cuyo personaje era citado hasta por el mismísimo Perón.
Por Hugo Caligaris 

Murió hace 35 años. Rara vez tuvo un papel ciento por ciento protagónico. Hizo muchísimas películas (malas) y fue parte del staff de dos o tres programas de TV muy célebres (y no tan buenos). Lógicamente, nadie tendría por qué acordarse ya de Fidel Pintos si no fuera por un detalle: es el inventor de la sanata. 

Bueno, decir que la inventó puede parecer mucho. De hecho, el ser humano viene sanateando desde los balbuceos de Adán para explicarle a Dios el caso de la desaparición de la manzana. Se sanatea aquí y en todo el mundo. Pero fue el comandante Fidel (Pintos) el que usó por primera vez la palabra "sanata", que era el nombre de uno de sus primeros personajes, y también fue Fidel el que dejó sentadas las bases estilísticas de ese subgénero tan característico y particular de la sanata que es la sanata porteña y, por generalización y contagio, la gran sanata nacional, la sanata argentina, país en el que impera, gobierna y rige como en ningún otro la sanata (por cierto, esta apreciación indemostrable también puede ser parte del asunto). 

Pero, ¿qué es la sanata? Según quienes se han dedicado "seriamente" a estudiarla, su equivalente anglófono es la palabra "bullshit", que si bien etimológicamente se traduce como "caca de toro" se aplica más bien "a las pamplinas, teorías, creencias, informaciones que, pese a su carácter infundado, intentan convencer". Así lo explica el profesor norteamericano Harry Frankfurt –también autor del contundente Sobre la manipulación de la verdad– en un librito encantador que, por supuesto, el autor de este artículo no ha leído y que se llama On Bullshit, o sea "Sobre la sanata". 

En España le dicen "camama", y también "camelo", término que también usamos nosotros. Pero hay una diferencia: el camelero suele ser un manipulador que busca aprovecharse de los demás urdiendo una mentira. En cambio, el sanatero es un atleta, un amateur de la oratoria que no tiene otra cosa concreta por ganar más que un prestigio quebradizo. 

Dice el filósofo argentino Enrique Lynch, hijo de la escritora Marta Lynch y profesor en la Universidad Autónoma de Barcelona: "En la Argentina se da por hecho que el chantapufi (o chanta, como suele denominárselo en forma abreviada) que habla o escribe sanatas, da clase, cura enfermos, hace críticas de arte o dirige empresas y ministerios no es un simple timador, sino, por el contrario, un tipo serio. (...) En la medida en que los medios hacen proliferar la información y la educación se va extendiendo, aumenta el caudal de las preguntas que se plantean los ciudadanos y crece así la necesidad social de que alguien les proporcione las respuestas, aunque, como parece inevitable, salgan de la pluma o de la boca de sanateros. Los medios están llenos de falsarios y vendedores de camelos que se muestran convencidos –y, en algunos casos, orgullosos– de sus propias opiniones. El caso paradigmático es el del psicoanalista Jorge Bucay...". 

Algo olvidado ya, Bucay tuvo su momento de gloria cuando decía y escribía frases tan por completo carentes de significado como esta: "El verdadero amor no es otra cosa que el deseo inevitable de ayudar al otro a que sea quien es". Como él y además de él, miles de políticos, meteorólogos, locutores de radio y comentaristas de fútbol producen todos los días toneladas de sanatas. Ni hablar de los "expertos" del vino: "Este Malbec presenta un estilo elegante y complejo, donde se destacan en nariz notas de frambuesa, arándano, violeta silvestre y especias, que se integran armoniosamente con ciertos aromas minerales y de encina tostada". 

De todo esto se burló, de una vez para siempre, Fidel. A propósito: como lo habrá notado el lector perspicaz, ya dejamos atrás media nota sin decir nada directamente de él, lo que constituye quizás el homenaje más grande que podemos rendirle. 

Pero ya es suficiente: Fidel Pintos nació en el 28 de agosto de 1905 en un hogar de clase media del Bajo Belgrano en el que hacía falta que los chicos trabajaran pronto. Entonces, aunque quería ser artista, a los 14 años se empleó como cadete en el Banco Holandés. Después, como sus dos hermanos mayores trabajaban en el Correo, consiguió un puesto allí. Lo perdió en 1933, con la ayuda del proceso de racionalización del gobierno del general Justo. Entonces, a la edad relativamente tardía de 28 años, comenzó a despuntar el vicio del niño al que le gustaba lucirse en actos escolares. Tenía tres cosas a favor (era inteligente, le gustaba la música e improvisaba con osadía) y dos en contra (mala memoria para recordar los textos y bastante timidez, quién lo diría). 

En sus comienzos, hizo un poco de radio, animó festivales y compuso tangos y valses, entre ellos "Náufrago", grabado por Mercedes Simone, "Te vi partir" (por Del Carril) y "Andate" (por el joven Horacio Guarany). Cuenta el investigador Pablo Martín Cerone que una noche de 1938, cuando animaba un baile, faltó el recitador que estaba programado, y que Fidel tapó el bache "hablando de malvones, de glicinas, ladrillos, tango y muchas cosas que nadie entendió, pero que causaron mucha gracia". Pronto se difundió esa habilidad, y fue en una fiesta de la Unión Tranviarios Automotor (UTA) donde lo contrataron específicamente para hacer reír a la gente hablando sin parar y sin decir nada. 

El extinto periodista y documentalista Roberto Di Chiara recordó haberlo conocido como profesor de canto en una academia de la calle Alsina, a metros de la avenida Entre Ríos. El dueño era Luis Rubinstein, el letrista de "Inspiración" y "Charlemos". Mariano Mores acompañaba al piano a los estudiantes, entre los que estaban, dice Di Chiara, Hugo del Carril y Alberto Marino. 

En los años ’40, Fidel aprendió el arte del humorismo sexual directamente sobre las tablas de los teatros de revista. De la mano de Carlos A. Petit, debutó en 1945 en el Maipo, donde trabó amistad con Enrique Santos Discépolo. 

Fidel tenía un detalle: la nariz. Una nariz inmensa, que era como una advertencia: "Imposible tomar demasiado en serio al portador de esta nariz". Él la usaba a conciencia, como herramienta de trabajo. Para una entrevista, inventó la siguiente anécdota: cuando mostraba el pasaporte para viajar, los agentes de aduana no lo reconocían en la foto y le decían que ése no era él. "Miren en la otra página, que la nariz sigue a la vuelta", les contestaba. También contaba que el mejor chiste sobre su nariz se lo había hecho Discépolo: "Che, ¿no me alquilás un agujero para vivir ahí?". 

A fines de los ’40, comenzó a aparecer en películas, casi siempre como actor de reparto. Su primer éxito fue en Un tropezón cualquiera da en la vida (1949), de Manuel Romero. Hasta su muerte, en 1974, intervino en poco más de 60 films cómicos. 

Ya iba en camino de convertirse en rey de la sanata en los años ’50, cuando personificaba por la radio a Monsieur Canesú, el modisto que daba lecciones de costura a las oyentes. "Junto a esta presillita, coloquen un botón pequeño. Y atención, que dije un botón pequeño, no un vigilante petiso", decía, zumbón, antes de despedirse con una exclamación que se hizo célebre: "¡Besitos para todas, leonas mías!". Otra de sus frases famosas en el éter fue: "¿Qué decís, corazón de orión?", también de significado esquivo. 

Igual, lo decisivo en la carrera de Fidel ocurrió con la televisión. Primero con Viva contento, por el Canal 7, pero enseguida, fulminante, con la primera Operación Ja Ja, de los hermanos Gerardo y Hugo Sofovich. 

Ahí creó a los tres campeones de la sanata que vivirán por siempre. A saber: el profesor Fidelius, el peluquero Don Mateo y el Fidel, panelista de la Polémica en el Bar. 

Fidelius hacía profecías que terminaban en indescifrables murmullos, con una bola de cristal y con la ayuda del Hermano Pequeninus (el actor y músico Eddie Pequenino). En la peluquería, el cliente era Javier Portales, Jorge Porcel aparecía como vendedor ambulante y Alberto Olmedo era un bombero que aparecía con un extinguidor en la mano cada vez que alguien, por azar, pronunciaba la palabra "fuego". 

Fue allí donde nació la relación de padre e hijo que uniría para siempre a Fidel y al Negro Olmedo. Fidel fue el padrino de Javier, hijo de Alberto. Grabaron juntos un disco de chistes verdes. Una vez que Alejandro Romay lo quiso echar a Pintos de Canal 9, Olmedo, furioso, se bajó los pantalones y regó las plantitas de la oficina del Zar tan temido. 

En cuanto al panelista de café... sus intervenciones eran geniales. Al final de cada programa se armaba siempre un toletole entre Portales, Minguito Altavista, el Preso La Russa y Adolfo García Grau, y Fidel se llevaba la mano al bolsillo interior del saco, simulando que sacaría un revólver jamás visto. Los diálogos eran del siguiente tipo: 

Portales: –¿Y qué opina de la tregua social del presidente Cámpora? 

Fidel: –Ejem... Nosotros... 

Portales: –Perdón, ¿quiénes somos nosotros? 

Fidel: –El gobierno... 

Portales: –¿Pero usted no me dijo la semana pasada que era diputado? ¿Ahora resulta que es parte del gobierno? 

Fidel: –Diputado, sí, pero, el ministerio... lo sigo teniendo... 

Portales: –¿Pero ministerio de qué? 

Fidel: –Ministerio de... (baja la voz, que se pierde en un vago murmullo). 

Cualquier cosa que se dijera, Fidel la había inventado: la cafetera eléctrica, el cine, la máquina de hacer fideos... Así funcionaban siempre los diálogos del Primer Sanatero. Su fama se abrió paso hasta llegar al mismísimo Perón, que dijo sobre las paritarias en la última entrevista antes de morirse: "Yo aquí podría decir, como Fidel Pintos: las inventé yo...". Y era verdad: por una vez al menos, el General no habría mentido.
El Argentino

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