El gobierno pampeano reivindica a sus indígenas con políticas simbólicas

Calles renombradas, reubicación de monumentos, mediación entre comunidades y terratenientes para la entrega de tierras son algunas de las acciones emprendidas. Buena parte de la sociedad aún no acepta el cambio.



Si por amor a mi patria no suprimiera algunas páginas negras de la administración pública en las fronteras y de la conducta de muchos comerciantes, se vería que algunos de los feroces alzamientos de los indios fueron la justa represalia de las grandes felonías de los cristianos, que los trataban como a bestias y los robaban como si fueran idiotas cargados de joyas y abandonados en media calle a altas horas de la noche.”
En las 200 páginas de Callvucurá, la obra editada en 1884 por Estanislao Zeballos, esa es la única referencia acerca del genocidio étnico que tuvo lugar a partir de la mal llamada Campaña del Desierto. A las persecuciones y asesinatos le siguió un estricto ocultamiento de las comunidades. La característica distintiva de la negación es la desigual distribución de las tierras.
Leuvucó significa –en mapudungun– “manantial que corre”. Sin embargo, la sequía que afecta a tres cuartas partes de la provincia de La Pampa también se comió a la laguna que bautizó la región. Tampoco hay rastros de los indígenas que habitaron el lugar. Cerca de 8000 vivieron a la vera del espejo de agua y muchos perecieron en la Batalla de Cochicó, a 380 kilómetros, fuego inicial de la masacre comandada por Julio Argentino Roca.
En la actualidad, toda La Pampa es protagonista de una reivindicación cultural que, sin embargo, encuentra muchos obstáculos tanto en la administración como en la sociedad civil.
El hecho que sentó las bases del cambio de paradigma es la restitución del cráneo del cacique Panguitruz Gner (Mariano Rosas) por parte del Museo de Ciencias Naturales de La Plata y la puesta en valor de su enterratorio, en Leuvucó.
La devolución de la pieza que formó parte de la colección personal de Zeballos fue una negociación que la comunidad aborigen “José Gregorio Yankamil” entabló con el museo platense. “Nos costó muchísimo la gestión –recordó el Lonko Luis Alberto Dentoni a Tiempo Argentino– estuvimos 15 años mandando cartas y no nos respondían o lo hacían cada tres años. Después empezamos a formar más comunidades en distintos lugares de La Pampa y éramos cada vez más los que luchábamos por traer los restos de este gran cacique. Recién después se metió el gobierno de Rubén Marín que nos ayudó muchísimo, también el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) y los diputados provinciales. En 2001 lo trajimos, estuvimos toda una noche velándolo en el salón municipal de Victorica y al otro día trajimos su cráneo en una urna y a caballo. Fue mucha emoción para todas las comunidades.” Panguitruz volvió al lugar donde murió, y luego de 134 años, se hizo justicia.
Cinco años más tarde, también en Victorica, se saldó otra deuda con el cacique que dio nombre a la citada comunidad. La plaza central, conocida como Héroes de Cochicó tuvo que hacerle lugar al monumento que guarda los restos del guerrero que vivió hasta los 112 años. El lugar fue inaugurado en 1923 con un acto que fue interrumpido por el propio Yankamil. Este enfrentó a un militar que oficiaba de orador y le gritó: “mientes mierda, yo los maté”. Al instante fue detenido pero siguió protestando para que ofrezcan a sus hermanos los mismos honores que le rendían a los soldados.
Su bisnieto, Dentoni, hizo un proyecto que envío al Concejo Deliberante y logró que el 19 de agosto de 2006 los restos de Yankamil se depositen en un monumento, a pocos metros del obelisco central. Las políticas reivindicatorias se extendieron hasta la capital provincial, Santa Rosa. Allí se removió el monumento que homenajea a la mal llamada Campaña del Desierto de la plaza central y se lo reubicó en la estación del Ferrocarril. Incluso, el espacio que ocupa ahora fue rebautizado: de Plaza de la Conquista pasó a llamarse Plazoleta del Bicentenario de la Revolución de Mayo. La figura de Calfucurá se erige en un mural instalado por el hotel que lleva su nombre, ubicado en plena avenida principal de la ciudad. Bajo su atenta mirada, suceden los hechos que dan contenido a esta página y que Zeballos ya no puede ocultar.



Ramiro Barreiro para Tiempo Argentino

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