Urondo y la pastilla
Por Horacio Verbitsky
A 35 años de la muerte de Francisco Urondo, el juicio que se realiza en Mendoza demostró que su muerte se debió al culatazo en la nuca del policía Celustiano Lucero, que le hizo estallar el cráneo. La autopsia de sus restos desmiente la versión creída hasta ahora de que el poeta y guerrillero se tomó una pastilla de cianuro para suicidarse. El 17 de junio de 1976, Urondo fue emboscado por la policía mendocina, subordinada al Ejército, en una cita cantada. Conducía un pequeño automóvil Renault 6 en el que lo acompañaban su mujer, Alicia Raboy, su hija Angelita, y su compañera de militancia René Ahualli, La Turca. Angelita tenía once meses y Alicia nunca fue liberada con vida, por lo que el único testimonio sobre lo ocurrido dentro del auto fue el de La Turca. Al declarar ante los jueces mendocinos, Ahualli contó que luego de una persecución en la que ella y Urondo agotaron las municiones de la pistola y el revólver que llevaban como únicas armas, Urondo detuvo el vehículo que conducía, les dijo a sus acompañantes que acababa de tomar la pastilla y las instó a huir. “Por qué hiciste eso, papi”, dijo Alicia, quien tomó a la beba en brazos y escapó, junto con La Turca, quien estaba herida en una pierna. Los policías se dividieron en tres grupos, detrás de cada una de ellas y en torno de Urondo, a quien golpearon en la nuca con la culata de un fusil. Ahualli ingresó en una vivienda, escapó por los fondos y subió a un trolebús que pasó por la esquina en la que seguía detenido el auto de Urondo y pudo alejarse sin que la detectaran. Alicia intentó hacer lo mismo luego de entregar la bebita a un vecino, pero no encontró una salida y fue detenida por los policías que la perseguían. La bebita fue derivada por la justicia federal como NN a la Casa Cuna intervenida por un coronel. De allí la recuperó su abuela materna, Teresa Raboy, antes de que la entregaran a una familia militar. Beatriz Urondo consiguió que los militares le entregaran el cadáver de su hermano. En las audiencias de esta semana, el médico forense Roberto Edmundo Bringuer, declaró ante el tribunal que, de acuerdo con la autopsia que hizo el 17 de junio de 1976, Paco murió por un traumatismo encéfalo-craneano, con hundimiento de cráneo, que no había ninguna herida de arma de fuego ni esquirlas de proyectil ni presencia de ningún veneno. Bringuer, quien se jubiló como profesor titular de medicina legal en la Universidad de Cuyo y como director del Cuerpo Médico Forense, explicó que el hundimiento del cráneo, de 3 centímetros de longitud pudo haber sido con la culata de un arma de fuego. En las personas muertas por ingesta de cianuro el cadáver se ve muy rosado, como si hubiera tomado sol, y el jugo gástrico presenta un fuerte olor a almendras. Nada de eso ocurrió en este caso, dijo. Tampoco se observó la rigidez característica en muertes por estricnina. Un médico policial le pidió que dijera que había heridas de bala, pero el forense se negó: “¿Qué querés, que yo mienta? Si no hay proyectiles”. La conclusión es que Paco eligió ofrecerse como blanco para sus perseguidores y mintió que había tomado la pastilla porque de otro modo La Turca y Alicia no hubieran tratado de escapar con la nena. Los juicios se constituyen de este modo en un valioso medio de reconstrucción histórica, que derriba mitos y precisa los hechos.
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