A partir del 10 de diciembre la República Argentina
será nuevamente gobernada por el Frente de Todos con Alberto Fernández
presidente y Cristina Fernández de Kirchner como vicepresidenta.
Los resultados provisorios fueron los siguientes:
FRENTE DE TODOS, Alberto Fernández - Cristina Fernández, 12.473.709 votos; 48,10%
JUNTOS POR EL CAMBIO, Mauricio Macri - Miguel Pichetto, 10.470.607
votos; 40,37%
CONSENSO FEDERAL, Roberto Lavagna - Juan Urtubey, 1.599.707
votos; 6,16%
FRENTE DE IZQUIERDA Y DE TRABAJADORES – UNIDAD, Nicolás Del
Caño - Romina Del Plá, 561.214 votos; 2,16%
FRENTE NOS, Juan Gómez Centurión - Cynthia Otón, 443.507
votos, 1,71%
UNITE POR LA
LIBERTAD Y LA
DIGNIDAD , José Espert - Luis Rosales, 382.820 votos; 1,47%
Reportes de votos:
Totales: 26.595.460
Afirmativos: 25.931.564
En blanco: 399.751
Nulos: 232.208
Recurridos, Impugnados y Comando: 31.937
RESULTADOS EN CAÑADA DE GÓMEZ
Alberto Fernández derrotó por apenas 161 votos a Mauricio
Macri, pero nuestra ciudad fue una de las pocas localidades con fuerte
presencia agrícola donde triunfó el peronismo. Alberto se impuso por 8822 votos
a 8661.
Los porcentajes de cada lista:
Frente de Todos: 42,55%
Juntos por el Cambio: 41,72%
Consenso Federal: 10,16%
Unite: 2,03%
Frente NOS: 1,9%
Frente de Izquierda y los Trabajadores: 1,6%
Alberto Fernández, el
presidente original
Llega sin pausa pero sin haber soñado ser lo que es. Propone
un gobierno garante y a la vez garantizado por los acuerdos. Le toca encargarse
de desarmar todas las “renuncias obligatorias” que el macrismo le impuso a una
población
Por Liliana Viola
“Cuando las cosas están en peligro alguien tiene que
renunciar a ellas, perderlas, para que otros las conserven.” Esta cita que
condensa la estrategia pero sobre todo el corazón de la fórmula que acaba de
ganar las elecciones, no es el invento de un gurú de campaña. La dijo Frodo, un
personaje imaginario, protagonista de la saga El señor de los anillos. Después
de todo, los avatares de la política argentina siempre están más cerca de las
distopías literarias que de lo que marcan los manuales. ¡Y la Argentina es la tierra
del Nunca Antes! Nunca antes sucedió que una candidata a vicepresidenta
anunciara quién iba a ser su compañero de fórmula. Nunca un presidente que
fracasa en su intento de reelección le cobra a la gente un “impuesto al voto
esquivo” ordenando “que el dólar se vaya adonde se tenga que ir”. Un jefe de
gabinete jamás llegó a la presidencia; menos llevando en sangre la combinación
de porteño y peronista; y muchísimo menos si antes se ha retirado de su
gobierno dando un portazo.
Alberto Fernández es un presidente absolutamente original,
llega hasta aquí sin pausa pero sin haber soñado ser lo que es. Propone un
gobierno garante y a la vez garantizado por los acuerdos -especialidad de la
casa- pero también fraguado en el calor de “las renuncias a las cosas” de las
que hablaba Tolkien. Le toca un destino épico, encargarse de desarmar todas las
“renuncias obligatorias” que este gobierno le impuso a una población formada
por una mayoría de desconocidos y despreciados, mientras articulaba un mensaje
de odio disfrazado de República.
Desde la raíz (“re”/“anunciar”) significa negarse, pero
también volver a elegir, decir y dar de nuevo: “Un día me llamó Cristina y me
dijo: Alberto, es tu turno.” El ejercicio soberano del desapego en un contexto
donde nadie quiere largar nada, promete un sentido humano y político renovador.
Hoy celebramos el triunfo de los renunciamientos que, desde el histórico de Eva
Perón, aprendimos que nada tienen que ver con el abandono. Su renuncia en 2008,
la de Cristina, la de cada sector dentro del peronismo y también la de un
electorado diverso que hoy celebra aún previendo que a lo largo del trayecto
del Frente de Todos no todo le parecerá tan celebrable.
Los años que
estuvimos en peligro
Está claro que el equipo Fernández-Fernández supo hacerse
cargo primero de la angustia general y luego de la esperanza con una certeza
que comparte con esta mayoría que los votó: “las cosas están en peligro”. No
solo por los 57 mil millones de dólares de deuda con el FMI, el desastroso
contexto internacional y el saqueo macrista a la economía, sino porque los
beneficios personales que Cambiemos le estuvo sacando a la división de la
sociedad -entre blancos y pobres, corruptos y gestores, migrantes y argentinos,
etc.- dejan instalada una cultura de la mezquindad, una mala alimentación a
base de trolls y de fake news, fuga de solidaridades y un mercado de valores
completamente inflado donde los buenos, limpios y normales tienen a su
disposición las fuerzas represivas, los atajos financieros y la justicia.
En cuanto se conoció la candidatura de Alberto Fernández, en
muchos medios oficialistas comenzó a delinearse un identikit a la medida del
terror. De pronto resucitaron infinitos videos y posteos de sus fuertísimas
críticas y denuncias al kirchnerismo. Está claro que Fernández nunca se cayó la
boca desde que dejó su cargo y que nunca paró de buscar: fundó el Partido por
el Trabajo y la Equidad
en 2012, se sumó al Frente Renovador en 2013, fue jefe de campaña de Sergio
Massa en 2015 y de Florencio Randazzo en 2017, la vuelta al mundo lo devolvió a
Cristina. Resultado, dos siluetas miserables: o es un títere de ella, o es un
panqueque que en cuanto pueda la traiciona. De pronto, el gran tema de la
corrupción, dejó paso a un fantasma más taquillero: “¿Quién va a gobernar, Cristina
o usted?” pregunta con una insistencia de antiguo sketch cómico el oficialista
Morales Solá en la primera entrevista (23 junio): “¿Quién va a gobernar? ¿Usted
cree que Cristina cambió? Digo…porque a los 66 años es difícil cambiar.” Cambió
y para bien -responde Fernández- Y no es difícil cambiar, porque a uno le toca
vivir cosas y se va dando cuenta de esas cosas... ¿Usted no revista las cosas
que le pasan en su día? “Sí, pero ya no cambio.” Bueno, tal vez usted tenga más
dificultades que Cristina para cambiar.
Es muy probable que, como dicen algunos, esta entrevista
haya marcado el comienzo de su campaña con nombre propio. En este diálogo así
como en los muchísimos que fue dando a cuanto periodista que lo quiso, no deja
chicana sin explicación, ni datos tendenciosos sin rectificaciones. El
identikit presidencial empieza aquí a reperfilarse con un primer gran rasgo
distintivo donde se dan cita el armador político y el profesor: Alberto
Fernández sabe conversar, otro hábito devaluado. Claro que de paso, también
demostró que puede desactivar las bombas de humo sobre cuestiones de las que
hasta el momento sólo opinaba el oficialismo: el cepo, el control de precios,
las causas de la inflación, las causas con las que fue perseguida Cristina, los
presos del kirchnerismo sin condena.
Si ya no hay carrera presidencial posible sin presentarle al
público un pasatiempo o vocación trunca, una “normalidad familiar” y algún
perro que les ladre, la campaña de Alberto cumplió. Allí está la pasión
guitarrera, el bigote en honor a Lito Nebbia, un hijo claramente emocionado
frente al destino de su papá, una novia periodista y actriz, y el simpático
perro Dylan que además cuenta en su haber con unos 3 años de antigüedad en la
casa de su dueño frente al efímero destino de selfie que le tocó al pobre
perrito Balcarce. Pero hay una novedad: las redes del candidato y compañía no
responden claramente a los designios de un director de imagen. ¡Qué alivio!
Allí están, aunque cada vez menos, las pocas pulgas en la cuenta de Alberto. Los
posteos de Dhizzy (Estanislao Fernández) si bien registran un claro aumento de
seguidores, no disminuyeron en espontaneidad ni en niveles de glam.
Definitivamente no parecen responder a lo que se espera o no se espera de el.
Ni siquiera la cuenta de Dylan (sí, tiene un IG propio donde se lo puede ver en
plena sesión de aseo con Fabiola o paseando con Alberto) parece estar más
coacheada que la de cualquier cachorro de su clase.
Alberto Fernández fue vocero durante muchos años de la
famosa década ganada por eso nos da la sensación de haberlo conocerlo bastante.
Nació en Villa del Parque un 2 de abril de 1952 y se puede conjeturar que desde
los 22 años festeja su cumpleaños con dolor malvinero.
¿Y quién va a
gobernar?
Alberto responde con la claridad de la esfinge: “Ella y yo
somos lo mismo. Voy a gobernar yo. Yo no soy Cristina”. Ningún candidato
peronista era más presidenciable que CFK pero a su vez CFK no llegaba sola con
sus votos. En un pase maestro ella avanza hacia el centro y obliga a todo el
sistema político a reconfigurarse. Alberto por su parte, por más ungido que
fue, tampoco podía ganar sin esa vice al lado. Pero si Tolkien resulta
demasiado críptico para explicar el presente argentino, siempre nos quedará Perón:
“Los peronistas somos como los gatos, cuando parece que nos estamos peleando,
es que nos estamos reproduciendo”. O mejor citar al presidente Fernández en su
cierre de campaña, que resume el concepto pero sin dejar de lado el factor
sentimientos: “Tengo grandes momentos guardados en mi memoria como el día que
conocí a Néstor y el día que me reencontré con Cristina Kirchner». La vice, ese
mismo día, hablando de sentimientos, difuminaba por primera vez al emblemático
“EL” en la figura y el trabajo de su jefe de gabinete y actual compañero de
fórmula: “Fue el jefe de Gabinete del Gobierno que reestructuró la deuda
externa produciendo la quita más importante. Fue el jefe de Gabinete que le
pagó al FMI la deuda que arrastrábamos desde 1957. Fue el jefe de Gabinete del
Gobierno que comenzó a reconstruir el salario de los argentinos”.
Sinceramente
La esperanza hoy, tan golpeada, baila. Está formada por
destellos inciertos, pero que brillan y alumbran. Como el fuego del pueblo
chileno renunciando a ser el alumno perfecto de una farsa que lo hambrea, o la
resistencia del pueblo de Ecuador frente a un tal Lenin de la post verdad que
le propone un ajuste neoliberal.
Y con el diario del lunes, como siempre se dice, es más
fácil predecir. La historia se ve un poco más coherente y las pequeñas
coincidencias cobran sentido. Aquella famosa carta de renuncia de 2008,
comenzaba así: “La certeza de que se abre una nueva instancia en su gobierno,
en la cual usted pueda contar con un nuevo elenco de colaboradores me impulsa a
poner en su consideración mi renuncia“. Pero lo que importa ahora es un
detalle: al lado de su firma, Alberto Fernández agregaba de puño y letra una
palabra que desde hoy podrá ser leída como música para los oídos pero sobre
todo como compromiso: “Sinceramente”.
Fuente: Página 12
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