Año complicado para los nostálgicos. Porque no encuentran una fuerza política que exprese un proyecto autoritario y porque no tienen ningún sector que pueda ser la punta de lanza de un modelo retrógrado capaz de ser impuesto a la fuerza.
Carlos Marx tuvo una notable definición para calificar al sobrino de Napoleón Bonaparte, llamado Carlos Luis, quien se hizo coronar emperador de Francia con el pomposo nombre de Napoleón III, cuando todavía muchos campesinos galos creían que se trataba de su ilustre tío, muerto tres décadas atrás. Marx dijo que la historia solía repetirse, “primero como tragedia y luego como farsa”. Es tan gráfica la imagen que la mayoría suele desdeñar el verdadero trasfondo de esa frase, escrita en el imperdible libro El XVIII brumario de Luis Bonaparte. El ensayo refiere al momento en que Napoleón se había hecho coronar emperador. Un 18 de brumario del año VIII (el 9 de noviembre de 1799, regía entonces el calendario republicano establecido por la Revolución Francesa), Napoleón entró en París al frente de sus tropas, recién llegado de Egipto. Las guerras con las monarquías europeas y las peleas entre jacobinos y girondinos habían desgastado completamente al gobierno. Surgía entonces un consulado con tres nombres pero que tenía el sello del poder de Napoleón. El historiador francés Max Gallo describe de manera impactante el recibimiento del pueblo parisino a los soldados de Bonaparte: eran el ejército de la revolución, el que –según Marx– había paseado en la punta de sus bayonetas el espíritu de una nueva burguesía que rompía los regímenes absolutistas basados en los privilegios heredados del feudalismo. La plebe urbana, los primeros proletarios de los talleres, los campesinos y los intelectuales apoyaban fervorosamente al pequeño artillero corso, erigido como el líder de un complejísimo cambio histórico. Un cambio que empezaba a darle espacio protagónico a distintos sectores burgueses agrarios, manufactureros, comerciantes y financistas. Aquel XVIII Brumario fue el prólogo de la coronación de Bonaparte como emperador cinco años después. La pretensión del ambicioso Bonaparte era gobernar para todos los sectores de esa nueva burguesía y evitar que las rencillas políticas o los diferentes intereses sectoriales terminaran debilitando el cambio. La expansión napoleónica hizo temblar a los viejos imperios que, coaligados, lograron derrotarlo años después en Waterloo. La restauración monárquica no pudo detener la historia. Una segunda república emergió en Francia después de la gran crisis europea de 1848, cuando el hambre y las pestes diezmaron a los pueblos. Las imágenes más conocidas de las protestas populares en Francia se las debemos a quienes llevaron la genial obra de Víctor Hugo al cine y a la comedia musical. Las barricadas del frío invierno de 1848, donde peleaban chicos de la calle (les petits gamins), quedaron como un emblema de la resistencia al atropello. De allí surgieron los cambios que permitieron el sufragio universal masculino que terminó con Luis Bonaparte como presidente. Años después, como si se tratara de una réplica de la historia de Napoleón, su sobrino fue la cara visible (o el nombre emblemático) de un golpe de Estado que instauró el segundo imperio. De esa historia se ocupó el interesante ensayo de Marx que comienza así: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa. Caussidière por Dantón, Luis Blanc por Robespierre, la Montaña de 1848 a 1851 por la Montaña de 1793 a 1795, el sobrino por el tío. ¡Y a la misma caricatura en las circunstancias que acompañan a la segunda edición del Dieciocho Brumario!” Marx da cuenta de la brutal represión “burguesa” de los levantamientos “proletarios” de esos años, y también refiere cómo el nuevo poder, la burguesía, va mutando de formas republicanas a otras absolutistas. Analiza también un tema apasionante: cómo cada sector político expresa y representa a sectores diferentes de ese nuevo orden burgués. Cuando las revueltas amenazaron el poder, los sectores dominantes dejaron de lado sus diferencias. Dice Marx: “Durante las jornadas de junio (de 1848), todas las clases y todos los partidos se habían unido en un partido del orden frente a la clase proletaria, como partido de la anarquía, del socialismo, del comunismo. Habían ‘salvado’ a la sociedad de los enemigos de la sociedad.”
EL PARO AGRARIO Y LA FARSA OLIGÁRQUICA. El 17 de enero de 1976, 35 años atrás, Jorge Aguado, presidente de la Carbap (Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa) encabezó el llamamiento a lo que fue la antesala del sangriento golpe de marzo. Una serie de entidades patronales decidieron lanzar un lockout el 12 de febrero, que fue acompañado por solicitadas en los principales medios con el título “por qué paran los empresarios”. Hablaba de “la destrucción de la empresa privada” y de que “todos los argentinos son víctimas de un proceso que conduce inexorablemente a la disgregación y el caos”. Desde ya, apoyaba “a las Fuerzas Armadas y de seguridad que se desangran combatiendo contra la subversión apátrida”. Aguado fue funcionario de la dictadura, por supuesto, y en los anales de la CRA y de la Sociedad Rural no hay ningún atisbo de revisar su protagonismo activo en la dictadura cívico-militar de aquellos años.
Las violentas acciones encabezadas por la Mesa de Enlace en 2008 dejaron una huella muy fuerte en la sociedad argentina y “el paro” de esta semana pretende reeditar algo de aquel intento destituyente. Sin embargo, el mismo diario La Nación de ayer, deja todas las huellas dactilares incrustadas para demostrar que se trata de una farsa.
Bajo el título “La protesta nos parece justa”, el diario de los Mitre toma de protagonista a José Barbieri, productor de la localidad bonaerense de Colón, aclarando que “no es un terrateniente con miles de hectáreas”. Barbieri sembró, esta campaña, como cinco veces menos de hectáreas de trigo y dice que se adhiere al “paro” porque “no hay precio” para ese cereal. El artículo aclara que Barbieri no hizo los trámites para la devolución de las retenciones al trigo “porque eran muchos los requisitos”. Otro productor de Colón, Walter Santacreu, aclara que este año “va a salir hecho” (no que va a perder plata) y respecto de las líneas de crédito del Banco Nación, las descarta: “A mí no me tienen que dar crédito para subsistir sino para crecer”. Gustavo López, también de Colón, aclara que el precio “de la hacienda mejoró”. Por supuesto, la frutilla del postre del artículo es que “los salva la soja”.
Año complicado para los nostálgicos. Porque no encuentran una fuerza política que exprese un proyecto autoritario y porque no tienen ningún sector que pueda ser la punta de lanza de un modelo retrógrado capaz de ser impuesto a la fuerza. Es evidente que el gobierno sacó lecciones de aquel intento destituyente de 2008. La presidenta Cristina Fernández creó el Ministerio de Agricultura y le dio a su titular, Julián Domínguez, un respaldo como para afrontar los reclamos sectoriales con una batería de soluciones, y está en diálogo permanente con los productores y con la propia Mesa de Enlace. Pero también la presidenta puso proa en terminar con la ley agraria de 1980 que derogó el Estatuto del Peón Rural y que fue vivida por las entidades patronales en aquel momento como una revancha histórica. Por eso, este año, será el del regreso de los derechos de los trabajadores rurales y no el de revancha oligárquica.
Y aunque muchas mentes lúcidas de la burguesía argentina no compartan que este sea el año de los peones del campo, deberían sí consignar al menos (y algunos lo hacen) que no es el año de los oligarcas. Porque esa fracción de la burguesía argentina –muy poderosa– no puede usar al Ejército para que pasee sus negocios en la punta de las bayonetas y porque no pueden erigirse en representantes de otras fracciones burguesas como la de los productores: es burdo que La Nación cite a un empresario rural que se niega a hacer trámites para rescatar las retenciones y a otro que no quiere crédito. No sólo son retrógrados esos pensamientos. Son necios esos procederes. Por suerte, para pensar la Argentina hay otros que sí la entienden.
LA RECETA ARGENTINA DE KRUGMAN. Los lectores de La Nación se perdieron la lectura de un interesante artículo del último premio Nobel de Economía que sí publicó El País de Madrid. Bajo el título de “¿Tiene salvación Europa?”, Krugman toma un ejemplo –uno solo– que considera aleccionador para tomar en cuenta en la profunda crisis del Viejo Continente. Es, a pesar de los nostálgicos, el de la Argentina.
“Algunos economistas –dice Krugman–, entre ellos yo mismo, observamos los males de Europa y tenemos la sensación de que hemos visto esta película antes, hace una década en otro continente: concretamente en Argentina. A diferencia de España o Grecia, Argentina nunca renunció a su moneda, pero en 1991 hizo la siguiente mejor cosa posible: vinculó rígidamente su moneda al dólar estadounidense, y creó una “caja de conversión” según la cual cada peso en circulación estaba respaldado por un dólar de las reservas. Durante gran parte de los años noventa, Argentina se vio recompensada con unos tipos de interés mucho más bajos y grandes entradas de capital extranjero. Sin embargo, Argentina acabó cayendo en una persistente recesión y perdió la confianza de los inversores. Hacia principios de 2002, después de airadas manifestaciones y una retirada masiva de los bancos, todo se había ido al garete. El vínculo entre el peso y el dólar se rompió, mientras el valor del peso caía en picada; entretanto, Argentina dejó de pagar sus deudas y terminó pagando sólo unos 35 céntimos por cada dólar. Es difícil evitar la sospecha de que el futuro podría deparar algo similar a una o más de las economías problemáticas de Europa.”
Después de esto, Krugman enuncia los modos que en Europa podrían solucionar su crisis. El primero es “Resistir” que es “tranquilizar a los acreedores mostrando la voluntad suficiente para soportar el dolor y evitar así el impago y la devaluación. Los modelos de conducta en este caso son los países bálticos, Estonia, Lituania y Letonia, que han estado dispuestos a soportar una austeridad fiscal muy dura mientras los salarios se reducen poco a poco”. El segundo es la “Reestructuración de la deuda” y menciona a Grecia e Irlanda, que no pueden afrontar sus compromisos, recortan gastos y suben impuestos. Después viene lo que Krugman llama “La estrategia argentina completa” y que muchos neoliberales deben haber leído con espanto. “Argentina no solamente dejó de pagar su deuda externa; también abandonó su vínculo con el dólar, lo que permitió que el valor del peso cayese más de dos tercios. Y esta devaluación funcionó: a partir de 2003, Argentina experimentó una rápida recuperación económica impulsada por la exportación.”
Fuente:
Eduardo Anguita
Miradas del Sur
No hay comentarios.:
Publicar un comentario