MIS RECUERDOS DEL CAÑADA DE AYER

Talio Peloni junto al recordado Trucha Giordano, desaparecido en la última dictadura cívico militar
Un hermoso y brillante relato de Jorge Peloni, sobre la Cañada de su niñez y adolescencia. Relato que fuera ganador del Concurso Literario por el 25º aniversario del Museo Histórico Municipal, y que por primera vez es publicado a la sociedad.




Dicen que la memoria es el diario que todos llevamos bajo el brazo. Y es allí en donde quedan grabados los hechos más salientes, las cosas más importantes que nos ocurren, las anécdotas más ricas que hemos vivido a lo largo de nuestra existencia. Las vivencias de nuestra niñez y de nuestra adolescencia son quizás las que quedan fijadas con mayor nitidez, tal vez porque día a día vamos descubriendo cosas nuevas, a la vez que pasamos por distintas circunstancias que nos enriquecen con el inexorable paso del tiempo.

Cañada en la década del cincuenta..

Corría el año
mil novecientos cincuenta y uno... 

La calle Lavalle era, al igual que hoy, la calle del centro. En su intersección con Pagani, la esquina más céntrica, vivía yo junto a mis padres y mi hermano menor. Es allí donde mi entonces pequeño ojo observador comenzó a ver pasar, una tras otras, imágenes que no se borrarían jamás de mis retinas. Lavalle era el termómetro de la palpitante vida de la ciudad, y nuestra esquina era el punto neurálgico de reunión de las barras que discutían acaloradamente de política, de futbol y de burros.

Junto a lo moderno que venía de la mano del progreso, iban los carros tirados por caballos, de los repartidores del pan, de la leche y del hielo, que distribuían estos productos casa por casa. Y allí iba también Zapallito, con sus escasos 1,40 mts. de estatura, tirando a mano su carrito de verduras que parecía un carro fantasma, de tan chiquito que era su conductor. Mientras tanto, pasaba el aguajanero Benedetti con su sombrero de explorador, arriba de su jardinera, que anunciaba su llegada golpeando el enorme tacho de agua de Jane a modo de campana...

Tanto la confitería Los Dos Chinos como las sedes sociales de los clubes Sport y América eran los puntos de reunión de numerosos cañadenses que disfrutaban de un buen café express, o se entretenían enredándose en reñidos partidos de truco, de codillo o de chin-chon, y en donde no faltaban las partidas de los numerosos amantes del ajedrez que despuntaban su vicio tanto disputando los distintos torneos interclubes, como en las partidas de simultáneas que ofrecían la posibilidad de jugar a nuestros aficionados con grandes maestros internacionales como Julio Bolbochan y Miguel Najdorf, entre otros, o solazarse con las inolvidables exhibiciones de billar y de casín que regalaban los famosos hermanos Navarra con su magia.

Una abigarrada cantidad de comercios importantes le daban realce a la calle principal, junto a Los Dos Chinos, el Húngaro Schaad, La Casa Bravo, el Bazar Amenell, las farmacias Universidad y El Sol y entre las dos, la joyería de Ribotta, la tienda de Luis A. Cejas, Don Adolfo con su librería, Calzado Carlín, y en la vereda de enfrente Casa Sacchetto, Salomoni, la despensa de Don Ubaldo Lozano, la peluquería Biscoglio, Filafilo con su tienda, la florería Victoria, la Casa Central y el Bazar Debernardi, entre otros. Más hacia el este, enfrente de la Iglesia, el bazar Laguna, Comarf, el peluquero Cruz Sosa, Divito y Ossio, la librería Neuhaus, tienda La Imperial, y enfrente una parte de la enorme Casa Vázquez. Hacia el oeste estaban la Casa Boston, la Ford de Voegeli y Bessone, las Tiendas Galver, la peluquería de los hermanos Sánchez-Contreras y a su lado el quiosco de diarios de los clubes América y Sport. Sobre todo esto giraba una buena parte de la vida activa de la ciudad.

A pocos metros de allí, en la vieja Plaza San Martín, punto de reunión de los paseos sabatinos y dominicales, mientras el placero Domínguez corría a alguna pareja de enamorados que no se portaban bien, El Turco con su vieja máquina fotográfica montada sobre un más viejo trípode te sacaba, por un peso, una foto en blanco y negro de mágico revelado instantáneo.

Llega mil novecientos cincuenta y dos y...

Me acuerdo que pasaron Los Reyes pero en mi casa no pararon, parece que no había plata para el pasto. Pero la pelota y la camiseta de River que había pedido me las dejaron en casa de mis padrinos. El Flaco y la Pampa no faltaban nunca.

Uno de los lugares preferidos por nuestra barra para jugar, era El Parquecito, que estaba en Ocampo entre la Municipalidad y la casa de los Toledo, hoy AFIP. Allí jugábamos hasta la noche al fútbol y al gobión, hasta que lo hacíamos enojar a Basso, el placero, que en ese entonces joven y atlético, apoyado en su única pierna y en sus dos muletas, nos corría y nos amenazaba, pretendiendo no hacer valer nuestros legítimos derechos de portarnos mal.

Para fines del año anterior el Sport Club había inaugurado su pileta de natación, como una nueva opción para los cañadenses, que ya contaban con la pileta de El Circulo y el natatorio del Parque Municipal. Sport parecía en este caso, un punto de inflexión entre estilos de vida diferentes, que eran el reflejo de una sociedad algo pacata y prejuiciosa. Pequeñas cosas, que se asumían como normales, que estaban insertas dentro de un contexto histórico social determinado por la aparición de la clase media en el poder y treinta años después la irrupción avasallante del movimiento obrero, y que solían provocar discordias.

A la pileta había que ir. Pero eso sí, después de dormir un rato, porque la hora de la siesta era sagrada, había que descansar y no andar molestando a los que querían hacerlo, porque viene Panchito Piojoso o viene Toti Massatti y te llevan... Otra vez el cuento del Hombre de la bolsa, pero la amenaza surtía efecto. No sabíamos los chicos que el tan temido Toti era completamente inofensivo, que era uno de aquellos tipos maltratados por la vida, que paseaba su miseria y su abandono vagando por la ciudad, sin que casi nadie se acordara de aquel famoso entreala que vistiera con orgullo la camiseta de Sport, brillando en las décadas del ´10 y del ´20, teniendo como compañeros, entre otros, a Félix Nícoli, Segundo Cremona, Marcial Funes, el vasco Bernardo Nuin y Humberto Livonatti, una gloria que años después, ya en Newell´s Old Boys de Rosario, integrara los Seleccionados Argentinos.

Corría el mes de abril y en todos los círculos allegados al deporte se organizan colectas para sufragar los gastos de los boxeadores Hugo Barrera, Agustín Zímaro y Gatica Montenegro, que seleccionados por la Unión Argentina de Box, intervendrían en la selección preolímpica en Capital Federal, para los Juegos Olímpicos que se disputaron en Helsinski, Finlandia. Pepe Montengro llegó a la final del torneo en su categoría, quedando así a un paso de participar en los Juegos. Igualmente se lo recibió como a un triunfador.

Otro acontecimiento deportivo más en la intensa actividad de nuestra ciudad. El 20 de julio, en el circuito de Las Trojas, el club Sport hacía disputar su gran Premio de Automovilismo, Fuerza Libre y Limitada, que sumaba puntos para el Campeonato. Más de 4.000 personas se hicieron presentes en el circuito Sebastián Girotto para disfrutar del emocionante espectáculo.

Estamos en el año mil novecientos cincuenta y tres

La vereda Este de la calle Pagani entre Lavalle y Aizpuru era nuestra canchita de fútbol. Desde las seis de la tarde hasta que se hiciera de noche, en ese tramo, por céntrico que fuera, no se podía transitar porque estábamos jugando al fútbol. El juez del partido era el Dr. Pagani. Él era el cacique de toda la indiada, era el padre postizo, y nosotros todos, los hijos que la vida no había podido darle. Ya se armaban los dos equipos. El premio en disputa era un peso y lo rompía en dos partes que les daba a los dos capitanes. Al término del partido había que terminar amigos para poder juntar los dos pedazos del billete e ir a comprar los caramelos y comerlos entre todos...

Me detengo un instante para recordar con cariño, respeto y admiración a la emblemática figura del Dr. Félix Pagani. Personaje muy querido entre nosotros visto desde nuestra niñez, hemos visto agigantarse con  el tiempo a su figura campechana que derrochaba bonhomía, a través de su participación tanto en su condición de destacado profesional, como así también en su intensa actividad social y política. Hombre sin dobleces, admirado por sus amigos y respetado por sus adversarios, fue y debería ser hoy un ejemplo de participación en la función pública, un espejo en el que no muchos parecieran tener la voluntad de reflejarse.

En esa época buscábamos un lugar para tener una canchita de fútbol de verdad para poder jugar los desafíos contra equipos de otros barrios. Y allí estaba el terreno ideal, contiguo al Hotel Universal. Nadie supo quién nos dio el visto bueno para desmalezarlo y ponerlo en condiciones, pero nos pusimos a trabajar, y con la sugestiva ayuda del personal de la Plaza que nos facilitaba las herramientas, en poco tiempo más tuvimos la cancha lista para jugar nuestro primer desafío. Todo lo que nos pasaba era  como un sueño para nosotros. Pero los sueños, sueños son. Un día antes de la inauguración apareció el dueño del terreno, le alquiló el mismo a un tipo que era dueño de una calesita, y así nos quedamos, con la cara larga y sin cancha de fútbol.

Una sola persona había usufructuado el esfuerzo de muchos, y eso nos parecía una verdadera injusticia. Con el paso del tiempo pudimos saber que este ejemplo se repetiría una y mil veces a lo largo de nuestra existencia. Dicen que uno va aprendiendo en la vida a través de nuestras experiencias. Pero como dijo varios años después el filosofo de la calle Oscar Bonavena,  La experiencia es un peine que te regalan cuando ya no tenés más pelo...

Era la noche del 1º de septiembre y había milonga en la Pista de Sport. El tango, esa inspiración musical hecha pueblo, venía a deleitar a los cañadenses de la mano de la orquesta de Osvaldo Pugliese. Un lleno completo en las instalaciones de Moreno y Necochea y un público que siguió el desarrollo del espectáculo con respeto, pero fundamentalmente con devoción, era una orquesta con hinchada. De esa noche, dos cosas quedarían grabadas en mi memoria hasta el día de hoy, una la presencia como cantor de Alberto Morán, un muchacho joven, muy alto y con pinta de galán, que provocaba cuando cantaba, reacciones cercanas al delirio, tanto en los fanáticos muchachos como en el público femenino. Era la fresca imagen del típico cantor de barrio porteño, pero que con el verdadero nombre de Remo Recagno había nacido unos veinte años atrás, en la bella Italia. La otra, una bella flor roja, que descansaba sobre el teclado del piano que esa noche, como tantas otras el Maestro Pugliese no pudo tocar. Estaba encarcelado por tener ideales distintos al gobierno de turno, por defender sus derechos de pensar y expresarse libremente. Tuvieron que pasar 20 años, para que Perón, nuevamente presidente, homenajeara a Pugliese en la Casa de Gobierno. Un buen gesto del viejo caudillo, y mejor aún del también veterano músico, que sirvieron para cerrar heridas, y dejar de lado viejos antagonismos.
Talio y sus compañeros del Nacio

Comienzos del cincuenta y cuatro...

            Cuando Marino, que oficiaba de sacristán  en la Iglesia, abrió la puerta principal para dar paso a los primeros feligreses que concurrían a oír la habitual misa diaria de las 6,30 hs., pegó un respingo por sorpresa y sólo atinó a persignarse. Ahí estaba, ocupando el espacio del enorme portal, cual si estuviera en una exposición, el Ford T de mi viejo. Parece que los muchachos del club América venían de fiesta, y no tuvieron mejor ocurrencia que empujar el auto los cincuenta metros que separaban a mi casa de la iglesia y acomodarlo en la entrada de la misma. Y se armó el revuelo nomás. Si hoy haciendo memoria recuerdo que a mi padre, no mucho tiempo atrás, Monseñor la había invitado a retirarse del templo porque estaba con un trajecito de mangas cortas, me imagino lo que podía llegar a significar tamaña afrenta, tamaño sacrilegio. La Policía que investigó y que presionaba a mi padre para que haga la denuncia y así poder actuar, y mi papá que se negó una y otra vez a hacerlo. Al final, luego de varios días todo quedó en la nada. Pedido de disculpas a la Iglesia, tirón de orejas a mi padre, el único que no tenía nada que ver y varios días después, asado en América con el Portugués, el Titi, el Zorro Peralta y todos los demás culpables.

            Era el 17 de octubre de ese mismo año... Se cumplían nueve años de aquel otro 17 en que miles y miles de obreros, de gente de la más humilde condición, comenzara a consagrarse desde muy temprano en los alrededores de la Casa de Gobierno. Solos o en grupo, sin casi nadie que los organice, venían de todos los barrios de la Capital y del Gran Buenos Aires, de las destilerías de La Plata, de los frigoríficos de Ensenada, venían todos a pedir por la libertad del Coronel Perón, al que ellos veían como su futuro líder, como la voz de los sin voz, de todos los desclasados que jamás habían sido tenidos en cuenta en la vida institucional de la Nación. Los acontecimientos de ese día iban a determinar la libertad de Perón, y a partir de allí un pronto llamado a elecciones que en marzo del 46´ lo ungirían como presidente de los argentinos. Ese día pasó a ser para el gobierno El Día de la Lealtad, y en Cañada de Gómez también había fiesta. Era un enorme escenario, montado frente a la Plaza San Martín y teniendo como fondo al viejo Hotel Colón de Don Lorenzo Vaquero. El marco era importante, cientos y cientos de personas que poblaban lentamente la Plaza, como en un remedo del 45´, dispuestos a disfrutar de la celebración, que desbordaban de pasión por el ya General y por el recuerdo de su venerada Evita. Al finalizar el espectáculo, y casi al borde del paroxismo, se escuchaban los cánticos de la gente, que en un solo grito repetían...
-Salite de la esquina contrera loco, Evita no te quiere, Perón tampoco

Y otros cantos por el estilo. Y claro,  a la derecha del palco, estaba el viejo comité del radio céntrico que eran radicales, o más que radicales, eran antiperonistas. Y allí se podía ver, tanto de un lado como del otro, como si fuéramos dos países distintos y no uno solo por quien luchar. Eran las viejas antinomias políticas, las que siempre hacen que salga perdiendo el pueblo en beneficio de unos pocos... los de siempre.

            Una muy triste noticia sacude la apacible tranquilidad de la ciudad. En un desgraciado accidente en el puente de Correa, fallece Buby Nícoli, miembro de una muy apreciada familia, hombre que participaba activamente en la vida social y deportiva de Cañada. Era promotor de los grandes festivales de box que se organizaban desde principios del 50´ en la pista de Sport de Moreno y Necochea. Toda la ciudad lo llora, y especialmente la gente del Club Sport, que tenía a la familia Nícoli participando activamente desde su fundación.

Todos los Domingos, llueve o truene, haga frío o calor, la gente se reunía a las doce en punto del mediodía en torno a la mesa familiar para saborear los tallarines caseros hechos por la mamá o por la nona, con la salsa de menudos de pollo, que todavía hoy sigo odiando, uno de los legados de la inmigración europea iniciada en el siglo anterior, y que junto con sus maletas traían consigo sus costumbres. Después del almuerzo, mientras los hombres se iban a la cancha, y las mujeres se dedicaban a las tareas de la casa, llegaba la hora de los niños. Es que a la una y media de la tarde la cita era impostergable, había que ir a Matineé. En el cine Verdi, regenteado por el Sordo Matrone, y el Viejo Ansaldi en la entrada, se podía ver una de tiros y de complemento al Hombre de Acero, película en episodios, que nos tenía enganchados desde marzo hasta diciembre. En el intervalo, la famosa chinchibira con gota que nos vendía Don Politti, bajo la atenta mirada del infaltable Tito Milanesi, completaba estas tres horas de magia y magnetismo que vivíamos todos los domingos.

Año mil novecientos cincuenta y cinco

El 16 de junio de 1955, las Fuerzas Armadas hacen vivir a la República Argentina el hecho más bochornosamente trágico de su historia. Bombardean en pleno mediodía la Plaza de Mayo, atestada de gente, provocando la muerte de cientos de civiles. El país estaba herido de muerte y las cosas no podían terminar de buenas maneras. El 16 de septiembre llega el golpe de estado que derroca a Perón. El país se estremece. En nuestra ciudad es tiempo de revanchas. Los Contreras de ayer se sienten los ganadores de hoy. Sacan el busto de Evita que estaba en la Plaza San Martín, lo atan y lo arrastran hasta tirarlo en el arroyo. Mientras el pueblo de ayer cantaba, hoy llora a su líder. La Policía los contiene en el cruce de las vías. Todavía hoy, después de tanto tiempo, me cuesta entender tanta iniquidad. Eran las viejas antinomias políticas, las que siempre hacen que salga perdiendo el pueblo en beneficio de unos pocos, los de siempre.

La barra de chicos seguía encontrándose como siempre en le esquina de Lavalle y Pagani, para sus habituales picados de fútbol, que ocasionalmente debíamos interrumpir por la imprevista aparición de Chinchurreta Lenardón, un policía más malo que la peste, o por la abrupta presencia de Carlitos Zabala, Zabalita, que encerrado en su propio mundo, irrumpía en el medio del partido cabalgando en su caballo imaginario, con el que recorría la ciudad, esa ciudad de la que él se sentía rey.

Transcurre el año mil novecientos cincuenta y seis...

El almanaque nos dice que llegó el Carnaval. Comienzan los corsos de calle Lavalle, que este año promete ser como nunca. Es una fiesta popular y como tal se la disfruta. Como dice el programa, hay disfraces, colorido y cotillón. Las inconfundibles voces de Renato Milani y Santiago del Grosso amenizan los corsos a través de los altavoces Zonda…

-Ansina que pensás casarte, aura que tuito está caro, la plata podrá alcanzarte, si compras Muebles Ferraro

De pronto, en medio del bullicio de la gente, la vemos venir. Es la legendaria. La inconfundible, la famosa murga Los Solteritos, con su ritmo contagioso, su ropaje lleno de colorido y lentejuelas, y con sus versos, esos versos con sabor a pueblo escritos por Cachón, ese personaje inolvidable. Y en el otro extremo del corso, a lo lejos, arrancábamos nosotros, con nuestra murga infantil, queriéndonos ganar el cariño de ese público fervoroso, buscando esa quimera de querer confrontar con los mejores, con aquellos que casi habían nacido para eso.

Y en el medio de nuestro grupo murguero, en el centro de la escena, nuestro Director, nuestro símbolo, nuestra guía, el inolvidable Trucha que con su fe inquebrantable, su espíritu de payaso, ese físico enjuto que convivía con su asma, y esa ropa prestada que le quedaba siempre grande, desplegaba en el espacio mil figuras distintas, inimaginables arabescos y contorsiones en su danza, como queriendo demostrarle a todos que era mejor que Cachón. ¿Cómo va a ser mejor, si Cachón era el mismísimo inventor de la murga? Pero nada lo arredraba. Seguía saltando y bailando para contagiarnos a nosotros y a la gente ese espíritu noble, ese espíritu que tuve la suerte que me acompañara luego a lo largo de nuestro secundario, esa alma que con el tiempo se llenó de utopías, esa alma que por no claudicar jamás, varios años después le arrebataron su cuerpo, pero estoy seguro que aún sigue soñando instalada en nuevos corazones... Trucha ya no está. Pero como dijo Centeya en su lunfardo, « qué mundo habrá encontrado en su apoliyo, si es que hay un mundo pa´ los que se piantan, sin duda el cuore suyo se hizo grillo y su mano cordial es una planta amigo...»

            Se acercaba fin de año y varios de nosotros terminábamos la escuela primaria. Ya no vería más a la Srta. Cravero, Srta. Mamprín, Srta. Rubé, las llamábamos por su apellido y a otras tantas como ellas, que aunque a nuestro joven parecer fueran algo severas, honraron largamente a su profesión de educadoras. Nuevos desafíos vendrían de ahí en adelante, en esa delicada tarea que significaba ir escalando paso a paso, la difícil cuesta de la vida, tratando de elegir los mejores caminos...

El Viejo Nacional


Y llegó el esperado mil novecientos cincuenta y siete...

            Año nuevo, vida nueva. Debutan los pantalones largos y comienzo el colegio secundario en el glorioso Colegio Nacional Florentino Ameghino, el viejo Nacio de Ocampo y San Martín. Caras nuevas, amigos nuevos, y ese enorme salto que se da desde la niñez hacia la adolescencia, algo que a través del tiempo se transforma en la etapa más linda de nuestra existencia.

Un virus, ya existía en forma de pelota de basquet penetra en mi cuerpo, algo que termina siendo una enfermedad incurable que sigo arrastrando a pesar del paso de los años. La legendaria cancha de Sport, de Moreno y Necochea pasa a ser mi segunda casa. La pista de Sport, era en esa época escenario de importantes bailables con las orquestas más famosas del país, como así también de los grandes festivales de box, de bochas y de basquetbol, que atraían a un numeroso público ávido de presenciar este tipo de manifestaciones.

También en el ´57 cumplía sus primeros diez años de vida la Banda Infantil Municipal. Bajo la batuta de Don Vicente Beltrán, habían conformado una sólida agrupación que animaba tanto los festejos patrios como los religiosos y deportivos de la ciudad y de toda la zona. Su gran formación musical, unida al rigor académico que ostentaba el Viejo Beltrán, ese hombre bueno con cara de malo, hizo que muchos de esos chicos de entonces, se convirtieron con los años en grandes músicos que llenaron de orgullo a la ciudad, tales como Chiche Ferrero, Oscar Serrano, Enzo Giecco, el Negro Correa, y tantos otros. Un oyente infaltable, el Dante Zamatti, y nuestra barra de la esquina, seguíamos de cerca los ensayos en el local municipal de 7 de octubre e Irigoyen, y no nos perdíamos los recitales de la Banda de los Domingos por la tarde en la Plaza, y la ejecución de la famosa Retreta del Desierto.

En octubre de ese año, salió a la luz el primer número de la Revista Estrella, editada por los Ramaciotti, que tenía una salida semanal, y que reflejaba en la misma la enorme actividad comercial e industrial de Cañada y de su zona de influencia, además de la pasión que despertaban las distintas manifestaciones deportivas como el fútbol, el basquet, el box y el automovilismo y motociclismo zonal, como así también las distintas expresiones de la cultura, como sus orquestas, el Coro estable que dirigía Inda Scibaldi, o la incipiente formación del ya consagrado Teatro Siripo, con Edgardo a la cabeza.

Desfile en 1956, la Banda, don Vicente y la casa de Talio, arriba don Félix Pagani en la ventana de su balcón

Estamos ya en mil novecientos cincuenta y ocho...

            En las Sociales rezaba, «el próximo 5 de marzo, se celebrará el casamiento de Jorge Compagnucci con María Cristina Bessón Voss, etc., etc... Ella, una bellísima joven de una reconocida familia, él un famoso Don Juan de la época, con voiturette incluída. Mi memoria no registra un acontecimiento social con tanta gente en la Iglesia y en sus inmediaciones, como era época en que a la salida de la Iglesia, El Padrino tiraba monedas, y este casamiento era medio pituco.
           
            El 17 de marzo se inauguran las instalaciones del Instituto José Razetto, que iba a funcionar en el predio que la familia del recordado ciudadano donó para ese fin. Una simpática figura se vuelve inconfundible para todos los habitantes de la ciudad, bajo y rechoncho, pasea su figura por la ciudad, el Director del Colegio, que no es otro que el padre Antonio, o el Cura Bolita, como lo bautiza la jerga popular.

            En abril de ese mismo año, el país deportivo estaba de fiesta. Pascualito Pérez, ese extraordinario pequeño gran campeón de peso mosca, retenía el título mundial que le había ganado al japonés Yoshio Shirai, al vencer por puntos al venezolano Arias, en un durísimo combate que palpitamos todos pegaditos a la radio.

            La tarde nos regalaba sus últimos rayos de sol sobre el bucólico paisaje de ese frío agosto, y al irisar su luz sobre los plátanos, nos regalaba una cascada incesante de cobre y oro, que es lo que parecían sus frutos al desintegrarse ya maduros, y sus grandes hojas cayendo en un acompañado vaivén. Pero, don Ernesto Rossi Querín, ese gringo laburante que sabía, y mucho, de plantas, solía decir que los plátanos eran muy buenos árboles, pero que con el tiempo, cuando fueran más grandes, iban a causar problemas de diversas índole en edificios y en la vía pública por las enormes raíces que iban desplegando, que las bolitas causaban alergias, y que se yo cuantas cosas más. Seguramente era el parecer de un viejo rezongón, que al mismo tiempo no sabía interpretar la belleza de la poesía en su estado más puro.

-Don Rossi exagera - decían los vecinos- don Rossi exagera.

            El motociclismo zonal acaparaba la atención de muchísima gente que disfrutaba con las emociones que despertaba este deporte. Entre el lote de pilotos cañadenses, Tomassi, Vítola, Hernández, Capdevilla, Tomasini, sobresalía el nombre del petiso Eduardo Del Coro, imbatible en la categoría 100 cms. Y, con la misma moto, ganador en 125 y animador en 175 cms. Un valor indiscutido que aún hoy permanece en la memoria de muchos cañadenses.

Despunta el año mil novecientos cincuenta y nueve

            Nuestros vecinos de Bustinza, tuvieron siempre fama de ser rápidos para todo. Pero desde hace poco tiempo atrás, Raúl Roscani, Canducho, radicado ya en Cañada, se convierte en el más rápido de todos. Es que en el campeonato Nacional de Atletismo se consagra nuevo Campeón Argentino en los 100 metros llanos con un tiempazo de 10.7 segundos. Por más veloz que sea, seguro que alguna mujer cañadense se va a encargar de agarrarlo.

            De esas épocas, quedan en nuestra memoria algunas vivencias que, sin ser más que simples travesuras, traían consigo el grato sabor de la hazaña, el mágico encanto de enfrentar, de alguna manera, el peligro. No había partido de fútbol más lindo que aquel en el que nos habíamos colocado, ni fruta más deliciosa y apetecible que las mandarinas robadas.

            Llega febrero y estamos en Carnaval. El Club América tira la casa por la ventana para los bailes del Rey Momo. El 15 de febrero se presentan en una actuación memorable el Trío Los Panchos, famosos en el mundo entero. La gente participaba en todas estas manifestaciones populares en una cargada agenda que llegaba a grandes sectores de la población para su solaz y diversión.

            Para el día de la primavera, los Amigos de Calle Lavalle comenzaron a organizar lo que se dio en llamar la Farándula Estudiantil, en la que participaban todos los Colegios Secundarios de la ciudad. Alegorías, por lo general humorísticas, competían por un suculento premio, que engrosaría las arcas de los ganadores y que en nuestro caso, se iba a destinar para nuestro viaje de estudios. Nuestro curso fue ganador del primer premio por dos años consecutivos, en una fiesta que colmaba ampliamente las expectativas de los organizadores y que fue recibida con beneplácito por toda la población, que participaba masivamente.

            Con respecto al viaje de estudios, en esa época no teníamos la enorme suerte de tener a padres que se preocuparan de elegirles a sus hijos el destino del viaje, el transporte en que viajen y el hotel que necesiten, y todas esas cosas tan difíciles de resolver para unos pobres e inexpertos muchachos de apenas 17 años. Por lo tanto, no tuvimos otras cosas que hacer, más que resolver nosotros mismos todas estas complicadas cuestiones, arriesgándonos a elegir un buen destino y a viajar sin un solo padre que nos acompañe y nos proteja. Tiempos duros los de antes...

Arranca la década del  sesenta

            En abril de ese año se produce cerca de la Estación Las Trojas el descarrilamiento de un tren de cargas. Varios vagones quedaron completamente destrozados, y tuvieron que trabajar varios días para poder despejar y reparar las vías, y así reanudar los servicios. Con el morbo en marcha, toda la población se hizo presente para ver las consecuencias del accidente. No pocos fueron los que se trajeron de recuerdo a los restos del accidente como chapas, tirantes o fierros. Una semana después, más de 50 procesados tocaron el pianito en la Policía, y toda la mercadería que habían traído prestada tuvo que ser devuelta. Ellos querían colaborar despejando la zona, pero las autoridades no entendieron esa colaboración desinteresada.

            La calle Lavalle se moviliza. La comisión de Amigos de Calle Lavalle, con el Ruso Palchick a la cabeza, inauguran el 25 de mayo la Vía Blanca, para orgullo de una ciudad que crecía día a día.

            El box cañadense estaba en un gran momento. Barullo Torres llenaba los estadios en todas sus presentaciones, mientras que Montevidone, Raúl Monti y Carlitos Quintana estaban listos para pegar el gran salto al Luna Park. El box, un deporte que amado o vituperado siempre estuvo al lado del corazón del pueblo.

            Es ya septiembre y hay concurso de cantores en el Club Newells Old Boys, en sus instalaciones de Ocampo y Alberdi. Entre los ocho finalistas del certamen hay un par de muchachos que andan muy bien, el negrito Raúl Santillán y un pibe de Bustinza que, al decir de los muchachos la viene rompiendo,  Liber Johansen. Son dos tangueros de alma, y les gusta tanto lo que hacen, que me los imagino dentro de cuarenta o cincuenta años, cantando todavía, como si el tiempo estuviera detenido.

Alumnos del Nacional desfilando en los sesenta

Año mil novecientos sesenta y una

            El verano se hacía sentir en ese caluroso enero del sesenta y uno, pero ese cinco de enero por la noche, como todos los años, pasaban los reyes por el Club Newells Old Boys. Y allí venían Tingui Ávila y sus muchachos haciendo de Reyes Magos para alegría de todos los niños de la ciudad. Seguramente va a haber reyes por muchos años más a juzgar por el cariño y el empeño que pone la gente que organiza este tradicional evento.

            El Colegio Nacional cumplía sus Bodas de Plata. Mientras las autoridades trataban de remozar lo mejor posible al viejo edificio de Ocampo y San Martín, muy poco es lo que podía hacerse a esas ya viejas estructuras, la participación del alumnado debía darse a partir de la creación del Club Colegial, que supuestamente debía estar encargado de la actividad deportivo-cultural del Colegio. Hubo dos listas para elegir en sufragio democrático con campaña pre-electoral incluida, a los que conducirían los destinos del Club. Y tal como ocurre en toda buena Democracia, después del escrutinio y tras arribar a buen puerto algunos arreglos espurios entre las autoridades y nuestro Non Sancto Comité de campaña, fui ungido como jefe máximo del Club Colegial, con la barra cantando La Marcha de los Muchachos Pelonistas en el baño, recitado sagrado si lo había.

Todo fue bien hasta que llegó la fecha del aniversario del Colegio. Con el marco de las mas importantes figuras locales y de la provincia, se festejaron pomposamente los primeros 25 años de existencia. Pasadas las celebraciones, desactivaron por completo el Club Colegial, y a otra cosa. Otra vez la comprobación de que se relativizaba la dedicación y el esfuerzo de muchos, para imponer la voluntad de unos pocos.

Terminaba el Colegio Secundario, y se abría un futuro diferente para todos. Distintos serían los caminos a seguir, pero cualesquiera que fueran, todos estarían impregnados de sueños. Después de todo. ¿Qué es la vida sino la suma de sueños y la lucha que emprendemos con el afán de poder concretarlos y lograr la felicidad que tanto ansiamos?

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