Con el paso del tiempo va cobrando progresiva importancia la celebración los 17 de noviembre de cada año del “Día Nacional de la Militancia” o el “Día del Militante”, denominación cambiante según quienes organicen los eventos.
Incluso hay un proyecto en la Cámara de Diputados de la Nación (expte.6657-D-2008) proponiendo que se instituya “El día nacional del militante” todos los 17 de noviembre de cada año, presentado por el fallecido legislador radical catamarqueño Genaro Collantes.
La fecha remite a los sucesos protagonizados por la militancia juvenil peronista en ocasión del segundo intento de retornar al país del General Juan Domingo Perón en el año 1972.
En mi opinión debiera definitivamente institucionalizarse esta fecha como el mejor símbolo del accionar político colectivo en oposición a tanto individualismo, egolatría y narcisismo que dañaron en décadas posteriores y aún hoy, una actividad noble por definición donde la regla debió ser siempre aquella que dice “servir y no servirse”.
Me tocó protagonizar desde la militancia estudiantil platense aquella lejana jornada treinta y nueve años atrás, recuerdo a muchos compañeros con los que compartimos ese momento que el transcurrir de los años va transformando en un símbolo de la entrega sin especulaciones. Por supuesto que entre ellos estaban Néstor Kirchner y Cristina Fernández.
En el mes de octubre de l972 Rodolfo Ortega Peña dijo en una reunión: “Estén atentos, cuando salga Isabel en la tapa de la revista Las Bases con un pañuelo al cuello de color amarillo con lunares negros será la señal indicativa que el general se larga para la Argentina en veinte días”.
Venía Perón nomás. Después de diecisiete años de exilio y un retorno frustrado en 1964 se iba a hacer realidad su presencia en la Patria. Para los militantes tenía un significado político que iba más allá del hecho reivindicatorio de su trayectoria y el cumplimiento de un genuino anhelo popular.
Entendíamos que era el sistema de poder real el que lo mantenía alejado del País y la posibilidad de regresar sin consecuencias físicas iba a ser intolerable por los que detentaban el poder dictatorial.
El retorno del 64 se frustró porque aquí no hubo movilización popular. No queríamos que se repitiera y emprendimos desde La Plata una acción agitativa y movilizadora que finalmente logró congregar poco más de mil personas a la hora de emprender el viaje a Ezeiza.
El gobierno autorizó la presencia de trescientas personas en el aeropuerto, lista que elevó el Partido Justicialista con los nombres más importantes de esa fuerza. Las agrupaciones juveniles nos decidimos a estar ahí como se pudiera. Por las buenas o por las malas.
No teníamos ningún tipo de recursos. Sólo la propia voluntad.
En conversaciones con los principales dirigentes sindicales nacionales les pedimos ayuda para alquilar micros y la respuesta fue que era posible siempre y cuando lleváramos banderas de ellos.
No aceptamos. Nosotros veníamos del combate directo, en las calles, con las bravas policías dictatoriales y no renunciaríamos a la identidad ganada.
El plan general era ir en tren hasta Temperley, pasar la noche donde se pudiera y al amanecer intentar perforar sigilosamente los anillos defensivos preparados por el ejército hasta llegar al extremo de la pista más alejado de la estación aérea. Una vez allí, si se podía, avanzar hacia donde bajaría el general. Si no era posible, desplegar nuestras banderas para que él las viera y se sintiera de algún modo acompañado.
Preveíamos alguna acción represiva del gobierno contra el general y masiva reacción popular. Algún grado de alzamiento, la consigna fue: si se pudre todo, volvemos dispersos hacia La Plata y nos hacemos fuertes en los distintos puntos de acceso a la ciudad o donde esté la gente.
En la estación ferroviaria de La Plata tomamos prácticamente por asalto el tren que salía hacia Temperley a la tardecita del día 16. Llegamos cuando anochecía, se armó una columna, con FURN (Federación Universitaria de la Revolución Nacional), JP y FAEP (Frente de Agrupaciones Eva Perón, donde yo militaba). Llegamos a una localidad llamada Turdera y nos acomodamos en baldíos, alguna casa abandonada, a esperar el amanecer.
Imprevistamente se largó una lluvia intensa que nos obligó a buscar otro tipo de refugio, conseguimos el local de un sindicato en Guernica y muy temprano a la mañana, aún lloviendo, empezamos lo que iba a ser una larga marcha.
Salimos de la zona urbana por calles que ya eran un lodazal.
Habían declarado asueto, así que hasta muy entrada la mañana no vimos un alma en las casitas dispersas que íbamos dejando atrás. De vez en cuando alguien nos regalaba un mantel de nylon para que nos cubriéramos. La gente nos saludaba con simpatía pero no se sumaba.
Empapados y con frío llegamos a un sector en campo abierto con algunos árboles y empezamos a oír cada vez más cerca el ruido de motores potentes.
Eran dos vehículos oruga del ejército con ametralladoras pesadas que pronto nos interceptaron.
Intentamos negociar diciendo que veníamos en son de paz, cantamos el himno nacional y cuando largamos la marcha peronista tiraron sendas ráfagas con las ametralladoras un poco más arriba de nuestras cabezas.
Dispersión; cuerpo a tierra en el pasto mojado o en el barro, búsqueda de protección detrás de los árboles y espera a ver cómo seguía.
Los blindados se quedaron quietos en el lugar. Decidimos emprender la retirada.
Desandamos lentamente el camino bajo la lluvia que no paraba, cuando caminábamos por las calles pavimentadas de Guernica el agua nos llegaba arriba de los tobillos. Por ahí nos dijeron que se había alzado la Escuela de Mecánica de la Armada. ¿A favor de Perón? No lo podíamos creer.
Tampoco sabíamos qué pasaba con el avión donde venía el general. La gente nos decía “bajó y está en Ezeiza”.
Al atardecer, nuevamente en la estación de Temperley tomamos el tren de retorno con una extraña sensación de frustración y tranquilidad por el deber cumplido.
A la mañana siguiente nos enteramos que la suerte de los compañeros de Capital Federal no había sido distinta a la nuestra.
No nos pareció un hecho particularmente heroico lo que hicimos ese día. Había que hacerlo y se hizo. Visto retrospectivamente tampoco lo veo como una gesta singular.
Simplemente tuvo el valor político de ser protagonizado por miles de jóvenes que empezamos a hacer lo que en ese momento entendíamos era nuestro deber.
No hubo ni alzamiento ni participación popular. Tomamos registro que no siempre el ciudadano simpatizante de una causa se moviliza sólo porque la militancia lo haga.
Al general lo pudimos ver la noche siguiente en la residencia de Gaspar Campos. Pero esa es otra historia.
La fecha remite a los sucesos protagonizados por la militancia juvenil peronista en ocasión del segundo intento de retornar al país del General Juan Domingo Perón en el año 1972.
En mi opinión debiera definitivamente institucionalizarse esta fecha como el mejor símbolo del accionar político colectivo en oposición a tanto individualismo, egolatría y narcisismo que dañaron en décadas posteriores y aún hoy, una actividad noble por definición donde la regla debió ser siempre aquella que dice “servir y no servirse”.
Me tocó protagonizar desde la militancia estudiantil platense aquella lejana jornada treinta y nueve años atrás, recuerdo a muchos compañeros con los que compartimos ese momento que el transcurrir de los años va transformando en un símbolo de la entrega sin especulaciones. Por supuesto que entre ellos estaban Néstor Kirchner y Cristina Fernández.
En el mes de octubre de l972 Rodolfo Ortega Peña dijo en una reunión: “Estén atentos, cuando salga Isabel en la tapa de la revista Las Bases con un pañuelo al cuello de color amarillo con lunares negros será la señal indicativa que el general se larga para la Argentina en veinte días”.
Venía Perón nomás. Después de diecisiete años de exilio y un retorno frustrado en 1964 se iba a hacer realidad su presencia en la Patria. Para los militantes tenía un significado político que iba más allá del hecho reivindicatorio de su trayectoria y el cumplimiento de un genuino anhelo popular.
Entendíamos que era el sistema de poder real el que lo mantenía alejado del País y la posibilidad de regresar sin consecuencias físicas iba a ser intolerable por los que detentaban el poder dictatorial.
El retorno del 64 se frustró porque aquí no hubo movilización popular. No queríamos que se repitiera y emprendimos desde La Plata una acción agitativa y movilizadora que finalmente logró congregar poco más de mil personas a la hora de emprender el viaje a Ezeiza.
El gobierno autorizó la presencia de trescientas personas en el aeropuerto, lista que elevó el Partido Justicialista con los nombres más importantes de esa fuerza. Las agrupaciones juveniles nos decidimos a estar ahí como se pudiera. Por las buenas o por las malas.
No teníamos ningún tipo de recursos. Sólo la propia voluntad.
En conversaciones con los principales dirigentes sindicales nacionales les pedimos ayuda para alquilar micros y la respuesta fue que era posible siempre y cuando lleváramos banderas de ellos.
No aceptamos. Nosotros veníamos del combate directo, en las calles, con las bravas policías dictatoriales y no renunciaríamos a la identidad ganada.
El plan general era ir en tren hasta Temperley, pasar la noche donde se pudiera y al amanecer intentar perforar sigilosamente los anillos defensivos preparados por el ejército hasta llegar al extremo de la pista más alejado de la estación aérea. Una vez allí, si se podía, avanzar hacia donde bajaría el general. Si no era posible, desplegar nuestras banderas para que él las viera y se sintiera de algún modo acompañado.
Preveíamos alguna acción represiva del gobierno contra el general y masiva reacción popular. Algún grado de alzamiento, la consigna fue: si se pudre todo, volvemos dispersos hacia La Plata y nos hacemos fuertes en los distintos puntos de acceso a la ciudad o donde esté la gente.
En la estación ferroviaria de La Plata tomamos prácticamente por asalto el tren que salía hacia Temperley a la tardecita del día 16. Llegamos cuando anochecía, se armó una columna, con FURN (Federación Universitaria de la Revolución Nacional), JP y FAEP (Frente de Agrupaciones Eva Perón, donde yo militaba). Llegamos a una localidad llamada Turdera y nos acomodamos en baldíos, alguna casa abandonada, a esperar el amanecer.
Imprevistamente se largó una lluvia intensa que nos obligó a buscar otro tipo de refugio, conseguimos el local de un sindicato en Guernica y muy temprano a la mañana, aún lloviendo, empezamos lo que iba a ser una larga marcha.
Salimos de la zona urbana por calles que ya eran un lodazal.
Habían declarado asueto, así que hasta muy entrada la mañana no vimos un alma en las casitas dispersas que íbamos dejando atrás. De vez en cuando alguien nos regalaba un mantel de nylon para que nos cubriéramos. La gente nos saludaba con simpatía pero no se sumaba.
Empapados y con frío llegamos a un sector en campo abierto con algunos árboles y empezamos a oír cada vez más cerca el ruido de motores potentes.
Eran dos vehículos oruga del ejército con ametralladoras pesadas que pronto nos interceptaron.
Intentamos negociar diciendo que veníamos en son de paz, cantamos el himno nacional y cuando largamos la marcha peronista tiraron sendas ráfagas con las ametralladoras un poco más arriba de nuestras cabezas.
Dispersión; cuerpo a tierra en el pasto mojado o en el barro, búsqueda de protección detrás de los árboles y espera a ver cómo seguía.
Los blindados se quedaron quietos en el lugar. Decidimos emprender la retirada.
Desandamos lentamente el camino bajo la lluvia que no paraba, cuando caminábamos por las calles pavimentadas de Guernica el agua nos llegaba arriba de los tobillos. Por ahí nos dijeron que se había alzado la Escuela de Mecánica de la Armada. ¿A favor de Perón? No lo podíamos creer.
Tampoco sabíamos qué pasaba con el avión donde venía el general. La gente nos decía “bajó y está en Ezeiza”.
Al atardecer, nuevamente en la estación de Temperley tomamos el tren de retorno con una extraña sensación de frustración y tranquilidad por el deber cumplido.
A la mañana siguiente nos enteramos que la suerte de los compañeros de Capital Federal no había sido distinta a la nuestra.
No nos pareció un hecho particularmente heroico lo que hicimos ese día. Había que hacerlo y se hizo. Visto retrospectivamente tampoco lo veo como una gesta singular.
Simplemente tuvo el valor político de ser protagonizado por miles de jóvenes que empezamos a hacer lo que en ese momento entendíamos era nuestro deber.
No hubo ni alzamiento ni participación popular. Tomamos registro que no siempre el ciudadano simpatizante de una causa se moviliza sólo porque la militancia lo haga.
Al general lo pudimos ver la noche siguiente en la residencia de Gaspar Campos. Pero esa es otra historia.
Jorge "Pampa" Alvaro, Diputado Nacional
Telam
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