MI ESCUELA, MIS AMIGOS Y YO... Parte 2



Segundo lunes de marzo del ´91, el despertador me indicaba que eran las seis y media de la mañana. Mi ansiedad podía más que mi sueño y mis ganas de seguir durmiendo. Los desayunos en esos cuatros años que vendrían eran la única y primera oportunidad que tenían en el día de charlar con mi Viejo, él entraba a las 7.15 al Banco y yo, un poco más tarde, ingresaba a la escuela. Ese año y ese mes con camisa blanca, corbata azul –cuyo nudo y color se mantuvo hasta quinto año-, pantalón gris y saco azul comencé el secundario. Todos los días me pasaba a buscar Lomba, en su vehículo o patas, durante toda esa etapa viví en Centenario al 1500 y posteriormente una cuadra más al este donde mi familia tuvo un negocio. Al pasar por la escuela Lisandro nos encontrábamos con Laura que salía de la casa de sus abuelos, al principio desconfiaba de nosotros, pero con el tiempo fue aflojando y finalmente Javier se sumaba a la caravana para caminar todos juntos las dos últimas cuadras en las que nos cruzábamos con los obreros de una Helvética trabajando a full.


Los primeros días de clases fueron difíciles para todos, los varones teníamos nuestros hábitos y mirábamos de reojo a los nuevos compañeros que venían de otros lados pero teníamos además el agregado de las niñas conviviendo en el aula, y así fue que las mujeres por un lado y los hombres por el otro nos sentamos en el salón. La primera en romper el hielo fue, justamente en las horas de Matemática, la Profe Susana quién decidió que nos sentáramos un chico y una chica juntos en los bancos. Mi primera compañera en sentarse conmigo fue María Eugenia... Pobre... Hasta el día de hoy pienso en la locura que tenía en esos días y los momentos, a veces cómicos, a veces grotescos, que tuvo que vivir Maru en esos años. Sin lugar a dudas nació allí una amistad inquebrantable que aún persiste. Los profesores de entonces, y si me olvido de alguien pido disculpas si eso ocurre, fueron Juanita Cañon, Susana Molina, Silvia Parolín, Estelita Martin, María Esther Tapia, Roberto Besso que reemplazaba a Cecilia Manzi, Claudia Salvetti, Miriam Plaini en catequesis, Any Falconi, la entrañable María Rosa Di Rosa y Rubén Magri en caligrafía con su inolvidable frase tomen el portapluma y no la pluma. Los sábados a la mañana concurríamos a algunos de los talleres que se hacían, por ejemplo, yo participaba en el Grupo Solidaridad que comandaba el Dani Sánchez con el Pisu Silvestre. Quizás ahí comenzaba mi llama militante por los problemas sociales.

El año 92 nos traslada al segundo piso del edificio de la secundaria, repetíamos la mayoría de los profesores y se sumaban nuevos compañeros, entre ellos John Jedruch que se convirtió desde esos tiempos en otros de mis compañeros de la vida. Ese año viajamos nuevamente a la Capital Federal a un viaje de estudio y logramos convencer a Luciano que volviera de la Técnica al Razetto. También nos iniciábamos en las tendencias musicales, cabe agregar que a mis catorce años era un beatlemaniaco de primera, los había escuchado por primera vez en casa de los Lombardo cuando apenas tenía diez u once años. Pero la vuelta de Seru Giran, los éxitos de Soda, el ritmo de los Cadillac´s y los lentos en inglés eran los predilectos en los TDK que solía grabar en la casa de algún amigo que me prestaba el casette original. Si algún trasnochado pregunta que es un TDK, eran los casette´s vírgenes que comprobábamos en Seven´s y duraban sesenta o noventa minutos. No quiero olvidarme de los asaltos, que no era precisamente ir a robar un banco, llamábamos asaltos a los bailables que organizábamos en casa de alguna de nuestras familias y en eso teníamos nuestros especialistas. Rody, el Narigón Aureli, Diego Beck, Mauro, Coco, Piova eran los indicados para prepararlos. Con las maderas que sacábamos de la fábrica de Coco se hicieron los esqueletos para las luces, que se armaban en latas de durazno con papeles de colores y con eso se ambientaban los garajes en los cuáles dimos nuestros primeros pasos de bailes. El Narigón solía ser la mayoría de las veces el que hacía de DJ y nos marcaba cuando era la canción previa antes de los lentos... Era el momento en que íbamos desesperados a buscar los abrazos de aquella compañera que más nos gustaba... Y era el momento, en que como pelotitas de gomas rebotábamos como nuevas... Y así de a poco fui conociendo que era eso de estar enamorado de alguien, de sentir en el pecho un dolor que nunca entendía a que se debía, en sentir el sabor de la derrota ante un no quiero o no me gustas, o sólo te quiero de amigo. Y cómo si nada fuera, llegaron los primeros cumpleaños de quince, al primero que fui fue el de Laurita Torres, en el salón de Olimpia. Laura no iba con nosotros a la escuela pero teníamos amigas en común, lamentablemente hoy no está con nosotros y adonde quieras que estés te mando un beso enorme. En ese año también comencé a escaparme por primera vez de casa, en realidad la excusa de dormir en casa de Martín me daba la libertad de salir hasta las seis de la mañana sin que nadie me retara... Ir a Berlín, a Foreman, al Bar de León era nuestras escapadas, siempre con la complicidad de algún hermano mayor de la barra.

Tercer año nos encuentra con el temor que todo era más difícil... Hay que pasar tercero nos decían los viejos... En realidad no fue tan complicado como nos habían pintado. Entre los profesores que sumaban a la plantilla nos recibe María Elena, Ana Carbonell, Liliana Rógani otra de nuestras queridas docentes que partieron temprano de nuestras vidas, Carolina Torresi debutando como profesora de Historia con nosotros, Liliana Mailhou, Guillermo Virgili, entre otros. Ese año, 1993, gran parte de nuestro curso, algunos del cuarto año y varios docentes viajamos a la ciudad de O´Higgins, provincia de Buenos Aires, a pasar tres días de encuentros en la Mariápolis Lía perteneciente al Movimiento de los Focolares. Esta idea nació de José Schoenfeld, y si hablamos de José que puedo decir de él. Era un ser excepcional, bueno, nunca lo vi enojado, jamás trató mal a un alumno. Recuerdo que siempre alguno le gritaba José!!!!, y luego otro y así de pronto había quince o veinte locos gritando su nombre en el patio o en el silencio de una hora de clase, como si él se fuera a enojar. Y José no se enojaba. Con una sonrisa lo decía todo, y de esa manera, sin retar a nadie aquella travesura quedaba en el olvido. A mitad de tercero, nuestros padres conformaron la comisión para el viaje de estudios a Bariloche, si aunque cueste creerlo para un menor de 25 años que lee esta nota, trabajábamos tres años juntando fondos para el viaje. Vendimos rifas, vendimos empanadas, vendimos alfajores y hasta hicimos un par de cenas de mujeres en las cuáles yo y otros más nos disfrazamos de mujeres para desfilar y hacerlas reír a las señoras que tan amablemente nos ayudaban pagando la tarjeta. Más allá del esfuerzo de todos nuestros padres, don Romeo Magri lideró un grupo inolvidable, honesto y muy trabajador que hizo posible nuestro objetivo. Y así llegamos a cuarto, que temor, ya estábamos cerca del final. La Profe Liliana Rógani, un buen día, durante la primera semana de marzo nos sorprende con una noticia. Esa mañana Lili nos dijo, miren chicos yo doy clases en Carcarañá y allí todos los años llevamos los cuartos años a visitar las Cataratas del Iguazú y le propuse a la escuela que este año sean ustedes los que empiecen a hacerlo desde Cañada. Tremenda noticia. Y hacia allá fuimos. En ese año, estaba de moda la canción Lamento Boliviano de los Enanitos Verdes, creo que la debemos haber escuchado dos millones y medio de veces durante el viaje, aunque no molestó tanto como la manito que compró Mauro en algún local paraguayo. Ese viaje fue inolvidable, conocer una de las maravillas del mundo fue un momento que no lo esperaba tan pronto. Debo decir, que gran parte del viaje tuvo un moretón en el ojo a raíz de una guerra de almohadas que se organizaban en la madrugada. También en ese año ganamos las elecciones en el Centro de Estudiantes, en un cierre de lista para el olvido, el candidato a presidente era Gonzalo Casari y me toco acompañarlo en la Vicepresidencia. Ese año recuperamos una manzana en la zona norte que fuimos a limpiar, con los fondos que obtuvimos en las actividades que organizamos compramos pintura para los salones y los juegos del jardín de infantes. La militancia política me picaba y mucho en mi interior. Eran tiempos duros, donde el neoliberalismo empezaba a golpear fuerte. Antes de cerrar el año 1994, éste fue el último como rector de Roberto Mettini, que además era nuestro profesor de Merceología. A Roberto le decíamos Tío, y aún hoy lo recordamos así. No sólo compartíamos el rol de docente y alumno, también nos regaló su amistad. Los sábados a la mañana usábamos el gimnasio de la escuela para jugar tenis criollo y posteriormente compartir un asadito en la Salita Rosa que nos preparaba Don Oscar. Un ser maravilloso, cordial, muy respetuoso en sus palabras. Esas personas que hoy faltan en el país y que verdaderamente se necesitan.

Finalmente llegamos a quinto año. Teníamos nueva Rectora y era María Elena Mateo, la mamá de Luciano y casi una tía para mi. El padre Roberto Monachesi decidió que no había elecciones en el Centro de Estudiantes y que queden las autoridades del año anterior sumando a los delegados de cada curso. Y así me tocó ser Presidente del Centro de Estudiantes, repitiendo los mismos logros que el año anterior. En esta cruzada me ayudó Rody, Luciano, Leo Falleroni, el Melli Pooli y todos los delegados de los cursos. Fue una linda experiencia, donde también me sirvió para conocer las miserias de algunos que no entendieron las reglas de juego y en vez de sumar se dedicaron a restar sin tener en cuenta el valor de la entrega y la solidaridad que veníamos llevando desde siempre en la institución. Ese año recibimos como profesores a Omar Mirleni en Economía Política, a la profe Susana de inglés y Rosana Chale en Contabilidad. Las clases del Gordo Mirleni fueron un anticipo de todo lo que sucedió en el país con la crisis del 2001 y la caída del sistema. Nuestro uniforme emblema no fue usar una remera sino un jardinero. Los varones tuvimos el privilegio que los profesores nos pagaran un lechón que comimos en el parque, y allí se entremezclaron como adolescentes el Chelo Alegro, el Lobo Mogliani, Mirleni, Oscar, Guillermo, Roberto y Carlitos Millán. Ese día nos subimos diez al Fiat 1500 de Moyanito, que pasado de copas dormía en un sillón, nunca entendió y supo quién le había dado vuelta el auto. Y un buen día llegó el final, cada uno debía elegir que camino seguir. Por ese entonces ya tenía decidido estudiar Educación Física, y para no sentirme sólo se sumó Rodolfo y durante un breve lapso Noelia en el Profesorado. Pero antes de terminar mi historia en la escuela quiero recordar un par de cosas que sería imperdonable no contarlas...

En la última etapa del secundario, Edith Avenali, quién fuera nuestra asesora espiritual durante toda esa etapa desde la catequesis, junto a un grupo de padres forman los recordados Grupos Vale, bajo el lema, Vivir con Alegría la Entrega. Nuestros padres guías fueron dos matrimonios, los Magri y los Tomás, pero finalmente quedamos sólo en casa de la Negra y Romeo. Cada encuentro era un nuevo descubrir, descubrir en lo más profundo a nuestros compañeros, conociendo sus temores, sus miedos, sus sueños. Terminábamos llorando como niños y cada una de esas jornadas nos servían para fortalecernos como grupo humano, relación que aún después de dos décadas y media la llevamos adelante. También teníamos profundos debates de nuestra visión de la vida. Hablamos del aborto cuando nadie lo hacia. Hablamos del suicidio, de los noviazgos, de nuestras familias. Éramos humildes en nuestras formas de vivir, nuestra fiesta de graduación fue un encuentro familiar donde no competíamos quién tenía el mejor traje o vestido, ni se nos ocurría gastar diez mil pesos en ropa y mucho menos endeudar a nuestros viejos. Era la última noche en que todos íbamos a estar juntos, y así fue, porque a pesar que cada año nos reunimos, no siempre estamos todos.

Hoy cierro los ojos y empiezo a recorrer el patio de la escuela donde nos sentábamos a comer el sándwich de la mañana, el rincón donde alguna vez besamos a nuestro primer amor, la capilla que era el espacio de reflexión y hasta a veces de escondiste. Hoy lo veo a Moyanito trabajando en el taller, escucho la voz de Martha desde la biblioteca, siento el olor al locro que vendíamos los 25 de mayo y cuando llego al baño el olor al pucho que fumamos por primera vez. Mientras camino en este loco sueño los encuentro a los preceptores, cómplices de muchas de nuestras locuras, y allí están Bibiana, Chelo, Marcelo Luque y la recordada Ethel. Y al entrar al salón lo encuentro al Miguelito, con su sonrisa que nos indicaba que alguna travesura se venía en marcha. Uff... Cuánto extraño no verte Loco, cuántas cosas hicimos juntos al terminar la secundaria. Ojo, no la digas allá arriba, faltaría que no nos dejen entrar en nuestro reencuentro. Pero todo es un sueño, hoy mi escuela creció y muchos de los que nombré ya no trabajan más allí. Roberto y José estarán con Don Oscar mirando todo desde arriba y nosotros desde acá abajo, cada día que nos juntamos recordando que siempre hubo un tiempo que fue hermoso y fuimos libres de verdad...

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