Lord George, un gran italiano

Giorgio Napolitano, el presidente italiano con más años en el cargo, se va, con dos medallas: el jaque mate a Berlusconi y una cierta estabilidad del país.


En un momento duro y desconcertante para Europa, sale de escena uno de los hombres que han contribuido a evitar el desastre en los años de turbulencia financiera y de ruptura del consenso. Giorgio Napolitano, presidente de la República Italiana, firmó ayer la renuncia al cargo, después de casi nueve años (2006-2015) en el palacio del Quirinal de Roma. El mandato más largo desde 1948. El presidente más ‘monárquico’ desde la derrota del fascismo y la caída de los Saboya. Uno de los presidentes más sólidos en un país con muchos saltimbanquis. Un personaje singular, por su carácter y por su significación, puesto que fue, durante muchos años, alto dirigente del Partido Comunista más potente de Occidente.

Napolitano, 89 años en el momento de firmar la renuncia, ha llevado el timón del país más importante del sur de Europa en plena tempestad. La gran tormenta de la deuda. Poco antes del verano del 2011, Portugal había pedido el rescate. Grecia se dirigía al desastre, tras la negativa del Directorio Europeo a la idea del primer ministro socialista Yorgos Papandreu de someter a referéndum las medidas de austeridad. Derrotado en las elecciones locales y regionales de mayo, José Luis Rodríguez Zapatero pulsaba el botón de eyección, para salir disparado, con paracaídas, de la cabina del Partido Socialista Obrero Español. Cadena de debilidades, de Lisboa a Atenas.

En agosto de aquel año, el presidente del Banco Central Europeo, Jean- Claude Trichet, enviaba sendas cartas a Madrid y Roma, exigiendo urgentes medidas de reforma y recorte del gasto público. Todo el sur de Europa volvía a ser zona crítica para el orden occidental. Y en Roma, Silvio Berlusconi, el millonario que prometía arreglarlo todo, estaba atrapado en el interior de un harén.

Acorralado por el escándalo de las ‘velinas’, las bellas chicas atraídas a su mansión de Cerdeña con el señuelo de una rápida carrera en la televisión, el magnate de Milán había entrado en fase Calígula. Emperador desquiciado, amenazaba con incendiarlo todo para evitar la humillación y el hundimiento. Mientras Zapatero se sacaba de la manga una reforma exprés de la constitución española, Berlusconi amenazaba con convocar elecciones y llamar a los italianos a la rebelión contra Alemania. Un día de otoño, el tribuno acudió al Senado y descubrió que había perdido la mayoría. Subió a la colina del Quirinal, presentó la dimisión al anciano presidente de la República y este se la aceptó inmediatamente, en vez de encomendarle la recomposición del bloque dominante.

Napolitano era en aquel momento el hombre más popular del país. La fase caligulense de Berlusconi realzaba su seriedad y su sentido institucional. Hijo de una familia burguesa de Nápoles, lleva el apellido de su ciudad. Napolitano se afilió a los veinte años al Partido Comunista, símbolo principal de la resistencia a Mussolini –un paso que dieron muchos jóvenes universitarios en la Italia hundida por el fascismo en 1944–, se formó en los laberintos de la guerra fría y nunca dejó de ser un reformista. Exponente del ala gradualista del PCI junto con Giorgio Amendola, conocidos también como los ‘miglioristi’ -partidarios de mejoras graduales-, fue el primer dirigente comunista occidental en ser autorizado a viajar a Estados Unidos. Por su porte y filiación, en el partido le llamaban Lord George.

Los comunistas nunca consiguieron la mayoría electoral en Italia, pero sus dirigentes lograron asentar la imagen de gente cerebral y seria. “Eran peor que los jesuitas”, solía repetir el periodista Indro Montanelli, notorio anticomunista en los años de apogeo del PCI. Napolitano pertenecía a esa escuela y desplegó toda su experiencia cuando vio que el país se podía venir abajo. El desprestigio de Berlusconi disparó su popularidad. Gustaba a la izquierda y no molestaba a la derecha. Se entendía bien con el Papa de Roma –Joseph Ratzinger en aquel momento– y tenía abierto un excelente canal de comunicación con la presidencia de Estados Unidos. Barack Obama le ha recibido en más de cuatro ocasiones en los últimos años.

En noviembre del 2011, Napolitano aceptó de inmediato la dimisión de Berlusconi y encargó la formación de un gobierno de personalidades independientes de alto perfil técnico, con el objetivo de evitar el shock séptico de las cuentas públicas, antes de convocar nuevas elecciones. Dio el encargo a Mario Monti, un riguroso eurócrata en buena sintonía con Mario Draghi, a la sazón nuevo presidente del BCE. Napolitano, Monti y Draghi son hombres clave de la crisis europea que aún no hemos cerrado. Los tres mataron al populista Berlusconi. Comenzaba la fase de los ‘gobiernos técnicos’. Grecia pronto seguiría el mismo camino. España estuvo a punto.

Napolitano concluyó su mandato de siete años en abril del 2013 y le pidieron prórroga porque el cónclave republicano era incapaz de ponerse de acuerdo sobre el nombre de su sucesor. Elegido por los diputados, los senadores y representantes de las regiones, el presidente de la República Italiana manda menos que el presidente francés, pero bastante más que el presidente alemán. Es el jefe de las fuerzas armadas, preside el poder judicial y tiene la potestad de disolver las cámaras cuando el primer ministro pierde la mayoría parlamentaria, cosa que suele ocurrir, puesto que la República de 1948 es perfectamente bicameral.

Con noventa años a cuestas, Giorgio Napolitano ha aguantado los dos años de prórroga que le pidieron. El gobierno de su país, en manos del hiperactivo Matteo Renzi, hoy parece estable, y el heterogéneo Partido Demócrata, novedosa amalgama de católicos progresistas, católicos centristas y excomunistas, va en camino de aparecer como el Partido de la Nación. Grecia vuelve a estar inflamada, España está muy nerviosa y los sucesos de París oscurecen la perspectiva e inundan de inquietud las grandes ciudades europeas. El euro se está depreciando, el petróleo se cotiza por debajo de los 60 dólares y la Comisión Europea, con el permiso de Alemania, relajará la presión sobre Italia y Francia.

Giorgio Napolitano se va por la puerta grande.

Fuente: La Vanguardia por ENRIC JULIANA

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