Comienza el año 1925, Trujillo regresa de la Colimba, en Cañada se inaugura el Teatro Verdi y comienza su relación con el Sport Club Cañadense.
El año veinticinco nos presenta
a nuestra vieja y querida Cañada
con un nuevo telón, año suplantan
el verde esmeralda de ayer y forman
otro barrio de obreros ferroviarios.
Todo aquello ocurrió en mi año de ausencia;
el regio campito que daba frente
a la “gran bomba” del ferrocarril,
donde tantas veces mi barrilete
voló y caza di al pobre pajarillo
que en la región vivió en bandadas miles,
donde la vizcacha tuvo su cueva
antes que su cancha Everton tuviera,
y en donde el cuis, implacable roedor,
vivía también y su especia aumento,
todo eso y más, sepultado quedó
tras el progreso que siempre nos vence.
Ya estaba de vuelta, el cuartel había
quedado muy atrás en mi vida nueva.
Corren los días, mi problema por falta
de trabajo se acrecienta, el Estado
no interviene para solucionarme
el inconveniente, que como todos,
tuve por más de tres meses injustos.
Por fin el futbol me salva; el Sport
Club Cañadense me ubica en la Casa
Maranetto y Sidler, que en San Martín
y Rivadavia estuvo largos años.
Este puesto enojó a los camaradas
del querido Club Misterioso. Nadie
aceptaba que mi persona fuera
a formar en el viejo club celeste.
La rivalidad hacia esa entidad
privaba entonces de tales derechos,
por cuya causa difícil me fue
arriar mi gran bandera deportiva.
Se apaga el verano y con él las risas
carnestolendas se esfuman de nuevo.
Hacia las canchas de futbol nos fuimos,
empezamos otra vez a entrenarnos,
y fue en el primer domingo que dimos
contra el suelo al volcarse nuestro Ford
sobre la vereda de los hermanos
Ricca, cuando confundido Brillante
nos envistió en el medio de la calle
dejando como saldo a nuestro coche
destrozado, como también quedo
la bicicleta de Luis Cupulutti
que sobre el estribo traíamos atada;
pequeños rasguños tuvimos Varni,
“El Flaco”, Domínguez, Benaglio y yo
esa mañana que todos rodamos.
Corre el año y son otros mis amigos;
al principio, caras nuevas alternan
conmigo en el deporte y donde actúo.
En ese ambiente extraño sufre mi alma
un raro malestar que no soporta.
Sabía yo que no era autor sino victima
de la desocupación que obligó
a separarme de mis compañeros
que por tiempo tuve en todas las horas.
Sport Club juega con los “Misteriosos”
en su vieja cancha. Por vez primera
me enfrento contra mis ex camaradas,
allí por parte de José Bertone
maltrato de palabra recibí
desde las barandas. La situación
me puso molesto al último grado
y fue terrible el fastidio que anduvo
remordiendo con fuerza mi conciencia
esa tarde y mucho tiempo después.
Mi entusiasmo por el futbol decae,
y mi “valor” ese que se cotiza
cuando la “gloria” se mantiene al brillo
también a raíz de que no estaba en mí,
del todo, aquella que fue muy distinto,
hondamente diferente; las cosas
movidas con calor espiritual
no pueden cesar nunca bruscamente,
tal razón se explicó en los hechos cuando
debí quedar donde poco sentía.
Aquella verdad, no pude ocultarla
y tiempo después, recién empecé
a familiarizarme con lugares
y personas que trataba en el nuevo
círculo, y fue así que me aclimate,
y ya al finalizar la temporada
mi adaptación era firme y total.
El Sport Club, con Florencio Varni
de presidente, construye su nuevo
estadio al noroeste de la ciudad.
Ese paso gigante, el corazón
levanta, y dentro y fuera del club, corre
el entusiasmo ilimitadamente;
se trabaja con firmeza y lealtad,
se acude de día y de noche al lugar
y el esfuerzo así realizado, frutos
produjo de un bien cien veces soñado.
Cañada inaugura su Teatro Verdi,
obra que para la época prestigia
a la Sociedad Italiana
en sumo
grado. El edificio suplanta al patio
de robustos eucaliptus y anula
el portón que sobre calle Moreno
y Ballesteros había. Así quedo
clausurado el espacio que se usó
para jugar a la bandera, trompos
y bolitas, cuando se festejó
el “Veinte de Setiembre”, con su tómbola,
palo “enjabonado” y cédulas rosas.
A la primera función se invitó
al gobernador Aldao que llegó
por ferrocarril. A su arribo un público
numeroso, en el andén le esperó,
brindándole cordialmente el saludo
de bienvenida, mientras una cámara
cinematográfica nos registra
en el celuloide el motivo aquel.
Maranti, con su compañía italiana
de ópera, la amplia sala conmovió
aquella noche; el teatro desbordó
en grande concurrencia que expresando
su júbilo, sin cesar aplaudió;
y el ambiente fue perfumado todo
con el Negro Narciso de Carón,
Cismondi el obsequio hizo e esa fecha
inolvidable, de rasgos románticos,
noche de ensoñación, con escenarios
de artísticos telones, recubiertos
de flores, donde una góndola blanca
a las aguas se hacía en un lago azul
que se esfumaba entre las bambalinas
del teatro, que tanto en llegar tardo.
Ahí, después de la colación de grados
donde Teresa Agostini, Yolanda,
Amalia, Dalaglio, Carlota, Delcia,
Schupak y otros maestros, sus diplomas
recibieron en esos días de fiesta,
y posaron en las gradas del teatro
para la película que los actos
de esa fecha total documentó;
tiempo más tarde, pasó José Arata,
María Melatto, Camila Quiroga
y decenas de compañías del arte
nacional y extranjero, que pisando
las tablas del escenario soberbio
esculpieron el más grato recuerdo.
Berardi, Giorgio, Matrone y Calvet
actuaron como empresarios al día
siguiente de aquella inauguración.
Cañada evoluciono prontamente
hacia una mayor cultura, ganada
con toda justica. Constantemente
la venta de entradas y abonos dijo
con claridad del avance auspicioso.
Sebastián Albertengo, confidente
bien sincero en mis años de soltero,
respondió siempre a todos mis pedidos
cuando su compañía en el cine o teatro
requería, y de igual manera para el
yo respondí, sin presentar jamás
ni uno ni otro inconvenientes; por largos
meses así seguimos hasta dar
fin a nuestra curiosa coincidencia.
La noche del Veinticinco de Mayo
del año veinticinco, aquella incógnita
se nos disipó al preguntarnos sobre
quien nuestro interés poníamos. Allí
ya no podíamos mantener la franca
amistad que por tiempo nos unió.
En un grupo de chicas, también entre
ellas compañeras, estaba quien
tanto nos agradaba, y suponiendo
mi amigo que esa noche mi “Julieta”
no concurría a la velada me dijo:
me imagino que al teatro tú no irás,
y cuando le reafirmé que si iría,
me requirió que al final le dijera
por quien yo tanta inquietud demostraba,
y al oír de mis propios labios decir,
me pregunto si la que pretendía
era maestra y como tal ejercía,
si –le respondí- y al quedar todo en claro
un algo de rubor vino a nosotros;
nuestra dama en total ahí descubierta
culpa en el caso creímos no tenia,
y por todo, en un difícil momento
entre ambos nos encontramos, teniendo
que decidir por medio de un sorteo
que con una moneda realizamos
la misma noche antes de separarnos
donde sentamos como base aquello:
si nuestro error había sido notado,
excusarnos por ello, y proseguir
tal cual hacían los caballeros para
sostener allí la amistad con quien
tanto respeto y consideración
merecía. El destino me señaló
“culpable” y me toco afrontar todo,
separándome para siempre del
confidente más noble que paso
por mi juventud; Mi esposa me “dice”
aún, que no hubo error, por eso formó
su hogar con quien siempre la compendió.
El tifus en nuestra vieja Cañada
seguía haciendo sus estragos terribles
por no haber en el ejido local
los medios de salubridad propicios
para suprimir su propagación.
Los pozos comunes que nos surtían
de agua potable, como también
las sucias letrinas, sumaban lustros
de existencia. Ese mal, mientras el tiempo
corría, multiplicaba su herejía,
y fue entonces que las autoridades
se interesaron por el aludido
problema, determinado por fin
poner término a tan contaminado
estado infeccioso de infiltración.
Al notar el pueblo el primer jalón,
que el ingeniero al demarcar clavó,
diversos juicios sobre los trabajos
emitió, resultando por sus formas
casi todos adversos al futuro
sistema de higiene que prestaría
Obras Sanitarias de la Nación.
Se dijo: ¡Onerosa la erogación
para la instalación domiciliaria
y mala el agua que se bebería!
Esas creencias rodaron hasta dar
con quienes desvirtuaban semejante
error y exponían clara la verdad;
mas, quejas del propietario pudiente
fueron las que colmaron el ambiente.
Termina el año en medio de una firme
prosperidad. La zona norte, desde
el bulevar Centenario hacia arriba,
se salpica de nuevos edificios.
La ciudad crece con ritmo saliente
y el trabajo aumenta en todos los círculos.
El dinero tiene su verdadero
valor adquisitivo y no hay trastornos
sobre la escasez de mercaderías,
existiendo libertad de comercio,
y los precios se regulan a diario
por la oferta y la demanda, razón
que hacía feliz a todo ciudadano.
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