La recordada tienda La Nueva de Crecencio Cejas y Clodovaldo Monsalve en la década de 1920, estaba ubicada en la céntrica esquina de Lavalle y Moreno |
En este año Trujillo como conoció a su novia, sus cambios en el trabajo, los automóviles y la vida de lo jóvenes de aquellos locos años veinte.
El veintiséis empezó bien risueño
para mí. Ya entonces las cicatrices
eran menos visibles en mi espíritu
y el optimismo me brindaba frutos
mejores y hasta una novia me dio.
Ella era silenciosa, inteligente,
de delgado talle y tranquilo andar;
y en cristalino espejo retrató
su vida de cuatro lustros de edad
cuando en la aurora la conocí yo;
en el transcurso del año anterior,
su carácter, tanto al mío era distinto,
que por diferente aquella rareza
se adentró más hondamente en mi ser.
Desde el primer instante comprendí
que me presentaba ante quien las cosas
discernía bajo un criterio distinto
a mis modales. Todo lo que a mi
me resultaba fácil, se tornaba
para ella de mucho cuidado o difícil.
Su prudencia, a mi vehemencia enseñó
a usar el tacto, calma y tolerancia,
y en esa forma mi impulso frenó
cien veces, ante la torpe injustica
que con furia conmigo se ensañó.
El auto, cuando el año veintiséis
pasaba, cubría una línea ascendente,
multiplicándose en todas las calles
de nuestra ciudad. A aquellos primeros
Ford, los desplazaban los Dodge, Rugby,
Fiat, Studebaker y tantos otros
de marcas diferentes que en el tiempo
aquel, afloraron con gallardía
propia de un progreso sin trabas, libre,
donde la confianza fuera el mejor
aliciente entre las cosas de entonces.
Allí, casi como la luz, volando,
Nestor Rubé con su coche pasó,
dejando en cada viraje que dio
huellas profundas que Lydia sonriente
en miles y miles noches de ensueños
hasta quedar dormida acarició.
¡Prepotente!, con aire de nobleza,
cuyo linaje no se supo donde
nacía, también surcaba desde el norte
hacia el sur y desde el oeste hacia el este,
un menor con un Dodge de Rovere;
rabia les dio a la señora Felisa,
a Ottorino, Maranetto, Borgogno
y a los “señores”, cuando por las tardes
en sus paseos, de tierra los llenó.
Y entre los coches que a “bigote” había,
cedió al progreso el de “alquiler” que tuvo
el gran Rodríguez por aquellos días
cuando sin Beltramone, bien formaron
el “sindicato sin secretaría”.
Aquel Fiat del potentado Agustín
que era largo como su vanidad,
atrajo la atención de todos, como
si fuera una estrella de refulgente
cola, que al deslizarse por el suelo,
tanto encandiló, que su novedad
alborotó hasta las cosas del cielo.
Y de diversas maneras la gente
exteriorizaba su simpatía
por las formas y marcas de los coches;
todo ya era una competencia loca,
y de seguro que si en el mercado
hubiera existido alguno más largo
que el que la pompa de Agustín compró ,
otro, mas fastuoso o como él quizás,
habría sido el dueño, sin discusión.
Las bravas competencias argentinas
del automovilismo en carreteras,
despertaban entonces un profundo
entusiasmo, y fue así que en aquel tiempo
Zini y Larini actuaron por primera
vez en esta prueba de envergadura,
pues, como recordamos, los extensos
recorridos de ida y vuelta se hacían
por destrozados caminos de tierra,
donde el polvo era cortina asfixiante,
o a la inversa, profundos lodazales.
Ya para nosotros, Larini había
actuado como un “astro” popular;
su perfecta imitación a Carlitos,
el más grande cómico que tuvimos
en esta era, le dio tal nombradía.
¿Quién no lo recuerda al joven “Chaplin”?
Pepe Guerra, animó este este personaje,
y Nito, dio a todos los niños, gratos
momentos, inolvidables por cierto,
su alma tuvo siempre luz generosa.
Ya finalizando el año últimamente
mencionado y después de haber vivido
instantes felices en el comercio
de la firma Maraneto y Sidler,
donde se me brindó sinceramente
la más afectuosa y grande amistad ,
pasé por razones de conveniencias
a trabajar en la tienda “La
Nueva ”,
como empleado, la que entonces estaba
en la esquina de Lavalle y Moreno,
cuya firma giró bajo los nombres
de Cejas y Monsalve. En ese punto
señalado, no encontré el mismo ambiente
dejado, todo otro viso tenía
a pesar de que los nuevos patrones
eran ya viejos camaradas míos,
por esa causa creí no variaría
nuestra amistad en el nuevo lugar,
cosa que no ocurrió de tal manera;
siempre conviene pensar dos veces
antes de renunciar bienes en manos.
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