Dar a cada uno lo que merece


En los últimos años a raíz de la derogación de la Ley de Obediencia Debida y Punto Final, son muchos los juicios llevados a cabo y concluidos a represores de la dictadura cívico-militar ocurrida entre los años 1976 y 1983. Nuestra ciudad cuenta con tres cañadenses desaparecidos y casi medio centenar de personas que fueron exiliadas, perseguidas, detenidas y que sufrieron atentados en su vivienda o a sus vidas.
Y porque nos atrevemos a decir que el último golpe fue cívico-militar y no solamente militar, es precisamente que existió una complicidad civil que junto a la Junta Militar trabajó para llevar a cabo ese proyecto económico, social y cultural que mató a más de 30000 argentinos y condenó a millones al hambre y al retraso pedagógico en que aún se lucha por salir.
Nuestra ciudad no fue un iceberg, muchos civiles fueron cómplices de alguna u otra manera con el genocidio o la persecución a los cañadenses. Algunos recibieron al Gral. Morresi con un gran saludo de bienvenida, otros participaban de la Asociación de Amigos del Orden y la Seguridad, uno era Policía Militar, te revisaba al bajar del colectivo y digitaba antes sus superiores quién era “subversivo” o no,  otros llamaban por teléfono alcahueteando a las botas sobres las actividades que realizaban aquellas personas que luchaban por la libertad en nuestro país y quizás disfrute de la libertad de los aires locales el que mató a Fanny Giordano, a Daniel Bertone y a “Trucha” Giordano. Lo peor es que hoy algunos de ellos son señores funcionarios del estado, otros tienen edificios a su nombre y otros caminan por la calle sin el menor de los remordimientos. Quizás nunca tengan la condena que se merezcan pero algún día pagarán por lo cometido. A continuación transcribiremos una nota de Pacho O´Donnell, “Los Cómplices Civiles de la dictadura”:
Se ha instalado el hábito, no ingenuo como veremos, de nombrar al ominoso Proceso de Reorganización Nacional como “dictadura militar”. Al hacerlo, sin darnos cuenta, indultamos la esencial participación civil en el mismo.
Está demostrado el prematuro compromiso de políticos, economistas, religiosos y periodistas en la preparación del golpe de Estado favorecido por el pésimo gobierno de María Isabel Martínez de Perón y José López Rega que con su insólita ineficiencia, la violencia parapolicial de la Triple A, la corrupción generalizada, la licuación de salarios y ahorros, había creado un vacío de poder y una disconformidad colectiva que facilitó el suave aterrizaje del golpe.
La designación de Martínez de Hoz y su equipo de colaboradores estaba decidida con mucha anticipación, como así también el proyecto de progresivo desmantelamiento del Estado a favor de sectores concentrados nacionales e internacionales, sobre todo financieros, proyecto que se enraizaba en una nefasta tradición histórica del liberalismo argentino: liberal en lo económico y autoritario en lo políticosocial. En este caso ambos principios llevados a su exacerbación, puesto que el pretexto no era, como en asonadas anteriores, el supuesto reordenamiento de la vida institucional, sino que lo que se puso en marcha el 24 de marzo de 1976 fue el proyecto de transformación total de la organización económica, social y política de nuestro país.
Una vez instalada la dictadura en el poder la complicidad civil fue, aún, más manifiesta. Ministerios clave como Economía, Educación, Relaciones Exteriores, Cultura, fueron ocupados por civiles que nunca fueron juzgados por ello; economistas de primer nivel que diseñaron, justificaron y protagonizaron políticas económicas que les era obvio que conducían al desastre, pero que les permitieron, mientras duraron, rentabilísmos negocios especulativos a favor del endeudamiento suicida y antipatriótico; empresarios que privilegiaron los negocios con el Estado facilitados por la absoluta falta de controles institucionales sin importarles el costo humanitario; artistas que se avinieron, con elevado provecho económico, a filmar películas exaltatorias del Mundial o amables comedias con las fuerzas armadas de protagonistas; sindicalistas que aprovecharon el terrorismo estatal de ultraderecha para eliminar a sus adversarios del peronismo combativo o de izquierda; intelectuales de valía que, a pesar de que muchos de sus colegas habían desaparecido, se habían visto obligados a exiliarse o nutrían las listas negras que les impedían el derecho al trabajo, aceptaban almuerzos con Videla, embajadas en el exterior o escribían y opinaban sobre temas encubridores.
El olvido colectivo que ha garantizado impunidad a un factor tan esencial de aquella época negra, se debe a que muchos de los cómplices civiles del Proceso continúan, hoy, en actividad, ocupando posiciones de importancia, tanto en el área pública como privada. Es claro que los uniformados deberán pagar por su responsabilidad en aquella inmensa tragedia nacional, cuyas consecuencias perduran hasta nuestros días, pero reconozcamos que el ser hoy, paradojalmente, el sector social más indefenso de los que participaron los hace aptos para descargar allí, expiatoriamente, toda la responsabilidad y así disculpar al otro socio, sin el cual el Proceso no hubiera sido posible: los civiles.
Por ello, aprendamos a denominar al período 1976-1983 como “dictadura cívico-militar”, para cumplir con lo que hace muchos siglos reclamaba Simónides de Ceos: “La justicia consiste en dar a cada uno lo que merece”. Y no cejemos en el reclamo de que los responsables civiles, autores intelectuales de aquel monstruoso drama nacional, sean llevados a los tribunales de Justicia para que rindan cuenta por su participación.

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