Fue el gran médico sanitarista que tuvo el país. Desde el Ministerio de Salud del primer gobierno peronista plasmó su idea de que los avances científicos sólo cobran valor cuando llegan a los humildes. Dejó una obra monumental. Murió en el exilio, pobre y difamado.
El doctor Ramón Carrillo sabía que pronto iba a morir, pero no perdía el humor: "Con los pies para adelante, no. Todavía no", dijo a los enfermeros que en complicada maniobra trataban de acomodar la camilla a una escalera del pequeño hospital de Belem do Pará, ciudad puerto de Brasil. Allí se exilió Carrillo, acosado por el golpe militar de 1955 aunque sus desventuras habían comenzado un año antes, cuando la puja interna en el gobierno peronista provocó en 1954 su renuncia al cargo de ministro de Salud Pública y Asistencia Social que desempeñó desde 1946.
El deceso ocurrió el 20 de diciembre de 1956, a los 50 años de edad, por hipertensión crónica y mal atendida que lo sumergió en un coma profundo de veinte días. Ese tiempo de penurias lo testimonió su esposa, Susana Pomar, en el programa Televisión Abierta que en 1985 conducía Horacio Salas en Canal 13. En esa emisión, titulada "Vacuna contra el olvido", reveló la señora de Carrillo que en Brasil "subsistimos por la caridad de la gente". El precario ingreso fijo provenía del trabajo como médico rural y de los clandestinos envíos de dinero que desde Buenos Aires efectuaba el colega y amigo Salomón Chichilnisky.
Carrillo nació en la capital de Santiago del Estero el 7 de marzo de 1906. El mayor de diez hermanos cursó hasta la escuela secundaria en su comarca. Se doctoró en la Universidad de Buenos Aires, con medalla de oro al mejor estudiante de la promoción 1929. Con una beca se perfeccionó en Europa y su abanico profesional abarcó las especializaciones en neurocirugía, neurobiología, médico sanitarista, investigador y académico en cátedras ganadas por concurso.
Sur, peronismo y después
Alguna velada porteña lo reunió con otro santiagueño: Homero Manzi. Compartieron ideales y esperanzas que el autor del tango "Sur" canalizó en la Fuerza Radical de la Joven Argentina (FORJA) y en el apoyo al rumbo del primer gobierno peronista.
Arturo Carrillo, autor del libro Ramón Carrillo. El hombre, el médico, el sanitarista, contó que la camaradería entre su hermano y el poeta se extendió hasta el final de los días de Manzi, en 1951. Para el "buen morir", le preparó un ambiente en el sector del Instituto Costa Boero, con ronda permanente de visitas instruidas para que el desenlace se despojara de dramatismo.
Carrillo pregonó humanizar la medicina y exhortó a sus pares a pensar socialmente.
Los recopiladores de la carrera de Carrillo, como Marcos A. Ordóñez, mencionan su identificación con la Escuela de la Neurobiología Activa, con ejercicio en el Hospital de las Mercedes y en el de Alienadas, actuales Borda y Moyano, respectivamente. (Ver recuadro los locos de Carrillo)
En 1939 asumió la dirección del Servicio de Neurología del Hospital Militar Central, en el que se trataba a conscriptos con insuficiencias físicas, con un patrón común en el diagnóstico: enfermedades de la pobreza contraídas en zonas marginales del país.
En el nosocomio castrense, Carrillo conoció a un coronel que insinuaba capacidad de liderazgo desde el golpe del 4 de junio de 1943. Cuando Juan Domingo Perón lo invitó a ser miembro del equipo de gobierno en 1946, el médico entrevió la oportunidad de llevar a la práctica el objetivo de que la salud se entendiera como un primordial derecho humano y un componente esencial de la justicia social.
La secretaría del área se elevó a la categoría de Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social, plataforma para que en el período del Estado de Bienestar se atacaran, con decisión y medios suficientes, males endémicos.
Carrillo denominó "grandes batallas" –y para reforzar el concepto se vestía de fajina– las emprendidas contra la tuberculosis, la mortalidad infantil, el Chagas, la lepra, el paludismo, la sífilis, la brucelosis y el tifus. Lanzó campañas masivas de vacunación y estimuló la conciencia sanitaria. La asistencia pública dejó de tener el estigma de la beneficencia.
La obra de Carrillo quedó en pie por la envergadura de la infraestructura que propuso y logró para el sistema. Institutos, centros de investigación y hospitales cubrieron vacíos con tradición de omisiones. Proyectos en curso fueron paralizados cuando se alejó del ministerio y con mayor énfasis amputador por acción de la "revolución libertadora".
Comisiones "investigadoras" catalogaron de "ladrón de nafta" al doctor Ramón Carrillo y la infamia saqueó la biblioteca y la pinacoteca de su domicilio particular. Las autoridades brasileñas recibieron la queja de los déspotas por asilar a un "prófugo".
Carrillo había salido del gobierno el 15 de julio de 1954. Su hermano Arturo brindó, años después, la versión del conflicto que motivó la dimisión: "La tarea de Ramón tenía un motor en Evita. Cuando ella muere todo eso pasa a un plano secundario. Había un desgaste, se empiezan a insinuar desestabilizaciones, el periodismo ignora los logros de Perón. Ya se estaba plasmando la Libertadora. Y esa revolución tenía sus propios personeros en el gobierno".
La conjura desató otras referencias no confirmadas. Son las que sostienen que Carrillo polemizó con el marino Alberto Tesaire, vicepresidente de la Nación, al que se acusaba de un manejo verticalista y de incapacidad para la negociación política en la instancia de una oposición creciente que conmovía la gobernabilidad. Lo cierto es que, derrocado Perón, a Tesaire se le atribuyó ser "el cantor de las cosas nuestras", una manera de calificarlo delator. La incógnita es por qué el líder no respaldó a su valioso ministro, que partió al exilio, pobre y difamado.
Recién en el 2006, a medio siglo de su muerte, se le rindió el merecido homenaje, por decreto del Poder Ejecutivo. Fue oportunidad para compartir con el humanista Ramón Carrillo que "sólo sirven las conquistas científicas sobre la salud si son accesibles al pueblo".
El Argentino
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