Con infatigable servilismo, consiguió llegar a Perón y Evita. Con promesas políticas y esotéricas, sedujo a Isabelita. Y con ella construyó su escalera al poder. Desde el Estado creó y dirigió la banda criminal Alianza Anticomunista Argentina. Apogeo y caída de José López Rega, "El Brujo"
Por Marcelo Larraquy
El primero de julio de 1974, el monitor que mostraba el corazón de Perón se iba apagando. Los médicos habían probado con respiración artificial y masajes cardíacos. Pero el cuerpo ya no tenía irrigación cerebral ni reflejos papilares. La muerte clínica era un hecho. Entonces, intervino José López Rega. Tomó los tobillos del General, entrecerró los ojos, balbuceó un mantra y mientras sacudía sus piernas gritó: "¡No te vayas, Faraón!".
Ese hombre, pequeño y semicalvo, inscripto en la historia con el mote de "El Brujo", fue el mandamás de los años más violentos del siglo XX en la Argentina.
Hijo de inmigrantes españoles, su madre murió en el mismo momento que lo estaba pariendo, el 17 de octubre de 1916. Su padre era taxista.
Los primeros cincuenta años de su vida, López Rega los vivió en la casa familiar de la calle Guayra 3761 (hoy Tamborini), en el barrio de Villa Urquiza. Cuando se casó con Josefa Maseda, se fue a vivir a la habitación del fondo.
Después de un puesto de peón en la fábrica Sedalana y de probar con algunas creaciones manuales sobre cobre que vendía en el barrio, ingresó a la Policía Federal. A los 28 años ya era agente de la comisaría 37ª. Mientras, aspiraba a convertirse en tenor lírico. A pesar de las dudas que despertaba su registro vocal –bastante ligero–, comenzó a estudiar en el Conservatorio Donizetti. Llegó a cantar en el programa La matinée de Luis Solá, en Radio Mitre y –gracias a una beca de promoción– en emisoras de onda corta de Nueva York. Un viaje demasiado largo para quien había pasado muchas noches en el salón club El Tábano, improvisando algunas arias a capella. Por entonces, el crédito artístico de Villa Urquiza era el "Polaco" Roberto Goyeneche.
De Perón a la sangre de buey
Atraído por el fenómeno social y político del peronismo y la personalidad de su líder, Juan Perón y de su esposa Evita, López buscó acercarse a ellos. En 1950 logró ser adscripto a la custodia presidencial, en el Palacio Unzué. La fascinación del poder palaciego lo llevó a inventarse un destino excepcional: el General como su Dios. Y él como su sirviente. El proceso de imantación fue fulminante. López Rega sufrió como propio el cáncer que llevó a la muerte a Evita. "Cuando ella empeora, yo me enfermo. Cuando ella se alivia, yo mejoro. Ofrezco mi vida para que ella pueda vivir", decía, para explicar por qué quería mantenerse cerca del Palacio durante la enfermedad.
López ya había incursionado en lecturas sobre las ciencias ocultas, el esoterismo y la astrología. Viajó a Paso de los Libres, a la casa de Victoria Montero, donde muchos vecinos y allegados realizaban trabajos espirituales en busca de percibir las radiaciones de la perfección suprema de Dios.
Luego, junto a otros hermanos, López realizó misiones al sur de Brasil en busca de energía o para transmitir mensajes a iniciados que estaban mal de salud. Por entonces, decía que no tenía otra aspiración que la de servir a la humanidad, escribir sobre las realidades ocultas y andar descalzo.
Mientras Perón marchó derrotado hacia el exilio en 1955, López Rega intensificó su viaje espiritista. Abrazó el culto afrobrasileño con su amigo Claudio Ferreira. En una ceremonia de "purificación" para protegerse de los malos espíritus, cumplió el ritual del candomblé: con sangre de buey sobre su túnica, pasó siete días encerrado en una cabaña de piso de tierra, solo, con un cuenco de agua y otro de arroz.
De Evita a Isabelita
Retirado de la policía como sargento en 1962, y con su obra todavía inédita (Astrología esotérica, Preguntas en la noche y Conocimientos espirituales) consiguió empleo en la imprenta Suministros Gráficos.
El contacto con el juez Julio César Urien, un miembro de la logia política-esotérica ANAEL que se acercó a la imprenta para publicar su libro El tercer mundo en acción, se transformaría en un punto de giro en el temprano otoño de su vida. ANAEL fue para López Rega el trampolín que le permitió reubicarse otra vez junto a Perón y su nueva esposa, María Estela Martínez, una artista también frustrada, abandonada por sus padres en su infancia y criada por una familia espiritista. Perón, que la conoció en una playa panameña, la convirtió en su esposa y secretaria. Compartían los días del exilio en Madrid, cuando Perón decidió enviarla en gira política a la Argentina. ANAEL hizo contacto y consiguió un encuentro con ella. A Isabelita no la impresionó tanto el discurso político de Urien a favor del regreso de su esposo, para consolidar la liberación mundial, como la predicción de López Rega, presente en el ágape. Le prometió que la convertiría en Evita y lograría lo que ella no pudo: acceder a la vicepresidencia. Para eso, le transferiría su espíritu. Sólo entonces el karma de la abanderada de los humildes podría descansar en paz.
Ella quedó tan impresionada que lo quiso para siempre a su lado: lo llevó a vivir a la residencia española de Puerta de Hierro. En 1966 ya era su secretario.
López Rega empezó a vivir en la casa del matrimonio, mientras Perón, septuagenario y con la salud en franco deterioro, recibía la visita de dirigentes políticos. En la intimidad de la residencia López Rega velaba por su salud y se ocupaba del funcionamiento doméstico de la casa. Era el mayordomo.
Con buenos modales y un servilismo a veces exasperante, se había ganado la confianza de Perón. La influencia sobre Isabel, en cambio, fue a través de sus "poderes mágicos". La simbiosis mística y emocional entre ambos se acrecentó cuando el cadáver de Eva Perón –luego de 16 años de intrigas y misterios– fue desenterrado de un cementerio italiano y depositado en el jardín de invierno, en el primer piso de la residencia. Frente a su cuerpo, López Rega e Isabel cumplían rituales para que el flujo de poder de Evita se transfiriera a ella. Perón ya lo sabía.
De la P-2 al poder
A través de la convivencia, López Rega fue conociendo las debilidades de su amo. Y el General empezó a delegar en él la correspondencia y el control de su agenda. Aun proscripto, Perón ocupaba el centro de la escena política argentina. Puerta de Hierro era el destino de una peregrinación incesante. Y sobre cada dirigente el mayordomo tenía una opinión. A los ojos de los visitantes podía ser visto como un bufón o un lacayo, pero López Rega tenía ambiciones muy precisas: quería que el General accediera al poder para que su esposa pudiera heredarlo.
En 1972, López Rega ya era el secretario del hombre que preparaba su retorno.
Cuando la Logia Propaganda Due (P-2), fundada por el italiano Licio Gelli, se acercó a Perón ofreciendo gestiones de reconciliación con la Iglesia y Estados Unidos para facilitar su regreso al país, López Rega percibió que su plan podía ser apoyado por el poder masónico. Ahora no sólo era hombre de Perón. También de Gelli. La P-2 obtenía influencia política en Sudamérica y pedía participación en futuros negocios.
En mayo de 1973, en el nombre de Perón, y con la confianza de la izquierda peronista, Héctor Cámpora alcanzó la presidencia. Para agradar al General, nominó a Isabel en el Ministerio de Bienestar Social, pero Perón prefirió que ese lugar recayera en López Rega. Con su presencia, más el apoyo del sindicalismo ortodoxo, pensaba que podía contrapesar el poder creciente de Montoneros.
De la nada, aquel desconocido que regaba las plantas de la residencia, y servía el café en Madrid, tomó el mando de un ministerio clave para el sentimiento peronista.
Allí, López Rega armó su propia estructura. Se hizo ascender de cabo retirado a comisario general y empleó a ex policías exonerados por delincuentes y a bandas de la derecha peronista para constituir la Alianza Anticomunista Argentina (AAA), que se propondría la tarea de aniquilar a los "infiltrados en el Movimiento", la izquierda peronista y marxista, para defender "el peronismo verdadero". Esa era su nueva misión. Convertido en un ser "todopoderoso", sentía que tenía el poder espiritual para salvar a la Argentina. Sus enemigos eran todos aquellos que pretendieran heredar al General el día en que éste muriera.
Su primera acción fue librarse de Cámpora. Participó de la organización del retorno de Perón en Ezeiza en la que sus subordinados y otros grupos sindicales emboscaron a la izquierda peronista. Las disputas internas y el descontrol político jaquearon a Cámpora. López lo empujó a la renuncia, con la aprobación de Perón. Su yerno, el legislador Raúl Lastiri, titular de la Cámara de Diputados, asumió la presidencia provisoria. En septiembre de 1973, ganó la fórmula (Juan) Perón-Perón (Isabel), soñada por López, y asumió el poder. El General gobernó ocho meses. Cuando murió, en julio de 1974, López Rega ya vivía en Olivos y su influencia sobre la heredera era total: ejercía una posesión psíquica sobre ella y no se preocupaba por ocultarlo. En las reuniones de gabinete, informaba a los ministros que el espíritu de Evita ya se había encarnado en el cuerpo de Isabel. En público, cuando Isabel pronunciaba un discurso, él movía los labios anticipando cada frase que ella iba a pronunciar.
A esas alturas, López Rega ya había acumulado la suma del poder público. También misterio, dinero, crímenes y el terror. Aunque todos sospecharan que dirigía la AAA, pocos se atrevían a denunciarlo. Los que lo hicieron, aparecieron muertos o sufrieron atentados contra su vida. Ese hombre sin otras particularidades que la de su inofensivo delirio, pasó a tener influencia sobre militares, sindicalistas, empresarios y todas las corporaciones dispuestas a purificar la Nación y eliminar "la infiltración marxista" y el "socialismo nacional".
De la gloria a Devoto
El periodista Mariano Grondona lo consideró "el hombre del año 1974", que no recibía aplausos pero encarnaba la "tarea sucia" que era aprobada en voz baja. "López Rega es de uno de esos luchadores que recogen, por lo general, la ingratitud del sistema al que protegen", escribió Grondona en la revista Carta Política.
Mientras sus subordinados, más otras "bandas autónomas" de la Triple A, dejaban centenares de cuerpos baleados de sus enemigos, López Rega entregaba subsidios, becas, firmaba acuerdos con gobernadores, ponía en marcha planes sociales. Mientras los mejores artistas pasaban al exilio luego de que la Triple A los sentenciara a muerte, el hombre más temido del país les comentaba a los actores en su despacho que quería elevar el nivel de la cultura.
Su final en el poder fue abrupto. En junio de 1975, un grupo de militares "profesionalista", que luego sería responsable de la dictadura más sangrienta, denunció su participación en la Triple A. Y los sindicatos de la burocracia peronista, con el metalúrgico Lorenzo Miguel a la cabeza, le quitaron respaldo. Isabel Perón fue obligada a desprenderse de él.
López Rega marchó como "embajador plenipotenciario" a Europa. Pronto fue considerado prófugo de la Justicia. Durante más de diez años, con y sin protección de la P-2, se mantuvo clandestino, cambiando de identidad en Suiza, Inglaterra, Francia, Israel, Bahamas y Estados Unidos. Lo acompañaba una jovencita de provincia, aficionada al piano, que se había enamorado de su ternura y le escribía cartas de amor.
El FBI lo apresó en Miami en 1986 y lo extraditó a Buenos Aires. En medio del proceso judicial, una diabetes lo condenó a muerte. Para la Justicia, murió inocente. Fue el 16 de junio de 1989. Pero los crímenes de la Triple A fueron considerados imprescriptibles. Y el expediente continúa abierto.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario