No fue un 16 de setiembre como de costumbre en la ciudad, a
partir de esa fecha la brecha social se abrió un poquito más de lo que estaba.
Caía en Buenos Aires el gobierno de Perón, Cañada de Gómez
se llamaba Ciudad Evita, Lavalle era Juan D. Perón, Ocampo era Eva y el Parque
llevaba, como hoy, el nombre del General.
Ni bien ocurrió el hecho, cientos de cañadenses,
pertenecientes a la clase burguesa, de las grandes familias, algunos militantes
radicales y demócratas progresistas, titulares de las grandes casa de ramos generales y con muchos de sus
empleados de confianza como cómplice gestaron la destrucción de todo lo
referido al peronismo.
Primero quitaron las letras que indicaban la llegada a
Ciudad Evita, posteriormente una chata ató el busto de Evita colocado en la
Plaza San Martín, lo arrancó y lo arrastró
por la ciudad. Era la barbarie en todo su esplendor, los estudiosos, los
inteligentes, los autodenominados honestos, los señores de Cañada habían derrotado a la negrada
justicialista. Algunos seguidores de Perón se escondieron en la Parroquia , otros
lloraban desolados como demolían los derechos, los sueños, los proyectos que
habían podido cumplir en esos nueve años de progresos sociales.
No sólo se conformaron con arrastrarlo, lo escupieron, lo
humillaron, al busto que recordaba a la mujer que había logrado darle una
sonrisa a los humildes, a los negros de atrás la vía como aún hoy
lamentablemente se dice. También se robaron el busto de Evita que se encontraban en la Escuelita Belgrano ,
ubicada en la Ruta
9 y Mitre, este nunca apareció y según testigos fue arrojado al Carcarañá.
Del resto mucho más no importa, los responsables todos los
saben, poner hoy sus nombres sería poner odios donde los hubo y no es mi tarea
hacerlo, sino simplemente recordar un hecho aberrante en una sociedad que
solamente unos pocos tenía privilegios hasta que llegó Perón.
La plaza lleva en su memoria la cara de cada uno de los
protagonistas del hecho, la justicia divina se encargado de algunos de ellos,
quizás el resto hoy esté leyendo esta nota y quizás otros no le importe nada.
La brutalidad de ese hecho, esta reflejado en una de las
mejillas del busto, que fuera restituido al entonces Intendente Municipal Jorge
Omar Albertengo en 1973, dieciocho años después, gracias a la silenciosa
colaboración de un empleado municipal que lo mantuvo escondido durante mucho
tiempo y entregado a los militantes justicialistas de entonces.
Hoy, recordando aquella locura enfermiza, debemos aprender
del pasado y terminar de una vez por todas con las antinomias
que no nos conducen a nada.
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