Linda. Limpia. Buena. Se van a reír los cínicos de estos adjetivos. Los díscolos aterrados por los cambios, los que aun siendo beneficiados, la detestan. Es que la descripción parece la de una estudiantina sobre alguien, contracara de aquel film agridulce del italiano Scola. Es mi imagen sobre nuestra Presidenta.
En afiches. Jovencita, a blanco y negro, picnic de la primavera. Es la chica que descubrí, rodeada de flores sicodélicas de la época setentista. Contrariando a quien le arroja motes equinas despectivas, o la enturbian por el fango o la sentencian despótica, yo sólo dejo mi correlato de un argentino casual, entrenado en monstruosidades, y decido colgar del comienzo de mi notita este capote de luz, esperanza y fe, con el encabezado. Ingenuo, simplón y festivo. Linda mujer. Hagamos un ejercicio poco caballeresco y parcial sobre las demás candidatas que rondan las profundidades cual tiburones hembras en el fondo del arrecife, y encontraremos a una Lilita francamente desopilante, arrabalera horrorosa; una Chiche rencorosa y sin cuello, una Bullrich semejante a un rubicundo matrero peludo de la Boca, una Betancour tan lejana y gélida como alguno de sus arrestos democráticos, una Mondini enfrascada en sus propios ojos verdes añosos, y a la Stolbizer sencillamente intocable. Es que ninguna deja fluir siquiera una sombra de apetito carnal. No despiertan las ganas. Uno no logra imaginarlas en el lecho, ¿se entiende? Simple. ¿Es entonces nuestra Presidenta una dama deseable? Claro que sí. En ello radica su glamour. No sólo en sus logros. ¿Le daría usted, romántico rubicundo argentino, macho criollo probado, heterosexual, sea peronista o no? ¿O usted, dama lésbica? Las respuestas apremiantes se inclinarían en amplia mayoría por un sí.
Y este varón escriba opina que también. No hay nada como admirar, llegado el caso, a la compañera de lecho por su valentía -no sólo por haberse metido, cual utopía torpe, en la cama con este esperpento que soy-, sino porque supo torear, luchar de frente, agarrar de los ensangrentados cuernos a un emporio de machazos desfoliadores de la generosidad, monstruos del Mal Común y el Golpe de Estado, maquinarias herrumbrosas de matar gente, groseros y supuestos Amos de la Patria. A todos ellos los supo doblegar. O enfrentar. O seducir. Hacerles saber que está rabiosa y que tiene a un pueblo detrás que piensa igual. Ahora, mi Presi, un poquito más de bastonazos a las corporaciones mineras, a las petroleras, a las pesqueras, y sanseacabó, con perdón del doble sentido. Sumado a una figura más que interesante -tironcitos quirúrgicos más, botoxitos menos- produce usted en los que aún mantenemos un poco de cordura y elegancia, una fantasía algo más que electoral. Erectoral sería. Orgullo. Es adrenalina, endorfinas y serotonina en estado puro. Es poder imaginarse otro escenario. Y que nos diga al oído, mientras anochece sobre Olivos: -Estamos haciendo un país, querido amigo. Vaya y cuénteselo a todos. Vaya, váyase ahora, cámbiese que quiero descansar. -Sí, Cris, pero yo quiero una revolución. -Ajá, ¿el señorito quiere eso? Hágala, es toda suya, o compártala, mi amigo... ¿Díganme si no es una locura que quien gobierne me empuje a pensar en cambiar el mundo en plenas artes de alcoba? O que espere yo una revolución de la política ¿Y si mi ceguera hormonal me impidiera darme cuenta de que estamos asistiendo a una? Leve, insinuante y nutritiva. Pero progresiva. Un volcán beneficioso comparado con desastres cercanos y anteriores.
El deseo imposible y mis respetos, señora Presidenta, pero usted produjo algo que ninguna otra mandataria o funcionaria ha hecho: hacernos soñar, no sé si me entiende.
Y en los sueños, el alma, el inconciente, se ve siempre al desnudo.
GENTE SIN AMOR
Ahora discúlpeme si me estoy poniendo pesado, Cristina, pero... ¡Qué linda se la veía, morocha, criollita nuestra, el otro día, insinuando apoyar la ley de tierras! Nos estaba diciendo: a trabajar, que ya pasó el examen físico y ahora es el turno del síquico. Durante la reciente primaria, sucedieron milagros: un presidente de mesa que le dio la mano al riojano Carlos M –mufa absoluto– luego se tomó el testículo izquierdo a modo de protección. Y Lilita Carrió, muy coherente, se describió: “Soy la Razón de la derrota; el pueblo me dio el peor lugar sin relevancia y es hora de dar un paso al costado”. Tres razones hasta piadosas para exonerarla de su locura de pabellón, pero la paradoja existe: ya es tarde señora envenenada, críptica endeble, poco agraciada y cruel: se rió usted de una viuda y mancilló al muerto más valiente que muchos. Ahora huela sus cirios fúnebres. En otras batallas, la gente le dio la espalda, pero usted insistió con su cuchillo de faenador bajo la falda roja buscando la palmada de los señores del campo que le huyeron como a la isoca. Usted es un piedrazo, Lilita. Adiós, Señora Muerte. Adiós, Señora Opaca. Adiós, Señora Fracaso. Llévese con usted a toda la mala hierba. Junto a sus restos quedan las irracionales matemáticas de algunos que dicen que le han ganado en números a la Presidenta; otros que se equivocaron en la mediciones y que el pueblo -esa cosa inapresable y aérea- es una comparsa de negros sucios. Luego, trastabillan y conceden ante la adversidad; son pragmáticos, están mansos, retóricos, extraen pollos ensangrentados de una bolsa junto a cuchillas desafiladas, tiran las runas, hacen adivinanzas pero nada les favorece. Suman, restan, dividen, pero siempre la taba es culera para ellos. Entretanto, con la esperanza en un bolsillo y el temor en el otro bolsillo, yo avanzo en esta nota, desconfiando de sombras que se menean. Son tiempos floridos, pero justo en esas fragancias anidan las avispas peores, las que empollan en nidos de otros. Y se comen las crías luego. El regurgitar de comidas vencidas, el masticar cadáveres, el olor del miedo, la fragancia que emana del resentimiento, no son para mí. Hay muertos en todos lados, son fiambres políticos, y las pasarelas y las pantallas y los diarios hieden a ellos. Hay un mundo nuevo, constante y con aristas de cambios: por primera vez quienes gobiernan están en la vereda nuestra. Fuera con los Biolcatis malsanos, los Duhaldes dráculas, Barrionuevos repugnantes. Fuera, lejos de mí. Quiero bañarme en agua florida, con olor a piso de tierra y abrazos de sudor de laburante que no sea reccionario -que los hay los hay-. Quiero un progreso sin tóxico y un presente de fe con muchas endorfinas; quiero una primavera volcánica y un triunfo espumante. Quiero ser y ver humanos felices, ¿se entiende? Monstruos horrorosos del oscurecimiento y los productos vencidos, lejos de nosotros. Sus porcentajes numerales son desechos, sus canillas no tienen agua, sus cuerpos están enmohecidos, sólo mantenidos artificialmente por el formaldehído para impedir que huelan. Han fallecido y se olvidaron de extenderles el certificado correspondiente. No se exhumen, no resuciten, váyanse al cosmos. Sus zapatos, sus trajes y sus vestidos están raídos por estar tanto tiempo en ultratumba, y ahora se viene un poco de sol, puñados de vida andan por el aire oxigenado y hay que ventilar las tumbas. Videla envejecido es un transparente zombie vital al lado de ustedes, candidatos de la nada, enjuiciados sin juicio por la gente que los detesta. Criminales, malsanos, malparidos, ciegos, egoístas, asesinos, brutos, indecentes, corrompidos, infelices, quistes, pústulas, gente sin amor. Eso. Me quedo excomulgado de toda lógica y sólo me digo, murmurando: son gente sin amor. Eso es todo. Así de simple. Gente sin amor. Eso lo explica todo más que este chorro de palabras. Pero, volviendo al tema y perdóneme que insista: ¡Qué linda está, señora Presidenta!
Debe ser por el amor, vaya casualidad. El amor de haber acertado y poder dormir en las noches, sin culpa, sin pena y sin odio.
Crispación... mejor me quedo con el otro cartel: el de Cris Pasión.
abonizio@hotmail.com
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