Las condiciones laborales y de seguridad en las industrias
al comienzo del Siglo XX no eran las más adecuadas para los obreros, al
contrario, eran hasta siniestras si las comparamos con las actuales. Encontrar a
menores de edad en ellas, trabajando de 10 a 12 horas por día era mucho más probable
que encontrarlos en las escuelas primarias o secundarias. Esta historia ocurrió
en 1913 cuando el país era gobernado por Roque Saénz Peña, autor de la Ley 8871 que ponía fin a décadas
de fraudes y exclusión de clases en el país, la llamada Ley Saénz Peña, trajo
consigo el voto universal, secreto y obligatorio pero sólo de los hombres ya
que las mujeres recién votarían por primera vez con la llegada del Peronismo
cuando promediaba el Siglo XX. Su salud a partir de ese año comenzó a debilitarse por una sífilis
contraída en la guerra entre Chile y Perú, cuando en 1879, se alistó para
combatir por el Perú en atención a sus convicciones, con el grado de Teniente
Coronel comandando el batallón Iquique en la batalla de Tarapacá. Finalmente
falleció el 9 de agosto de 1914, siendo reemplazado por su vicepresidente don
Victorino de la Plaza.
Retomando la situación laboral de aquellos tiempos, quién
pudo ver la explotación del obrero en Argentina fue Juan Bialet Massé que al
recorrer nuestro país supo expresar en su famoso Informe que aquellos trabajadores «son las águilas del progreso,
héroes anónimos, que labran el canal de la riqueza de que ellos no van a gozar;
su trabajo se paga con un peso y cincuenta centavos y se cree haberlo
recompensado con largueza.»[1].
A lo cual podemos agregar lo expresado por José Panettieri en su obra Argentina: Historia de un país periférico,
1860-1914 donde expresa que «las jornadas eras agotadoras, salarios por debajo
de los necesarios para la subsistencia, casi siempre sufriendo malos tratos,
casi nunca cobrando sus jornales en moneda nacional; fácil presa del alcohol y
de las enfermedades congénitas; subalimentados en un país que sobraban
alimentos.»[2]
En el libro de inhumaciones que tiene nuestro cementerio
local, podemos ver que el día 30 de septiembre de 1913 fueron enterrados Juan
Ledesma de 14 años, soltero, argentino, jornalero, hijo de Petrona Ledesma
también argentina, causa de la muerte fractura de cráneo; Francisco Wajczuliz
de 23 años, ruso, casado, jornalero, hijo de Francisco Wajczuliz y Ana
Tomaniskatty, también rusos los dos, causa de la muerte traumatismo; Baltasar
Amada de 28 años, español, casado, jornalero, hijo de Salvador Amada y Antonia
Soler, causa de la muerte traumatismo y Humberto Menozzi de 29 años, italiano,
casado, obrero, hijo de Luis y Luisa Menozzi, causa de la muerte fractura de
cráneo.[5]
Aunque cuando revisamos sus tumbas algunas edades varían pero prefiero quedarme
con lo que se expresa en la documentación oficial. Hablando de la última morada
de estos obreros, en ellas se encuentra una columna trunca, gastada por el
tiempo, de mármol Carrara en la que se puede leer «A sus desventurados obreros
para perpetua memoria- A. Beltrame y Cía. dedican»[6], más
abajo el nombre de ellos y al lado el recuerdo que una de las viudas, más
precisamente la del ruso Wajczuliz donde se puede ver el error onomatopéyico de
su apellido al escribirse como Waitchulis.
Esta historia se parece a la película de Mario Monicelli I Compagni, protagonizada por un joven
Marcello Mastroianni, con la diferencia que en la ciudad no existió un
Monicelli que se animara a contar la historia y ni un Mastroianni, en el rol
del Profesor Sinigaglia, que se animara a la huelga...
[1]
Juan Bialét-Massé, Informe sobre el estado de la clase obrera, Buenos Aires,
Hyspamérica, 1985.
[2]
Historia de la Argentina ,
Tomo I. Jorge Fernández y Julio Rondita. UNL. Página 350
[3] Francisco Trujillo.
Cañada en su pasado y mis cosas. 1956
[4]
Caras y Caretas. 8 de noviembre de 1913
[5]
Cementerio Municipal de Cañada de Gómez - Libro de Inhumaciones 1899-1922.
[6]
Sepulcro de las víctimas. Cementerio Municipal de Cañada de Gómez
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