Recuerdo que esa tarde del 22 de noviembre
del año 2000 me encontraba trabajando en la marmolería ubicada en Moreno y
Balcarce.
Ese día había llovido como nunca, a eso de
las 17,30 se rumoreaba que el arroyo estaba por desbordar. El temor nos
invadía, ya que muchos de mis compañeros vivían en las zonas aledañas al mismo.
Históricamente cuando sucedían los desbordes,
el agua no pasaba de las dos o tres cuadras hacia ambos lados de los márgenes.
En ese tiempo mi abuela Carmen, alquilaba una
pieza y cocina enfrente de la cancha de América por calle Edison. En ese lugar
ella tenía las pocas cosas que le habían quedado a lo largo de sus setenta y
seis años de vida, de los cuáles trabajó sesenta.
El reloj marcaba las seis de la tarde, y en
ese momento un fuerte ruido rompió el silencio del miedo. Un aluvión de agua
empezaba a ser cada vez más fuerte y más profundo. Yo me encontraba parado en
la esquina de López y Edison, en pocos minutos el agua me superaba la altura de
la rodilla.
Atiné a llamar a mi madre y decirle que mi
abuela no saliera de mi casa, ya que como era su costumbre todos los días venía
a casa a pasar el día con sus nietos, junto a un grupo de personas, que no
éramos menos de seis, sacamos de sus viviendas a todos los vecinos de la
cuadra. La misma cuadra, donde mi abuela tenía su pequeño hogar, sus cosas, su
pasado, y en un segundo todo desapareció.
A esa altura nadie sabía de la gravedad de lo
ocurrido, llegaba la tardecita y nos íbamos enterando que se habían perdido
vidas humanas. Un grupo de jóvenes nos agrupamos en la sede de los Bomberos
Voluntarios y empezamos a colaborar.
El resto todo conocido, llegó el gobernador,
al otro día el presidente y muchas cámaras de los canales nacionales.
En las tapas de los diarios de mayor tirada
aparecía en tapa la tragedia de la ciudad.
Éramos noticias pero por algo horrible, muy
horrible.
Eran jornadas de mucha crisis, la pobreza nos
invadía día a día, la desocupación era el flagelo de los cañadenses y encima el
agua nos había roto el corazón.
Pero, como el Ave Fénix, muchos resurgieron
desde las cenizas y comenzó otra etapa en la ciudad.
Esa etapa comenzó tres años después de la
tragedia, cuando ante la pasividad de los gobiernos provinciales la intendente
Stella Maris Clérici se puso el problema al hombro. La solución era una sola,
la presa retardadora aguas arriba.
Fueron muchas las puertas que se golpearon,
las reuniones que se realizaron, los viajes a Buenos Aires, las horas de espera
en oficinas frías y lejanas.
Pero, el ritmo del gobierno impuesto por
Clérici, que nunca se rinde y deja lo mejor de cada uno en todas las obras y
actividades organizadas, un buen día llegó la orden de comenzar a construir la
presa.
Hoy a doce años de aquella jornada gris, ya
mi abuela no está más al lado mío, pero cada vez que visito la presa, siento en
la brisa que corre la caricia de ella, agradeciendo a Dios que hoy su querido
Barrio Sur descansa en paz cada qué vez que llueve.
En memoria de las víctimas y en especial a
Abel un amigo que el agua me llevó…
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