Fragmentos de la larga entrevista que el papa Francisco brindó a La
Civiltà Cattolica, la revista de la Compañía de Jesús. "Nunca fui de
derechas", aseguró.
¿Quién es Jorge Mario Bergoglio?
F: No sé cuál puede ser la respuesta exacta. Yo soy un pecador. Esta
es la definición más exacta. Y no se trata de un modo de hablar o un
género literario. Soy un pecador.
¿Para cuándo los cambios en la Iglesia?
F: Son muchos, por poner un ejemplo, los que creen que los cambios y
las reformas pueden llegar en un tiempo breve. Yo soy de la opinión de
que se necesita tiempo para poner las bases de un cambio verdadero y
eficaz. Pero, mire, yo desconfío de las decisiones tomadas
improvisadamente. Desconfío de mi primera decisión, es decir, de lo
primero que se me ocurre hacer cuando debo tomar una decisión. Suele ser
un error. Hay que esperar, valorar internamente, tomarse el tiempo
necesario. La sabiduría del discernimiento nos libra de la necesaria
ambigüedad de la vida, y hace que encontremos los medios oportunos, que
no siempre se identificarán con lo que parece grande o fuerte.
3. ¿El Papa consulta sus decisiones? ¿Cuál fue la experiencia de Jorge Mario Bergoglio en su etapa de arzobispo de Buenos Aires?
F: Esto me ha ayudado mucho a optar por las decisiones mejores.
Ahora, sin embargo, oigo a algunas personas que me dicen: ´No consulte
demasiado y decida´. Pero yo creo que consultar es muy importante. Los
consistorios y los sínodos, por ejemplo, son lugares importantes para
lograr que esta consulta llegue a ser verdadera y activa. Lo que hace
falta es darles una forma menos rígida. Deseo consultas reales, no
formales. La consulta a los ocho cardenales, ese grupo consultivo
externo, no es decisión solamente mía, sino que es fruto de la voluntad
de los cardenales, tal como se expresó en las Congregaciones Generales antes del Cónclave. Y deseo que sea una consulta real, no formal.
¿Cómo contempla su etapa en la Compañía de Jesús? ¿Cuál ha sido su experiencia?
F: En mi experiencia de superior en la Compañía, si soy sincero, no
siempre me he comportado así, haciendo las necesarias consultas. Y eso
no ha sido bueno. Mi gobierno como jesuita, al comienzo, adolecía de
muchos defectos. Corrían tiempos difíciles para la Compañía: había
desaparecido una generación entera de jesuitas. Eso hizo que yo fuera
provincial aún muy joven. Tenía 36 años: una locura. Había que afrontar
situaciones difíciles, y yo tomaba mis decisiones de manera brusca y
personalista. Es verdad, pero debo añadir una cosa: cuando confío algo a
una persona, me fío totalmente de esa persona. Debe cometer un error
muy grande para que yo la reprenda. Pero, a pesar de esto, al final la
gente se cansa del autoritarismo. Mi forma autoritaria y rápida de tomar
decisiones me ha llevado a tener problemas serios y a ser acusado de
ultraconservador. Tuve un momento de gran crisis interior estando en Córdoba. No habré sido ciertamente como la beata Imelda,
pero jamás he sido de derechas. Fue mi forma autoritaria de tomar
decisiones la que me creó problemas Todo esto que digo es experiencia de
la vida y lo expreso por dar a entender los peligros que existen. Con
el tiempo he aprendido muchas cosas.
¿Cómo debe responder la Iglesia ante un momento histórico?
F: Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia
hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de
los fieles, cercanía, proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de
campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si
tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya
hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar heridas. Y hay que
comenzar por lo más elemental. La Iglesia a veces se ha dejado envolver
en pequeñas cosas, en pequeños preceptos. Cuando lo más importante es
el anuncio primero: ´¡Jesucristo te ha salvado!.
¿Qué personalidad deben tener los líderes de la Iglesia? ¿Qué líderes religiosos necesita?
F: Los ministros del Evangelio deben ser personas
capaces de caldear el corazón de las personas, de caminar con ellas en
la noche, de saber dialogar e incluso descender a su noche y su
oscuridad sin perderse. El pueblo de Dios necesita pastores y no
funcionarios ´clérigos de despacho´. En lugar de ser solamente una
Iglesia que acoge y recibe, manteniendo sus puertas abiertas, busquemos
más bien ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos, capaz de salir
de sí misma yendo hacia el que no la frecuenta, hacia el que se marchó
de ella, hacia el indiferente. El que abandonó la Iglesia a veces lo
hizo por razones que, si se entienden y valoran bien, pueden ser el
inicio de un retorno. Pero es necesario tener audacia y valor.
7. ¿A quiénes volvió la Iglesia la cara? ¿Qué significa lo que dijo en su regreso de Brasil?
F: Durante el vuelo en que regresaba de Río de Janeiro dije que si
una persona homosexual tiene buena voluntad y busca a Dios, yo no soy
quién para juzgarla. Al decir esto he dicho lo que dice el Catecismo. La
religión tiene derecho de expresar sus propias opiniones al servicio
de las personas, pero Dios en la creación nos ha hecho libres: no es
posible una injerencia espiritual en la vida personal. Una vez una
persona, para provocarme, me preguntó si yo aprobaba la homosexualidad.
Yo entonces le respondí con otra pregunta: ‘Dime, Dios, cuando mira a
una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza y
la condena?’. Hay que tener siempre en cuenta a la persona. Y aquí
entramos en el misterio del ser humano. En esta vida Dios acompaña a las
personas y es nuestro deber acompañarlas a partir de su condición. Hay
que acompañar con misericordia. Cuando sucede así, el Espíritu Santo
inspira al sacerdote la palabra oportuna.
¿Cuál debe ser a actitud de la Iglesia ante las nuevas familias?
F: Esta es la grandeza de la confesión: que se evalúa caso a caso,
que se puede discernir qué es lo mejor para una persona que busca a Dios
y su gracia. El confesionario no es una sala de tortura, sino aquel
lugar de misericordia en el que el Señor nos empuja a hacer lo mejor que
podamos. Estoy pensando en la situación de una mujer que tiene a sus
espaldas el fracaso de un matrimonio en el que se dio también un aborto.
Después de aquello esta mujer se ha vuelto a casar y ahora vive en paz
con cinco hijos. El aborto le pesa enormemente y está sinceramente
arrepentida. Le encantaría retomar la vida cristiana. ¿Qué hace el
confesor? No podemos seguir insistiendo solo en cuestiones referentes al
aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Es
imposible. Yo he hablado mucho de estas cuestiones y he recibido
reproches por ello. Pero si se habla de estas cosas hay que hacerlo en
un contexto. Por lo demás, ya conocemos la opinión de la Iglesia y yo
soy hijo de la Iglesia, pero no es necesario estar hablando de estas
cosas sin cesar.
¿Qué rol se abre para la mujer en la Iglesia?
F: Es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más
incisiva en la Iglesia. Temo la solución del ´machismo con faldas´,
porque la mujer tiene una estructura diferente del varón. Pero los
discursos que oigo sobre el rol de la mujer a menudo se inspiran en una
ideología machista. Las mujeres están formulando cuestiones profundas
que debemos afrontar. La Iglesia no puede ser ella misma sin la mujer y
el papel que esta desempeña. La mujer es imprescindible para la
Iglesia. María, una mujer, es más importante que los obispos. Digo esto
porque no hay que confundir la función con la dignidad. Es preciso,
por tanto, profundizar más en la figura de la mujer en la Iglesia. Hay
que trabajar más hasta elaborar una teología profunda de la mujer. Solo
tras haberlo hecho podremos reflexionar mejor sobre su función dentro
de la Iglesia. En los lugares donde se toman las decisiones importantes
es necesario el genio femenino. Afrontamos hoy este desafío:
reflexionar sobre el puesto específico de la mujer incluso allí donde
se ejercita la autoridad en los varios ámbitos de la Iglesia.
¿Cuál debe ser la actitud y visión de la Iglesia ante los problemas sociales?
F: Me dan miedo los laboratorios porque en el laboratorio se toman los
problemas y se los lleva uno a su casa, fuera de su contexto, para
domesticarlos, para darles un barniz. No hay que llevarse la frontera a
casa, sino vivir en frontera y ser audaces. Cuando se habla de
problemas sociales, una cosa es reunirse a estudiar el problema de la
droga de una villa miseria, y otra cosa es ir allí, vivir allí y captar
el problema desde dentro y estudiarlo. Hay una carta genial del padre Arrupe a los Centros de Investigación y Acción Social (CIAS)
sobre la pobreza, en la que dice claramente que no se puede hablar de
pobreza si no se la experimenta, con una inserción directa en los
lugares en los que se vive esa pobreza. La palabra inserción es
peligrosa, porque algunos religiosos la han tomado como una moda, y han
sucedido desastres por falta de discernimiento. Pero es verdaderamente
importante. Pensemos en las religiosas que viven en hospitales: viven
en las fronteras. Yo mismo estoy vivo gracias a ellas. Con ocasión de
mi problema de pulmón en el hospital, el médico me prescribió
penicilina y estreptomicina en cierta dosis. La hermana que estaba de
guardia la triplicó porque tenía ojo clínico, sabía lo que había que
hacer porque estaba con los enfermos todo el día. El médico, que
verdaderamente era un buen médico, vivía en su laboratorio, la hermana
vivía en la frontera y dialogaba con la frontera todos los días.
Domesticar las fronteras significa limitarse a hablar desde una
posición de lejanía, encerrase en los laboratorios, que son cosas
útiles. Pero la reflexión, para nosotros, debe partir de la
experiencia.
Fuente: Agencia Paco Urondo
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