Hoy comparto
con ustedes una entrevista que le realicé al Maestro Alfredo Montoya, el pasado
mes de enero en su casa de Buenos Aires en el barrio de Monserrat. Una historia
ligada a la música desde sus ancestros y que hoy, noche tras noche, la hace
cada vez más grande con sus actuaciones en La Ventana junto a su
orquesta, sin tampoco dejar de tocar junto a los Solistas de D´Arienzo y seguir
dirigiendo su coro. Sin lugar a dudas, Alfredo Montoya, es uno de los más
grandes músicos del país y que si Dios quiere este año podremos volver a
disfrutarlo en nuestras tierras.
Eran los
primeros días de enero de un 2016 caluroso y problemático. Caminar por el
Barrio de Monserrat, en la capital argentina, es mezclarse entre las oficias
estatales, la histórica Plaza de Mayo con sus pañuelos, disfrutar de los
balcones del Cabildo y
desde allí vislumbrarse con la imponencia de la Casa Rosada. También en él
descansan los restos de José de San Martín y Manuel Belgrano, y como si fuera
poco fue el lugar donde vivió como Cardenal nuestro Papa Francisco. En ese
lugar se respira cultura, arte, música y literatura, con sólo nombrar que
habitan allí la Manzana
de las Luces que, antiguamente, fuera el edificio sede de la Universidad de Buenos
Aires y de la Sala
de Representantes, la Iglesia
de San Ignacio, la
Procuraduría de las Misiones Jesuíticas, el Colegio Nacional
de Buenos Aires y el Palacio Barolo. Un barrio que lleva el nombre de aquella
virgen catalana llamada Montserrat y
en donde en sus calles, todavía con adoquines algunas, se respira sobre todo
aires de tangos y milongas.
Allí, en ese barrio lleno de historia, donde se formó gran
parte de nuestra nación, vive el Maestro Alfredo Montoya. Cuando uno ingresa a
su departamento es como ingresar adentro de un piano, o bien sentarse a
escuchar las voces de los coreutas que semanalmente visitan al ilustre
cañadense. En su pequeño living, lleno de carpetas, fotos y libros don Alfredo
comenzó a relatarnos la vida de otro don Alfredo, su padre...
«Mi papá había nacido en Córdoba capital, en el barrio de
San Vicente. Eran ocho hermanos, todos músicos, pero él era el único
trashumante ya que vivía siempre de gira tocando el bandoneón, la mandolina o
el piano. En cambio mi madre Mercedes era docente rural de un pueblito llamado
Serrezuela ubicado en el departamento Cruz del Eje. Entonces mi madre decide
organizar un baile para recaudar fondos para la cooperadora de la escuelita, y
lo contrata a mi padre. Mi viejo, ni lerdo ni perezoso enseguida se enamoró de
mi madre. Ante su insistencia, aparece mi abuela que le dice váyase
y vuelva dentro de siete años... Como diciendo no vuelva más. Y así
fue, pasaron siete años y mi madre seguía siendo maestra y soltera, mi papá
también pero tenía sus andanzas. De vuelta insistió en conquistarla, y ahí fue
otra la respuesta... Esta bien me caso con vos pero con dos
condiciones, una que vendas los instrumentos y otra que vivamos en una ciudad
fija... Y mi viejo por amor lo hizo»
Su padre recordaba un viejo pueblito santafesino llamado
Cañada de Gómez, donde supo tocar en tiempos de carnavales en la Comparsa de los Fieles, y hasta esta ciudad
decidió venir Alfredo y Mercedes, recién casados a iniciar una nueva vida. De
aquella llegada Montoya piensa que «debe haber sido el lugar donde más feliz
haya estado el viejo, por eso lo eligió para vivir. Indudablemente que cuando
llegó sus amigos enseguida creyeron que era para tocar en las murgas y
orquestas. Entonces él les aclaró que no, que quería empezar a trabajar de otra
cosa, más tranquilo para poder estar con su esposa, Y así fue que con la ayuda
de ellos puso su mercería llamada La Mecha , que hasta
que yo tuve cuatro años de edad estuvo por calle España y posteriormente nos
trasladamos a Lavalle, enfrente de la parroquia. Era muy extraña nuestra niñez,
tanto yo como mi hermana nos habíamos acostumbrados a vivir sin tíos, sin
primos, sólo nuestros padres y algunos amiguitos del barrio.» Cabe agregar que
Alfredo y su hermana conocieron su familia cordobesa cuando tenían entre ocho y
diez años.
Una de las grandes amistad de Alfredo padre fue Onildo
Beltrán, que por aquellos años era el organista de la Parroquia San Pedro. A su vez,
en la misma iglesia solía cantar el coro de los italianos que dirigía Spinazzé
y según Montoya, junto a los acordes familiares fue en ese espacio de fe donde
empezó a enamorarse de la música. «Mi padre iba siempre a misa, no porque era
muy católico, sino porque estaba alucinado con el coro de la misma. Mi mamá
todo lo contrario, ella iba a misa porque creía mucho en Dios, todavía recuerdo
sus pequeño altar en mi casa donde junto a mi hermana y ella rezábamos a las
noches y en fiestas religiosas. Pero volviendo a la música parroquial, en
realidad, era bellísimo poder escucharla. La parroquia tiene una acústica
envidiable, sólo comparable con la del Teatro Verdi. Tanto fue que iba a misa,
que una vez mi madre le ofreció a Monseñor Aizpuru que yo sea monaguillo, tenía
cuatro años. Por supuesto que el cura se negó, decía que era muy chiquito para
tener unas cruces altas que se usaban en esos años. Pero bueno, mi madre
insistió hasta que Aizpuru aceptó, entonces mi papá me tuvo que hacer un traje
de monaguillo a mi medida, era muy chiquito!!!! Pero la Iglesia era mi lugar de
travesuras, hasta le robábamos el vino a los curas!!!!! »
Sus primeros pasos en la música los dio en su casa, a raíz
que su padre pudo traer un piano de sus abuelos que estaba en Córdoba. A los
seis años comenzó a estudiar de la profesora Inés Maranetto, en una antigua
casona de calle Ocampo... Allí emprendió una carrera que por ese entonces sólo
habitaba en los sueños de ese niño de barrio y travieso... En esa misma casona,
unos años más tarde, también fue alumno de Inés Maranetto, otro grande de
nuestra música, el Maestro Aníbal Berraute.
1 comentario:
Hermoso relato de la vida de Alfredo, que si bien era menor que mi padre fue muy amigo y compañero en algunas actuaciones, espero ansioso el resto del relato el resto del relato
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