ARCHIVOS DEL MUSEO HISTÓRICO MUNICIPAL… RELATOS DE VIDAS…


Siguiendo con las publicaciones de estas crónicas olvidadas en nuestros archivos, y en la que hemos tomado la decisión de compartirla con ustedes, porque una historia guardada será una historia olvidada y en base al olvido muchas veces repetimos errores del pasado. Nuestra gestión al frente del Museo es ésta, una gestión de puertas abiertas con la participación de todos los cañadenses. Quiero agradecerles a Fernando Gieco y al Dr. Luis Ferrigno, que a partir de esta iniciativa han enviado sus historias para ser partes de nuestra institución. Hoy compartimos con nuestros lectores, una hermosa historia de amor, escrita por un viejo amigo que ya no está, el querido Carlos Monchietti. Vaya mi homenaje a este hombre que siendo deportista, político y periodista siempre mantuvo firme sus convicciones y su hombría de bien.

PABLO DI TOMASO
COORDINADOR DE MUSEOS
MUNICIPALIDAD DE CAÑADA DE GÓMEZ



CRÓNICA DE DOS MUNDOS

Por Carlos Monchietti


Una historia real, una historia de amor, una historia de dos mundos... una historia digna de que todos la conozcan... una historia que tuvo sus inicios en Italia y también su final allí para uno de sus protagonistas, pero que también comienza en una pequeña ciudad argentina y conoce su final también aquí (la ciudad se llama Cañada de Gómez).

Eran los años previos al inicio de la Segunda Guerra Mundial; muchos italianos todavía pensaban en llegar a América para hacer fortuna como algunos de sus antepasados.

En la década del treinta, del pasado siglo, llegan a nuestra ciudad algunos de estos inmigrantes, en busca de trabajo. Según su suerte, unos se radican en forma definitiva, otros buscan nuevos horizontes. Entre los que aquí quedan está Renato, joven, trabajador, pleno de sueños y esperanzas. En poco tiempo se establece como obrero especializado, cumplidor como pocos, y como muchos de aquellos que llegaron a estas tierras para “hacer la América”.

Después de algún tiempo, y tras asociarse con quienes hasta ese momento habían sido sus patrones, piensa que ha conseguido casi todo. Sí, casi todo... Es que, buscando su estabilidad económica, no había tenido tiempo de encontrar el amor de una mujer, lo que solamente le faltaba para el logro de una felicidad total.

Y es aquí cuando, en la época en que los jacarandaes de la plaza del pueblo acidulaban el aire y pintaban de lila las veredas, el momento del amor también se concreta. Renato conoce a María, una jovencita de buena familia, que responde a sus requerimientos. Ahora sí, Renato logra la felicidad total. Sólo el matrimonio habrá de sellar lo que tanto ansiara, al dejar a los suyos y a su patria.

Con María tejen sueños y, miles de veces, como muchos enamorados, se prometen amor eterno. Cuando llegue la posibilidad de un viaje llevará a María, su futura esposa, a conocer a su familia, que los espera en la vieja y querida casona de su entrañable Italia. Renato sólo desea el paso rápido de los días para llegar a la culminación de sus sueños...

Benito Mussolini, “Il Duce”, lleva a Italia a la peor de las guerras... y en el corazón y en el alma de Renato dos fuerzas se contraponen, se enfrentan... Por un lado el amor de María y todo lo conseguido en estos años de lucha y de trabajo. Por el otro, sus padres y su patria. Pasan los días... debe tomar una resolución... Lo consulta con María que no quiere el regreso de Renato a Italia, por cuanto intuye lo peor. Mas, como el inmenso amor está lleno de renuncias, le dice a su amado que es él quien debe definir la situación y que si decide defender a su patria, ella esperará su regreso.

Tomada la decisión y tras la despedida, que les destruye el corazón, y con un “Te amaré siempre” que partió de ambas gargantas, Renato regresa a su patria.

Una vez en Italia se alista en una de las escuadras que parten para combatir en el frente.

Apretando fuertemente una fotografía de “su” María, aquella que iba a esperar su regreso a Cañada de Gómez, una lágrima y tal vez una sonrisa, le habrán acompañado en el descanso sin descanso de su primera noche en la trinchera.

Pasan las semanas, el ejército italiano va perdiendo posiciones, sus tropas luchan bravíamente, pero la ofensiva del enemigo es arrolladora. Hombres y máquinas de matar van logrando su cometido. Al llegar a un pueblo de la retaguardia obligada, el cuerpo al que pertenece Renato es virtualmente acorralado, sus jefes ordenan seguir combatiendo hasta la llegada de los refuerzos solicitados... que no llegan. No obstante su compañía sigue, día tras día, resistiendo el ataque enemigo.

Renato, presintiendo que en cualquier momento la embestida del adversario no podrá ser controlada, decide escribirle una carta a María, que dejará en la casona donde va cediendo la resistencia. Otros compañeros hacen lo mismo, redactando cartas para novias, padres, familiares, amigos... Saben que es la ley de la guerra respetar al vencido y que sus cartas, algún día, si la suerte les acompaña, llegarán a sus destinatarios.

El joven enamorado ruega porque en la lejana Argentina, en la desconocida Cañada de Gómez, María pueda saber que él, antes de morir por su patria, tuvo el último recuerdo para ella, la mujer que él pensaba era la culminación de su racha de trabajador, la mujer amada, con la que pensaba formar un hogar, criar hijos, ser feliz!

Pero la guerra, la maldita guerra que todo lo arrasa, estaba a punto de llevarse lo que de él quedaba: su vida... y con ella ese inmenso amor por María. Y así murió, estrujando con una mano la foto de su amor y en la otra una carta dirigida a ella.

Pasaron los días, pasaron los meses, pasaron los años, María escuchó palabras de aliento, como también palabras que ponían en duda la fidelidad de Renato. Ella jamás dudó de él. Su intuición de novia y mujer le repetía siempre lo mismo: que “su” Renato nunca más volvería, que habría muerto pero que, fiel a su memoria, jamás podría unirse a otro hombre. Durante muchos años se repetía las palabras de la lejana despedida: “Te amaré siempre”.

La etapa de la post guerra encuentra a Italia tratando de sobreponerse a su situación. A sus autoridades llegan cientos, miles de cartas que sus soldados habían escrito a familiares y amigos y se organizan las tareas de distribución. Por supuesto, la mayoría correspondía al propio territorio italiano, pero había muchas que debían ser despachadas a otros países. El gobierno decide enviarlas a Embajadas y Consulados para la posterior entrega a sus destinatarios.

Cañada de Gómez era sede, entonces, del Consulado Italiano. Llegan hasta él algunas cartas de aquellos que lucharon en la Segunda Guerra Mundial. Nadie sabe, a ciencia cierta, cuál fue el fin de las mismas, pero sí sabemos el destino de una de ellas, que fue a formar parte de los rezagos reutilizables de la llamada “Fábrica de Cartones y Papeles de Cañada de Gómez”.

Un día, ¿por qué? ¡aún hoy, él no lo sabe!, un empleado de la fábrica, que trabajaba en otra sección, sintió curiosidad por ver cómo se procedía con los fardos de papeles en desuso, y fue a mirar. Mientras observaba cómo una especie de grúa alzaba con facilidad uno de los pesados fardos, notó que de éste se desprendía un trozo de papel, que danzó por el aire y cayó a sus pies. Y advirtió que, lo que a él le había parecido un papel, era un sobre. Al levantarlo comprobó que estaba cerrado. Cuando leyó su procedencia y su destinatario, su asombro fue mayúsculo. La carta provenía de Italia y su destinatario era una persona de la ciudad, a la que conocía personalmente.

¿Fue casualidad?, ¿fue el destino?, ¿fue el amor? Sólo ese sobre cayó del fardo! Restregó la carta en sus pantalones y la guardó.

Cuando “El Alemán” (por ese apodo lo conocen todos en el pueblo), cumplió su horario de trabajo, con un raro nerviosismo, abandonó la fabrica a bordo su automóvil y se dirigió directamente a la casa de la destinataria, que no era otra que María, la mujer a la cual Renato le había prometido hacerla su esposa!

Cuando María que ya había sobrepasado los sesenta años, con lágrimas en los ojos y pulso tembloroso, rasga el sobre que tardó más de cuarenta años en llegar a sus manos, intuye el contenido, busca a tientas una silla, se desploma abatida y llora amargamente. Llora por la injusta suerte de dos personas: la de su amado, a quien le fue siempre fiel, y la suya propia que aguardó sin esperanza alguna a aquel con quien había planificado un hogar lleno de alegría y con varios hijos, que serían el motivo de felicidad de esa unión que no pudo ser y de ese sueño que no pudo hacerse realidad.

Pasaron muchos años, más de veinte, María era entonces una viejecita, que un día cualquiera, de un mes también cualquiera, estrujando una arrugada y amarillenta carta en una mano y la foto de Renato en la otra, en un sillón de hamaca, se durmió, como en sus siestas habituales, pero esta vez para siempre...


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