Rogelio Araya |
Hoy queremos compartir con ustedes estas historias
escritas por el recordado Carlos Faúl, quién durante los años noventa fuera
exiliado a nuestro Museo por decisión del gobierno de turno. Desde allí comenzó
a llevar a todos los alumnos a recorrer la ciudad, sus rincones, sus misterios
y su historia. Otro homenaje, a quién transcribiera en sus innumerables
Columnas, muchas de las olvidadas crónicas del Cañada del ayer.
PABLO DI TOMASO
COORDINADOR DE MUSEOS Y PATRIMONIOS
MUNICIPALIDAD DE CAÑADA DE GÓMEZ
TEXTOS DE CARLOS FAÚL
El “Increíble” Deganutti...
José Deganuttí había nacido en la provincia de Udine, Italia, el 24 de
abril de 1896. Llegó a la
Argentina tras las peripecias de una agotada travesía, cuando
contaba apenas nueve años. Bajo la tutela de unos tíos, vivió en la zona rural
de San Lorenzo. Pese a su corta edad trabajaba en las rudas tareas campesinas
de aquellos tiempos. Ya con algunos años, se afincó en Cañada de Gómez.
El vecino Alfredo “Tito” Garcia, lo describe de la siguiente manera:
“No era rico ni poderoso. Era un simple trabajador ferroviario, un artesano
como ninguno. Amasaba con sus propias manos la harina que compraba en la Cooperativa de Pan y
que le facilitaba el horno, y fabricaba kilos y más kilos de exquisito pan que
luego habría de llevar al Hospital de Caridad “San José”, cargado en una
especie de carretilla de dos ruedas con rayos de madera”. Agrega el válido
testimonio de García: “Lo recordamos con emoción y cariño... Nos parece verlo
con su inolvidable estampa de atleta, su torso desnudo (aún en invierno)
descalzo o con sandalias, y su larga y ondulada cabellera echada al viento,
corriendo por las calles, aún de tierra...”
“Don José”, como lo llamaban sus compañeros, vecinos
y amigos, fue el fundador del Círculo Naturista de Cañada de Gómez, donde se
nuclearon muchos jóvenes como los recordables Osvaldo Manaresi, Primo Chino,
Luís Regali y Pedro Maurich. En noviembre de 1936 se corrió el “Maratón de los
Barrios”. La prueba fue ganada por Esteban Pavone, y el periódico “La Nota ” comentó la actuación de
Deganutti: “La presencia del naturista José Deganutti despertó ciertas
curiosidades en la gente que no lo conocía. Fue mayor la simpatía al final,
cuando lo más campante y fresquito como una lechuga, llegó a la meta...” Se
puede decir que Deganutti fue impulsor del yoga, tan común en nuestros días. En
la década del ´30 hizo un ayuno de 28 días. No faltó quien lo tildara de
“loco”. Fue un hombre bondadoso con los niños. En un baldío frente a su casa,
Chacabuco al 300, instaló juegos: hamaca, tobogán y calesita por él
construidos, para delicias de todos los purretes de las inmediaciones. Solía
correr bajo la lluvia torrencial, por las calles, descalzo y con la larga
melena que cubría todo su cuerpo. Respetado por todos, grandes y chicos, fue
verdaderamente un personaje del viejo Cañada. Murió el 16 de marzo de 1984.
El cantor del pueblo
Rogelio Araya nació en cañada de Gómez el 4 de agosto de 1920, dos
años antes de la Declaratoria
de Ciudad. Fue alumno de la
Escuela Primaria “Juan Bautista Alberdi”, popularmente
conocida como la “Escuelita Pombo”. Era directora Clara Martinez Pombo y
Maestra Iris Ausburger de Maza. Sus compañeros: Roberto Gardenal, Juvenal
Funes, Felipe Jalil, Cesar Molinaria, Elva Galván, Sergio Borsato, Severo
Cocchiarella, Samuel, Arrillaga, entre otros. Tiempos de jugar a la
“chorreada”. Los buenos contra los malos. Rogelio esgrimía siempre un revólver
de juguete comprado por su madre. Los otros, más humildes, tenían que
fabricarlos de madera y pintarlos con “betún” negro.
En el año 1939 participó de un concurso de cantores llevado a cabo en
el legendario Teatro Verdi. Uno de los jurados de certamen era el recordado
violinista y director de orquesta Roberto Zerrillo, quien gratamente
impresionado por las cualidades vocales del muchacho se lo llevó consigo a
Buenos Aires. Lo incorporó a su orquesta y el debut fue el 9 de setiembre de
1939, ante los micrófonos de Radio Belgrano. Luego
de estar con Zerrillo y en el conjunto de Joaquín Mauricio Mora, se volcó
definitivamente a cultivar un repertorio inminentemente criollo y especialmente
sureño, siguiendo los pasos de quien fuera su amigo y mentor, el “gaucho”
Nestor Faria.
Inició su carrera artística de grandes
actuaciones en todas las emisiones de Buenos Aires y giras por Argentina y
Uruguay. Su voz engalanó los locales porteños “Mi Refugio” y “La Querencia ”, y en
televisión, Canal 7, junto al actor Jorge Lanza. Algunas de sus canciones
fueron verdaderas canciones: “Las Carretas”, “En Blanco y negro”, “Deja que
silben los vientos”, “El Ultimo Viaje”. Murió a los 48 años, el 2 de octubre de
1968. Decía el extinto poeta José Gagnin, al despedir sus rastros en el panteón
de SADAIC, en Chacarita: “Le hubiéramos hablado de las noches rumorosas del
Teatro Verdi, de las tertulias del Circulo Social, quizás de la última serenata
en las lejanas madrugadas, cuando la ciudad que nacía encubiéndose con el
asfalto, se llevaba también los rompesueños de la noviecita que ya nunca
volveríamos a ver... Y porque la mañana gris se nos metió en la garganta, ahora
sí, como si lo cruzáramos en el camino a la escuela... le decimos Chau, negro”. Es bueno que Cañada de
Gómez no te olvide...
Luis Ovejero... “el pescador”
En el contexto válido de recrear personajes cotidianos que nos
resultan particularmente simpáticos y acrisolan las paredes de una imaginaria
galería, bien merece ocupar un lugar destacado Luis Ovejero. La venta ambulante
de pescados constituye desde hace más de tres décadas, su actividad principal y
forma digna (y honrada) de ganarse el sustento diario para su familia formada
por Susana Beatriz (su mujer) y sus hijos Sergio Luis, Gabriela María, Verónica
de los Angeles, Nancy Gisela y Débora Lara. Fue, mucho tiempo, empleado de una
conocida pescadería. Un buen día, sin mayores preámbulos, resolvió abrirse
camino por su cuenta, afrontando las peripecias de un negocio que no da margen
a muchas especulaciones.
Bien dice el refrán: “Tal cosa sin hacer... y el pescado sin vender”.
Es que se trata de una producción no perecedera, que debe ser comercializada en
un lapso prudente, caso contrario se corre el riesgo cierto de inutilizar la
mercadería con las consiguientes pérdidas económicas. Tiene una particularidad
simpática: su manera de hacer notar su presencia. Conduce un automotor con
cúpula y desde el micrófono no sólo anuncia que hay variedad de pescados;
también saluda efusivo a una vecina conocida o a un amigo, y tararea la letra
de algún tango popular. Goza del
incondicional afecto y la confianza de sus clientes. Nunca un gramo de menos o
un vuelto donde se regatea alguna moneda. Es honesto en su actividad comercial
que descansa, inexorablemente, en su inconfundible furgoncito que recorre las
calles de un extremo a otro de la ciudad. Sabe que la gente es, en cierto modo,
tozuda. Ejercita el manual de la convivencia y descarta el interminable
conflicto de la relación. Pero, en definitiva, nuestro protagonista, admite que
el profundo decorado de la ciudad nos hermana y con su profunda reflexión
callejera, sostiene que todos se han visto las caras y han unido sus pulgares,
hombro a hombro, respirando el mismo aire y quizás, levantando la misma copa.
Cuando el sol sale,
se gestan las cosas simples de la jornada cotidiana. Un cuidaplazas amenaza a
un chico travieso que anda con su gomera a cuestas, y en ese mismo instante un
cirujano traza una línea roja sobre la piel. Un poeta escribe una y otra
estrofa, un carpintero perfila la arista de una mesa mientras la vecina aroma
el barrio con un humeante guisado. A Luis Ovejero, todos los vecinos lo
identifican con presteza. Es que el micrófono de su modesto equipo transmisor,
a pesar de que reiteradamente amplifica su voz entrecortada o poco audible,
tiene la insuperable magia de las vivencias comunes, de los pasajes rutinarios
que pasan a formar parte de los sonidos que terminan por resultarnos gratos,
porque identifica al tipo de persona trabajadora, humilde, buena. Conoce la calidad del pescado a simple vista.
Son ya muchos años dedicados a la venta y no vacila en rehusar la mercadería
que disguste a un potencial cliente. La calle le ha enseñado mucho, hasta
asimilar y soportar el persistente olor que se desprende del pescado. Mientras lleva a cabo la venta, gasta bromas.
Pregunta.... comenta. Se interesa por los sucesos de la ciudad. Sabe, por
experiencia, cuando debe emplear el buen humor o adoptar una actitud reflexiva,
con atisbos de apesadumbre sentimental para escuchar a una quejosa vecina que
le confesa cuitas de cierto tenor íntimo.
Filetes de merluza...
pollitos de mar... cornalitos... pescado de mar. En el furgón hay mercadería
para todos los gustos. Sugiere, con aire comedido: “doña, no deje de ponerle
bastante limón”; “Hay que freírlo bien para que quede bien crocante”. Son las
frecuentes sugerencias que el público acepta complacido, descubriendo un
trasfondo de buenas intenciones. El crepúsculo apura el fin. La gente pasa, se
va, se agrupa, y Luis Ovejero “El pescador” retorna al hogar...
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