La historia de la
humanidad siempre está manchada de injusticia y quizás la mayor de ellas es que
los seres humanos no somos iguales ante el sistema capitalista de la salud.
Nunca lo fuimos, no somos y no creo que seamos.
José era hijo de
un viejo caudillo radical cordobés que había enfrentado a los conservadores en la Década Infame y tampoco la
había pasado bien con el Peronismo. Su vida se desarrolló un poco en la zona de
Arroyito, Las Varas y Las Varillas para instalarse por amor en un pueblo
santafesino llamado San Jorge. Carmela tenía 16 años y sus padres no quería
saber nada de ese amor, pero el astuto criollo pudo engañar a sus suegros como
para llevarse a su preciada mujer al galope buscando un destino más feliz que
el que vivían. Aunque combatió siempre contra los conservadores, tampoco
adhirió a la llegada del General,
quizás su fanatismo radical al que algunos llaman principios no lo dejaban ver que venían tiempos mejores para los
humildes de entonces.
Aquel amor de
Carmela y José entregó al mundo cuatro hijos, Ana, José, Mafalda y Juan Carlos.
Los primeros tres nacieron en ese pueblo del oeste de Santa Fe donde las tareas
rurales se repartían entre el frigorífico, la cremería o la doma de caballos.
Tampoco evitaba pasar por el Bar Zugla, donde la ginebra era la bebida
alentadora del buen hombre. Un buen día, cansado de los problemas que le traía
enfrentar al peronismo y sus problemas personales, gracias a la colaboración de
familiares de Carmela, la familia decide venirse a vivir a la zona rural de
Cañada de Gómez donde vivieron sus primeros tiempos para después trasladarse a
una casita ubicada en Saavedra y Paraguay, pleno barrio sur. En ese ínterin
nació Juan Carlos, el menor de ellos en 1959.
José repartía además
de trabajar en los campos de la familia Dovetta, era quién cuidaba y adiestraba
los caballos en la caballeriza de la Jefatura de Policia pero no despuntaba el vicio
de ir al Comité Radical. Antes de llegar a su casa pasaba por la Cueva del León, que se
ubicaba en Lavalle al 1500. La ginebra había hecho estrago en su cuerpo, era un
hombre que superaba apenas las cuatro décadas pero su pinta era la de un ser
humano de sesenta. Gracias al aliento del Dr. Meyermotta pudo dejar el alcohol
y poder integrarse nuevamente en una sociedad que poco conocía, y donde sus
hijos empezaban a caminar.
Aquella vivienda
de Saavedra y Paraguay tenía un solo ambiente, era el comedor, la cocina y la
pieza de la familia. El baño era un excusado que se encontraba a metros de ese
lugar en el patio. Una noche fría del ´61, mientras sus hijos descansaban llegó
José un poco mareado y no se le entendía que hablaba. Carmela pensó que había
vuelto a la bebida, mientras Ana se sorprendía al ver a su padre muy charlador,
una característica que no le era propia. Como pudo Carmela lo acostó pensando
que José sólo tenía un mareo, sin saber que estaba en marcha una terrible ACV. A
la mañana siguiente, el Dr. Meyermotta enterado del tema se dirige hacia la
vivienda en el recordado Cuartito Azul de la Policía , como se llamaba al Jeep con el que los
uniformados cañadenses hacían sus razzias. A José lo llevaron al Hospital,
sentado en el Jepp, lo dejaron en una cama de la sala común para ver que
pasaba. Todos pensaban que dormía, su ronquido era un poco más fuerte que el
normal. Nadie lo asistió. Nadie ayudó a su familia. José se iba muriendo de a
poco, como estaban acostumbrados a morir los pobres que no tenían recursos para
hacerse algún tratamiento especial. A las pocas horas de estar en el Hospital
su ronquido cayó para siempre. Su viuda, con apenas 37 años debería enfrentar
el mundo con sus cuatro hijos. Limpió los pisos arrodillada ante los poderosos.
Planchó las camisas de los aristócratas locales. Sus hijos se hicieron
soportando fríos, hambre, soledad y la discriminación de un mundo que terminaba
en el arroyo. El otro lado era para otros...
Que hubiese pasado
si Carmela lo hubiese llevado a un sanatorio privado a su marido... Seguramente
José no moriría y quizás llegaría a convivir con sus hijos, verlos crecer,
conocer a sus nietos y seguir luchando por sus ideales. Otros tomaron su posta,
otros lucharon por esos ideales de igualdad, de libertad, de justicia social
por los que José tomó la bandera de Yrigoyen.
La historia no
cambió mucho, desde 1961 hasta ahora millones de argentinos murieron por no
tener un sistema de salud inclusivo, donde ante el peligro inminente de la
muerte sea igual el rico como el pobre, ya que la muerte no discrimina pero en
algunos suele entregarse y demorar en llegar. Si alguna vez me preguntan porqué
marcho... sigo marchando por eso, para que algún día en este mundo todos
tengamos los mismos derechos, y el derecho de vivir dignamente.
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