Dr. Alberto Gabriel |
IREMOS POR TODOS...
Retomando aquella frase de Ibérico
Saint-Jean, gobernador de Buenos Aires durante la dictadura entre los años 1976
y 1981, que expresaba «primero mataremos a los subversivos, después a sus
cómplices, después a sus amigos, después a sus familiares, después a los
indiferentes y por último a los tímidos» así trabajaron los Servicios en
Cañada de Gómez. Un ejemplo de persecución familiar es la que sufrió el Dr.
Juan Carlos de Altube, conocido popularmente como Chicharra, y quién
recuerda estos hechos es Ricardo García cuando expresa que «Juan Carlos no
encajaba con la medicina comercial, él era un médico no era un comerciante; lo
marginaron y dejo la medicina, quiso volver y no pudo porque el sistema no lo
dejaba. Él era un apasionado. Las persecuciones que sufrió junto a sus dos
hermanos, Hugo y José María… Ellos venían de una familia de clase media alta que podrían haber
optado por darle la espalda a los más humildes y sin embargo se pusieron del
lado de los pobres.» Cabe agregar que el 5 de abril de 1974, dos años antes del
Golpe, a las ordenes del General Miguel Iñiguez y del Comisario Alberto Villar,
efectivos de la
Policía Federal ocuparon en pocos minutos la manzana
delimitada por las calles España, Ocampo, Sarmiento y Ballesteros, al tiempo
que sobresaltaban el sector dos helicópteros, presuntamente en la búsqueda de
militantes revolucionarios. Por ese sector vivían familiares de Chicharra
y de Trucha Giordano.
Otra persecución familiar es la que
sufrieron Juan Carlos Gabriel y su padre Alberto, que fuera detenido a horas de
haber caído el gobierno democrático. El Dr. Alberto Gabriel era bioquímico y
junto al Dr. Héctor Tonella fueran durante años socios y amigos de la recordada
Farmacia Universidad desde la década del cincuenta y que se encontraba en la
zona céntrica de la ciudad; sobre ese lugar en una biografía sobre el Dr.
Tonella escrita por el Dr. Gerardo Álvarez describe que
«Ese
ámbito, sito en Lavalle 959, no sólo fue propicio para que ejercieran ambas
profesiones con una dignidad y un decoro encomiables, sino que en mérito a los
intereses e inquietudes sociales, políticos y culturales de sus titulares el
mismo se convirtió en un lugar predilecto para la tertulia amable, el diálogo
zumbón y chispeante y también -casi siempre- para la discusión fervorosa y
apasionada... Durante mi adolescencia tuve el gusto de frecuentarlo y por eso
bien recuerdo que por allí pasaban, cotidiana o periódicamente varios asiduos
concurrentes que se reclutaban entre los mas fervientes opositores locales al
gobierno de Perón, contándose entre ellos el doctor Félix Pagani, prestigioso
odontólogo que por entonces era ministro de Obras Públicas y Educación y
Cultura en el primer gobierno de Carlos Sylvestre Begnis; Vicente Leoni,
fundador de la Biblioteca
“Rivadavia” y como Pagani su presidente durante varios lustros; Andrés Acuña,
el notable pintor cañadense; el escribano Omar Lassaga, distinguido profesor de
la Universidad
del Litoral; Nemesio Valbuena, director durante años del recordado periódico “La Nota ”; el maestro Manuel
Andrada, que dirigía la
Escuela “Estrada”; y otros contertulios más jóvenes como Gerardo
Cabezudo, intendente de la ciudad durante dos períodos; Aldo Chazarreta, Onofre
Alvarez, mi padre, y varios amigos de Gabriel o de Tonella que contribuyeron a
convertir a la “Universidad” en el equivalente cañadense de la inolvidable
botica de Silvestre, evocada con gracia por Roberto J. Payró en ese tan
delicioso “Pago Chico” que Elsa Partelli nos hizo leer concienzudamente en el
primer año del Nacional.»[1]
Pero volviendo a la injusta
detención del Dr. Alberto Gabriel en su vivienda situada en Rivadavia al 500,
una testigo importante de esos días fue María Rosa Barbaressi quién fuera su
segunda esposa y quién nos manifiesta que
«El día que lo detienen a Gabriel,
estábamos en el laboratorio, habíamos terminado la tarea diaria, eran más o
menos las 7.30 de la mañana cuando lo llama una vecina y le dice Dr.
Venga urgente a su casa porque han ingresado militares – ella los vio a todos
con el traje de militar – y han roto la puerta de enfrente a culatazos,
entonces lo llamamos a usted para que venga a ver qué pasa. Gabriel se
fue con chaquetilla mangas cortas, siendo que hacia bastante fresco ese día, y
se encontró con todos los militares dentro de su casa, ya habían sacado todos
los cajones, habían revisado absolutamente todo. Él les pregunto a quién buscaban.
Buscamos a su hijo, le respondieron
los uniformados. Pero él no vive acá, yo
estoy viviendo solo, le responde, y no
tengo a la dirección porque él ha cambiado el domicilio varias veces.»[2]
Ante la imposibilidad de encontrar a
su hijo, los militares deciden detener
al Dr. Alberto Gabriel con la intención de que al torturarlo puedan
sacarle información. Desde su casa lo llevaron detenido escoltado por dos
policías en la parte de atrás como si fuese un ladrón peligroso. En Cañada de
Gómez nadie sabía hacia donde lo llevaban, antes de partir le deja el juego de
llaves de su automóvil a un policía cañadense conocido por él para que se la
entregue al Dr. Tonella. Al cuarto día sin saber noticias de Gabriel, María
Rosa junto a un grupo de amigos fueron a verlo al Padre Ignacio Aparicio, ya
que el mismo un amigo dentro de la cárcel con un alto cargo que suponíamos que
podía estar ahí. Así fue que por intermedio del Capellán de la Policía se pudo confirmar
la presencia de Gabriel en la
Alcaidía de Rosario. Sobre ese episodio Barbaressi nos
manifiesta que
«El capellán le dijo al Padre
Aparicio que no se le permitían hablar con ninguna de las personas detenidas.
Por lo tanto era imposible que el padre Aparicio fuera a llevarle un abrigo.
Después, un político de Santa Fe, por intermedio del Dr. Tonella, del MID, se
prestó para llevarle unos pulóveres, que tuvo que dejar en la puerta de entrada
porque no lo dejaron ingresar, al tiempo nos enteramos que esos abrigos jamás
le llegaron. A todo esto nosotros, todos los días intentábamos realmente saber
si estaba en la cárcel de encausados, como yo en ese tiempo era corresponsal
del Diario La Prensa ,
en Cañada de Gómez, lleve mi credencial y me metí en la policía a hablar con el
Teniente Coronel Moresi y le dije que todos los profesionales de Cañada de
Gómez, bioquímicos y médicos, querían poner una solicitada en el Diario La Prensa para pedir por la
liberación de una persona que no tenía absolutamente nada que ver para estar
dentro de la cárcel, que si tenían que ver al hijo, que lo busquen al hijo, no
a él. Moresi, en forma muy poca amistosa me responde que si hacen algo de esto los que
firmen van a tener que pasar por la
Jefatura y le pido por favor que no venga a
preguntarme todos los días, ya hemos puesto policías vigilando su casa.
La casa de mis padres estaba ubicada en Ayacucho al 1100, sobre el puente de la
casa de mi padre había un móvil de policía para ver si en ese lugar estaba el
hijo de Gabriel y a lo mejor lo teníamos escondido en algún lugar. A todo esto
mi papá, que tenía un arma, que era un arma para cazar, una escopeta, la había
escondido dentro de un tambor de trigo, en ese tiempo mi papá tenia cerdos y
les daba trigo, y en ese tambor de trigo escondió la escopeta. Vivíamos
momentos muy difíciles.»[3]
A los dieciséis días de estar detenido, el Dr.
Alberto Gabriel fue liberado, pero antes había sufrido la tortura de los
dictadores, donde todos los lo a declarar a una misma habitación, donde querían
sacarle información sobre su hijo. Al salir, estaba sucio, muy flaco, sin
fuerzas y con el suficiente aliento para pedirse un taxi para venirse a Cañada
sin saber si le podía pagar en el regreso. Al llegar fue directamente a la
vivienda de la familia Sra. Poggio, donde al tocar timbre y ser visto por Lita,
la misma casi se descompone, al ver su estado físico. Allí Gabriel le
pidió que le pagara al taxista. Sobre
esas triste jornadas, María Rosa nos agrega que
«Nosotros vivimos muy mal. Ya le
conté que mis padres, que no tenían absolutamente nada que ver, tuvieron una
vigilancia permanente, prácticamente de 7, 10 o 15 días frente al domicilio. Yo
lo viví muy mal, porque con su socio, el Dr. Tonella, no sabíamos realmente
como resolver las cosas del laboratorio,
no sabíamos que le había pasado, si volvía o no volvía. Los
profesionales de Cañada, como el Dr. Adhemar Regis o el Dr. Rodríguez, los que
me puedo acordar colaboraron para que podamos salir adelante. Aparte cuando él
estaba detenido no teníamos acceso a poder entrar a ese organismo tan cerrado y
vertical que era la policía, los militares y demás para saber algo y bueno
cuando él llego, llego tan desesperado, tan mal, porque no sabía nada de su
hijo, no sabía dónde se iba, no sabía qué le iba a pasar, porque algunos no
llegaban a destino. Entonces vivió muy mal, fue una etapa muy dura para todos
nosotros y para mucha gente de Cañada que paso lo mismo, porque no es fácil recibir en un domicilio estando
vos adentro o estando vos fuera del domicilio a una tropa que entra de repente
y te invade y no aves realmente que es lo que te va a pasar. Así que, la
libertad que hoy tenemos es algo que no se puede comprar con ningún dinero.»[4]
La historia de la familia Gabriel
continúa la semana que viene con el exilio de su hijo Cali y la emotiva
despedida de ambos...
[1]
HECTOR P. TONELLA: SUS OFICIOS, PASIONES
Y SERVICIOS A LA COMUNIDAD. Biografía
escrita por el Dr. Gerardo Álvarez. Año 2009. Archivo Digital del Museo
Histórico Municipal Elías Bertola.
[2]
Testimonio de María Rosa
Barbaressi. Archivo Museo Histórico Municipal Elías Bertola.
[3]
Testimonio de María Rosa
Barbaressi. Archivo Museo Histórico Municipal Elías Bertola.
[4]
Testimonio de María Rosa
Barbaressi. Archivo Museo Histórico Municipal Elías Bertola.
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