Obra de Miralpeix del Museo Histórico, donada por la familia de Jorge Zadra. Quizás sea la última pintura de Miralpeix, ya que su firma lleva el año 44, el de su fallecimiento |
Las nuevas generaciones, a las cuáles siempre
me he dirigido en este rincón de la historia cañadense, no van a creer que un
hombre que solía dormir en los camarines del Teatro Verdi sea hoy uno de los
artistas plásticos más cotizados de la historia local. Estamos hablando de
Jaime Miralpeix quién, fuera ni más ni menos, que el maestro de dos grandes
artistas de la ciudad como Carlos Aeschlimann y Adolfo Wytrykusz, éste último
en una biografía escrita por mi expresó que «conocí a don Jaime Miralpeix, un
tipo introvertido, no hablaba, que vivía en Necochea al 500 en una piecita y
siempre dejaba la puerta abierta, entonces yo aprovechaba y lo espiaba, de paso
le dejaba monedas. Era muy bohemio… Un día me vió y le dije: Maestro porque no
me enseña a pintar… Primero no quiso
hasta que lo terminé convenciendo, siempre me decía que no tenía nada para la
olla, entonces yo le daba unas propinas…
Recuerdo que pintaba sobre cartones que le daban en el Barato Argentino…
La gente pasaba y le pagaba poca guita por cada obra… Eso sí, guardo con el
mayor de mis amores, su paleta de pintura.»[1] Cabe
recordar que Adolfo tiene en su poder la paleta en la que su maestro mezclaba
sus colores antes de llegar a la maravilla de sus obras y el mismo me manifestó
que su entrañable amigo «Carlitos Aeschlimann guardó durante mucho tiempo una
tela que Miralpeix pintó a la familia de Florencio Parravicini, aquel
recordable actor argentino.»[2]
No sabemos bien que día y año nació, si
sabemos que fue allá en España en el límite francés, algunos hablan de
Barcelona o Andorra y otros en cambio hablan de un origen vasco francés, que al
apreciar su apellido es la versión más creíble. Quizás en su niñez haya
disfrutado de aquella España invadida por el
Realismo y Modernismo, sobretodo después de aquella Exposición Universal
de 1888. Pero de todo esto nadie puede confirmarlo, porque no han dejado
registros de su niñez en la vieja tierra. Suponemos por la necrológica que
publicara La Nota
el 11 de noviembre de 1944, que al fallecer tenía 73 años, lo que presumimos
que nació entre 1870 y 1871 y su llegada al país fue hacia finales del Siglo
XIX o comienzos del XX.
Adolfo Wytrykusz me ha referido que «vivió en
uno de los camarines del Verdi cuando apenas llegó, pero que lo conoció allá en
esa pieza de Necochea al 500 y que el último lugar donde recuerda haberlo visto
fuera una fonda ubicada en Ocampo y Sarmiento.»[3] Cabe
agregar que algunos autores hablan de otros lugares similares donde Miralpeix
se alojó en su vida, pero siempre rondando en el ambiente humilde y empobrecido
que había para aquellos primeros inmigrantes que llegaron al país buscando
hacerse la América. Jaime
Miralpeix pasaba sus días en la ya citada esquina de San Martín y Lavalle,
donde se encontraba el Barato Argentino (hoy Pardo) y vendía a muy pocas
monedas sus obras en telas o cartones improvisados. Pero también era un
transeúnte que mientras caminaba y solía pasar astutamente por las casonas de
los cañadenses de buen pasar, les ofrecía ofrecerles sus trabajos. Aquel manso
bohemio de las calles cañadenses, supo pintar escenografías para el Verdi y el
Cervantes, pintó como nadie a las chicas
bien de casas mal que abundaban en los florecientes cabarets de entonces y
muy pocas de sus obras sobrevivieron al tiempo y al vandalismo de la
modernidad.
Según podemos leer en una copia de su acta de
fallecimiento, que se encuentra en nuestro Museo Histórico Municipal Elías
Bertola, expresa que
«En Cañada de Gómez, departamento Iriondo,
provincia de Santa Fe, el día seis de noviembre de mil novecientos cuarenta y
cuatro, a las nueve horas. Ante mí, Luciano A. A. Gambini, Jefe, encargado del
Registro Civil, compareció don Félix De Marinis, de cuarenta y tres años de
edad, de estado soltero, de nacionalidad italiana, de profesión comerciante y
vecino de ésta, declarando que a las dieciocho horas del día de ayer, en el
Hospital San José ha fallecido Jaime Miralpey, de nacionalidad española, de setenta
y tres años de edad, de estado viudo y de profesión pintor, a consecuencia de
bronconeumonia, según consta en el certificado médico expedido por el Dr.
Manuel Meyer Motta, que se archiva.»[4]
En la misma acta se desconoce donde nació y
quiénes fueron sus padres. Firmaron como testigos José Silvani, de 29 años y
comerciante; Ezio P. Migliozzi, de 27 años, de profesión chofer.
Aquel hombre que falleciera el 5 de
noviembre, fue velado en la antigua morgue del Hospital y fueron muy pocos los
cañadenses que lo acompañaron hacia su última morada. En el periódico dirigido
por Nemesio Valbuena, cinco días después de su muerte podemos leer que
«Luego de haber llevado una vida bohemia
durante largos años en nuestra ciudad, donde era ampliamente conocido, dejó de
existir Jaime Miralpeix, que se había dedicado al arte de la pintura. Falleció
a la edad de 73 años. La noticia de su muerte recorrió todos los barrios de la
ciudad, siendo sentido su fallecimiento, pues le estimaban quiénes lo conocían
y trataban. Descansará definitivamente en nuestra necrópolis.
»Como póstumos homenaje a Miralpeix, un
improvisado colaborador nos envía estas líneas que transcribimos:
»Jaime
Miralpeix: se apagó para siempre la vida de este artista; y el destino quiso
que se cumpliera en parte su propia voluntad, la de morir y dejar un rastro de
su paso por la vida, como la de todo ser al que la naturaleza dotara de una
virtud, como la que él poseía. Morir como todo bohemio, en soledad y miseria a
la vez.
»Pensar
solamente en que el fruto de tus virtuosas manos detuviera en muchas
oportunidades nuestros pasos para contemplar extasiados tus obras; pensar que
no te veremos más en tu bohemio tallercito de trabajo, frente a tu cabellete
que sostenía orgulloso la tela en la cual pincelada tras pincelada dejaba un
recuerdo más de tu paso por el mundo.
»Permitidme
que refleje en éstas líneas el dolor que me causó ser compañero en el camino
último que recorriste, el que te condujo a tu última morada.
»Si en
verdad pudo ser tu voluntad aquello de llegar hasta tu sepultura sin
acompañamiento y sin flores, ni ser sepultado en un lujoso ataúd, verdad
también es aquello de que muchos hijos de esta ciudad olvidan rápidamente lo
que se debiera recordar constantemente.
»Llegaste
hasta su sepultura el día 6 de noviembre del año 1944; repito que lo hiciste
solo y sin que ninguno de aquellos que detuvieran sus pasos, frente a tus
obras, para admirarlas, te acompañaran y a esto es lo que llamo dolor... dolor
de hermano, porque es menester conocer la miseria para poder verter una lágrima
ante el triste cuadro que ofrecía tu marcha a tu última morada.
Tu
sepulcro tendrá también flores, tus hermanos ante Dios se encargarán de que
ellas, las que tan hermosas las ofrecían a la vista de tus maravillosas manos en
la tela, estén presentes en ese sitio.»[5]
La mañana del 7 de noviembre del 2017,
mostraba la humedad de una lluvia nocturna en la primavera que tarda en llegar.
Junto a Eduardo fuimos en busca del sepulcro de Miralpeix. Nuestra sorpresa fue
saber que en el libro de ingreso su nombre no figuraba. Su pobreza, humildad y soledad
hicieron que fuera parar al más allá de las profundidades. Junto a los
trabajadores del Camposanto sospechamos que sus huesos fueron destinados a la
gran Cruz donde descansan los olvidados.
Para suerte, y aunque sean pocas las obras
que nos legó, en su arte sigue vigente la leyenda de aquel español que caminaba
por las calles cañadenses haciendo arte para vivir...
En 1939 Homero Expósito escribió Bohemio, y
hoy quiero despedir, en este recuerdo de aquel señor que le pintó a las grandes
casas de la ciudad con esa letra que cantara Hugo del Carril en Radio Splendid
el mismo año... «Mi casa es casi el cielo, una azotea, y vivo como quiero, a la
marchanta... Mi vida se ha incendiado de bohemia con un color rayano en
inquietud, mis versos son el pan, el pan que premia tanta desolación y
juventud.»
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