Llegamos al 29 y Trujillo nos describe la alegría de su primera hija.
Entramos al sonriente veintinueve,
año que nos deparaba la dicha
del primero hijo. Mi esposa cosía
ropitas, bordando con flores rosas
parte de ellas y las otras, con guardas
celeste. Nuestras esperanzas ahí
también se cumplieron y se cumplían
nuestros sueños que se hacían realidad,
y ya los días de espera se tornaron
interminables, aquel interés
nos aprisiono al extremo, poniendo
todos nuestros pensamientos en torno
del hijo que llegaría allá por julio.
En febrero realizando un trabajo
que mi Yolanda ya no podía hacer
y teniendo que terminar con él
antes de ir al negocio a trabajar,
y por ser el tiempo que me restaba
escaso para cumplir con mi horario,
opté por apresurarme, por eso,
una astilla de pinotea, reseca,
en mi diestra, profunda se clavó.
Cerca de seis meses tuve mi brazo
inútil. La infección que me produjo
aquel
cuerpo extraño, obligó a cambiar
mi letra y realizar todas mis tareas
con el otro. Esa dificultad puso
en mi ser al principio, nulidad
total, junto con el dolor sufrido.
Al fin de aquella desgracia, que dio
a mi espíritu tanto decaimiento,
llegó la dicha de nuevo y curé.
Mi brazo, atrofiado, casi inservible,
fue recuperando todas sus fuerzas,
colaborando el tenis en mayor
parte hasta lograr su natural forma.
Llegó el diez y siete de julio y trajo
después de tan larga espera a nuestra hija.
Aquel acontecimiento cubrió
a nuestras almas hasta desbordarlas
de alegría, madre y padre no cabían
dentro de si, a mí me pareció todo
distinto desde ese grato momento,
sintiéndome por demás orgulloso,
al grado de estar “borracho” por ello.
Comprendí después del alumbramiento
el sacrificio de todas las madres
del mundo; no es tan fácil dar un hijo,
todavía esta obra la naturaleza
no perfecciono justicieramente,
resultando muchas veces impropio
en el instante que debe llenar
completamente de felicidad.
Fue un amanecer húmedo, con niebla
espesa y caluroso, cuando el llanto
de Pochi entro en el centro por primera
vez de nuestro mundo. Llego a la vida,
rechoncha, vibrando como campana
de plata, iluminando con la luz
refulgente de una estrella sin par,
perfumando con la fragancia pura
de las flores que acarician el alma
cuando el corazón le habla en su soñar.
Julio Cané fue mi compañía entonces,
ahí como en otras oportunidades
cumplió conmigo como leal amigo ;
Elvira Romegialli y Berta Viti
fueron alicientes en los momentos
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