ARMANDO AMIRATI, NUESTRO CURA SANTO Parte 3




LOS PASOS DE ARMANDO VAN DEJANDO SUS HUELLAS


Cómo bien dijimos en anteriores capítulos, la primera impresión de Amirati en Cañada no fue tan buena que digamos. Desconfiaban un poco de ese curita que venía con nuevas ideas a una ciudad que estaba acostumbrada justamente a no apostar a la renovación. La Ciudadana Ilustre Goritzia Piccinini dio fe de esa sensación al expresarnos que


«Mi mama empezó a decirnos que había llegado un cura nuevo a la Iglesia, pero que se yo, es más raro, decía. Mi mama venia siempre con críticas hacia el cura. Ella venia de una aldea de Italia, donde todo era la iglesia, eran esclavas de la Iglesia y este cura con ideas renovadas les molestaba a todas estas viejitas. Yo le decía, pero mama tiene razón, que hacen ustedes con rezar tanto si después afuera no hacen nada por nadie! Más o menos fue entendiendo, pero no mucho, ella vivía cerrada a lo que había vivido allá en Italia. Esas viejitas que iban allá lo criticaban porque él era un sacerdote joven, con ideas renovadas, la Iglesia era otra cosa para ellos, era acción que se hacía después que salías. Entonces dije voy a ir a la Iglesia para conocerlo, yo no iba más, así que fui y dijo un sermón que a mí me acerco, y empecé a ir de nuevo. El padre Amiratti era muy abierto, no era cerrado en esa Iglesia tradicional, de personas que iban a rezar, decía, la religión es acción, se sale de la iglesia y hay que actuar de acuerdo a lo que han rezado y escuchado acá, la oración no tiene ninguna importancia sino va acompañada de la acción.»[1]

Una de las novedades que trajo Armando Amirati a la ciudad fue la creación de un Ateneo donde hoy se encuentra uno de los salones parroquiales por calle Lavalle. En él, niños de diferentes clases sociales se mezclaban y disfrutaban del casín, del billar, del juego de cartas, de la música. El objetivo era que los niños no estén en las calles sin hacer nada en sus tiempos libres pero también servía para unir a una ciudad que estaba muy marcada en las clases sociales y sobre todo a lo que se llamaba, y lamentablemente se sigue usando, la gente de atrás de las vías... que muchas veces eran discriminados por los señores del norte. Los torneos de fútbol en los barrios eran muy populares entonces y Amirati anotó en varias oportunidades a un equipo representando a la Parroquia San Pedro, uno de ellos estuvo integrado por Roberto Larocca quién recuerda que

«hubo en esa época un torneo de papi fútbol que eran muy populares, en la canchita del Club La Unión, que estaba sobre calle Ocampo, donde ahora es la Afip, y nos vinieron hablar a la escuela, ustedes van a integrar un equipo porque el Padre Amirati quiere que la Parroquia tenga uno, se va a llamar San Pedro. No sé por qué nos eligieron a nosotros, éramos amigos que se yo, pero bastante troncos, la cuestión es que fuimos a jugar el primer partido nos comimos una goleada histórica, había equipos fuertes. Para el partido siguiente hubo una reunión con Amirati, con toda esa bonhomía nos dijo, chicos miren vamos a cambiar algunas cosas y aparecen dos vaguitos que en la vida lo habíamos visto, nunca habían pisado la Iglesia, entonces los mando al equipo San Pedro que entonces mejoró, dos de nosotros, uno era yo, salimos del equipo y alentábamos desde afuera porque necesitaba triunfo y la Iglesia no podía dar una imagen tan desastrosa...»[2]

También Larocca perpetúa en su testimonio otra anécdota muy particular en Amirati, esta vez asociada a un personaje pintoresco como Mario Raúl Avila conocido como Chuchumeco...

«...poco antes de que él tuviera que irse, un amigo, que el papa había comprado un cero kilómetro, un auto fashion para la época, venia del lado del hospital y lo encuentra a Amirati que le hace seña por calle Iriondo  porque estaba socorriendo a un personaje histórico un marginal como era Chuchumeco, que se había caído y estaba totalmente estropeado, sangrando por todos lados, se había golpeado la nariz. A Amirati no había forma de decirle que no, así que mi amigo lo ayudo, lo subieron a Chuchu que ensucio todo el auto, pero bueno, después fue Amirati a pedirle disculpas al viejo porque si no le decían nada a mi amigo lo amasijaban[3]

Otro vecino que nos explica la tarea de Amirati en Cañada es Armando Vachino, en una entrevista que le realizarán alumnos del Colegio Superior Florentino Ameghino en 1994 con motivo del 25º aniversario de la pueblada, en ese diálogo Vachino expresa que «Amirati fue un cura que supo estar al lado del pobre sacrificando sus propias comodidades para brindarse íntegro a los más necesitados. Amirati fue y es un gran cura. Desde sus sermones reivindicaba los derechos de los pobres bregando por una justicia social, que en Argentina se encuentra largamente postergada.»[4] Alberto Di Paola en el mismo trabajo realizado en el Taller de Historia Local manifestó que Armando Amirati «hizo un verdadero apostolado de su sacerdocio lo que provocó que mucha gente volviera a la Iglesia porque veía en él un verdadero desarrollo de su actividad pastoral, la que estaba acompañada por una vida sumamente austera.»[5]

La Dra. Noemí Sedrán es otra de las vecinas que conoció profundamente al Padre Armando Amirati y nos brindó un riquísimo testimonio de momentos hasta ahora desconocidos

«Apenas llega el Padre Amirati, como sacerdote a Cañada, hay un velatorio aquí en la Iglesia Evangélica Metodista, no recuerdo quien había muerto, y estando en el velatorio llega un sacerdote de sotana, por supuesto de sotana en aquella época, todos se empezaron a mirar porque era el sacerdote católico a una Iglesia Evangélica, por supuesto era cristiana pero Evangélica, entonces llega un familiar le va a como a anoticiar al padre, que el muerto era un evangélico, y el Padre Amirati lo miro y le dijo todos son hijos de Dios yo tengo obligaciones, es mi grey la que esta acá, es mi gente, a ustedes les molesta que yo este acá? le respondieron que de ninguna manera, él rezo una oración, saludo a los familiares y se fue.  Ese gesto, para esa época era impactante, ahora nos hemos acostumbrado pero yo siempre digo que la actitud ecuménica del Papa Francisco tiene su antecedente en el accionar del Padre Amirati. Yo cuando oigo esa opción por los pobres, esa vida austera, desprovista de todos los privilegios que da el hecho de ser sacerdote, digo pero todo esto me lo enseño el Padre Amiratti. Me acuerdo que una oportunidad, se le recriminaba o algunos sectores de Cañada le recriminaban que la puerta de la casa parroquial estuviera siempre abierta para que cualquier persona a cualquier hora pudiera refugiarse, pedir ayuda o dormir allí adentro, entonces él nos dijo en aquella oportunidad que era preferible que una persona sacara ventaja de eso que dejar de atender realmente a un necesitado, y que esa gente que eran los excluidos de la sociedad eran los que más merecían que un cristiano los apoyara.»[6]

Las discriminaciones que se sufrían en aquellos años se impregnaban en todos los ámbitos. Para los pobres el acceso a la educación, a la salud, a la catequesis y hasta el tener un velorio digno, sobre este tema la Dra. Sedrán retiene en sus retinas un acto de Amirati que la sigue emocionando como el primer día...

«Una de las actitudes que tengo muy presentes del Padre Amiratti, y a veces me duele el que no supimos reconocerle aquí en Cañada en vida además del afecto personal que le ha ido a demostrar a La Rioja mucha gente, que la sociedad cañadense no le haya reconocido en vida lo que nos dejó, que es un testamento de cristianismo. En una oportunidad yo iba en auto a la pileta de El Círculo y lo veo cruzar la plaza, para tomar el paso a nivel, entonces doy la vuelta y lo espero le digo, Padre donde va lo llevo, suba. Era aun día de calor alrededor de la una y media de la tarde, llevaba un cajón chiquito, le pregunto que llevaba y me contesta, fui a una casa había un velatorio y él bebe estaba sobre una mesa. Había venido a buscar un cajoncito a una de las casas de velatorio y se lo llevaba para que lo pusieran ahí. Me acuerdo y se me corta la voz, porque me acuerdo de ese momento fue de una integridad de vida, él no lo pidió, fue él a buscarlo y a llevárselo.»[7]

Cerrando el capítulo de hoy, Noemí Sedrán compara al Padre Amirati con nuestro actual Papa Francisco expresando que

«Los jóvenes tienen que leer y escuchar, ustedes no saben lo que eran las reuniones en la casa en calle 1º de Mayo en Rosario, que le habíamos puesto la jabonería de Vieytes porque era el lugar donde se reunían todo el grupo de sacerdotes al que el obispo había sacado. La resistencia de los poderes de la iglesia, para los cambios que es lo mismo que está sufriendo el Papa Francisco que dijo a mí me pueden matar pero mi vida no vale nada, para Amirati tampoco valía, yo no estoy haciendo una comparación personal entre el Papa Francisco y el Padre Amirati, cada uno ha tenido en su desempeño sacerdotal, el valor, la dureza de principios católicos para derribar las estructuras contrarias al espíritu de Cristo. El mensaje de Amirati, eso es lo que vale, yo les diría a los jóvenes de hoy que miran con esperanza todo lo que nos transmite el Papa Francisco, que me parece excelente una voz argentina en el mundo y de un jesuita además, que son las palabras que nos enseñaba Amirati.»[8]



[1] Testimonio de Goritzia Piccini. Archivo del autor
[2] Testimonio de Roberto Larocca. Archivo del autor
[3] Idem.
[4] Testimonio de Armando Vachino. Taller de Historia Local. Colegio Superior Florentino Ameghino. Año 1994. Archivo del Museo Histórico Municipal Elías Bertola
[5] Alberto Di Paola. Idem anterior
[6] Testimonio de la Dra. Noemí Sedrán. Archivo del autor.
[7] Idem.
[8] Idem.

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