LOS PASOS DE
ARMANDO VAN DEJANDO SUS HUELLAS
Cómo
bien dijimos en anteriores capítulos, la primera impresión de Amirati en Cañada
no fue tan buena que digamos. Desconfiaban un poco de ese curita que venía con
nuevas ideas a una ciudad que estaba acostumbrada justamente a no apostar a la
renovación. La Ciudadana Ilustre
Goritzia Piccinini dio fe de esa sensación al expresarnos que
«Mi
mama empezó a decirnos que había llegado un cura nuevo a la Iglesia , pero
que se yo, es más raro, decía. Mi mama venia siempre con críticas hacia
el cura. Ella venia de una aldea de Italia, donde todo era la iglesia, eran
esclavas de la Iglesia
y este cura con ideas renovadas les molestaba a todas estas viejitas. Yo le
decía, pero mama tiene razón, que hacen ustedes con rezar tanto si después
afuera no hacen nada por nadie! Más o menos fue entendiendo, pero no
mucho, ella vivía cerrada a lo que había vivido allá en Italia. Esas viejitas
que iban allá lo criticaban porque él era un sacerdote joven, con ideas
renovadas, la Iglesia
era otra cosa para ellos, era acción que se hacía después que salías. Entonces
dije voy a ir a la Iglesia
para conocerlo, yo no iba más, así que fui y dijo un sermón que a mí me acerco,
y empecé a ir de nuevo. El padre Amiratti era muy abierto, no era cerrado en
esa Iglesia tradicional, de personas que iban a rezar, decía, la
religión es acción, se sale de la iglesia y hay que actuar de acuerdo a lo que
han rezado y escuchado acá, la oración no tiene ninguna importancia sino va
acompañada de la acción.»[1]
Una
de las novedades que trajo Armando Amirati a la ciudad fue la creación de un
Ateneo donde hoy se encuentra uno de los salones parroquiales por calle
Lavalle. En él, niños de diferentes clases sociales se mezclaban y disfrutaban
del casín, del billar, del juego de cartas, de la música. El objetivo era que
los niños no estén en las calles sin hacer nada en sus tiempos libres pero
también servía para unir a una ciudad que estaba muy marcada en las clases
sociales y sobre todo a lo que se llamaba, y lamentablemente se sigue usando, la
gente de atrás de las vías... que muchas veces eran discriminados por
los señores del norte. Los torneos de fútbol en los barrios eran muy populares
entonces y Amirati anotó en varias oportunidades a un equipo representando a la Parroquia San Pedro, uno de
ellos estuvo integrado por Roberto Larocca quién recuerda que
«hubo
en esa época un torneo de papi fútbol que eran muy populares, en la canchita
del Club La Unión ,
que estaba sobre calle Ocampo, donde ahora es la Afip , y nos vinieron hablar a
la escuela, ustedes van a integrar un equipo porque el Padre Amirati quiere que
la Parroquia
tenga uno, se va a llamar San Pedro.
No sé por qué nos eligieron a nosotros, éramos amigos que se yo, pero bastante
troncos, la cuestión es que fuimos a jugar el primer partido nos comimos una
goleada histórica, había equipos fuertes. Para el partido siguiente hubo una
reunión con Amirati, con toda esa bonhomía nos dijo, chicos miren vamos a cambiar
algunas cosas y aparecen dos vaguitos que en la vida lo habíamos visto,
nunca habían pisado la Iglesia ,
entonces los mando al equipo San Pedro que entonces mejoró, dos de nosotros,
uno era yo, salimos del equipo y alentábamos desde afuera porque necesitaba
triunfo y la Iglesia
no podía dar una imagen tan desastrosa...»[2]
También
Larocca perpetúa en su testimonio otra anécdota muy particular en Amirati, esta
vez asociada a un personaje pintoresco como Mario Raúl Avila conocido como Chuchumeco...
«...poco antes de que él tuviera que
irse, un amigo, que el papa había comprado un cero kilómetro, un auto fashion
para la época, venia del lado del hospital y lo encuentra a Amirati que le hace
seña por calle Iriondo porque estaba
socorriendo a un personaje histórico un marginal como era Chuchumeco, que se
había caído y estaba totalmente estropeado, sangrando por todos lados, se había
golpeado la nariz. A Amirati no había forma de decirle que no, así que mi amigo
lo ayudo, lo subieron a Chuchu que ensucio todo el auto, pero bueno, después
fue Amirati a pedirle disculpas al viejo porque si no le decían nada a mi amigo
lo amasijaban.»[3]
Otro
vecino que nos explica la tarea de Amirati en Cañada es Armando Vachino, en una
entrevista que le realizarán alumnos del Colegio Superior Florentino Ameghino
en 1994 con motivo del 25º aniversario de la pueblada, en ese diálogo Vachino
expresa que «Amirati fue un cura que supo estar al lado del pobre sacrificando
sus propias comodidades para brindarse íntegro a los más necesitados. Amirati
fue y es un gran cura. Desde sus sermones reivindicaba los derechos de los
pobres bregando por una justicia social, que en Argentina se encuentra
largamente postergada.»[4]
Alberto Di Paola en el mismo trabajo realizado en el Taller de Historia Local
manifestó que Armando Amirati «hizo un verdadero apostolado de su sacerdocio lo
que provocó que mucha gente volviera a la Iglesia porque veía en él un verdadero desarrollo
de su actividad pastoral, la que estaba acompañada por una vida sumamente
austera.»[5]
«Apenas llega el Padre Amirati, como
sacerdote a Cañada, hay un velatorio aquí en la Iglesia Evangélica
Metodista, no recuerdo quien había muerto, y estando en el velatorio llega un
sacerdote de sotana, por supuesto de sotana en aquella época, todos se
empezaron a mirar porque era el sacerdote católico a una Iglesia Evangélica,
por supuesto era cristiana pero Evangélica, entonces llega un familiar le va a
como a anoticiar al padre, que el muerto era un evangélico, y el Padre Amirati
lo miro y le dijo todos son hijos de Dios yo tengo obligaciones, es mi grey la que esta
acá, es mi gente, a ustedes les molesta que yo este acá? le respondieron
que de ninguna manera, él rezo una oración, saludo a los familiares y se fue. Ese gesto, para esa época era impactante,
ahora nos hemos acostumbrado pero yo siempre digo que la actitud ecuménica del
Papa Francisco tiene su antecedente en el accionar del Padre Amirati. Yo cuando
oigo esa opción por los pobres, esa vida austera, desprovista de todos los
privilegios que da el hecho de ser sacerdote, digo pero todo esto me lo enseño
el Padre Amiratti. Me acuerdo que una oportunidad, se le recriminaba o algunos
sectores de Cañada le recriminaban que la puerta de la casa parroquial
estuviera siempre abierta para que cualquier persona a cualquier hora pudiera
refugiarse, pedir ayuda o dormir allí adentro, entonces él nos dijo en aquella
oportunidad que era preferible que una persona sacara ventaja de eso que dejar
de atender realmente a un necesitado, y que esa gente que eran los excluidos de
la sociedad eran los que más merecían que un cristiano los apoyara.»[6]
Las discriminaciones que se sufrían
en aquellos años se impregnaban en todos los ámbitos. Para los pobres el acceso
a la educación, a la salud, a la catequesis y hasta el tener un velorio digno,
sobre este tema la Dra. Sedrán
retiene en sus retinas un acto de Amirati que la sigue emocionando como el
primer día...
«Una de las actitudes que tengo muy
presentes del Padre Amiratti, y a veces me duele el que no supimos reconocerle
aquí en Cañada en vida además del afecto personal que le ha ido a demostrar a La Rioja mucha gente, que la
sociedad cañadense no le haya reconocido en vida lo que nos dejó, que es un
testamento de cristianismo. En una oportunidad yo iba en auto a la pileta de El
Círculo y lo veo cruzar la plaza, para tomar el paso a nivel, entonces doy la
vuelta y lo espero le digo, Padre donde va lo llevo, suba. Era
aun día de calor alrededor de la una y media de la tarde, llevaba un cajón
chiquito, le pregunto que llevaba y me contesta, fui a una casa había un velatorio
y él bebe estaba sobre una mesa. Había venido a buscar un cajoncito a
una de las casas de velatorio y se lo llevaba para que lo pusieran ahí. Me
acuerdo y se me corta la voz, porque me acuerdo de ese momento fue de una
integridad de vida, él no lo pidió, fue él a buscarlo y a llevárselo.»[7]
Cerrando el capítulo de hoy, Noemí
Sedrán compara al Padre Amirati con nuestro actual Papa Francisco expresando
que
«Los jóvenes tienen que leer y
escuchar, ustedes no saben lo que eran las reuniones en la casa en calle 1º de
Mayo en Rosario, que le habíamos puesto la jabonería de Vieytes porque era el
lugar donde se reunían todo el grupo de sacerdotes al que el obispo había
sacado. La resistencia de los poderes de la iglesia, para los cambios que es lo
mismo que está sufriendo el Papa Francisco que dijo a mí me pueden matar pero mi
vida no vale nada, para Amirati tampoco valía, yo no estoy haciendo una
comparación personal entre el Papa Francisco y el Padre Amirati, cada uno ha
tenido en su desempeño sacerdotal, el valor, la dureza de principios católicos
para derribar las estructuras contrarias al espíritu de Cristo. El mensaje de
Amirati, eso es lo que vale, yo les diría a los jóvenes de hoy que miran con
esperanza todo lo que nos transmite el Papa Francisco, que me parece excelente
una voz argentina en el mundo y de un jesuita además, que son las palabras que
nos enseñaba Amirati.»[8]
[1] Testimonio de Goritzia Piccini. Archivo del autor
[2] Testimonio de Roberto Larocca. Archivo del
autor
[3] Idem.
[4] Testimonio de Armando Vachino. Taller de
Historia Local. Colegio Superior Florentino Ameghino. Año 1994. Archivo del
Museo Histórico Municipal Elías Bertola
[5] Alberto Di Paola. Idem anterior
[6] Testimonio de la
Dra. Noemí Sedrán. Archivo del autor.
[7] Idem.
[8] Idem.
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