EL PUEBLO FUE UNA FIESTA, LA NECESITABA...




Todas las personas solitarias,
¿De dónde vinieron?
Todas las personas solitarias,
¿Cuál es el lugar al que pertenecen?

(Lennon-Mc Cartney)


Año 1982, una olvidada manzana se convirtió en plaza por accidente. La ciudad no tenía una terminal de ómnibus donde recibir a la población y debió estar en un espacio prestado durante más de tres décadas. Un viejo salón, que el Centro Económico local utilizaba para exposiciones fue convertido como tal. Las finanzas y la falta de creatividad condenaban al pueblo a no tener un lugar necesario para recibir a sus visitantes. Cañada de Gómez llevaba en ese entonces, sesenta años sin ese espacio. Habíamos pasado de un viejo paraje donde las comodidades fallaban y la circulación de aquellos dobles camellos hacía peligrar la convivencia del pueblo. En ese otoño, donde las caídas de las hojas nos condenaban a vivir días grises en una dictadura que se estaba marchando, los cañadenses festejaron la llegada de su terminal, de su plaza, de su fuente, de los personajes que a diario se sentaban como Penélope o el Viejo Matías en el andén esperando la llegada de algo imposible. El tiempo pasó, el préstamo terminó y así comenzó el deseo quijotesco de construir lo propio. Y fue así que el equipo de gobierno liderado por la Intendente Municipal Dra. Stella Maris Clérici comenzó a caminar contra molinos de vientos para encontrar un lugar ideal para tener su Puerta de Alcalá.

7 de octubre de 2019, la ciudad cumple sus 97 años de su declaratoria como tal. Una localidad que no tiene fecha de nacimiento pero que, cómo Roma, nació de una leyenda. Aunque no fueron dos niños amamantados por una loba en el medio de siete colinas sino más bien un lobo capitalista inglés que fundó una estación en lo más profundo de las llanuras de la pampa húmeda. Cae el sol en una primavera que tarda en llegar. Cómo expresaron los Cuatro de Liverpool en Eleanor Rigby, muchas personas solitarias empezaron a agruparse detrás de un nuevo edificio, la nueva Terminal. Aquella quijoteada se hacía realidad.

Al cortar las cintas, volvieron a florecer aquellos árboles que habitaban en esa plaza y fueron a oxigenar otros puntos de la ciudad. Por el aire deambulaba el espíritu de Chiquito Salomón, aquel vendedor de boletos que durante años prestó sus servicios hasta que un día marchó con ese colectivo que jamás vuelve, pero siempre regresa en los recuerdos. Cuando la noche se hizo presente, la nueva casa se llenó de vida, de colores, de aplausos, de luces y cada una de aquellas solitarias personas que fueron llegando se hundieron en la profundidad de una emoción contendida. Y así, cada uno y cada una de ellas partieron rumbo a sus hogares, con la certeza que después de casi un siglo, su casa, la de todos y todas, por fin tiene su propia Puerta de bienvenida.


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