La audiencia con el Sumo Pontífice fue por la mañana del 27 de junio de 1947,en el marco de una gira por Europa que se extendió por 78 días.
En mayo de 1947, el General Perón encomendó a Evita la misión diplomática de viajar a la Europa de postguerra. El primer destino fue España por invitación del presidente Francisco Franco. Al excusarse de hacerlo él mismo, Perón explicó: “Hace unos pocos meses que ejerzo la primera magistratura. ¡Yo no puedo ir! ¡Estoy sobre un volcán! Con los problemas que tenemos (…) la amenaza de Churchill”.
El itinerario europeo de setenta y ocho días se extendió también a Italia, Portugal, Francia, Mónaco y Suiza, donde Eva Perón además de llevar el socorro material para las economías castigadas de estas naciones –toneladas de trigo y carne y ayuda pecuniaria de diversa índole–, exportaba las esperanzas del Justicialismo triunfante en la Argentina, ofreciéndolo como un modelo alternativo para todos los pueblos del mundo.
Recibida por las más encumbradas personalidades de la política internacional, fue reconocida como “Embajadora de la Paz”, por diversos sucesos en los que intervino, como fue el pedido a Franco para que conmute la pena de muerte de la militante comunista Juana Doña Jiménez.
De España se dirigió a Roma. Allí la esperaban dos religiosos argentinos que habían viajado con antelación: el jesuita Hernán Benítez que se ocupó de la visita al Vaticano y del encuentro con el Papa Pío XII, y el fraile franciscano lego Pedro Errecart que organizó la visita a la Pontificia Università Antonianum, donde se llevaría a cabo un homenaje al presidente de la Nación, Juan Domingo Perón. La audiencia con el Sumo Pontífice fue por la mañana del 27 de junio de 1947, y el homenaje en la Universidad de los Franciscanos por la tarde de ese mismo día.
Argentina, que había permanecido neutral durante el conflicto bélico, se había transformado en una Nación fuerte y pujante. Impulsaba una política exterior independiente enmarcada en la Tercera Posición y en el apoyo a la libre autodeterminación de los pueblos, en un contexto mundial de disputa bipolar de dos potencias que no practicaban la religión católica como culto de Estado, y la experiencia argentina que había tomado dos Encíclicas, Quadragesimo Anno de Pío XI y Rerum Novarum de León XIII, como esencia de su filosofía doctrinaria.
La Tercera Posición argentina, además de proposición geopolítica, resultaba una nueva propuesta civilizatoria con centro en una concepción de la persona humana diferente al materialismo norteamericano y al colectivismo soviético.
En ese contexto, la visita de Eva Perón al Vaticano tuvo un carácter de profunda trascendencia que es necesario ratificar aún hoy, frente a lo mucho que se ha escrito y especulado con el objeto de desmerecer el valor que Pío XII diera a la posición argentina y que Evita sintetizara al relatarle a Perón: “El Papa me pareció una visión. Me manifestó que seguía tu obra, que te consideraba un hijo dilecto y que tus empeños políticos ponían en práctica, de manera más que elogiable, principios esenciales del cristianismo”. Y repitió: “Toda gran política pone en movimiento la letra vivificante del Evangelio”.
Porque a decir verdad, independientemente de su deseo acerca de lo que consideraba debía recibir –influenciada en ello por el Padre Benítez– y no obtuvo –ser nombrada Marquesa o Duquesa Pontificia–, el Papa la recibió concediéndole una audiencia de veinte minutos, según el protocolo establecido por el Vaticano para las reinas. Ella le habló de la obra social iniciada en la Argentina por su marido, y al despedirse, el Papa le obsequió un rosario de oro. Y aún más: un día después, el 28 de junio, recibió en la Embajada Argentina ante la Santa Sede, en nombre de Perón, la Gran Cruz San Gregorio Magno, una de las cinco órdenes de Caballería, condecoración otorgada a hombres y mujeres de la Iglesia católica en reconocimiento a su servicio personal al Vaticano y al Evangelio a través de la obra cristiana en sus países y comunidades.
El otro capítulo romano, fue el acto de homenaje a Perón en el Antoniano. Fray Errecart había viajado a Roma en marzo de 1947, llevando una carta de Perón para el General de los Franciscanos, Fray Pacífico Perantoni, fechada el 10 de marzo de 1947.
Allí le expresaba: “Aprovechando un gentil ofrecimiento de Fray Pedro Errecart, a quien he encomendado la misión de entregar a V.R. los víveres y lanas con destino a la Orden Franciscana, para la que siempre guardaré un lugar de preferencia en mi corazón de argentino católico; me es altamente grato ofrecerle como modesto homenaje a las virtudes de los miembros de esa orden, que tan singularmente encarna V.R., el cáliz que le pondrá en sus manos y que le encarezco quiera honrarme aceptándolo. Aprovecho la oportunidad para ofrecer a V.R. las seguridades de mi más distinguida consideración y particular aprecio”.
En la tarde del 27 de junio, la Primera Dama, acompañada por Fray Pedro Errecart, fue recibida por Fray Perantoni. Como el acto no estaba previsto en el programa oficial del viaje, la mayoría de los historiadores desconocen uno de los más importantes acontecimientos de la gira europea de Eva Perón.
Organizado por la Orden Franciscana, contó con una gran cantidad de religiosos e invitados especiales. En un atril decorado con una bandera argentina se colocó un retrato de Perón y habló Perantoni con sentidas palabras que bien valen reproducirse en su extensión:
“Excelentísima Señora: la gratísima visita que hacéis a nuestro Pontificio Ateneo Antoniano nos ofrece la ocasión tan ansiada y propicia de presentaros nuestros homenajes, de manifestar nuestro reconocimiento, de expresaros nuestros ardientes anhelos de felicidad. Vuestra visita de hoy es una prueba más de vuestra simpatía y de vuestra benevolencia hacia la Orden Franciscana. Decimos una prueba más, porque bien conocemos vuestra simpatía y constante benevolencia hacia los Hijos de San Francisco (…) A vuestro solícito interés debemos el generoso socorro que nos ha enviado Vuestro Excmo. Consorte el General Perón, del que particularmente ha disfrutado nuestra Juventud Seráfica. Daros las gracias, Excma. Señora, no es cumplir del todo con nuestro deber, no es manifestaros del todo nuestro reconocimiento. Además de eso elevamos nuestras oraciones a San Francisco, del que sois tan devota, para que Él, amable a Dios y a los hombres, haga descender sobre vuestro Excmo. Consorte el General Perón las bendiciones más preciosas de Dios, y para que haga prosperar y proteja a vuestra noble y grande Nación. Deseamos que el homenaje que os ofrecemos y el reconocimiento que os manifestamos lleguen, por medio de vuestra gentil y autorizada persona, a vuestro Excmo. Consorte, ilustre y benemérito Presidente de la grande, noble, generosa y católica República Argentina; a Él que, como Vos, rodea de estima y veneración a los Hijos de San Francisco. Él, con un gesto de exquisita bondad, recientemente por medio de nuestro carísimo Fray Pedro, se ha dignado honrarnos con un autógrafo, nos ha enviado la simbólica espada del General San Martín y nos ha ofrecido en regalo un artístico y precioso cáliz. Estos simbólicos y significativos dones, mientras manifiestan los nobilísimos sentimientos de vuestro Excmo. Consorte, estrechan aún más los lazos que unen a Él a nuestros corazones, y nos obligan no solamente a considerarle a Él a nuestros corazones, (…) y a la Nación Argentina con mayor y siempre más creciente simpatía sino también, y de una manera particular, a tener siempre presente en nuestras oraciones su persona y la obra por Él emprendida, a fin de que protegida por Dios y fecundada por su gracia sea cada vez más eficaz para el bienestar de la Argentina y del mundo. Como prenda y señal de nuestro reconocimiento os hemos inscripto a Vos y a Él en el número de los Bienhechores insignes de la Orden; y os hemos concedido la afiliación a la Orden, por la cual participáis de todos los beneficios espirituales de que disfrutan los veinticinco mil Hijos de la Orden de San Francisco. Deseando que San Francisco esté siempre con Vos y con vuestro Excmo. Consorte bendiciéndoos con su mano protectora, os rogamos aceptáis un pequeño trozo de su túnica, con la que Él proteja vuestras personas, y ampare y defienda a vuestra Patria”.
De esta forma, el General Perón y Evita, fueron designados con el título honorífico de Hermanos de la Primera Orden Franciscana, y no como por error se dijo, que fueron terciarios franciscanos. Una cosa es ser miembro de la Tercera Orden, y otra muy distinta es ser miembros plenos de la Primera, que implica compartir el legado espiritual y los beneficios religiosos –misas, triduos, indulgencias– de la comunidad franciscana, y que tan bien ha sido resumido en el discurso de Fray Perantoni. Esta distinción de la que gozan muy pocos mortales, les fue entregada en gratitud por lo que estaban haciendo en favor de la Orden de San Francisco en Italia y en la Argentina, y por su compromiso integral con la cristiandad. Un reconocimiento único a favor de Eva Perón, del General Perón y del justicialismo argentino.
La relación de Perón con Fray Perantoni y la Orden Franciscana se intensificó con el correr del tiempo y fue perdurable a lo largo de toda su vida. Por su intermedio, la Orden obtuvo múltiples ayudas materiales. En el año 1949, de visita a nuestro país, se le puso a disposición un avión especial para que recorriera las casas franciscanas del interior.
En carta inédita escrita en italiano y fechada en Roma el 5 de mayo de 1949, Fray Perantoni escribe a Fray Pedro: “Queridísimo Fr. Pedro: espero que hayas recibido mi carta y mi obediencia para venir a Roma. Por la presente, quiero pedirte que me envíes lo antes posible una copia de las siguientes fotografías, que no tenemos. 1) Esa en la que le doy la mano al Gral. Perón, y que temiste exponer en la puerta de tu habitación. 2) La que estoy solo con Perón después de la Audiencia que tuve en la casa Rosada. 3) La que se hizo el día 4 de octubre mientras Perón y su señora salieron de la iglesia es San Francisco. Estoy entre ellos dos. Esta foto fue hecha y publicada en el Pueblo. Necesitamos urgentemente estas tres copias, porque queremos publicarlas en algunas revistas, y no sería bueno publicar fotografías de otras naciones sin la visita a Perón. Recibí del Gen. Perón una buena carta de agradecimiento. ¿Cuándo viajarás a Italia? Te saludo cordialmente y te bendigo. Tu afectísimo P. Pacífico M. Perantoni”.
Estas circunstancias del viaje de Eva Perón al Vaticano, junto al breve encuentro que mantuvo en París con el cardenal Angelo Giuseppe Roncalli, Nuncio Apostólico en Francia, luego Papa Juan XXIII –a la que me he referido ampliamente en mi libro “Perón Íntimo. Historias desconocidas (Areté, 2019)–, explican que permanezca eminentemente vivo en Europa el recuerdo de Evita, como misionera del mensaje evangélico de esperanza que el mundo necesitaba.
Ignacio Cloppet. Miembro de la Academia Argentina de la Historia.
Fuente: Perfil
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