Una vez un profesor de historia
se atrevió a decirnos que cada uno de nosotros somos partes de la historia y
los constructores de la misma. Este es el caso de Lucio Funes, un señor de 102
años que vivió los primeros años de aquel nacimiento de la Cañada de Gómez.
Cuando promediaba la segunda
década del siglo XX nacía en la ciudad el periódico La Nota dirigido por
Nemesio Valbuena y una parte de esa colección se encuentra en los archivos del
Museo Histórico Municipal. De ese mismo archivo, rescaté este reportaje que
demuestra como uno es constructor y parte de la historia.
El informe se titulaba Una página
viviente de la historia cañadense, don Lucio Funes y decía lo siguiente:
“Contados
son los pobladores de los primeros tiempos de Cañada de Gómez que aún restan en
la ciudad y en la colonia.
Entre la escasa media docena de
personas que pueden hablarnos de los tiempos viejos y relatarnos cosas de la
formación de este núcleo poblado y de su campaña, figura el centenario don
Lucio Funes, tronco de respetables familias cañadenses y una página interesante
de la historia de Cañada de Gómez.
Interesados en escuchar de sus
labios el relato de su establecimiento en este lugar, que es como sacar del
olvido viejos pergaminos, y al propio tiempo recoger informes para una historia
completa de Cañada de Gómez, nos llegamos hasta el domicilio de este viejo
criollo, a hacerle una entrevista.
Sencillo, acogedor y afable, nos
recibió cordialmente al mencionarle el motivo de la visita y que éramos de La
Nota.
De entrada nomás, el señor Funes
nos abrió el cofre inestimable de sus recuerdos, y mientras íbamos en busca de
la grata y tibia comodidad de la cocina familiar, más propicia para la
evocación y la confidencia, don Lucio nos venía regalando una tras otra las
cuentas de su rosario de recuerdos, y ya cómoda y campechanamente instalados,
abrimos la tranquera a la charla y entramos en materia-
-¿Usted nació por estos pagos,
don Lucio, o la marejada de la vida lo trajo a estas tierras?
-No, soy de las provincias…
Cuando muchacho mi hermano Cleto, que ya había andado por aquí me pidió a mi
madre y me trajo.
Hurga un poco en el recuerdo y
agrega…
-¡Qué frío bárbaro pasé en la
travesía!... Anduvimos a lomo de mula por los cerros bravos… Si hasta sentía
ganas de volver…
-¿De qué pueblo y provincia es?
-De la pampa de San Luis. Cuando
llegué esto era un desierto. Había alguno que otro ranchito. Todo el movimiento
era en la llamada Cañada Vieja, donde don Cirilo era el jefe. Allí me enrolé yo.
Me enrolaron, mejor dicho, porque ignorando lo de la papeleta un día me prendió
el comandante Oroño, allá por Bustinza, y me tuvo en el cepo con otros
paisanos, atados con una soga de la pata.
-¿Entonces usted estaba en San
Luis en la época brava de las montoneras?, preguntamos tratando de hilvanar en
orden los recuerdos del anciano.
-Pues claro… Entonces el Chacho
Peñaloza estaba en la guerra contra los del coronel Sandes, y en el pueblo,
frente mismo a nuestra casa, un día pelearon. Yo era muchacho, y desde arriba
de un algarrobo vi como se preparaban. Después avisaron a la gente que nadie
saliera de los ranchos; que se encerraran… ¡Pero qué, si las puertas eran unos
cueros!
La impresión fue grande y
disparé hacia unos cerros, desde donde se oía el ruido de la pelea, que fue a
lanza y cuchillo. Al volver, el campo estaba sembrado de muertos. Después supe
que habían ganado los de Sandes, del gobierno de San Juan. Recuerdo, -dice
sonriendo el viejito-, que las mujeres nos hacían saltar sobre los cadáveres
para hacernos perder el miedo. Así templaban el ánimo de sus hijos las bravas
mujeres de aquellos tiempos heroicos.
-Recuerda, don Lucio, en que año
llegó a Cañada?
-Hace muchos; era entonces un
muchacho. Trabajé durante muchos años con mister Grime.
-¿Cuándo usted llegó que había
de lo que actualmente es Cañada de Gómez?
-Nada, se puede decir. Había una
que otra casita donde ahora está el pueblo, aunque en aquel entonces el poblado
estaba en la Cañada Vieja, núcleo habitado que se había formado alrededor de la
antigua estancia de Lorenzo Peralta, a una legua al sur de los que hoy es la
estación Las Trojas, lugar donde funcionaba la jefatura de policía y demás
dependencias de gobierno. En este lugar, agrega, se reunía la gente de los
alrededores cuando los chasques de la Guardia de la Esquina avisaban que venía
la indiada.
-¿Usted vio a los indios o
presenció algún malón, don Lucio?
-Para que voy a decir una cosa
por otra, indios salvajes no vi nunca, aunque si muchos ya bautizados y mansos.
En la Guardia de la Esquina mataron un año a varias personas y entonces salimos
un grupo armado a perseguirlos por el lado de Fraile Muerto (hoy Bell Ville),
pero no les dimos alcance y nos volvimos.
-En la parte donde los indios se
mostraban más bravos era por las cercanías del río Carcarañá, y recuerdo que en
una ocasión a mi hermano Cleto, que trabajaba en la estancia de don Juan
Martínez, en un malón los indios le robaron la mujer y también se llevaron la
mujer del capataz de la estancia, y tiempo después fueron devueltas, canjeadas
por el hijo de un cacique que había sido prisionero, dos mujeres cautivas, la
de mi hermano y otra señora.
-¿Sabe usted el por qué del
nombre de Cañada de Gómez que se le dio a este pueblo? ¿Conoció a algún Gómez
entre los antiguos pobladores que pudiera ser el origen de la denominación?
Hurga en su memoria el viejito
rebuscando el recuerdo preciso, pero al final concluye por manifestar su
desconocimiento del misterio que rodea el nombre de la población.
-No, no lo sé, pero sí conocí a
un tal Juan Gómez que sabía vivir por allá donde hoy es lo de Cantori. Nunca he
oído decir a qué se debe lo de Cañada de Gómez.
-¿Usted se casó aquí, don Lucio?
-Sí, me casé aquí con Carmen
Díaz, que era de La Travesía, en la provincia de Córdoba, fallecida no hace
mucho a la edad de 115 años. Yo cumplí 102 el 7 de agosto de este año.
Del matrimonio nacieron varios
hijos, de los que restan vivos nada más que Julia y Eugenio. Fallecieron,
Benito a los 87 años, Félix a los 68, Alejandro a los 59, Cipriano a los 68 y
Marcial que murió más joven que los anteriores.
Nos cuenta luego que al tiempo
de haber llegado a este pueblo, trajo a su señora madre y a sus hermanos
Virginia y Saturnina, quiénes contrajeron enlace con Figueroa y Ciani (…)”
Finalizando
la entrevista, don Lucio Funes recuerda que el vivía en la manzana donde hoy
esta la sede social de ADEO, el viejo Club Deportivo Olimpia en Rivadavia y
Mitre, donde recuerda que:
“La manzana en la que está
comprendida la cancha de Olimpia supo ser toda mi propiedad. La compré en 100
pesos oro a la empresa del ferrocarril, que era dueña de estas tierras, y el
ombú por el que me preguntan lo planté yo hace una cosa de 50 años; me lo había
regalado don Antonio Rey”.
Lucio Funes
un protagonista de la antigua Cañada Vieja y la progresista Cañada de Gómez que
nacía allá por el 1870…
Pablo Di
Tomaso
No hay comentarios.:
Publicar un comentario