Hay varias formas de violencia.
Existe la ancestral violencia religiosa, hija del fanatismo y la
intolerancia, hijos estos a su vez de la ignorancia. Existe la
antiquísima violencia política, que inició el primer ser vivo que
agredió a otro para quedarse con lo que tenía. Pero la violencia que
asola a muchas ciudades y barrios de Nuestra América suele ser la
económica, con sus remotos orígenes en la desigualdad, la explotación,
la miseria y la ignorancia, fermentadas en la ira que provoca venir al
mundo para encontrar vedado lo que nos garantiza una existencia digna.
En el sentido de esta
violencia, que es de la que se viene hablando en Segunda cita, creo que
el gobierno de Venezuela ha dado pasos efectivos, desarrollando lo que
ellos llaman misiones. Y, a pesar de que este principio de atención
social elemental es de reciente práctica, ya hoy Venezuela recoge los
frutos de miles de humildes atendidos de sus dolencias, operados de
cataratas y, al menos, dos millones de recién alfabetizados.
Circunstancialmente me tocó
visitar a Venezuela durante sus gobiernos anteriores, más que con este.
Recuerdo que entonces existía la misma violencia, a pesar de que el
país tenía los recursos para ser una de las naciones más prósperas de
nuestro hemisferio.
Nunca llegó a serlo, en la
proporción que merecía, con el bienestar social que sus riquezas
parecían garantizar, gracias al entreguismo de aquellas administraciones
y al desprecio de la mayoría de los ricos por los humildes, a quienes
supieron mantener marginados. De aquellos viajes recuerdo las noticias
de hechos sangrientos entre chabolas que las lluvias arrastraban a
menudo. Y la advertencia de: “jamás se te ocurra subirte a uno de esos
cerros”.
Hoy la violencia llegó las
calles de Caracas, y no me parece extraño. No en balde desde hace tanto
se fueron enracimando, excluidos, los que por humano crecimiento ahora
invaden la futurista ciudad que diseñó Pérez Jiménez.
Conozco a varios que han
huido de la terrible realidad de la violencia. Pero es obvio que la
mayoría se ha quedado, apoyando con su trabajo y su esperanza los
proyectos del gobierno bolivariano.
Nadie quiere la violencia
para sus hijos, para su familia, para si mismo. La mayoría de los que la
ejercen tampoco la hubieran adoptado, de haber tenido la suerte de una
vida mejor. Si no hubieran visto morir a sus hijos sin el médico que
necesitaban, fueran otros. Si hubieran tenido la oportunidad de
estudiar, otra sería la realidad.
Lo escalofriante no son las
cifras de muertos diarios o anuales, víctimas de la violencia. Lo
terrible es saber que esas cifras pudieron, al menos, haber sido mucho
menores, pero se siguieron alimentando. ¿Quiénes fueron los autores de
estas estadísticas amargas y del espanto que da saberlas? ¿Qué
injusticias, qué malos gobiernos, cuanta complicidad, y de quienes?
La violencia marginal fue
fabricada por la desigualdad, por la indolencia y por el egoísmo.
Convencido de que no hay sistema político perfecto, aunque sí
perfectible, dejo a ustedes nombrar el que más los genera. Chávez es el
primer presidente moderno de Venezuela que ha dado pasos correctos para
empezar a detener y revertir, desde la hondura de la atención al ser
humano, el viejo y grave problema de la violencia, entre otros muchos.
Fuente: Segunda Cita, blog en evolución de Silvio Rodríguez
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