Yrigoyen,
hombre de la causa radical desde sus días fundacionales, ha hecho un
aporte sustancial en la construcción de la Unión Cívica Radical como un
partido político, el primer partido moderno de la Argentina , con reglas
e instituciones que aún perduran.
Yrigoyen
condujo al pueblo radical por el desierto de la abstención electoral
para dar testimonio que nuestra causa no legitimaría un régimen donde el
voto estaba limitado a unos pocos poderosos y a los que ellos podían
controlar.
Fue
así que el radicalismo recién participó de elecciones una vez
sancionada la Ley Sáenz Peña de sufragio universal, libre y secreto. Y
convocado el pueblo a las urnas, eligió mayoritariamente a Don Hipólito
-abogado, profesor de historia, instrucción cívica y filosofía y antiguo
Comisario de Balvanera, designado por su tío Leandro Alem- como
Presidente de la Nación.
El
gobierno de Yrigoyen (en su primera y segunda presidencia,
intermediadas y complementadas por la presidencia de Marcelo T. de
Alvear) supo, aun con el Senado en manos de los conservadores,
transformar la Argentina para darle lugar en ella a los que nunca habían
tenido una oportunidad en la vida: sectores medios y bajos,
inmigrantes, estudiantes, trabajadores.
Su
formación krausista lo llevó a poner a la dignidad del hombre como
objetivo principal de sus políticas y al Estado al servicio de la causa
popular, ya no de las pequeñas minorías que se servían de el para
acrecentar sus privilegios.
Durante
sus gobiernos se impulsó la política petrolera, creando la Dirección de
Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) designando a su mando al Gral.
Enrique Mosconi; se mantuvo una política soberana en materia de
relaciones exteriores, encarnando el principio de la autodeterminación,
como decía Yrigoyen: “los hombres son sagrados para los hombres y los
pueblos son sagrados para los pueblos” defendiendo la igualdad entre las
naciones y el diálogo como mecanismo de resolución de los conflictos
entre ellas (algo que no era usual sostener en el contexto de la Primer
Guerra Mundial); gobernando para las clases populares y los olvidados de
la historia, que eran las grandes mayorías,
otorgándole los derechos políticos sociales y educacionales que les
corresponden a todos los ciudadanos, protegiendo a los más necesitados,
reduciendo las tarifas de los FFCC y expandiendo sus líneas,
implementando las jubilaciones, y estableciendo el arbitraje de los
temas sindicales por ley; apoyando la Reforma Universitaria de Córdoba
de 1918 por una educación sin dogmas y abierta a todas las clases
sociales.
Yrigoyen
fue el presidente de la “Reparación” nacional. Austero, decente,
humanista; encarnó el nuevo tiempo de la Argentina. Con su derrocamiento
en 1930, nuestro país entró al lúgubre túnel del autoritarismo que
significó, en todos los casos, atraso y dolor.
Yrigoyen
inauguró la democracia que luego recuperaría otro radical. Es
indudable, visto desde este lugar, que fue Don Hipólito quien trazó la
senda por la que aún caminamos.
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