La apasionante historia de los italianos que viven actualmente en Cañada de Gómez. Esta foto pertenece a la Sastrería de la famlia Favreto
Se estima que aproximadamente 25 millones de
argentinos son descendientes de italianos, influyendo en nuestra cultura, lenguaje,
costumbres, gustos y gestos. La ola inmigratoria comienza en 1870 y se extiende
pasado la mitad del s. XX. La emigración del pueblo italiano hacia la Argentina la podemos
encausar a raíz de las Guerras Mundiales, la débil capacidad de adaptación de
la economía italiana a la revolución industrial, las crisis de subsistencia
entre 1816 y 1817, las epidemias de cólera comprendida entre 1835-37; 1854-55;
1865-67; 1884-85, la debilitación de los órganos asistenciales, o sea la falta
de ayuda por parte del Estado y la presión demográfica donde las familias que
basaban sus ingresos en la producción agraria creció sin encontrar nuevos
territorios para sus cultivos, debiendo emigrar para conseguir mantener su
forma tradicional de producción.
Las agrupaciones de inmigrantes nacen para compartir
la experiencia de la emigración, el desarraigo y las privaciones. Para paliar
las múltiples dificultades y carencias materiales y espirituales, recurriendo a
las solidaridad familiar, regional y, en ocasiones, nacional. Por otro lado, si
bien la Argentina
afirmaba el criterio del jus solis (la nacionalidad es la de la tierra
de nacimiento), los países de emigración sostenían el jus sanguinis (la
nacionalidad se hereda por vía paterna). Los grupos de inmigrantes, sobre todos
italianos se dedicaban a conservar vivas entre sus descendientes la lengua
nativa, la tradición y la historia y fomentaban los lazos afectivos en adhesión
a la vieja patria. Todo esto era parte del movimiento de afirmación de la
nacionalidad que se desarrollaba por entonces en Italia, a través de las
escuelas de la colectividad se quería constituir una identidad nacional
italiana.
En 1858 nace en Buenos Aires la “Asociación Unione e
Benevolenza”, la misma fue apadrinada por Giusseppe Garibaldi y Giusseppe
Mazzini. En Cañada de Gómez, un grupo de 25 italianos radicados en la zona se
reunieron por primera vez el 2 de junio de 1883 y el 17 del mismo mes aprobaron
el estatuto de la sociedad, siendo su primer presidente Eugenio Boschietto y
Bautista Nícoli el secretario. Esta agrupación adquirió en 1884 tres lotes de
terrenos en la manzana comprendida entre Moreno, Ballesteros, Pacífico –hoy
Yrigoyen– y Rivadavia, y por esta calle construyó el recordado Salone XX Settembre, lugar de veladas,
fiestas, agasajos y hasta utilizado como lugar de atención en casos de
epidemias. En 1906 se construye la primera escuela italiana “Collegio Humberto
1º”, el mismo tiempo después tuvo lugar para internados pero desapareció
lentamente con el crecimiento de las nuevas instituciones educativas de la
ciudad.
En 1891 la colectividad sufre una importante
fractura ya que un grupo nutrido de italianos enojados forman la “Unione
Colonia Italiana”, presidida por el cronista e historiador Elías Bertóla. Esta
entidad edificó en la esquina de Pacífico (hoy Yrigoyen) y Ballesteros un gran
salón de dos plantas que tenía como utilidad las mismas tareas que el XX
Settembre. Un fuerte temporal ocurrido el 8 de noviembre de 1900 destruyó
el edificio y al poco dejó de existir la Unione reintegrándose sus socios a la Asociación.
En abril de 1923 arriban a Buenos Aires después de
un mes de viaje en el recordado barco Tomaso Di Savoia, María Adela
Milani de Borsato con su hijo Sergio de tan sólo cinco meses. Ricardo, el jefe
de la familia había venido un año antes en busca de mejores condiciones de
vida, eran oriundos de la localidad de Vedelago provincia de Treviso, y
“estaban acostumbrados a vivir apinados por la falta de espacio para el
desarrollo habitacional” nos recuerda Sergio que hoy tiene 88 juveniles años.
Su padre realizaba changas rurales, después tuvo una panadería y no pudo
sacarle mucho de su pasado italiano ya que “eran muy cortos de palabras, no
contaban nada de su vida en Italia.” De sus primeros años en Cañada de Gómez
Sergio recuerda que “vivíamos en Centenario al 500, había muy pocas casas y
teníamos de vecinos a las familias Di Tomaso, Rubio y Dell Piccollo, el resto
era toda la quinta de los Bianchi. Cerca de mi casa estaba la cancha de Everton,
y como no sabía nada de fútbol argentino me hice hincha de Estudiantes gracias
a mi recordado amigo Américo Di Tomaso. Mi madre murió muy joven, en el año ´31
y tenía 39 años, después mi padre se volvió a casar y tuve más hermanos.
Siempre viví en el mismo barrio, hace 66 años que estoy casado con Ida
Rodríguez, tuve dos hijos de los cuáles tengo mis queridos nietos. Trabajé
durante 34 años en el Ferrocarril y hoy disfruto de su jubilación. He sido muy
feliz y agradecido a este país…”
Ángel Capanna había participado de la Primera Guerra
Mundial donde el Reino de Italia
participa de una serie de batallas libradas con el
ejército de Austria-Hungría, junto con sus respectivos aliados. Italia
confiaba que uniéndose a los países de la Triple Entente contra
las Potencias Centrales podría rescatar los
territorios históricos italianos en manos de austriacos: el Tirol Cisalpino –actuales
provincias de Trento y Bolzano–, Istria, Dalmacia y el
puerto de Trieste. Los principales enfrentamientos italianos
fueron en las llamadas Batallas del Isonzo, teniendo como escenario la zona en torno al
río Isonzo en la frontera oriental de Italia entre junio
de 1915 y noviembre de 1917. La mayoría de estas ofensivas se
libraron en el territorio de la moderna Eslovenia y el resto en
Italia. Las tropas italianas, afectadas por una moral baja, eran diezmadas por
las deserciones. Los soldados eran obligados a vivir en condiciones
infrahumanas, y a enfrentar sangrientas batallas que no reportaban mayores
resultados. El 24 de octubre de 1917 las fuerzas austro-alemanas
comenzaron la batalla de Caporetto con un incesante fuego de
artillería, apoyados de comandos emplazados tras las líneas italianas con el
objeto de realizar acciones de sabotaje. Al término del primer día de combates,
los italianos fueron obligados a retirarse hasta el río Tagliamento.
Las consecuencias de esta primer
contienda del s. XX dejó en Italia profundas grietas económicas y tras el rumor
de otra posible guerra Ángel decide venirse a la Argentina junto a su esposa
María y sus hijos Natalia, Vicenta y Emidio de apenas un año y medio de vida,
siendo estos últimos quiénes aún viven en la ciudad con 94 y 87 años
respectivamente.
Emidio Capanna nació en Penna Sant´Andrea el 27 de
febrero de 1924, y cuenta que en alta mar “vinieron los turcos y al verme a mí
tan pequeño, rubio y de ojos celestes le ofrecieron a mi madre comprarme, te
podes imaginar el susto de mamá que desesperada les quería hacer entender que
de ninguna manera me vendería, pero fíjese lo que es la vida en febrero del ´56
me casé con Nieve, una turca, y de esta no me pude escapar…” Al llegar al país
primero se instalaron en Devito, posteriormente en Marcos Juárez y finalmente
en Cañada de Gómez. Al arribar, la familia de Carlos Bondi le dio hospedaje a
los Capanna hasta que Ángel pudo alquilar cinco hectáreas y poder hacerse una
linda quintita. Emidio recuerda de ese tiempo que “en ese trabajo colaboramos
todos, solía acompañar a mi madre con la jardinera a vender todas las verduras
que cosechábamos. También otro de los trabajos que yo realizaba junto con mis
hermanas era desagranar con una máquina el maíz, embolsarlo al marlo y luego
venderlo. Después mi padre se dedicó a criar pollos y gallinas. En 1937, cuando
vivíamos en Brown y Belgrano, mi familia instaló una verdulería y un año más
tarde al enfermarse mi padre tuve que hacerme cargo de la misma…”.
“Mimi”, como lo conocen en Cañada tuvo una vida
marcada por el sacrificio del trabajo, la palabra, la honestidad y el
compromiso por el prójimo. Fue panadero, tuvo como patrones a personas como
Ricardo Schwarzhans, Dionisio García, Alejandro Peirani, en 1951 ingresó al
Ferrocarril, en 1966 la firma Provita lo nombró distribuidor de sus alimentos
en toda la zona y finalmente junto a su familia se dedicó a la forrajería
“Cristina” hasta jubilarse. Hoy Emidio, es un ferviente colaborador del Museo
Histórico Municipal donde aporta importantes datos para la reconstrucción de la
historia local y se lo suele ver en el Museo Ferroviario recordando aquel paso
por el ferrocarril.
Llegamos al año ´30 y el mundo se hundía en una
crisis económica en la Gran Depresión , siendo la más larga en el
tiempo, de mayor profundidad y la que afectó a más países de las sufridas en el
siglo XX, se originó en los Estados
Unidos, a partir de la caída de la bolsa del 29 de octubre de 1929 y rápidamente
se extendió a casi todos los países del mundo. La Gran Depresión
tuvo efectos devastadores en casi todos los países, ricos y pobres. En
Argentina gobernaba por segunda vez Hipólito Yrigoyen, quién no supo responder
a las nuevas tendencias socio-político-económicas que la crisis estaba
señalando y cuando aún faltaban cuatro años para las elecciones presidenciales,
la debilidad del gobierno de Yrigoyen se hizo crítica. El radicalismo estaba
completamente dividido y el gobierno no tenía diálogo con la oposición. El 6 de
setiembre de ese año se produce el primer golpe de estado a un gobierno
democrático en el s. XX quedando el país a cargo del dictador José Félix
Uriburu. Ese mismo año Cañada de Gómez tuvo tres intendentes diferentes Justo
Peralta quién renuncia el 8 de agosto y es reemplazado por Alejandro Abaca.
Pero una vez consumado el golpe a nivel nacional, el Dr. Diego Saavedra
interventor de la provincia designa como intendente a David Miles, un
agricultor de la zona que un destacado renombre por haber sido campeón mundial
de polo.
Por
ese entonces, Armando Lombardi llevaba tres años de residencia en el país
cuando llegaron su mujer Amabile y su hijo José Higinio de 4 años de edad.
Procedentes de Aulla, provincia de Massa-Carrara en la región de Toscana está
familia sufría la situación espantosa que vivía esa parte de Italia, una zona
arrasada por la guerra, sin trabajo y con mucha hambre, Armando que tenía un
pequeño corralón decide emprender hacia un nuevo horizonte. Del viaje José recuerda
que su madre, por testimonios de ella, que el barco estaba lleno de personas
enfermas y que Amabile se había enamorado de las Sierras Cordobesas por su
similar apariencia a su vieja ciudad y acostumbrada a tener animales encerrados
en el corral no podía ella entender como en Argentina lo podían criar
libremente por el campo.
Durante 1938 el país vivía una etapa de fraudes
electorales, en un marco de corrupción generalizada con la Unión Cívica Radical
proscripta y una fuerte represión hacia los opositores, era presidente de la Nación Roberto
Marcelino Ortiz, un radical antipersonalista, que murió pocos meses después de
renunciar a ese cargo por una fuerte diabetes que lo había dejado ciego. En
Cañada de Gómez, el intendente era Bautista Borgharelo el pionero de la
pavimentación local y se inauguraba entre otras cosas el mástil de la Plaza San Martín, obra
de Cleber Mascotti. Ese año llega a la ciudad Lidia Norma Favretto junto a su
hermana y su tía, su padre hacia un tiempo largo que vivía en Cañada de Gómez
trabajaba de sastre primero como empleado en la sastrería ubicada enfrente del
Teatro Español (hoy Cervantes) y luego en forma particular en Brown y Maipú.
Lidia nació en Riesce hace 85 años y su padre dejó
Italia cuando ella tenía 2 meses de vida, vivió su infancia junto a su hermana
mayor llamada Teresa y su madre. Su madre fallece cuando tenía 5 años y no tuvo
otra opción que ir de pupila a un Colegio ubicado muy cerca de su casa natal, a
pocas cuadras de la plaza central y la iglesia del pueblo. Huérfana y con su
padre a miles de kilómetros fue su tía la persona que la ayudo a sobrevivir en
esos difíciles tiempos de la niñez y pre adolescencia. Después de seis años, su
padre decide que su hermana acompañe a sus hijas a la Argentina. El viaje
fue muy largo, pasaron por las costas de África donde ella vio por primera vez
aterrizar un avión en el agua. Llegaron a Buenos Aires el 14 de noviembre de
1938, previamente habían sido separadas, junto al resto de los inmigrantes, a
una sala aparte. Cuando arribaron al puerto todos descendieron del barco con
una custodia policial y separadas de su tía, quién las seguía por detrás. Su
padre que estaba presente en el lugar divisa primero a su hermana, quién corre
a abrazarla fue ahí cuando las niñas se dieron vueltas y reconocieron a su papá
que las había dejado hacía muchos años. Después de esperar un par de días para
que le dieran el embalaje, vinieron en tren a Cañada de Gómez donde arribaron a
la una de la madrugada del día 17 o 18, no recordaba bien Lidia, y el primer
recuerdo que tiene es por demás de feo. En la ciudad hacía varios días que
llovía, la noche era muy oscura con muy pocos faroles en algunas cuadras siendo
el último de ellos el ubicado en la esquina de Quintana y Brown, su padre se
hospedaba sobre esta calle a la altura del 1600. “Todo era campo, todo era
barro, llegamos a donde dormía mi papá muy sucias con mi tía y mi hermana. Al
poco tiempo me fui al Chaco con la tía, pero no nos acostumbramos ella volvió a
Italia y yo a Cañada de Gómez. Desde ese día hasta hoy vivo en el mismo lugar,
es que mi padre tenía una sastrería al lado de esta propiedad en Maipú y Brown”
recordó con mucha emoción Lidia.
En Argentina
aprendió a leer y escribir en forma particular con la Srta. Bardone , se
casó con Vicente Bondoni, tuvo cinco hijos, seis nietos y cuatro bisnietos. Al
finalizar la entrevista Lidia recordó aquellos años de niña rebelde cuando
nevaba en su pueblo y junto a sus amigas patinaban en el hielo del pequeño
arroyo que cruzaba su inolvidable tierra natal.
En todo el mundo se conformaron comités de ayuda
para colaborar con los italianos con donaciones de dinero, ropa, alimento,
libros para llevarlos hacia Europa. En Cañada de Gómez ese Comisión de ayuda al
pueblo de Italia estuvo integrado por Arnoldo Migoni, Tiziano Beltrame, Carlos
Scaparapeccia, José Travaglino, Florencio Varni, Luis Valentino, José Vicario,
Félix Nícoli y Bautista Borgarello. Entre su manifiesto se podía leer
“Ayudemos a Italia para que canten otra vez nuestros
labradores en todos los crespúsculos de la tierra para que trabajen en calma
nuestra hacendosas mujeres para que sonrían otra vez los niños…”[1]
Oriundos de Pinerolo llegaron en 1947 los hermanos
Antonio y Enrique Pacchiotti a nuestra ciudad. María Luisa, hija de Enrique,
nos describió como su padre decide venirse a la Argentina , “mi papá era
un hombre de paz, un artista. Tenía su grupo de teatro, su saxo, su mandolina y
su voz inolvidable. Amaba la vida. Un día se vio envuelto en una guerra
salvaje, sucia y dolorosa y se enfrentó con la muerte. Vio morir a sus amigos y
a sus enemigos. Lloró, sufrió, pero también en ese tiempo se enamoró, se casó y
tuvo una hija, yo. Ese hombre de paz se quebró y resurgió. Mi mamá lo acompañó
en su silencio y en su dolor y esperó ansiosa las largas cartas que llegaban
del frente de batalla… La guerra terminó y este hombre de paz volvió a su hogar
a proteger a su familia. Al cabo de un tiempo se rumoreaba el estallido de una
nueva guerra y el corazón de este hombre dijo basta. Una triste mañana lluviosa y fría partió para encontrar una
tierra de paz. Dejó la mitad de su corazón en Italia y se llevó con él la otra
mitad cargada de esperanza y desilusión, amor y deseos de trabajar. Después de
un largo viaje, triste, desolador, sin saber, sin querer, llegó a la Argentina con su
hermano. Aquí los esperaban ansiosos, llegaron
los primos de Italia…decía la gente.”
Esos primos que residían en Cañada eran los Rosso,
Vasallo y Rey, quiénes alentaron a los hermanos para que comiencen a
desenvolverse económicamente en la región. Antonio era carpintero de oficio así
que se iniciaron con un modesto taller en calle Brown para un tiempo después
trasladarse a Ocampo al 1500 donde hoy quedan rastros de aquella, la primera
gran industria del mueble cañadense. En 1948 Luisa Baronetto, esposa de
Enrique, y María Luisa llegaron a la ciudad y recuerda ese tiempo con mucha
nostalgia, cuando su padre “en su bagaje de desarraigo también hizo pie la
alegría. Su corazón artista le permitió conectarse con la gente y cantó, cantó
mucho a todo el que se lo pedía y recordaba y trabajaba en silencio, esperando
siempre ese día del reencuentro (…) cuando ya se había establecido, organizado
una fábrica de muebles esmaltados, la primera de Sudamérica, llegamos nosotras,
el pedazo de corazón que él esperaba recuperar. Fueron años difíciles, sin
familia, sin amigos, los queridos, los de la infancia, los de la vida.”
También recuerda los duros momentos que su madre
Luisa, hoy con sus más de 90 años encima, “acompañaba y lloraba siempre en este
mundo desconocido. Se puso a trabajar como modista, ella era muy buena y así
salieron adelante de a poco y trabajando. Nos recibió una familia solidaria y
afectuosa que nos quería como a los hijos y nietos que no tuvieron, eran los
Mascotti – Vasallo. Las hermanas Vasallo, docentes, ayudaron a que mis padres
hablaran perfectamente el castellano.”
María Luisa, quiénes muchos recordamos como
bibliotecaria del Instituto José Razetto y a que gracias a esos libros que supo
recomendar a quién esto escribe, nació en mi el amor por las lecturas describe
sus primeros años en la ciudad que la adoptó y acobijó, “yo como todo niño,
aprendía muy rápido y con mis cuatro años quise ir a la escuela. Me hacía
entender y me entendían. Un día…regresé de la escuela sola, llorando, mi mamá
estaba muy angustiada y yo le decía: -“vine sola, pobrecita” y mamá: -“vino y soda
tengo, pero carnecita no”… Finalmente, la hija del querido y recordado Enrique
Pacchiotti agrega “este país nos acogió con toda su grandeza y pronto nos
sentimos parte de él. La vida, el trabajo, transcurrían en este país de paz. La
guerra no estalló, el corazón sí, pero, este país humano y amigo curaba
nuestras heridas. Todo esto que yo escribo no lo recuerdo personalmente, es
como si algo me hubiera anulado la zona del recuerdo…la guerra, el llanto, la
soledad, el alejamiento. Sólo comprendí lo que esto significaba cuando fui
mayor, y la palabra desarraigo se hizo carne en mí, pero yo, ya era feliz y el
hombre de paz y su mujer amada y solidaria, también. Mi papá hoy ya no está, pero está en el
corazón de todos los cañadenses que lo amaron. Su música y su voz son un
arrullo frente a los dolores de la vida y en los momentos de felicidad. Cuando
él se fue, ya no cantamos, sólo queríamos escuchar su voz. Él y mamá apostaron
a una nueva vida, lo lograron, pero nunca dejaron de pensar en su Patria, en
sus vidas truncas y en lo que este desarraigo significa, pero dejaron sus
frutos en esta Argentina: el trabajo incesante, el valor de la palabra dada, el
canto, la alegría, sus hijos, sus nietos, para que todos formen una nueva y
gran familia en un país de paz.”
Otro inmigrante
relacionado directamente con la guerra es Rodolfo Marión un italiano que nació
en África, más precisamente en Eritrea en su capital Asmara, colonia de Italia
en 1948. Rodolfo llegó a la Argentina tres años después y recuerda porque su
padre estuvo en esas tierras “mi padre fue a África por la pobreza que había en
Italia, allí estuvo aislado en el ejército italiano en época de Benito
Mussolini. Estuvo solo por once años a cargo de hornos para pan, para soldados
y ya oficial llamó a su esposa. Casados por poder, provenientes los dos del
mismo pueblo, en el norte italiano. Cuando llegó su esposa, me tuvieron a mí,
estando en casa y muy buena vida. Luego se perdió la guerra, entrando los
ingleses. A raíz de eso tuvimos que abandonar Africa, pasar por Italia y
desembocar en Argentina. Tanto mi madre como mi padre jamás pudieron ir a
Italia para ver a sus padres y hermanos, falleciendo en 1990 y 2000
respectivamente. Nuestra vida fue de sacrificio y trabajo. Formé una familia
junto a mi esposa Susana y mi hijo José María. Gracias a Dios y a la Argentina
que tanto amamos, trabajamos los tres y soñando algún día poder visitar la
tierra de mis padres y el lugar de mi nacimiento.”
Llegamos a 1955 y el país comienza a vivir etapas de
turbulencias políticas, económicas y sociales. El presidente Juan Domingo Perón
es derrocado un 16 de setiembre y las diferencias entre sus seguidores y los
contras se profundizaron aún más. Cañada de Gómez no es ajena a esta situación,
vale recordar que el busto de Evita fue arrancado del lugar y arrastrado por la
ciudad como si fuera un trofeo de guerra, una imagen que muchos no olvidan y
sigue latente en la memoria colectiva de los cañadenses. Ese año llegó a la
ciudad Roque Casalaspro con un viejo Ford 38 vendiendo telas, al llegar por la
ruta a calle San Martín ve un cartel que dice “Hotel Mayo a pocas cuadras” y
decidió bajar por esa arteria al encuentro del mismo, que se encontraba en la
intersección con el callejón 7 de octubre. Al parar su auto, encuentra enfrente
del hospedaje una verdulería y a la par de la puerta de entrada una familia
sentada afuera, era la de don Luis Perrone con sus hijas sin saber ese día que
una de ellas, Rosa, sería la mujer de su vida.
Roque nació en Tricarico, provincia de Matera el 1
de marzo de 1928. Era un pueblito lleno de campesino que trabajan la vid, el
olivo y el trigo. Su abuelo, su padre y su hermano menor trabajaron de guardia
cárceles, un oficio que por entonces requería del estudio y la dedicación. De
joven trabajó en un aserradero y posteriormente se dedicó a la trilla del
trigo, pero los años de guerra dejaron la región muy pobre y hambrienta. Muchos
y tristes recuerdo le vienen a su memoria de esos años, “estábamos tranquilos
sentados con la familia en casa cuando de repente sonaba la sirena, teníamos
que irnos al sótano porque seguro caía una bomba o varias, pobrecito mi hermano
murió junto a su hijo en uno de esos bombardeos. Ni te cuento lo que fue la
retirada de los alemanes estaban furiosos porque se los había traicionado, los
yanquis entraron a Italia por el sur, en Sicilia e iban detrás de ellos. Los
alemanes a medida que se iban yendo mataban a niños, mujeres, hombres, robaban,
quemaban casas, violaban mujeres y adonde había puentes los destrozaban. Pero
lo que hicieron los yanquis, fue fabuloso, con los tanques y jeep de guerra
venían unos camiones que traían los puentes artificiales y así no encontraron
obstáculos y pudieron echar a los alemanes de Italia.”
Llegó a la Argentina el 4 de febrero de 1950 después de haber
viajado una veintena de días en el barco “Corrientes”, acá lo esperaba su
hermano mayor que hacía un tiempo ya residía en Buenos Aires y tenía trabajo
seguro. Fue en esa gran urbe donde Roque pasó sus primeros años en la Pampa Gringa ,
se hospedaba en Pola y Alberdi del barrio de Mataderos. El primer trabajo fue
en una concesionaria de Ford ubicada en la tradicional esquina de San Juan y
Boedo, cuyo titular se llamaba Juan Butassi homónimo del cañadense que tuviera
un importante comercio durante décadas y fuera intendente municipal en la
última etapa de la dictadura entre los años 1982-1983. Como la paga no era
abundante, decide emprender para otros rumbos cayendo en una fundición ubicada
en Cochabamba y Pichincha, el dueño era un italiano que lo apreciaba mucho y
tenía un sueldo digno… Pero Roque no quería estar encerrado, estaba para otras
cosas. Así nos recordó esos años, “me sentía mal adentro de la fundición, yo me
dedicaba a soldar en bronce hasta que un día me fui al café del Teatro Colón,
yo sabía que iban muchos inmigrantes y encontré una mesa donde estaban sentados
un grupo de napolitanos. Les comenté que buscaba trabajo y uno que vendía telas
para trajes me ofreció trabajar en el mismo rubro, me llevó a Once y me
presentó al dueño de la retacería. Me regaló cuatro paquetes de distintas
telas, me los envolví en papel, me caminé todo el barrio puerta por puerta y a
las pocas horas vendí todo. Gané lo que ganaba en tres meses de trabajo en
otros lados, y así de a poquito empecé a vender telas, al tiempo me compré un
Ford 38 con el que llegué a Cañada en el ´55, acá trabaja mucho en los campos,
en los bancos, vendiendo ropa, camisas, telas, etc.” Y así Roque comienza otra
etapa en su vida, se casa con Rosa la primer chica que vio en la ciudad, y con
quién en 1963 visitaron Italia, después vinieron sus dos hijos y ahora a disfrutar de sus
nietos. Mantiene intactos sus recuerdos de sus primeros amigos, las comidas en
el patio de la panadería Tomasito, su etapa de transportista, sus trabajos en la Sociedad Italiana ,
agradeciendo siempre las oportunidades que le dio la Argentina.
Antonio Mainieri e Inmacolada Aita vinieron junto a
sus dos hijos en agosto de 1955, salieron de Nápoles el día 17 pasando por los
puertos de Barcelona, Montevideo y Buenos Aires para desembarcar en la
madrugada del 28 en Rosario, cuando el barco carguero “Santa Fe” amarró dejando
salir a los últimos de los cuatrocientos europeos que vinieron a América.
Antonio que cuenta con 88 años de edad recuerda aquellos duros tiempos que le tocó
estar como soldado en la
Segunda Guerra , días difíciles de olvidar como por ejemplo la
cruel retirada alemana de las tierras italianas, un hecho que se repite a lo
largo de todas las entrevistas con la mayoría de los inmigrantes. Inmacolada,
que hoy con 86 años vive al lado de ese hombre que conoció de niña y espero que
volviese de la guerra para casarse, alentados por un familiar de ellos en
Argentina decidieron venirse con sus dos hijos mayores, hoy solamente Carmela vive
en el país ya que su hijo mayor decidió volverse a Italia. El jefe familiar
trabajó en su granja criando animales, después estuvo un tiempo en la forestal
hasta el día que embarcaron rumbo a nuestro país. Aquí los recibieron la
familia Vitola, que vivía por calle Libertad y era familiares de Antonio,
vivieron un tiempo en ese barrio hasta que pudieron comprar la coqueta casa que
aún hoy viven, acompañándose mutuamente como en esos años de su adolescencia
italiana.
Trabajó toda la vida en el ferrocarril donde comenzó
a trabajar apenas vino a Cañada de Gómez, el primer recuerdo de la ciudad fue
la desolación y el abandono de ese barrio que lo acobijó en sus primeros
tiempos. El barrial era impresionante y desde el primer momento que caminó por
calle Iriondo empezó a extrañar las montañas de su pueblo natal, Morano
Calabro, provincia de Cosenza en la región de Calabria. Vivieron juntos buenos
y malos momentos, sin perder el amor entre ambos, perduran en su memoria
aquellas noches en la precaria casa que vivió por primera, que los días de lluvia
hacían imposible la cordialidad del mismo. Con el esfuerzo de su trabajo pudo
comprarse su casa en Maipú al 300, donde actualmente reside junto a su mujer.
Antonio siente que su corazón está en paz, es que cuando pudo viajar a su
pueblo natal gracias a unos ahorros y un dinero ganado con un billete de
lotería, se reencontró con su madre que lamentablemente falleció a los pocos
días de ese reencuentro, “me estaba esperando” culminó emocionado Antonio.
María Aita es hermana de Inmacolada y arribó al país
con sólo 20 años el 17 de julio de 1955, su vida en Italia fue muy dura quedó
huérfana de padre de muy niña y solían acompañar a su madre en las tareas
rurales. A la Argentina
vino primero como un viaje de placer, pero como dice la novela “Muchacha italiana
viene a casarse”, siendo ese el destino de su vida. Recuerda que cuando llegó a
Cañada de Gómez era un día muy lluvioso, de mucho barro, pasando por su cabeza
pegarse la vuelta automáticamente. Al
llegar a la casa de su hermana, el mismo día le presentan a un amigo, José
Luis, que terminó siendo a los meses su
marido y padre de sus hijos. Muchas veces pensó en volverse antes de casarse,
pero su hermana decía que si hacía eso era como si se quedaba sola, sentiría el
mismo dolor que la muerte. Esa demostración de afecto de Inmacolada aflojó su
corazón, quedándose en Cañada. Volvió muchas veces a su terruño, la primera en
la década de 1970 y la última en el 2010. Su casa paterna sigue en pie, en ese
pueblito llamado Morano Calabro, en el medio de las montañas calabresas. Hoy,
jubilada después de haber trabajado muchos años como costurera y en el Hotel
Universal manifiesta que “cuando nos decían que América era un paraíso uno
venía muy ilusionado, pero la realidad era y es otra, pero estoy muy agradecida
por lo que me dio la
Argentina a pesar de haberme llorado todo cuando llegué.”
Al comenzar los años ´60 nuestra histórica Revista
Estrella que ya existía por entonces, editó los recordados Libros Estelares y
en uno de ellos describió a Cañada de Gómez como La Perla del sur
santafesino:
“…el crecimiento de su población urbana y rural, el
avance de su industria pujante, el vigor de su comercio, ya nos mostraba a la
población que dejaba de ser una niña, para convertirse en moza… Y así surgió el
agua corriente, después el pavimento, remodelación de la plaza, ampliación del
cementerio, construcción de modernos edificios para Correos y
Telecomunicaciones, escuelas, vías blancas y últimamente los teléfonos
automáticos, que hacen de este pedazo de tierra santafesina, un oasis que
presenta a los ojos del viajero…
Sus fábricas se ensanchan, se agranda y multiplica
su comercio, su rica zona agrícola y ganadera aportan al brillo de esa perla
que es orgullo de todo el que, sintiéndose cañadense, hace un poco por ella
cada día.”[2]
Ese era el marco cuando llegó a Cañada de Gómez,
nueve integrantes de la familia Bredice. Oriundos de San Marco La Cotola , provincia de Foggia
en la región de Apulia, que en la década de 1960 contaba con más 3.000
habitantes y que hoy cuenta con apenas 1.110.
Luisa, Fidel, Antonio, Miguelina, Nicola, Julián y Viviana vinieron
junto a sus padres a probar suerte a la Argentina, es que en Italia la economía
no andaba del todo bien se trabajaba apenas para comer aunque si se quedaban
seis meses más no se hubiesen venido ya que la realidad cambió para bienes en
la vieja península.
El vocero de este testimonio es Nicola, de oficio
carpintero que vive en el mismo barrio donde se instalaron la mayor parte de la
familia en cercanías del Club Almirante Brown, quién recordaba que “en el año
1953 o 1954 comenzamos con los trámites en el consulado para venirnos, mi papá
tenía unos hermanos y se quería venir. Vendimos nuestra casa y partimos para
acá, cuando llegamos ese dinero valía trece veces menos que la moneda
argentina. Lo primero que hicimos es ir a vivir con nuestros tíos y primos, nos
repartimos un poco en cada lado. Mi papá comenzó a trabajar en la sodería con
su hermano, que estaba ubicada en la esquina de Sarmiento y Necochea, después
trabajo un tiempo en la Municipalidad y por último vendió carbón en bolsita en
su casa.”
Nicola se siente muy agradecido a sus familiares que
lo acobijaron en sus primeros tiempos, a sus tíos y primos de apellido Bredice
y Lembo. Unos de sus primos es Monseñor Rinaldo Fidel Bredice, obispo emérito
de Santa Rosa que actualmente reside en la localidad de Rosario. Sus recuerdos
de Italia, país que volvió en cinco oportunidades muchas de ellas a trabajar,
rondan la tristeza y la nostalgia, “tenía 14 años cuando me vine, yo disfrutaba
de mis amigos y alguna que otra amiguita, y tuve que obedecer a papá que quería
venirse, no nos quedaba otra. Mis tíos y primos me dieron de todo, les estoy
muy agradecido, pero cuando llegué a Argentina me sentí solo, sin mis amigos,
sin mi lugar en el pueblo. El viaje fue muy duro aunque por las noches tocaba
el acordeón en las rondas de amigos que iniciamos en alta mar, y cuando
llegamos a Buenos Aires nuevamente separarnos de ellos, nuestros nuevos
compañeros. Te soy muy sincero, yo soy italiano!!!!!, aunque acá nunca me faltó
nada, sentí mucho la ausencia de mi pueblo.”
Aparte de los testimonios que hemos compartido, la
comunidad de inmigrantes italianos cuenta con la presencia de Elisa Favrin,
Adelino Bessi, Carla Piva, Carlo Piva, Concepción Lembo, Luciano Dale, Luis y
Luisa Del Salvio, María Forte, María Marai, Santina Gazziero, Giovanni Lovato,
Francisco Maineiri, Asunción y Antonio Maranghello, Domenico Capitano, Paola,
Jorge y Ubaldo Bartolucci, Santina Vissani… Quiénes no solo comparten el origen
sino que muchas de las consecuencias por la que hoy están viviendo en el país,
lugar que sienten como propios y donde dedicaron parte de su vida al trabajo y
regalándole a esta, su segunda patria, el fruto de sus hijos y nietos…
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