Adolfo Wytrykusz y su familia |
Debe ser unas de las pocas personas con vida que
conoció ese Cañada con olor a tierra mojada, a hojas quemadas y con ruido de
carretas. Debe ser el único cañadense que se puede dar el lujo de decir que
conoció a Gardel, Evita, Perón, Alvear, Elpidio González y al Pibe Cabeza.
Trabajó en la empresa que pavimentó Cañada, fue empleado del Correo durante
cincuenta años siendo jefe del mismo y fue uno de los profesores fundadores de la Escuela Técnica
Santiago D´Onofrio. Hoy, quiero escribir estas letras a una persona que admiro
mucho, que lo quiero como al abuelo que no tuve (será porque siempre recuerda a
mi querido Tomasito) y porque en sus ojos puedo ver todo el amor que puso en
ser el Hombre que es.
Una
vez se le preguntó a Miguel Ángel porque había representado muy joven a la Virgen en La Piedad , a lo cuál contestó:
«Las personalidades enamoradas de Dios no
envejecen nunca.». Y Adolfo Wytrykusz con sus casi 91 años sigue siendo,
por su forma de ser, un joven que aún hoy vive enamorado de su Cañada, de su
familia, de sus cosas, de la pintura y de la vida. Adolfo nació el 9 de julio de 1924 en nuestra
ciudad, allá por donde era el “Pueblito Las Flores” hoy barrio del legendario
Newell´s Old Boys, en la casa ubicada en Lavalle 1458. Sus padres de origen
ucraniano se llamaban Iván Wytrykusz y Catalina Tarnosky; sus hermanos Ángela,
María Teresa, Adela y Miguel completaban el grupo familiar que vivían en la humilde
casa ubicada en la zona oeste de la ciudad.
“Mi
barrio era hermoso, jugábamos al fútbol en el campito de al lado donde hoy se
encuentra el Hornerito e I.N.T.A. –expresa Adolfo-, los fríos eran durísimos,
solía cruzar el terreno lleno de escarcha con mis alpargatas hasta la casa de
doña Zoila que todos los días me tenía preparado dos botellas de leche. También
pasaba Tomasito, que repartía el pan de Sonnet con la jardinera, y todas las
mañanas me regalaba los bizcochos. Éramos muy humildes, mi padre trabajaba
hasta más no poder”. Recordando a su padre, que vino de Ucrania en 1889 y unos
de los trabajos que encontró fue de “catango” en el ferrocarril donde “mientras
trabajaba en Obispo Trejo, entre paisanos y criollos, su pusieron a comer asado
y tomarse sus buenos vinos. El Viejo
se acostó en un vagón a dormir la siesta sin darse cuenta que se cerró el mismo
y arrancó el tren. En tres días llegaron a Salta, estaba sin agua, sin comida,
desesperado golpeaba las puertas hasta que alguien lo escuchó y lo sacaron
medio muerto. Posteriormente se fue de a pie hasta Santiago del Estero donde encontró
a unos gauchos que lo cargaron a caballo y lo llevaron a un rancherío donde
estuvo ocho meses en los montes santiagueños. Al final se fue a Rosario, donde
fue motorman de un tranvía.”
Don
Iván llega finalmente a Cañada de Gómez donde comenzó a trabajar en la
curtiembre Beltrame. Cómo había comenzado a estudiar de sacerdote hablaba ruso,
latín, alemán, polaco, entre otros idiomas pero no le quedo otra que trabajar durísimo
en la curtiembre, donde no cobraban con dinero sino que iban a retirar
mercaderías a una cooperativa que tenía la empresa a pocos metros de la misma.
Adolfo manifiesta que “gracias a Albino Ferrari mi madre pudo cobrar una
pensión, ya que mi padre falleció sin poder disfrutar de su jubilación”. De su
madre Catalina recuerda que vino engañada por su hermano Pedro cuando sólo
tenía diecisiete años. “Mi madre siempre me contaba lo difícil que era vivir en
su tierra natal, los inviernos era terribles, donde para apaliar el frío solían
beber vodka que fabricaban ellos con dos
dientes de ajo y pimienta. Durante el verano guardaban leña y comida para poder
sobrepasar el crudo invierno.” También recuerda que le contaba como era esa
Cañada cuando llegó por primera vez, con sus faroles a kerosene, sin luz
eléctrica y mucha pobreza. Su primera vivienda fue un “caserío” viejo en
Lavalle al 1300, después fue a Laprida entre Lavalle y Ocampo, para luego
trasladarse cerca de los Ochoa, donde en los bares a ciertas horas de la noche,
alguno que otros bohemios criollos solían batirse a duelo.
De
su niñez recuerda a sus amigos los Santillán, los Mayer, Luigi Toledo y Buby
Nícoli. “Nuestra mayor diversión era jugar al fútbol y los barriletes. Con este
último solíamos ponerle una gillette a las colas de los mismos para romper el
hilo o el barrilete del otro. La escuela primaria la hice en la Sarmiento cuando era
directora Aurelia T. de Ulloque y la maestra que mas recuerdo es Luisa Munárriz
de Baiml que fue la que descubrió mis inclinaciones por el dibujo. Los sábados
íbamos a la casa de Amador Santillán, ya que su padre tocaba la guitarra y era
el día que nos tomaba examen con el instrumento, allí nos encontrábamos con
Ferrari, de la Vega ,
Leguizamón, Santucho y Mastramico que si mal no recuerdo uno de ellos tocaba la
mandolina. Éramos todos vagos!!!” De aquel tiempo Adolfo siente una profunda
nostalgia, “es un lugar que jamás olvidaré, era un barrio romántico, con
tapiales de ladrillos, tapado con hiedras y madreselvas. En verano, y por las
tardecitas, como si fuera el canto de las chicharras, se escuchaban guitarrearas
con mucho vino, asados y a veces algunas que otras peleas. Recuerdo a Joselín, Viborita,
los Bazán, don Pedro Aparicio y el boliche de los Albónico…”
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