A poco de andar, las presidentas de Chile y Brasil enfrentan crisis políticas. Michelle Bachelet tuvo que salir a desmentir que hubiera renunciado mientras desde el congreso brasileño amenazan con un juicio político a Dilma Rousseff. Ante coyunturas políticas distintas, las dos mandatarias disputan por ver quién impone la agenda.
Una asumió en marzo del 2014, la otra en enero de este año. Sin embargo, a tan poco de andar, las dos capean temporales.
Michelle Bachelet, en Chile, evaluó necesario salir en una conferencia de prensa ante corresponsales extranjeros para descartar que fuera a dejar la Moneda. Dilma Rousseff, en Brasil, toma medidas, enfrenta movilizaciones y negocia con un congreso opositor que debate un juicio político. El caso de dos presidentas que, recientemente electas, sufren embestidas potentes que llegan incluso a exigir sus renuncias. Sin embargo, en ambos casos, la intención de fondo parece ser domesticarlas y no tanto deponerlas.
Los climas políticos en ambos países son diferentes. En Chile las calles son de los estudiantes, pero las denuncias por “tráfico de influencias” que tocan a la familia presidencial caen mal en las capas medias. Nadie pide golpe, pero hay hastío del sistema político, por izquierda y derecha. En Brasil el mapa es otro. La derecha siente que puede, que perdió por poco en octubre y que Dilma no tiene paz. Se suceden las marchas y son noticia: hay desde mujeres desnudas hasta carteles que en inglés piden abiertamente una intervención militar.
Sin embargo, resulta difícil pensar en la concreción de un golpe, incluso aunque sea desde el congreso. El impeachment al que los sectores duros de la oposición brasileña quieren someter a Rousseff parece tener poco horizonte. No sólo el ex presidente Inácio Lula Da Silva, sino incluso el referente del opositor Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), el dos veces presidente Fernando Henrique Cardoso, salieron a frenar la iniciativa.
En paralelo, Dilma enfrenta un estancamiento económico sumado a una crisis política por denuncias de corrupción ligadas al destino de fondos de Petrobras. Brasilia reaccionó ante las presiones apurando las investigaciones para el caso de la petrolera estatal. Hay empresarios, senadores, diputados y gobernadores que están siendo investigados por esta causa. En los últimos días el tesorero del PT fue detenido. El hecho golpea fuerte al gobierno que hizo de Petrobras un símbolo del modelo de desarrollo que busca el Brasil.
En lo que respecta a la economía, los números dicen que el 2014 cerró con una expansión del 0,1 por ciento y los pronósticos indican que el 2015 no va a ser sencillo. La economista Rousseff había anunciado en plena campaña cambios para esa área. La designación del ortodoxo Joaquim Levy en el ministerio de Hacienda es una decisión que no festejó la izquierda del PT. Son varios golpes al mismo tiempo y la conjunción de ambos factores deterioran la imagen de la mandataria que ronda los 20 puntos. Rousseff es hoy una presidenta a la defensiva.
En Chile un golpe tampoco parece tener horizonte. En el terreno de la política nadie se atreve siquiera a insinuarlo. La herida de 1973 sigue sangrando y da la sensación de que en este último tiempo asumió nueva forma. En 2013, el año electoral, se cumplieron 40 años del bombardeo a la Moneda. La efeméride sirvió para debatir el pasado y se vivió un giro. Hoy, ser pinochetista es abiertamente piantavotos.
La derecha democrática chilena se encuentra desorientada. Sin liderazgos claros ni mayorías en el congreso está atada de manos. El contundente 62 por ciento que la presidenta consiguió en la segunda vuelta de 2013 le dió fuerza a la socialista para avanzar con una serie de reformas que fueron el eje de campaña y a las que no se atrevió en su primer mandato. Tal vez la reforma educativa y la impositiva hayan sido los dos grandes objetivos logrados hasta ahora. Queda pendiente la Asamblea Constituyente, tal vez la propuesta más estructural de algunos sectores de la Nueva Mayoría de Bachelet, que apunta a modificar una clara marca del pinochetismo y del viejo sistema político que heredó la democracia y que todavía rige el país. De implementarse, la más damnificada sería la derecha que hasta hoy se benefició con el sistema binominal que evita mayorías fuertes que puedan modificar drásticamente el juego.
Sin embargo, a un año de haber asumido, Bachelet tuvo que salir a dar explicaciones. Su hijo, Sebastián Dávalos Bachelet, y su nuera, Natalia Compagnon, son acusados de uso "de información privilegiada" y "tráfico de influencias" por un millonario negocio inmobiliario. Por el escándalo, Dávalos renunció a su cargo al frente de la dirección Sociocultural de la Presidencia. "Es obvio que he estado golpeada por lo que ha pasado. Ha sido duro, como mujer, como madre y como presidente", dijo Bachelet en una entrevista con el canal estatal TVN. A raíz de este hecho comenzaron los rumores periodísticos sobre su renuncia que, redes mediante, se fueron convirtiendo en una bola de nieve. Acto seguido, su imagen positiva se derrumbó del 60 al 30 por ciento.
En conferencia, Bachelet contraatacó: “Creo que hemos llegado a un periodismo del rumor y hemos llegado a un periodismo un poquito preso de las redes sociales. (…) la gente, imagínese: ‘la Presidenta renunció’, ese es un quiebre institucional. Por si acaso, si alguien tiene dudas, yo no he renunciado y no pienso hacerlo, ni siquiera sé cómo se haría constitucionalmente”, dijo.
Lo cierto es que tanto Rousseff como Bachelet tienen ejemplos muy cercanos con los que compararse para no naufragar. La propia Bachelet en su primer mandato (2006-2010) tuvo que enfrentar desde un comienzo crisis graves. Por un lado los estudiantes secundarios, conocidos como los pingüinos, que empezaban a tomar las calles y no encontraban respuestas en el Palacio de la Moneda. Por el otro, una reforma del transporte público en Santiago de Chile cuya implementación fue caótica. En aquel momento, su imagen se desplomó. Sin embargo, dejó el poder fuerte, se fue a la ONU Mujer y cuatro años después era la candidata indiscutible de su espacio con altísimos niveles de aceptación.
Lula da Silva capeó una crisis grave en 2005 con el caso del «mensalão», una supuesta red de sobornos repartidos en el congreso para ganar favores políticos por parte del ejecutivo. El gobierno pagó un costo elevado por el escándalo. Sin embargo, en 2010 Lula tuvo margen de sobra para imponer a su sucesora en la interna del PT.
Las crisis políticas actuales exponen debilidades y fuerzan a los gobiernos a negociar agenda con los factores de presión. Existen en este juego sectores radicales que pretenden ir por todo y no titubean ante la posibilidad del golpe, aunque da la sensación de que la búsqueda es principalmente por domesticar y condicionar a los nuevos gobiernos. Cualquier similitud con la política argentina no es pura coincidencia.
Fuente: Diego González para Telam
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