Mitad leyenda, mitad
verdad, hoy quiero recordar algunas historias escuchadas en las sobremesas de
amigos. Quizás a partir de ahora, nazcan otras, pero espero que no sea en vano
poder sacar del cajón de los recuerdos a otros de los personajes olvidados de
la ciudad.
Eran épocas de románticos, donde mezclados
entre trasnochados y bohemios, la entonces joven ciudad albergaba algunos
personajes importantes y que viven en la memoria colectiva de la sociedad. Unos
de ellos fue Antón Ferroney, Conde de la Capifey , si, teníamos
un Conde o algo parecido.
Aunque nació en Armstrong, fue cañadense por
adopción, y su verdadero nombre era Antonio Cándido Florencio Ferronato. Era un
hombre alto, corpulento, con facciones algo italiana, su pelo era castaño y
ondulado. Solía caminar por el centro de la ciudad, siempre elegante, con su
traje almidonado.
Jugó al fútbol en Defensores de Armstrong, como
Centro Foward, en su Segunda División y era un ferviente hincha de River, donde
alguna vez quiso ser presidente de su filial cañadense.
Todas las tardes, sus historias eran esperadas
en la Confitería Mogambo , de los
hermanos Fernández, ubicada en Lavalle y Moreno. Siempre polémico, algunas
veces cómico, pero su sonora voz era escuchada con atención de los parroquianos
del lugar. No improvisaba, sabía bien de que hablaba.
Simpatizaba con el radicalismo, con aquel
radicalismo pasional, que enarbolaba la bandera del querido Alem. Quizás en él,
se inspiraba ese estilo de vida de porteño, bacán, defensor de los otros, con
un mundo lleno de utopías. Pertenecía a la corriente Intransigencia Nacional,
fundada por el cordobés Amadeo Sabattini, quién fuera gobernador de Córdoba y a
quién Perón le ofreció primero ser su vicepresidente en 1946. En su casa solía
hacerse las reuniones partidarias de los simpatizantes radicales. Fueron ellos
los que trajeron a Illia y el mismo Ferronato se decía representar los
intereses del ex presidente como así también los de Roberto Pascual Silva, un
dirigente que terminó albergando a Raúl Alfonsín en su casa, cuando el joven
abogado de Chascomús no sabía que sería presidente y su vida corría peligro por
la dictadura. Según escuché de boca del
Turco Mamet, “Ferronato mantuvo inmune
sus principios partidarios y quizás por eso no llegó lejos...”
Frecuentaba viajar a Buenos Aires con sus
amigos, seguramente a caminar y disfrutar del turf o alguna que otra aventura,
y cuando se alojaba en los hoteles pedía ubicarse en la planta baja. La excusa
que ponía el Conde era que sufría de
vértigo. Aunque ese pedido tenía un pedido especial. Si la suerte le jugaba en
contra, y no le quedaba dinero para pagar, fueron conocidas sus escapadas por
la ventana sin pagar al hotel.
Nunca se le conoció un trabajo fijo, aunque
solía decirse que era vendedor ambulante por los campos y ciudades del
interior. Algunos recuerdan, que con su amigo Champi vendían rifas y juntos, una vez volviendo de Las Parejas
chocaron a un chancho que lamentablemente perdió su vida. Ambos, tristes por la
muerte del porcino, decidieron traerlo a Cañada para disfrutarlo post morten en alguna parrilla familiar.
Lo subieron a su auto, pero al ver que a la entrada de la ciudad se encontraba
la policía caminera, vistieron al chancho con un sobretodo y un chambergo, para
que pareciese que era un amigo que dormía mientras ellos viajaban. Aunque
ustedes no lo crean, los policías se comieron el amague y ambos llegaron a la
ciudad con su presa, sino de lo contrario, la yuta hubiese comido al porcino.
Otras de las anécdotas de este personajes, es
que cuando salían a comer con Champi
en algún lugar donde no los conocieran, a la hora de pagar se ponían a discutir
para ver quién pagaba. La discusión solía subirse de tono, hasta que intervenía
el dueño del bar. Algunas de esas trampas, se saldaban con el ofrecimiento del Conde a su amigo de jugar una apuesta.
La misma era correr una carrera y quién perdiera debería pagar la comida. El
mozo era el juez de la misma y se hacía en la vereda. La jugada estaba en que
los atrevidos cañadenses a la vuelta del bar tenían su auto esperando, una vez
que iniciaban la carrera subían al auto huyendo del pueblo sin pagar la comida.
Sobre su final muy pocos saben de él, algunos
recuerdan que un tiempo antes de partir hacia Buenos Aires, donde vivió un tiempo,
su salud no era la mejor e inclusive le tuvieron que amputar una pierna.
Pero imaginemos que esta historia termina como fue
el Conde, un tipo alegre, polémico,
buscavida. Y si alguna vez usted ve caminar por calle Lavalle a un hombre con
galera, bastón y un cigarro en la boca, piense que quizás sea algún loco de
aquellos, que en la revoltosa mitad del Siglo XX pensaba que este mundo que se
arreglaba con amor.
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