|
Las elecciones nacionales del 2 de abril de 1916 fueron las
primeras presidenciales en las que se aplicó la Ley Sáenz Peña a nivel
nacional. Aquel histórico día los argentinos pudieron votar por primera vez sin
fraude y secretamente. Sobre una población de siete millones y medio de
habitantes, concurrieron a las urnas 745 mil votantes. Unos cuatrocientos mil,
a pesar de que el voto era obligatorio, se abstuvieron y quedaron excluidos los
habitantes de los territorios nacionales de La Pampa , Chaco, Formosa, Río Negro, Neuquén, Santa
Cruz, Chubut, Tierra del Fuego y Los Andes (que abarcaba parte de las actuales
Jujuy, Salta y Catamarca). La fórmula Yrigoyen-Pelagio Luna obtuvo 339.332
votos, contra 153.406 de los conservadores Rojas-Serú; 123.637, los demócratas
progresistas De la
Torre-Carbó , y 52.895, los socialistas Justo-Repetto.
Yrigoyen obtuvo el 45 por ciento de los votos, lo que lo
dejaba en una situación de debilidad política, sin mayoría en el parlamento y
con muchas provincias en manos de la oposición conservadora que controlaba
también la Corte Suprema
de Justicia y los grandes diarios.
Aquel 12 de octubre de 1916 Buenos Aires era una fiesta. El
pueblo festejando la asunción del primer gobierno elegido legítimamente, sin
trampas, daba un espectáculo novedoso.
El radicalismo no prometía medidas revolucionarias. Por eso
su política puede ser definida por un reformismo que propuso, básicamente,
terminar con la inmoralidad administrativa, la insensibilidad social y
distribuir de modo más equitativo la riqueza proveniente del exitoso modelo agroexportador.
Yrigoyen eligió una palabra muy significativa para definir
las intenciones de su gobierno: “reparación”. La reparación implicaba poner fin
a las arbitrariedades electorales del régimen conservador y a las prácticas
administrativas corruptas. Reparar el sistema, no cambiarlo.
A pesar de la manifiesta intención del nuevo gobierno de
mantener las grandes líneas de la política y la economía, sin demasiadas
alteraciones, los sectores conservadores estaban francamente horrorizados por
la llegada de Yrigoyen y “su gente” al gobierno.
Decía el conservador Matías Sánchez Sorondo: “A partir de la Organización Nacional ,
la era del caudillo, en su noble acepción de conductor, se prolongó en la era
de los notables: Mitre, Alsina, Sarmiento, Avellaneda, Roca, Pellegrini. En
1916, todo cambió. Por primera vez la aritmética electoral, maniobrada por un
nuevo sentido colectivo se impuso, secamente, sobre los valores consagrados por
un largo examen de capacidad ante la opinión. El imperio de la mitad más uno gravitó
en la balanza de nuestros destinos. Extrajo de la oscuridad o del misterio en
que vivían a los nuevos rectores de la Nación ”. 1
El radicalismo en el gobierno emprendió una política
democratizadora que se manifestó en diferentes proyectos de ley, que en su
mayoría fueron bloqueados o rechazados en el Congreso Nacional por la oposición
conservadora. El parlamento ni siquiera consideró proyectos tan importantes
como la creación de un Banco Agrícola, destinado a fomentar a través de
préstamos la expansión de la zona sembrada, la formación de una flota mercante
nacional y la creación del Banco de la República , que cumpliría las funciones del actual
Banco Central (emisión monetaria y regulación del crédito y de la tasa de
interés). El parlamento también se opuso a la creación del impuesto a los
réditos y a la sanción de una ley de enseñanza. De los ochenta proyectos de ley
enviados por el gobierno, sólo fueron aprobados veintiséis.
Compartimos aquí el discurso que ofreció Yrigoyen el día que
asumió la presidencia, el 12 de octubre de 1916, un mensaje inaugural en su
característico lenguaje arcaico donde destacaba: “…llegar a la cima pasando por
sobre todos los poderes oficiales y las conjuraciones conniventes, es empresa
que no conciben los mediocres ni alcanzan los pigmeos y que ni siquiera
comprendieron los grandes ni afrontaron los poderosos”.
Fuente: Hipólito Yrigoyen, Pueblo y gobierno, Tomo 3, Buenos
Aires, Editorial Raigal, 1956, Pág. 417.
Ante la evidencia de estas horas supremas y decisivas el
pensamiento se repliega a contemplar el
apostolado que laboró tramo a tramo, la consagración plena de la obra
reparadora.
En la fe y en la virtud de su vasta irradiación se cruzaron
muchas angustias, pasaron años de absorbentes fatigas y de inevitables
incertidumbres, escrutando y afrontando lo que había de rebelde o de
inmodelable a la eficacia de sus justas finalidades.
Así estuvo como el alucinado misterioso, que los
refractarios motejaron de una devoción incomprendida, ostentándose siempre sin
mirar hacia atrás, soportando impertérrita las actitudes del destino,
irreductiblemente identificada con la patria misma, serena auscultadora de sus
anhelos e intérprete fiel de sus imperiosas reivindicaciones.
Y hoy estamos ante la efectividad gloriosa de tan enorme
jornada y el encanto soñador se transformó en la realidad que nos hace sentir
la magnífica verdad de la patria, dejando por fin de mirarnos peregrinos en su
propio seno.
¡Cómo trascienden recién ahora los atributos nativos de la
nacionalidad en la ejecutoria de los más prominentes preceptos de la
civilización humana! ¡Como se comprende recién ahora las efemérides tan
distintas de las que se celebraron con el mecánico automatismo de las
simulaciones publicas! ¡Cómo parece el himno más tonante en las vibraciones de
su sentimentalidad y las muchedumbres más nuestras ante los esplendores del
patrio renacimiento!
Justo es, entonces, que esta resurrección, que pareciera
imposible, llene de intenso regocijo el espíritu nacional que asumiera todas
las contingencias de tan cruenta jornada, como si un dictado superior hubiera
dispuesto que se fundiese en la más indestructible solidaridad.
Asumir la contienda reparadora, desde el llano a la cumbre,
renunciando a todas las posiciones y resguardos del medio ambiente para remontar
la abrupta montaña a pura orientación de pensamiento, a puro vigor de virtudes
y a pura entereza de carácter, y llegar a la cima pasando por sobre todos los
poderes oficiales y las conjuraciones conniventes, es empresa que no conciben
los mediocres ni alcanzan los pigmeos y que ni siquiera comprendieron los
grandes ni afrontaron los poderosos.
Tan magnas concepciones fueron idealizadas por el genio de
la revolución, sentidas por el alma nacional y cumplidas con admirable
excelsitud en una trayectoria de sucesos y de acontecimientos que culminaron
todas las glorias de la patria.
Fuente:
http://www.elhistoriador.com.ar/documentos/primeros_gobiernos_radicales/primer_discurso_de_yrigoyen_como_presidente_1916.php
No hay comentarios.:
Publicar un comentario