Francisco Trujillo: Cañada, en su pasado y mis cosas. Año 1919

Así lucia Lavalle al 700 en la previa a los años veinte...

Otro capítulo de una Cañada desconocida....

Contando diez y seis años de edad,
y con el “consumo” de cuatro trajes
a “medida”, azules, de pantalones
largos, después de haber bailado ya
el tango “Sufra” en fiestas “oficiales”
donde el lancero de golpe moría,
y cuando se había madurado en mí
una mayor responsabilidad,
quedamos solos con aquel negocio.
Tonconogy, por darse mejor vida,
instaló su hogar en La Capital,
y entonces, de medio empleado que ya era
me nombró “ad honorem”, segundo empleado
con mil promesas de “lindos” colores;
pues, el “sueldo”, como estaba, quedó.
Los títulos se ponían, como vemos
a granel, debilidad de la gente
que en todas las épocas existieron;
a muchos les agrada la bambolla,
a otros les repugna esa estupidez.
Esa situación mía, no me agradó
en razón de que entre mis camaradas
podría producirse estado de pérdida
confidencial, existente siempre
en el orden de un real compañerismo.

Fue en la época de la grande bubónica
que mis padres junto con mis hermanos
se trasladaron a Gálvez, quedando
solo, en esta por más de quince meses;
corrían los días del año diez y nueve.
Dormía en un galpón que en el patio había
frente a la cocina de Tonconogy
y al aclarar, cuando el cine transpiraba,
sobre mi cabeza las gotas caían.
Comía en casa de la familia Pastrana,
y de noche, cuando Belzor no abría,
en el mármol de la puerta dormía;
a nadie, por cierto, deseo esta cama.
La policía, en el lugar muchas veces
me vio y sabiendo que me ocurría,
la llave me trajo, que fue a buscar
donde el “Gran Gerente” de fiesta estaba.
Con este hombre, diferencias tuvimos
por ser mandón y muy mal compañero,
y harto por todo, me propuse un día
darle una zurra que bien merecía.
Le dejé el “desafío”, y tras de la usina
esperé a la hora del marcado lance,
y cuando vencido el tiempo que dije,
llegué hasta el negocio y cegado de ira
planté mi trabajo sin conseguir
vencer al momento aquella cuestión.
Dos días pasaron y en esta de nuevo
estuvo de vuelta el buen Salomón
que injusto pagaba lo que pagó;
Gonzalez, vencido por su inconducta,
al puesto al fin hubo de renunciar
y nuevamente otra vez Tonconogy
a Cañada se vino a trabajar.

Ese año al futbol empecé a jugar;
de centro medio en Everton actué
en la tercera aquella que a “Carlitos”
seis veces con América jugó,
venciendo en la última que no jugué.

Transcurría la temporada nombrada
y América con su segunda fue
de “visita” a Armstrong y en su final
se trajo siete a cero y… con más aún.
Y los chicos de tercera, avergonzados
por el triunfo fácil de los del oeste,
sin dar cuenta en nada a su “Romerito”,
a Armstrong fueron al domino siguiente.
Vitale, el del correo, jugó de arquero,
y entre los once a mí me colocaron,
y “bailando”, ganamos siete a cero.
Allí la rebeldía quedó afirmada
y los vencedores llenos de orgullo;
en la “independencia” nunca soñada,

después, fuerte, sin descansar soñamos.

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