Los Misteriosos de Cañada, c.1920 |
En esta parte de la historia, la aparición del Club Misterioso de Cañada...
Nos llegó el año veinte, y los muchachos
a Corea se fueron,
y allí empataron
con la primera, que
formó en “segunda”,
según las
constancias que recogieron.
En el segundo
encuentro me llevaron
previo pago de un
peso para un premio
que consistió en un
bronceado tintero
que de Esaya
compramos en Febrero.
Vino la hora del
encuentro después
de viajar con
Santorun en su carro
que con paciencia a
las doce partió.
Esa tarde nos
pareció indicada
a otras cosas y no
para jugar
al fútbol. El color
en fuego ardía
y la sed nos
desesperaba a todos.
Bondi resaltó al
efectuar piruetas
con la pelota en el
reseco suelo,
y el “Ñato” Ibarra,
mejor, secundó
con su acción
“demoledora”, al final
cansó a los de
“segunda” disfrazados
que nada hacer
pudieron contra Ansaldi,
Bustos, “Borrego” y
los demás muchachos;
le ganamos por
cinco tantos a uno
y el tintero por
nosotros costeado.
Aquel trofeo, en
serio nos obligó
a pensar sobre un
futuro “glorioso”;
ya no era un objeto
de “diez noventa”,
sino el doble
esfuerzo de aquellos once
que una aventura
airosa se corrieron.
Al domingo
siguiente, de regreso,
otra vez con el
triunfo allí en Correa,
sobre el tren que
ya de noche volvía,
de pie, arriba del
duro banco, Ibarra
dio el nombre
“Misterioso” al nuevo club.
Así en Cañada
empezó en ese tiempo
una fuerza nueva
que en el deporte
local, abrió
profundos surcos
que revolucionaron
totalmente
el ambiente. Once
jóvenes, domingo
tras domingo,
aparecían suscitando
comentarios por
todos los encuentros
que realizaban en
canchas locales
y pueblos vecinos.
Y así creció
la simpatía que dio
seguridad
a ere espíritu que
bien coordino
para que se nos
llamaran sin más,
¡Misteriosos que
músculos de acero!
Por el tesón sin
desmayo en la lucha,
por la fidelidad a
nuestro club
y por todo aquello
que fuera ejemplo
de correcta
caballerosidad,
se nos aplaudió
también sin cesar.
Nos reuníamos en la
“Esquina Crossetti”,
entre calle Lavalle
y San Martín.
Sobre la
alcantarilla que allí había
efectuamos
reuniones de noche,
cuantas veces nos
vimos en el día
y durante la década
que el club
tuvo, como
existencia y como historia.
Mil “panfletos”
soltamos por las canchas
dando cuenta de
nuestra formación;
Martínez, el más
“grande”, que en segunda
jugaba, fue autor
de las palabras
que decían la
voluntad de vencer
a cuantos
adversarios que se osaran
nuestra fuerza
”impetuosa” contener.
Y los Defensores de
Sport dijeron
que nuestra
“estirpe” era de barro puro,
por lo tanto, temor
al “desafío”
en ningún instante
ellos tuvieron.
Y de las “latas”
del taller amigo,
el “Cusco” y Luis,
una ¡Gran Copa! Hicieron
que enseguida sin
“niquelar” jugamos
en el viejo campo
que Sport tenía
al norte de los
“cueros” de Beltrame;
fue el segundo
aquel trofeo que ganamos
en lucha pareja,
por dos a cero.
Los “Misteriosos”,
en masa concurrían
a todas partes,
usando modales
propios de la edad.
En el cine juntos
siempre en una
misma “hilera” estuvimos
sentados, y desde
una punta a la otra
las bromas y los
chistes circularon,
solamente el
murmullo se apagaba
cuando un
¡chist!... resonaba secamente.
En carros y en
varios grupos salimos
disfrazados aquel
año en los corsos
que en calle
Lavalle se realizaron.
“Los Fieles” y “Los
Marinos”, rivales
más que nada de
colores políticos,
gallardos y
armoniosos desfilaron
al son de sus
guitarras y violines
y con cuanto
instrumento acompasaran
la música dulce que
allí cantaron
sobre alfombras de
flores, serpentinas
y el juntar de las
palmas que atronaron.
Apagada la última
carcajada
apenas sosegado el
carnaval,
la luz de un ídolo
esfumóse un día
empañando el
brillante pedestal
que el fútbol
generosos levanto.
El medio deportivo
su homenaje
le rindió entonces
a Emilio Luján,
y al cortejo
fúnebre acompañó
todo el pueblo, al
compás de secas notas
que una banda
tristemente tocó;
mi espíritu tanto
se consternó
esa vez, que vi
perderse un valor
que en el deporte
creí no volvería
a ver, bien seguro,
como él jamás.
Fue para mí, ese
año donde inicié
mis primeras
“trasnochadas” en bailes,
cafés y fiestas que
se realizaron,
aquellas que cuatro
o más días duraron
en las chacras
“vecinas”, cuando la hija
con el amigo de “al
lado” casó,
ese que vivía seis
leguas distante,
después que el maíz
y el trigo cosecharon.
La “Sociedad de
Empleados de Comercio”
procedía en la
época que aquí refiero
más que a defender
razones gremiales,
a realizar
festivales que fueron
para los jóvenes,
inolvidables.
Eran tiempos diferentes, en donde
aportaba cada socio
lo suyo,
tanto en el sentido
material como
en el espiritual, y
en esa forma
existía una
comunidad que daba
ejemplo de sano
compañerismo,
siendo orgullo de
aquella juventud
que se destacó muy
visiblemente
en el cumplimiento
de su deber
detrás del
mostrador o en el lugar
que en el comercio
esos días trabajó.
Avanzaba el año
veinte, el primero
para mí de los años que en mi vida
traía cosas nuevas
después de muy largos
padeceres y duras
desventuras
bajo el techo de mi
querido hogar.
¡Los “Reyes Magos”,
traen a mis hermanos
juguetes que compre
de Tonconogy!
Ellos recordarán el
cocodrilo,
la víbora de cuerda
con boca roja,
el tren de coches
verdes y amarillos
con maquina negra y
plateadas, guardas
que sobre rieles de
lata corría
cuando las señales
decían, ¡vía libre!,
de las muñecas que
mis hermanas
dormían con la
ternura que heredaron
del corazón más
grande de esta vida.
El primero de mayo
levantamos
el acta de
fundación que ponía
al Club Misterioso
el definitivo
sello de una
institución constituida
legalmente por
propia voluntad
de quienes
congeniaron en tal fin.
Las asamblea se
efectuó en casa de Don Félix
Bustos, el pintor
que entonces vivía
en callejón
Carcarañá, al fondo
de la familia
Augsburger, a la altura
del quinientos, muy
cerca de la esquina
que con razón
llamamos del “Terror”.
Muy generoso don
Félix no fue
esa noche, y nos
mandó al gallinero
donde la asamblea
realizamos bajo
la luz de un pálido
y viejo farol
que pendía de uno
de los largos paños
donde veinte
gallinas mal dormían
por el ruido y las
voces del conjunto
que a Lorenzo
presidente eligió.
Al fin de la
jornada, ya en la calle,
por Lavalle todos
juntos marchamos
aplaudiendo y
vivando al buen “Callorda”
que sin ¡no! el
cargo contento acepto.
Toda la policía
salió a la acera
y el paso de los
“setenta” observo
desde la casa
aquella que lindaba
con Queirel –doctor
que entonces vivió
en frente de su
amigo Magallanes,
Lavalle al
setecientos treinta y tres-
que con rumbo hacia
arriba caminaba
en busca de la
“esquina” acostumbrada.
En ese lugar, la
expresión de júbilo
al máximo rayó y
sin desertar
ninguno del total
que se reunió,
con serenatas y
canciones miles
el ámbito del
pueblo se llenó.
Bustinza, fue el
campo donde ganamos
la mejor copa ese
año. Tonconogy
no me dejó actuar
esa tarde cuando
el desempate un
sábado efectuaron.
Ese día,
“Chimango”, el arco astilló
con su tiro alto,
ajustado a la esquina,
que el arquero nada
supo ni vio
hasta que el tanto
todos festejaron.
La copa con sus
cuatro piedras lilas,
grandes como
almendras descascaradas
que cerca del pie
incrustadas tenía,
todo era una
maravilla forjada
en el metal que el
boliviano envía;
con ella los
muchachos se vinieron.
Donde trabajaba a
verme llegaron
gritando como locos
de contentos
esa tarde que honda
pena sentí
al no haber podido
con ellos traer
el trofeo que a los
“Gauchos” le ganaron.
El domingo
anterior, cuando el primer
partido jugamos y
definido
no quedo , al
regresar, como piedras
utilizamos todas
las naranjas
que Luis llevó ese
día para vender,
por causa, de que
el “gauchaje” atacó
al carro que de
regreso partía
con el once que
vencido no fue;
la batalla terminó
cuando a tierra
saltamos todos
dispuestos a dar
fin a la insólita y
torpe agresión;
de las naranjas
sólo recogimos
un tercio de las
que allí se tiró.
A medida que
transcurrían domingos
y feriados, se
sumaban los triunfos.
La fama en ningún
momento mareó
nuestros espíritus,
ni puso bases
de arena a nuestros
jóvenes propósitos.
Las reuniones de
comisión se hicieron
casi siempre en
casa de “Pito”; allí
decidimos los
colores del club
después de
discutir, los que serían.
Una parte, la
mayoría, opinó
que debíamos usar
las camisetas
de “Comercio”, que
eran verde con franja
blanca en forma de
banda, que “Angelito”
conseguía prestadas
mientras nosotros
a la fábrica
pedíamos las nuestras.
En la semana, antes
de aquel domingo
que fuimos a
Bustinza por primera
vez, hubo que
decidir la cuestión,
resolviendo, que si
las de color
verde no se
conseguían en la fecha,
ya fuera comprándolas
o prestadas,
se aceptarían
aquellas que prefirió
el grupo opositor
donde formé ;
y para tal caso se
me encargó
confeccionarlas con
gran rapidez.
Mi madre, durante
un noche entera
trabajó y los puños
y cuellos rojos
a un equipo justo
le colocó.
Y así quedó el
color ejecutado
sobre las diez
“mallas” negras que traje;
el “fascismo” no existía por el mundo,
y la coincidencia
con el color
negro, concurrió
por tener “justa” Juan Pérez
una igual que usó
cuando ciclista era;
el nombre de
nuestro club se tiñó
mejor al binomio de
esta bandera.
En medio de todo el
trajín que ya el fútbol
me traía a los diez
y siete años de edad,
avanzaba constante
nuestro pueblo.
La edificación
ponía raíces hondas
sobre el suelo de
altos yuyos tupidos.
Bianchi, “hornero”
eterno, seguía trayendo
ladrillos y
ladrillos, y el ejido
crecía con más
industrias y comercios,
satisfacción que
gozaba a la par
de los que
emprendían aquellas empresas.
Quería en mis años
tiernos, calles firme
en piedras
cuadradas, sin baches, lisas
como el vidrio
lavado, sin manchas
que el rodado le
coloca al pasar;
quería la plaza,
linda como está,
sin las verjas y
aquellos molinetes
que tanto giraron y
más giraron
cuando allí pasaron
Pagani, Schnack
y otros que en la
historia de esta Cañada
figuran sin
extinguirse jamás;
quería las casas
juntitas, más altas,
¡cada vez más!...
para que esa belleza
elevara todas las
calles chatas
que con ranchos y
ranchos alinearon;
quería los barrios
formando jardines,
con sus huertas en
flores y con frutos
maduros, montes que
llegando al cielo
al sol taparan en
pleno verano;
quería a nuestro
arroyo en costa esmeralda,
con sauces llorones
en sus riberas
y puentes tapados
por su follaje,
corriendo a su paso
el agua clarita
que baja del campo
cerca de aquí;
quería ese barrio
como luz brillando,
sin basurales, ni
chozas cayendo,
sin aguas podridas
en donde está
que la industria
arroja sin importarle,
sin niños
descalzos, casi desnudos,
que crea lo
inhóspito y todo lo yermo;
quería la mano
fornida del hombre
que al yunque
golpeara en esa región
rompiendo aquel
hierro que la circunda
No hay comentarios.:
Publicar un comentario