HISTORIAS DE NOTICIAS VI



El Dr. Guillermo Estévez Boero vivió un largo tiempo en nuestra ciudad dejando profundas huellas entre quiénes lo conocieron y militaron junto a él. Allá por el año 1971 junto a Fernández Soljan, Enrique Lucena, Norberto Muscatelo, Antonio Táccari, Diego Lapenna, Roberto Rescia, Jorge Locicero, Carlos Fernández, Hugo Seletti, Juan Maero, Walter Arnolfo, Roberto De Biassi, Carlos Carbonell, Rodolfo Luratti y Susana Tocalli dieron origen a la Revista Pulso, impresa en los talleres gráficos de la familia Iermoli. La administración y redacción estaba ubicada en la Galería Lavalle sobre la calle homónima al 1044, en el local 8.


Recordemos que la Argentina vivía una profunda crisis social y política en la dictadura iniciada en 1966, y precisamente en ese año el Teniente Coronel Lanusse daba el segundo golpe dentro del golpe al derrocar al Gral. Roberto Marcelo Levingston. Mientras tanto Cañada de Gómez era conducida por Hildo Storni, el Padre Amirati seguía en la ciudad cercano a sus fieles pero alejado de la parroquia y una nueva generación de dirigentes venía asomando en el horizonte, en una democracia que todavía se veía lejos pero se luchaba por su retorno. Y uno de los espacios de lucha eran los medios de comunicación y no en vano mucho de quiénes participaron en esta revista mensual fueron figuras destacadas en la política nacional, provincial y local.

En el mes de agosto de 1971 salió el primer número de Pulso y en su tapa la foto de un niño serrano por el paisaje que se puede vislumbrar en la imagen. Esa ejemplar presentación prácticamente detalla la problemática que sufría la población en la ciudad y en el país. Titulada como Nuestra razón de ser, en entre otras cosas, expresa que ese medio «encara la tarea de romper la incomunicación de una pequeña pero importante zona del interior integrada por Armstrong, Bustinza, Cañada de Gómez, Carcarañá, Correa, Las Parejas, Las Rosas y Villa Eloísa(...) En la zona viven unos 64.946 habitantes. Mientras no se conozcan, no dialoguen, y no afronten en forma orgánica y mayoritaria la solución de sus problemas, no superarán la presente realidad (...) Si no se logra una política preferencial en materia impositiva y provisional para las pequeñas y medianas empresas de la ciudad y del campo en especial, y para toda la actividad económica del interior en general, no se avanzará. Si hay niños desamparados, niños desnutridos y niños diferenciados son la atención adecuada, no se avanzará...»[1] El Niño y su Salud, informe que incluyó la palabra de médicos de la ciudad y la zona, nos describe como era la situación económica, social y cultural de la infancia en los comienzos de los setenta. Doctores como Manuel Zapico y Mario Moretto nos detallaban la realidad de entonces, por empezar el Dr. Zapico nos describe el costo económico que representa un embarazo, «la atención médica privada insume $290 distribuidos en ocho consultas, trece análisis y una radiografía, más $100 en medicamentos. Un parto normal, incluida la internación unos $500. En síntesis, la atención privada de un embarazo y de un parto supera los $900»[2] Cabe recordar que el sueldo promedio de una docente en 1971, con diez años de antigüedad era de unos $510 aproximadamente. Por su parte el Dr. Moretto detallaba que los problemas más serios de las enfermedades derivaban de la «mala nutrición, lo que ocasiona una disminución de las defensas y facilita cualquier tipo de enfermedad. En Cañada de Gómez son muy comunes las enfermedades alérgicas en razón de los factores climáticos y ambientales en que se encuentra la ciudad. Necesitamos la creación de centros materno-infantiles en los que se cuide a la madre y al niño en forma preventiva y profiláctica.»[3] Sobre los niños con capacidades diferentes se describía que en junio de 1970 el Colegio San Antonio de Padua habilitaba en sus instalaciones un curso para ellos estando a cargo de la Sra. Maria Molina de Albónico y se empezaba a gestionar la creación de una escuela especial, objetivo cumplido entrada la década del ochenta. En relación a los niños desamparados se mencionaba el trabajo del Hogar del Niño Santa Teresa de Jesús, presidido entonces por Luisa Besson de Muñoz, donde en 1971 se alojaban veintisiete niñas y se proyectaba la construcción de un nuevo edificio por calle Ballesteros para albergar a varones. Dicho proyecto no fue llevado a cabo y hoy en día el Hogar de Varones Goritzia Piccinini cumple el rol de cobijar a los niños que no tienen un lugar seguro donde vivir. Con respecto a la educación las docentes cañadenses nos narraban la situación de todos los niveles, por ejemplo en el pre-escolar la Sra. María de Ardusso expresaba que «los niños se ambientan y educan la mano»; sobre el primer grado la Sra. Tabora «hay muy pocos problemas de adaptación. No se debe olvidar la influencia del origen económico-social de los alumnos»; la maestra rural de Campo Torriglia, Sra. Albina de Gomiratto decía que «el problema de la deficiente alimentación influye en la asimilación de conocimientos (...) en el campo sólo quedan las personas mayores. Tengo la escuela prácticamente rodeada de taperas»; la Sra. Nieves Santurum de Campo Del Sel, expresaba que «en diez años no habrá más escuelas rurales, a comienzos de la década del treinta cuando se inauguró mi escuela, tenía ciento setenta alumnos, ahora tengo treinta y uno. A fin de año se van cuatro colonos. La mayoría no son propietarios y los desalojan.» Lamentablemente las palabra de la Sra. Santurum no fallaron, la Escuela Del Sel lleva décadas cerradas y hoy el alumnado de las cinco escuelas rurales de la zona suman una veintena de chicos y chicas. Todas las docentes coincidían en el problema alimenticio que traían los alumnos, la falta de ropa y la profunda crisis económica que vivía el país. Si a esa entrevista, le cambiamos el año 1971 por el 2018, la realidad sigue siendo la misma.




En el mes de octubre del mismo año, la tercera salida de la Revista Pulso trató la problemática del agua y la salud con la palabra de médicos que describieron la preocupante dificultad que era la contaminación que ya se veía en el agua potable de la región. El Dr. Felipe Piccirilli manifestaba que «la enfermedad más común es la enterocolitis o diarrea estival que es producida por distintos gérmenes. A veces ocurren casos de fiebre tifoidea. Aquí el agua corriente es de buena calidad, pero suele contener exceso de minerales que a veces son causa de diarreas»[4]; el Dr. Luis C. Alonso expresaba «las enfermedades más comunes que produce el consumo de aguas contaminadas, son las parasitosis (amebiasis y giardiasis) y microbianas como las diarreas producidas por la Escherichia Coli. En la infancia, entecolitis. En los adultos, fiebre tifoidea»[5]; un dato preocupante lo brindaba el Dr. Héctor Tonella sobre un trabajo realizado por la Universidad Nacional del Litoral que nos detallaba que el 53% de las muestras de agua de primera napa extraídas al azar mediante baldes, ubicadas en los alrededores del arroyo, y en contacto con pozos negros, indicaban la presencia de Escharichia Coli, además declaraba que «es imprescindible gestionar ante los poderes públicos la solución de este problema. Los casos de diarrea estival y algunos de paratifoidea, ocasionados por la contaminación, napas de agua excesivamente dura y salobre y los malos olores que éstas suelen tener en épocas lluviosas, porque el nivel del agua de pozo y la superficie, comúnmente de 6 a 7 metros, se reduce a un metro, hacen necesario la ampliación cloacal y extensión de la red de O.S.N.[6]»[7]



El último número que analizaremos en este capítulo, será el Nº 5, que saliera en el mes de enero de 1972. En su editorial titulada Bienestar y justicia para todos, deseaba que en el año entrante «el esfuerzo de los trabajadores permita a éstos alcanzar un mayor bienestar y no continuar una despareja carrera entre precios y salarios (...) los estudiantes y los docentes puedan dedicarse con tranquilidad y profundidad a desarrollar la capacidad y el conocimiento del pueblo, sin verse obligados a vivir en la defensa constante de sus instituciones y de las posibilidades culturales de las mayorías (...) Que 1972 depare en definitiva, a los habitantes, la seguridad de que sus derechos y garantías sean respetados; y que 1972 sea el último año en el que se ignore la voluntad y la soberanía popular»[8]. Entre los muchos entrevistados hacia finales de diciembre del ´71, se encuentra el Padre Amirati, quién en sus deseos del año nuevo expresaba que pretendía «ardientemente un cambio de las actuales estructuras inhumanas y deshumanizadoras y, por tanto, radicalmente anticristianas. Deseo ardientemente un hombre nuevo, que no viva solamente para sí, sino también para los demás. Deseo pan, techo, abrigo, seguridad, justicia, amor, y alegría para todos. Deseo igualdad, solidaridad y fraternidad entre todos (...) Pero, se he de ser sincero, no creo que se logre. Creo que el sistema vigente seguirá inflexible su oscuro camino y que llegará un día, no se cuando, en que el pueblo dará lugar a lo que Pablo VI llamó la explosión de la desesperación.»[9]


Parece increíble que estas crónicas publicadas hacen cuarenta y siete años atrás sigan vigente en el contexto actual de la Argentina. Salvo algunas largas primaveras, en estos años el hambre ha crecido en forma abismal, los niños van a las escuelas a comer, las escuelas rurales van desapareciendo, el agua ahora tiene glifosato, nuestros hermanos y amigos mueren por la contaminación ambiental y muchos argentinos siguen deseando pan, techo, abrigo, justicia y amor, como decía el Padre Amirati. La moraleja de todo esto la podemos encontrar en el 18 Brumario de Luis Bonaparte que escribiera Karl Marx entre diciembre de 1851 y marzo de 1852, en donde el autor complementa una frase de Hegel donde dice «la historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa...»


[1] Revista Pulso, Agosto de 1971, pág. 3
[2] Revista Pulso, Agosto de 1971, pág. 14
[3] Idem.
[4] Revista Pulso, Octubre de 1971
[5] Idem.
[6] Obra Sanitarias de la Nación.
[7] Revista Pulso, Octubre de 1971, pág. 15
[8] Revista Pulso, Enero de 1972, pág. 3
[9] Revista Pulso, Enero de 1972, pág. 15 y ss.

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