ARCHIVOS DEL MUSEO HISTÓRICO: HOY "ACUARELA PUEBLERINA" DE VICENTE LEONI

Casita de mi barrio. Óleo de Carolina Bondoni de Leoni, esposa del autor de este texto.
Pinacoteca del Museo Histórico Municipal Elías Bertola


Final del verano de 1919. Un pueblo sin acta de nacimiento en su real origen y con el apelativo que le nace de la propia topografía, aunque la cañada nadie la vio y el tal Gómez ninguno llegó a conocerlo. Pero un pueblo al fin, clavado junto a las vías del ferrocarril, extendiéndose al norte, este y oeste; más allá, por el sur, en el festón[1]de un bajo que colinda casi con un zanjón, que la gente se empeña en llamar (y algún poeta) arroyo, asienta un caserío intercalado por baldíos sin cercas, conocido por barrio hospital, y más allá aún la loma que se pronuncia y remata en “La Rosita” y se prolonga más al fondo del horizonte.


La canícula[2] se hace insoportable por la humedad del bajío que la detenta para fastidio y rezongo de la población. Ya el polvo que se expande al trote del (¿rocinmanos?) brazeador o la lluvia fina y persistente y los barrizales a todo lo ancho y largo de las anchas calles, que al paso de un carruaje le salpican al viandante. Cunetas ubérrimas[3] para el pastoreo de algunos mostrencos[4] y no pocas veces el maldito “cigüeñal” de la usina de Ciattei que por una fisura de difícil reparación nos dejaba sin luz cada dos por tres. Casas disímiles, las más sin veredas, con línea de edificación inexplicable: unas que quieren ser modernas, otras sin revocar abriéndoles grietas en el mojinete[5] y la coniza[6] el palan-palan[7] y dos soberbios chalets y una que otra residencia más, denuncian alguna fortuna, fruto del trabajo y del cálculo feliz, de las buenas cosechas o del albur[8].

Jefatura de Policía, Banco de la Nación Argentina, una Escuela Normal de reciente fundación en un ya vetusto edificio construido en 1896, tres o cuatro escuelas fiscales, comercios mayores y menores y los consabidos boliches en algunas esquinas y junto a ellos los sulkys de la colonia; dentro, entre copa y copa, el “gringo” hace cálculos de lluvias y de cosechas mientras el “negro”, acoplándose al tema pronostica, bien para lograr el envite del tintillo o de la caña.

La plaza rectangular rodeada por altos ligustrines cuatro avenidas que conducen al centro de la misma donde se levanta un busto de San Martín. Frente a ella la Iglesia y el colegio parroquial. En extramuros, al norte, este y oeste las “casas grandes” para la disipación y el vicio con todas sus lacras físicas y morales.

La gente va y viene cansina y resignada camino del trabajo: los más al ferrocarril, otras a la “chimenea”[9] y algunos al taller de don Abel Romegialli, a alguna parte. Pueblo de trabajadores, pueblo de esperanzas.

Los domingos, un deporte popular: veintidós brutos, dicen, detrás de una pelota, que ahora llaman “bal”, “esférica”, etc. y cien tras una alambrada que los azuzan[10], los aplauden o apostrofan[11].
Un periódico[12] que registra los que viajan “A” y los procedentes “De”; los que “guardan cama” y los que mueren. También los que juntan sueños de arrabales y llegan hasta el bueno de “don” Mateo Llodrá en procura de la bendición…, la “nota rosa” más tarde, los óleos después, y dale que dale, que por algo cuenta Cañada de Gómez 12.000 almas (¿Almas?, diría el insigne poeta lusitano Guerra Junqueiro).

Periódicamente, el cine con mesas donde beber, cuyo programa se anuncia en cartelones sobre la crujiente chata de Santorum que tiran dos rocinos[13]esqueléticos de paso fúnebre, mientras Broi, de pie sobre la chata, altiva la cabeza, le da al tambor lo mejor de sus redobles.

Anualmente una o dos veladas en que los niños “trabajan” jugando, mientras los padres desde la platea festejan candorosamente la habilidad de sus “preciosuras”. También dos o tres bailes anuales, en el Club o Círculo Social; pero entonces, eso sí, las hijas con sus respectivas mamás. Alguna vez las romerías españolas en que se mezclan tangos y muiñeiras[14]; aquellos bailados por la gente llamadas de medio pelo, mientras las niñas de la élite, entre exclamaciones a la sordina[15] y azotamientos risueños, festejan los requiebros, cortes y asentadas de las parejas, y en las jotas[16] y muiñeiras el infaltable don Pedro Corcueva con el repiqueteo de sus famosas castañuelas.

La curiosidad de las niñas por uno “nuevo” que ha llegado; que quién es, que dónde trabaja, que cómo se llama, que de donde viene, etc. La novia infaltable del forastero, pájaro migratorio que más que amar explora y calcula; no entra y a lo sumo arrima.

Y como cada pueblo tiene su loco, Cañada de Gómez tenía a (¿Fauzon?), oriundo de Pergamino y viajero impertinente en los trenes, con posada ocasional, en las trastiendas del cine de los Guerra[17].

Pero el pueblo que trabaja en la lucha por la vida, también lee: “La Capital”, unos 80 ejemplares; “Crítica”, 70 y alguna que otra revista mundana que no llegan a 40 ejemplares semanales en total.

¿Librerías? Ninguna. Algún escaparate, entre bacías[18] y brochas de afeites, tabacos y estampas religiosas, exhibe “Juan Cuello”[19], “Hormiga Negra”[20], el “libro de los sueños”, el “secretario del amor” y la “magia negra”, etc.

¿Bibliotecas? Refieren de una que existió en un centro de empleados de comercio[21] y otra de una sociedad escolar de la Escuela Normal[22] que no presta servicio al público.
¿Y la juventud? Trasegando[23] en la oficina o en el taller, miente en iniciativas espirituales, termina el domingo en las canchas de fútbol a hinchar cada uno por su cuadro favorito, que no eran entonces Boca ni Racing, sino los de su propio lar[24].

Cuatro o cinco médicos, entre ellos uno que un día, recién recibido, embarcó en Rosario y se dirigió a El Trébol, donde presuntamente iba a ejercer. Pero fue tanta la lluvia y tanto el barro alzado esa noche por sus zapatos desde la estación a la vereda de enfrente, que la única forma de salir de allí era esperar el tren de vuelta. Embarcó el día siguiente de regreso en un confuso porvenir y en confiada plática con el limpiacoches, que ponderaba esta nuestra población, el joven médico fue atando cabos y divisando ya el caserío desde la ventanilla del coche, resolvió bajar con su valija y aquí ancló[25]. Durante casi medio siglo trilló el camino del hospital[26] sin percibir sueldo alguno, en sulki primero y en auto después, bajo soles calcinantes del estío[27], o frente a los duros fríos del invierno, ora aspirando el polvo asfixiante que levanta el viento y el rodar de su carruaje, ora herido por la llovizna fría y persistente hasta que algún carro lo sacase del pantano por las inmediaciones del arroyo. Y como allá en el hospital esperasen los enfermos pobres y allá encajado en el barro estaba un médico con un concepto cabal de la profesión, el dilema no era otro que ir por los pacientes sorteando el camino, aunque al volver lo esperase nuevamente los baches y los cimbrones. Y ya allí en su consultorio, otra vez el pobrerío y en el rancho o la casucha no preguntaba quién respondía por las visitas, sino que aún sacaba tres o cuatro pesos de su bolsillo y los dejaba para el pago de los remedios. Pudo ser rico con un libro de Debe y Haber, pero como no pasaba cuentas sino que sus honorarios eran siempre menos de lo que los clientes aun posibilitados querían abonar, quedó más que pobre de bienes materiales y con un millón de virtudes morales. Ya corrida la voz de que el Dr. Beresiartu se iría de Cañada la gente que lo veía camino de su casa, detenía el paso frente a él o se apeaba del vehículo o del caballo para no perder la oportunidad, aunque sea anticipadamente, de despedirse de él en emocionada palabra de respeto y gratitud. Su partida, que pudo ser un acontecimiento de proporciones nunca vista y un concierto de voluntades y sentimientos sinceros, fue silenciada por él mismo con pocas palabras de una modestia sin igual y unas lágrimas emocionadas de gratitud.

Unas cincuenta maestras con más lamentos y protestas en los labios que ciencia psicopedagógica escondida, hasta que cansadas ya del apostolismo sin paga, fuese un año a la huelga con el reclamo de nada menos que catorce meses de sueldos impagos[28].

Vicente Leoni.


Vicente Leoni, autor de esta crónica.



[1]Borde.
[2] Período del año en que es más fuerte el calor.
[3] Muy abundante y fértil.
[4] Animal sin dueño.
[5] Tejado.
[6] Planta.
[7] Árbol.
[8] Suerte, azar.
[9]Se refiere a la Curtiembre Beltrame.
[10] Incitar a los perros para que embistan. Estimular.
[11] Insultar.
[12] Debe referirse a “El Eco de Iriondo”.
[13] Caballo de trabajo.
[14] Danza de origen gallego.
[15] Sordina para castañuelas.
[16] Danza y cante española.
[17] Se refiere al Cine Cervantes.
[18] Vasija que usan los barberos para remojar la barba.
[19] Novela de Eduardo Gutiérrez del año 1880 sobre Juan Cuello (1830-1851), un bandido rural.
[20] Novela de Eduardo Gutiérrez del año 1881 sobre Guillermo de los Hoyos (1837-1918), un gaucho pendenciero.
[21] Elías Bértola dice que “en 1908 existió una Sala de Lectura y Biblioteca del Centro de Empleados, cuyos rastros se han perdido”.
[22] Se refería a la Sociedad Bernardino Rivadavia, antecesora de la biblioteca.
[23] Trastornar, revolver.
[24] Hogar.
[25] La oración seguía con la frase: “durante 46 años”, que Leoni tachó.
[26] Leoni escribió “hospital de pobres” pero tachó las últimas palabras.
[27] Verano.
[28] Se refiere a la huelga de maestros del año 1921.

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