Adriana y Cali, en su exilio, c.1978 |
El exilio fue la salida que
utilizaron millones de argentinos para salvar sus vidas. Es preciso decir que
muchos debieron huir antes del Golpe cívico-militar de 1976 a raíz de las amenazas
que recibían de la Triple A
(Alianza Anticomunista Argentina), durante el gobierno de Isabel, que enfocó
directo su ataque hacia diversos sectores de la izquierda a través de prácticas
similares a las que posteriormente usarían los militares en el poder. Un
informe publicado en la página Amérique Latine Histoire & Mémoire, titulada
“El exilio argentino en Francia”, escrita por María Oliveira-Cézar confirma lo
siguiente
«...Empujados por la terrible
represión desencadenada por los militares golpistas de 1973, venían miles de
uruguayos y chilenos, siendo éstos los que integraron el contingente más
numeroso. Unos pocos argentinos empezaron a llegar en 1975, a raíz de la Triple A , de la
intensificación de las luchas internas del peronismo o simplemente por temor a
las consecuencias del Golpe que ya se anunciaba. El grueso del último exilio
político argentino llegó a Francia de mediados de 1976 a mediados de 1979,
huyendo de las Juntas Militares del “Proceso” iniciado en el Golpe del 24 de
marzo de 1976.»[1]
Aunque no fue Francia su destino,
Juan Carlos Gabriel, para salvar su vida y la de su esposa, decidió salir del
país. Pero antes de partir Cali tuvo una despedida especial, la de su padre,
aquel hombre que había sufrido la cárcel tratando de proteger a su hijo, y que
fue a despedirse de él sin saber si lo volvería a ver. María Rosa Barbaressi
recuerda muy bien aquel día y el sentimiento de ese momento
«En una oportunidad, Alberto estaba
en la facultad dando clases y se apareció un señor muy bien vestido, de traje,
con un portafolio y le dijo usted
mañana vuelve a Rosario? Porque mañana lo quiero entrevistar en un lugar donde
hay alguien que quiere despedirse de
usted, y le dijo que fuera a una confitería en las afueras de Rosario.
Ahí se encontró con su hijo y con seis o siete personas que estaban dentro de
la confitería pero él no sabía que función cumplían. Alguno leyendo el diario,
otro tomando café, otro charlando con una mujer y ese señor que lo fue a
entrevistar le dijo mire, es la última vez que lo va a ver porque ya parte de este lugar,
traten de no hacer una despedida de mucho abrazo ni nada por el estilo porque no
queremos despertar sospechas. Así que estaban como en una confitería
conversando. Gabriel estaba muy angustiado... Él recordaba bien las palabras que
le dijo ese muchacho usted no se preocupe porque aquella pareja
es de la organización, la chica que está repartiendo volantitos afuera en la
calle, son de la organización y los señores que están ahí también son de la
organización. Es decir que estaban muy bien organizados, estaba todo
listo, para que su hijo partiera, el padre no sabía hacia dónde.»[2]
Por su parte de ese momento en que
ambos se encontraron para despedirse Cali
expresa que «sobre mi papá y el encuentro en el bar es difícil contarte como lo
viví, especialmente porque ya no recuerdo todas las sensaciones que habré
tenido, sé que fue fuerte, pero al tratar de recomponerlas no sé si mi memoria
no me está engañando. Lo que sí te puedo decir es que el encuentro no fue en
Rosario, sino en Buenos Aires, donde yo estaba desde hacía meses. También que en
ese primer contacto entre ese compañero y mi Viejo, aparte de darle detalles de
dónde y cuándo encontrarme, le dieron mil recomendaciones sobre como cuidarse y
eludir posibles seguimientos entre Cañada y Buenos Aires. Y él se tomó un tren
y se fue a Buenos Aires, se bajó en Retiro y se tomó un taxi derecho hasta el
bar de la cita, el Richmond o el Tortoni, era uno de los famosos, no recuerdo
cual. Estuvimos solos él y yo. Lo que si me quedó muy grabado fue cuando me
dijo que él no tenía ningún problema de haber pasado por todo lo que había
pasado, si eso había servido para que yo estuviera a salvo y ganara tiempo para
esconderme. Y que de ser necesario lo volvería a pasar. Obviamente me duele
pensar en todo lo que pasó mi Viejo en la cárcel, y que en aquella primera
oportunidad ni mencionó. Mucho mas tarde me enteré por él mismo que le hicieron
simulacros de fusilamiento, por ejemplo. Yo lo ví a mi Viejo hasta orgulloso,
no orgulloso de que me persiguieran, estaba muy preocupado por eso, pero nunca
me demostró, o me dijo ‘mirá lo que tuve que pasar por vos’, jamás.»[3]
Ya consumada la despedida, Cali
comienza su exilio hacia un nuevo lugar donde pueda vivir sin peligrar su vida.
Pero sigamos reviviendo en primera persona como pudo escaparse de la Argentina.. .
«Nosotros teníamos un análisis
político profundamente erróneo y era que la Dictadura se caía en
seis meses y por eso yo no quería irme del país. Por eso recién cuando veo que
no podía hacer nada mas que esconderme y que iba para largo, decido irme.
Imaginate que yo vivía escondido, en Rosario primero y después en Buenos Aires
en casas de amigos. Tenía miedo, inseguridad y dificultades diarias, no poder
salir a la calle por ejemplo. A su vez nos enterábamos que ‘caía’ gente cercana
a nosotros, lo que no podíamos saber era hasta qué punto se estaba produciendo
esa masacre. Sabíamos que se los llevaban, que los ‘desaparecían’, pero no
sabíamos si iban a ‘aparecer’ en algún momento y eso era solamente una cárcel
clandestina momentánea. El mejor candidato para salir de la Argentina para mí fue
desde el primer momento Uruguay, que era un poco una locura porque era peor que
Argentina, pero por eso mismo pensaba que era una frontera que no cuidaban
mucho. Las más jodidas para cruzar eran las que te liberaban del todo, Ezeiza a
Europa, o a medias como la de Brasil. Teníamos la idea que Brasil no trabajaba
mucho en conjunto con Argentina a nivel de represión, por eso pasar a Brasil
significaba que ya habías zafado un poquito más. Pasar a Uruguay era solo un
pasito porque nosotros sabíamos que la policía uruguaya y la argentina
colaboraban muchísimo. Salí por Uruguay con un documento nacional de identidad
falso, sólo, sin Adriana, porque ella había entretanto aparecido públicamente
en Cañada de Gómez y no había pasado
nada, así que consideramos mejor que sacara pasaporte antes de abandonar el
país, cosa que yo obviamente no podía hacer, y se juntara conmigo adonde yo
pudiera llegar y estar a salvo, apuntaba a Venezuela, en ese momento el único
país democrático en Sudamérica. Ella anduvo por Cañada hasta que detuvieron a algunos
antiguos compañeros de secundaria con los que habíamos tenido un grupo de
teatro juvenil. Fue ahí que ella se asusta y se va a esconder en lo de una
familia amiga en Buenos Aires. Pero eso fue unos días posterior a mi salida de
Argentina. Salí en avión hacia Uruguay ‘disfrazado’ de industrial, tenía hasta tarjetas
de ejecutivo de empresa, me había averiguado precios de tasas de exportación,
llevaba unas carpetas de productos, por las dudas si me paraban por lo menos
tener una historia más o menos coherente. Llegué a Uruguay y allí cambie todo
el dinero que me había llevado mi Viejo a Buenos Aires en aquel encuentro, que
era un maletín lleno de dinero en pesos argentinos, lo cambié todo y me dieron
cuatro billetes de cien dólares y con eso seguí viaje. Me tomé un bus hacia Sao
Paulo, de ahí en avión hacia Manaos y de allí unos días más tarde, un barco
hasta el último pueblo de Brasil, cerca de la frontera con Venezuela. No pude
entrar a Venezuela porque no tenía pasaporte y la frontera era muy vigilada. Mi
mujer voló directamente hasta ahí unas seis semanas mas tarde, de ahí seguimos
todo el camino juntos. Tuvimos que volver a Manaos, de allí entramos a Colombia,
yo de manera ilegal. En total estuvimos viviendo como ocho meses de artesanos
en Brasil y en Colombia, yo había aprendido en el primer tiempo en Brasil con
un amigo argentino a tejer artesanías, cuando llegó mi mujer ella aprendió
también, y de eso vivimos en Brasil y en Colombia. No fue fácil, en algún
momento no teníamos nada, necesitábamos comer, estábamos muy mal, inclusive yo
bajé 18 kilos en ese período, y nos dicen que estaban dando ayuda en Caritas,
allí les contamos un poco nuestra historia a grandes rasgos, y nos aconsejan
hacernos reconocer como refugiados por el ACNUR, el Alto Comisionado para
Refugiados de las Naciones Unidas. Allí nos entrevistan e inmediatamente nos
dan el estatus de refugiados, y con ello la posibilidad de que nos enviaran a
un país que nos acogiera. Fue medio un lío porque yo no tenía pasaporte, y
había estado ilegal durante meses en Colombia. Al final me dan un documento de
viaje para abandonar Colombia. Nos mandan a España, en base a un acuerdo firmado
entre Perón y Franco sobre doble nacionalidad de españoles y argentinos que fue
siempre papel mojado, nunca tuvo validez, nadie lo pudo utilizar realmente. El
cónsul español me da ese acuerdo sellado como válido para que las Naciones
Unidas tramiten mi viaje a España. Volamos a España vía Frankfurt y cuando
llego a España no me dejan entrar porque no tenía visa, no tenía un visado en
el documento de viaje colombiano. España era pos franquista, año ’77, estaban
en plena transición, y no reconocían ese documento, entonces a mi me meten de
nuevo en el avión de vuelta a la fuerza, a Adriana incluso le hacen pagar su
pasaje porque ella sí que tenía su pasaporte argentino que la habilitaba para
entrar como turista. Nos envían de vuelta a Colombia pero el avión hacía escala
en Frankfurt. Allí entramos como turistas, recibimos mucha solidaridad y al
cabo de varias semanas de intentar irnos a un país de ‘habla cristiana’, léase
inglés o español, nos dicen que no, que es muy difícil y que tenemos que pedir
asilo político allí mismo, que nos iban a dar un curso de alemán y ayuda. Nos
dieron asilo político a los dos al cabo de nueve meses, trabajamos en varias
cosas, una vez que tuvimos el asilo político teníamos los derechos sociales de
los alemanes, que entre otros incluye el de poder estudiar con una beca si tus
padres no te pueden mantener. Nos dieron esa beca a los dos para estudiar y en
base a eso y a trabajos que hicimos –yo trabajé entre otras cosas de pianista
en un bar, después dí clases de ciencias, Adriana comenzó limpiando casas, en
un periódico metiendo propaganda en los diarios, hasta que comenzó a dar clases
de español- con eso hicimos nuestras carreras y ya empezó la parte ‘tranquila’
de nuestras vidas.»[4]
Aquel exilio de ambos a los 20 años
se transformó en oportunidades de crecimiento tanto para Juan Carlos como para
Adriana, quiénes finalmente vivieron 19 años en total en Alemania para luego
emigrar a España. En la entrevista que Mario Chiappino le hiciera al Ciudadano
Ilustre cañadense, Cali relató como
fue su nueva vida en el viejo mundo...
«Tenía entre 20 y 21 años y ahí
inicio mi carrera universitaria, me recibo primero en Física y después hago un
Doctorado en Ciencias Naturales, todo eso en Alemania. Trabajé en un Instituto
Max Planck como post doc, y en algún momento me puse a trabajar en un proyecto
de un satélite científico de la ESA ,
la Agencia Europea
del Espacio, desde otro Instituto Max Planck. Ahí es que me sale la oportunidad
de optar por un trabajo en la ESA ,
parte en Holanda, parte en Alemania. El proyecto para el que me presento se va
de allí a España a hacer lo que se denominan las operaciones científicas,
entonces yo me voy con ese proyecto a Madrid y eso fue hace 19 años. Mi mujer tuvo
su propio desarrollo, ella estudió letras en Alemania, y entretanto era
profesora de Español en el Laboratorio de Idiomas de la Universidad. En el
momento en que me sale el proyecto de la
ESA se le corta esto, ya que tenemos que decidir si nos
quedábamos en Alemania o nos vamos, y optamos por esto último. Ella en España trabajó
en una librería y en una biblioteca y ahora se dedica a escribir. Nuestra
primera hija nace en el ’85 y la segunda en el ’89, ambas en Alemania, y el
tercero nace poquito tiempo antes de irnos a España.»[5]
La historia de Cali y Adriana es un claro ejemplo de una generación que tuvo en
parte que dejar su país (y que se pueden considerar ‘afortunados’ frente a
otros destinos) por causa de la dictadura cívico-militar del ´76. Las lágrimas
con las que ambos finalizamos aquella charla en el verano del 2017 es un
reflejo de las heridas de aquella triste y larga noche que vivimos los
argentinos y que aún sigue doliendo en lo más profundo de nuestros corazones.
No quiero terminar esta parte de la historia sin rescatar la figura del Dr.
Alberto Gabriel, quien no dudó un instante en arriesgar su vida por su hijo.
Aunque los militares lo dejaron vivo, este recordado y querido bioquímico,
profesor y personalidad que tuvo la ciudad, sintió un orgullo enorme por haber
defendido con su sacrificio la libertad de Cali.
[1]
https://alhim.revues.org/67. Amérique
Latine Histoire & Mémoire. El exilio argentino en Francia. María Oliveira-Cézar.
[2]
Testimonio de María Rosa
Barbaressi. Archivo del Museo Histórico Municipal Elías Bertola
[3]
Testimonio Juan Carlos
Gabriel. Archivo del Museo Histórico Municipal Elías Bertola
[4]
Idem
[5]
Programa Intermedios.
Entrevista realizada por Mario Chiappino, año 2015.
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