Cañada tenía ese frío húmedo que lo
caracterizó siempre, sobre todo en agosto cuando allá a los lejos viene
asomando el polen de la primavera. Era 1920 y el almanaque indicaba que era un
miércoles 4 y el nuevo niño se llamaba Rogelio Saturnino Araya. Seguramente la
vivienda de Lavalle y Ayacucho debió estado cubierta de familiares y amigos.
La escuela primaria la hizo a pocas
cuadras de su casa, en la recordada esquina de Rivadavia y Mitre, donde era la
sede de la Juan Bautista
Alberdi. Algunos de sus vecinos lo recuerdan como un pibe alegre, su carita
redonda y sus habilidades en el arco, inclusive fue arquero en el Everton de
antaño. Pero como buen hijo de cantor tomó la afición por la trova donde aún
son recordadas sus actuaciones en las veladas organizadas por las instituciones
cañadenses en diferentes espacios, donde supo compartir escenarios con Luis C.
Piccinini, Felipe Hernández e Italo Pisi entre otros. En 1937 forma un dúo con
Etelvina Dilausky quiénes debutan en febrero en el Verdi y fueron acompañados
del conjunto de guitarras compuesto por Alegro, Herrera, Sosa e Hirsuta,
interpretando Buscando una Flor; Ave
María; Mi Camino; Bailecito del Sur; Mamita; Cantor de los Reseros; Será una
noche y Suavemente. Fue en 1939 cuando su vida da un giro importante al ser
escuchado por el Maestro uruguayo Roberto Zerrillo, un exquisito director de
orquesta nacido en Montevideo que fuera compositor de una treintena de obras musicales,
y donde Araya participa de un concurso de tango. Así es que el 9 de septiembre
del mismo año debuta en la
Orquesta que Zerrillo tenía en Radio Belgrano integrada por Emilio
Barbato y Juan Carlos Howard en pianos; Asandú, Bibiloni, Dojman, Schols, J.
Dojman y Reynaldo Nichele en violines; Brunnini, García, Gasciani, San Miguel y
Croce en bandoneones; Vitale en bajo y los cantores Elsa Medina y Jorge
Cardoso.
Según puede leerse en La Campaña , un periódico de
Chivilcoy, en una nota homenaje a Rogelio Araya publicada el 1 de octubre de
1988 que Araya «actuó en breve lapso en la orquesta de Zerrillo para pasar, por
un período breve, por el conjunto de aquel gran músico argentino que fue
Joaquín Mauricio Mora. Tiempo después se volcó definitivamente a cultivar un
repertorio inminentemente criollo y especialmente sureño, siguiendo los pasos
de quien fuera su amigo y mentor, el “gaucho” Nestor Feria.»[1] El 14
de diciembre de 1939, el periódico La
Nota dirigido por Nemesio Valbuena, le realiza una nota donde
la joven estrella expresaba como eran sus primeros tiempos en Buenos Aires
recordando que
«Encontré grandes y buenos amigos,
que me ayudaron mucho y ahora que recuerdo, les trasmito los saludos del
director de Radiolandia, señor Enzo Ardigó. El señor Ardigó fue un puntual para
mi éxito hasta la fecha, el que presentó a muchas personas de gran influencia
dentro de la radio.»[2]
También en esa nota recuerda la
ayuda de Mario Maero que fue quién le presentó a Ardigó en su llegada a Buenos
Aires donde ambos le brindaron los consejos necesarios para seguir un modo de
vida correcto en la gran ciudad. Siendo expresamente las palabras de Ardigó las
siguientes
«Bueno morocho, si con todos estos
consejos no triunfas nada queda por hacer en este mundo. Creo y estoy seguro
que vas a triunfar, eres descendiente de cantores, yo conocí a tu padre y
también tuve oportunidad de apreciar su voz y tenía pasta de cantor. Así que
hijo de tigre ha de ser. Y en lo que respecta a tu juventud es lo más grande
que posees, tienes toda una vida por delante.»[3]
En pocos meses de su debut, la
popularidad de Araya crecía día a día, según él había recibido unas doscientas
cartas de seguidores que escuchaban su voz por Radio Belgrano. En un recorte de
revista que su sobrina Malena Echeverria donó al Museo Histórico Municipal, podemos
leer en un informe titulado Debuta
Rogelio Araya donde los cronistas
porteños decían que
«Rogelio Araya cantor, cantor nada
más y nada menos. Cantor desde que nació hace veinte años. Pro salpa de
balcones en vela, donde Rogelio dejaba sus serenatas. Paseos por la plaza donde
identificaron sus piropos con Es Rogelio el muchacho cantor... Y aquí lo
tenemos al provinciano cantor, furioso de esperanza, con la voz emocional,
esperando el día del debut que tendrá lugar mañana sábado por Radio Belgrano.
Puede que tiemble su voz, como palpita un pájaro apretado en una mano. Que haya
un dejo de inseguridad. Es humano. También temblaron varios corazones en Cañada
de Gómez al oírlo. Y en las mesas familiares el mate parará su ronda. Concesión
al cigarrillo que se quema silenciosamente. Pero lo cierto es que este muchacho
entra en un nuevo período de vida. A la popularidad, al triunfo, al dinero... »[4]
Y así comenzó un largo peregrinar en
tiempos donde grabar discos era para pocos, y él lo hizo. Mientras el tango y
el cancionero criollo vivían sus años de esplendor, marcando una época de oro en
la música ciudadana con «la aparición de
grandes creadores, músicos, compositores, directores, el surgimiento de las
grandes orquestas con excelentes cantores que marcarían cada uno un estilo, y
de poetas que trazarían un nuevo camino en las letras del tango: de gran vuelo
literario, con profundidad y romanticismo, sellaron para siempre el estilo nostálgico, triste y desgarrado con el
que sería identificado para siempre. Es el auge de los grandes salones de
baile, y de un protagonismo absoluto en medios tan importantes como la radio y
el cine, que fueron responsables fundamentales en el fenómeno de su
masificación. Era la década en la que Buenos Aires no dormía eternizándose en
un tango con las grandes orquestas tocando en vivo en los bailes, y estrenando
nuevas obras en la voz de sus cantores. Un fenómeno social y cultural difícil
de igualar. Entre lo más destacado, encontramos a las orquestas de Aníbal
Troilo, Angel D´Agostino, Juan D ´Arienzo, Miguel Caló, Carlos Di Sarli, entre
tantas otras. Los cantores Francisco Fiorentino, Angel Vargas, Hector Mauré,
Alberto Podestá. Y los poetas Homero Manzi, Enrique Cadícamo, Cátulo Castillo,
Homero Expósito y José María Contursi.»[5] Con
todos ellos coqueteo el morocho cañadense que en 1945 debuta en Radio El Mundo
e inicia sus giras por gran parte del país llegando a cantar en la República Oriental
del Uruguay, Bolivia, Chile y Perú. Comenzaron a escucharse en otras emisoras
canciones temas de su autoría como Las
Carretas, En Blanco y negro, Deja que silben los vientos, Zamba de aquel adiós y El Ultimo Viaje. Sus tiempos libres los pasaba con Arturo
Jauretche, Homero Manzi, con los que supo entablar grandes diálogos y no solamente
de música sino de política ya que compartía con ellos el sentimiento radical e
yrigoyenista. También fue muy amigo del Chucaro, Norma Viola y de Beba Bidart.
Sus últimos tiempos fueron
difíciles, perdió una pierna a causa de una fuerte diabetes que lo aquejaba y
según podemos ver en los recortes de revistas que Malena donara gentilmente a
la ciudad que vio nacer a Rogelio es que un importante número de artistas
realizaron un concierto a beneficio realizado en La
Querencia para juntar fondos para Araya, entre las
estrellas que asistieron podemos citar a Juan D´Arienzo, Jorge Valdez, Horacio
Palma, Juan Carlos Mareco, Argentino Ledesma, los hermanso Abalos, Enzo
Valentino, Alberto Morán, Julio Sosa, Aníbal Troilo y Cátulo Castillo entre
otros.
A los 48 años falleció un 2 de
octubre de 1968. Sus restos descansan en el panteón de SADAIC, en el cementerio
porteño de la Chacarita ,
donde seguramente por las noches, cuando los espíritus despiertan algunas
canciones cantarán con Gardel, Sosa, el Polaco y el Gordo con el fuelle
acompañando. Ese día, otro notable cañadense que fuera deportista y poeta como
el recordado José Cagnín, que viviera en esos años en la Capital , le dedicó estas
palabras... Le hubiéramos hablado de las noches rumorosas del Teatro Verdi, de las
tertulias del Círculo Social, quizás de la última serenata en las lejanas
madrugadas, cuando la ciudad que nacía encubriéndose con el asfalto, se llevaba
también los rompesueños de la noviecita que ya nunca volveríamos a ver... Y
porque la mañana gris se nos metió en la garganta, ahora sí, como si lo
cruzáramos en el camino a la escuela... le decimos Chau, Negro.
Para finalizar recordemos esa bella letra de El Último Viaje
escrita por Pancho Gandola en la que
Rogelio Araya pusiera su música cuando en el final de la misma expresa Por
eso que solo y triste yo que fui tan andariego, de donde estoy no me muevo mi
alma de luto se viste. Y si el destino me insiste que ya ni un golpe me ataje,
diré adiós al paisanaje de mi pago tan querido y pa’l rincón del olvido voy en
el último viaje.
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