Por José Pablo Feinmann
El problema fundamental del siglo XIX es: ¿pudo haber sido
diferente o todo conducía a que fuese como fue? Rosas tenía la posibilidad de
una modernidad que no entregara a cambio la soberanía. Pero su desdén por todo
lo gringo lo llevó a la soberanía pero le negó la modernidad que un país
cuidadosamente abierto requería. Solano López contrató ingenieros extranjeros y
envió a su hijo a educarse en Europa, algo que el Restaurador jamás habría
hecho.
Hay que rechazar los determinismos. Milcíades Peña escribió como
pocos sobre este tema. Si Felipe Varela hubiera triunfado no habría sido muy
distinto a Mitre, eso escribió. Lo que aquí palpita es el trazado de una
historia universal y necesaria. Las leyes de la historia condenaban a las
montoneras gauchas. Pero si Urquiza no se retiraba en Pavón, si el Paraguay se
sumaba a los guerreros del federalismo y podía negociar en buenas condiciones
de fuerza, todo habría sido menos doloroso y más equitativo, no hubiéramos
tenido un país con una gran cabeza y un
cuerpo débil.
No estamos jugando al que habría pasado si no hubiera pasado
lo que pasó. Partimos del trazado de líneas de fuerza. Tratamos de eludir todo
determinismo. Pero en el estudio de la historia todo tiene validez. La historia
no es la nariz de Cleopatra, pero también es la nariz de Cleopatra. Pavón no
sólo se explica por la injustificada defección de Urquiza, pero también es eso:
la voluntad del jefe del federalismo de no dar batalla.
Si Urquiza hubiese tomado el triunfo que tenía servido en
Pavón, Mitre no habría lanzado su guerra de policía sobre las provincias. La
guerra del Paraguay se habría tornado improbable o inexistente. Entonces, si se
unían los federales de las provincias mediterráneas, el Paraguay (“país
hermano”, es decir: país del interior argentino) y Urquiza, otro hubiera sido
el poder que manejara los hilos de la política exterior argentina. Se habría
negociado con Inglaterra desde una perspectiva de soberanía.
Plantear en tanto inevitable el triunfo de Mitre es plantear
una historia fáctica: lo que pasó tenía que pasar, por eso pasó. No es así. Es
fácil tener razón cuando se postula lo que ocurrió. Siempre se podría decir que
sólo podía ocurrir eso, lo que ocurrió. Siempre se puede decir que no. Por
ejemplo: Varela y el federalismo en el Fuerte de Buenos Aires habría sido el
triunfo de la conciliación. Buenos Aires se hubiera unido a las provincias.
Nada de ruina del interior federal. Se habría permitido la entrada de las
mercancías británicas que no arruinaran a las nacientes industrias de las
provincias.
Nota sobre el presente:
Siempre que se teoriza sobre el pasado se teoriza sobre el
presente. Durante estos días pre-electorales se da por seguro el triunfo del
macrismo. Esta falta de esperanza es darle el triunfo antes de los resultados
de las urnas. Tanto decir que la derecha va a ganar sólo conseguirá que gane.
La historia no está escrita en ninguna parte. El que todavía no ganó no tiene
seguro su triunfo. Que haya sembrado el pesimismo en sus rivales es un triunfo
no menor, pero no definitivo.
Sobre los malditos en la historia:
El macrismo se empeña en demonizar a CFK. Si la ponen presa
–como tanto parecen desearlo– la convertirán en el “hecho maldito” de la
democracia argentina. Veinte años después de la caída de Rosas –sobre el que
pesaba la maldición de Mármol: “ni el polvo de tus huesos la América tendrá”–, los
gauchos aún entraban en las pulperías, clavaban sus cuchillos sobre el
mostrador y, dirigiéndose a la concurrencia, desafiantes decían: “Viva el
gaucho don Juan Manuel de Rosas”. El largo exilio de Perón lo transformó en el
hecho maldito del país burgués, según la frase de Cooke. ¿Por qué le temen
tanto a CFK? ¿O es un deseo irreprimible de venganza? Como sea, tampoco hay que
guiarse por los odios de la derecha. Puede equivocarse. Pero raramente. Casi
siempre lo que odia es aquello que más la perjudica.
Fuente: Página 12
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