Comité de Huelga, año 1912 |
Hoy compartimos de la vida de Trujillo, un cita de la huelga ferroviaria del 12 y algunas travesuras de la niñez...
Corría
el año doce, y en la nueva esquina
de
Belgrano y Rivadavia, alquiló
La
Fraternidad cuando de huelga estuvo.
Don
Carlos Feverelli dirigía
el
movimiento, que debió ser cruel
para
quienes soportaron días largos
sin
trabajo, con miles de privaciones.
En
esos tiempos, la lucha tenía
relieves
que por si se destacan
y las diferencias se ventilaban
entre
obreros y patrones solamente.
En
una tarde gris de aquellos días
cruzó
frente al local de los huelguistas,
por
medio del campito humedecido,
un
porcino, que su dueño no supo
nunca
que en mi manos había pasado
antes
de caer atrapado en las mías.
La
lluvia al rechoncho bien empapó
y su
cuerpo escapaba como el hielo
al
abrazo de todos que cazarlo
quisieron
esa tarde que no olvido;
la
fortuna quiso fuera yo el nuevo
dueño,
y en un cerco que hicimos al fondo
de
mi casa, que estuvo en Rivadavia
al
trescientos, después que nos mudamos
otra
vez y en donde por muchos años
soportamos
allí nuestro destino,
en
ese lugar que indico, creció
como
una vaca la chancha perdida
en
la huelga del doce que cuento yo;
en
agosto del trece la faenó
don
Curvale cuando ya no podía
más
caminar y era tanta su grasa,
que
sus huesos recubiertos tenia;
las
amistades nuestras recibieron
de
la chanchita perdida, una parte,
ese
era su “testamento”, no leído
cuando
por suerte caza le di yo.
Fue
en la “Casa del gran portón de Fierro”
donde
pase mi segunda niñez,
quedaba
lindando pared por medio
con
“los Peverelli”, así le llamábamos
a
esta familia, cuyo trato entre ambos
fue
de hermanos y de mucho más.
Allí
nacieron Federico y Ñata
y
crecimos nosotros una cuarta;
el
camino a la escuela era más largo,
cinco
cuadras directa recorría
diariamente
sin nunca rezongar;
las
heladas los campitos vestían
de
un blanco puro todas las mañanas,
y
tanto fue el frio intenso, que las calles
de
vidrio parecieron al helarse el barro
que
duró sin secarse mil inviernos.
¡Cuántas
veces nos mandó Julio Gazpoz,
director
de la escuela cuando estuve
en
tercero, a romper, por castigarnos,
el
hielo con las manos que en la tinta
del
molino era entonces sempiterno!
Mis
travesuras en el aula fueron
Las
mismas que hicieron todos los niños
en
la edad más tierna de la vida.
Ahí festejamos
cuando el “Gran Ansaldi”,
en
primero infantil, con matagatos,
ensoberbecido,
apunto a Malori,
buen
maestro; cuando Ribota en sus dedos
endiablaba
la magia que en su “circo”
a la
tarde con “maestría” completaba;
cuando
Pito y Parolini jugaban
al
futbol y corrían a la bandera
en
el patio querido de la escuela;
cuando
Miranda a todos desafiaba
a la
salida de clase a pelea;
cuando
corriendo Araya, ¡a las “calientes”!
gritaba
con madurado apetito
al
regresar a casa a mediodía,
aquellas
galletas recién cocidas
del
horno quemado siempre salían;
cuando
Rivas lloraba por los trompos
y
bolitas que perdía en las jugadas,
y
como nos empujábamos al saber
que
doña Aurelia Tochetti, vecina
y su
maestra, que tanto lo mimaba,
con
regias cachetadas obligaba,
a
devolver las más justas ganancias;
y
cómo quedamos al ver un día
las
paredes escritas con injustas
y
feas palabras ¡tremendas de malas!...
donde
estaba la verja que adornaba
la
manzana de la escuela de ayer,
¡todo
aquello que a mí se me imputó!
Pobre
Néstor, autor, al confundirse
nada
dijo para aliviar el mal
cuando
fuerte Gazpos ,me castigó.
Al
tiempo después, aquel director
Me
dijo: ¡que hacer!... si ya no podía
Quitarme
los trompis y pellizcones
Que
injustamente con rabia me dio.
Y al
finalizar el año escolar
Perero
al jugar conmigo en la cancha
que Everton
tuvo en Lavalle y Colón,
me
hizo una herida muy grande y profunda
en
el pie derecho con una rueda
de
lata oxidada que me dejo
por
mas de cuarenta días sin andar;
por
ese motivo y mi desaliento,
en
tercero me tuve que quedar;
Juan
sin quererlo, me lastimo.
Una
tarde, de aquellas que se graban,
a
Carlitos en el cine pasaban,
y
loco de ansias por verlo, inventé
esa
vez, que a la escuela tenía que ir
a
repasar un número de canto
que
en verdad no ensayamos ese día,
ni
en la casa donde Suárez vivía,
y
que entonces en el Teatro Español
en
la velada del Nueve de Julio
del
año diez y seis fuerte cantamos
Pagani,
Tula, Héctor, Anselmi y yo.
Aquella
mentira, sirvió al barbero
Para
echarme del “empleo”; no entendía
De
nuestros problemas, como tampoco
De
las cosas que encantaban a los chicos;
Mi
madre me empleo en la peluquería
de Andrés
porque faltaban en mi casa
Las
monedas que a la noche lleve
Al
completar mediodía de labor.
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