Francisco Trujillo: Cañada, en su pasado y mis cosas. Año 1918



Seguimos con la historia de Francisco Trujillo...


Avanzaba el tiempo, y al terminar
el año diez y siete, aquel de crisis
y de grandes sequías, cuando las máquinas
ferroviarias maíz por carbón quemaron
por no poder de Europa el combustible
traer y a la vez llevar el cereal nuestro
por culpa de aquella guerra espantosa
que tanto asoló los campos y pueblos
al principio del siglo que vivimos,
donde hubo que multiplicar esfuerzos
para lograr mantener bien intactas
todas las posiciones conquistadas
en el progreso local y en el país,
raras fueron algunos ocurrencias
que en mantener  o aumentar las ventas
en aquellas difíciles momentos.
Recuerdo que Tonconogy, una vez
ató frente de su negocio, siete
sulkis después de anunciar una venta
“liquidación de saldos y retazos”.
Ese día, por el “cebo” de los vehículos,
tuvimos la “tienda” llega de gente,
la hazaña colmó,  y bastó esa ocasión,
y otras “tretas” suplantaron a aquellas;
llenar con géneros los mostradores
para impresionar a todos los clientes
del día, de un gran movimiento y salidas
de mercaderías, era “camouflage”
auténtico quizás de Salomón;
regalar prendas, después de equis pesos
invertidos en una sola compra,
también fue en la época una novedad,
y cosas así realizó aquel hombre
que tuvo para mí constantes rasgos
de un gran maestro, que lo hicieron un firme
ejemplo, a donde acudí muchas veces
cuando necesité de su enseñanza.
No puedo negar algunos pasajes
que dieron entre ambos lugar a serias
discusiones, en donde nuestros “genios”
fuertemente se afirmaron, buscando
dejar de pie razones o derechos.
Es una oportunidad, al mover
un maniquí para pasar la escoba
debajo de sus patas de madera
que estaba junto a la puerta del este,
en vez de levantarlo y colocarlo
en un lugar adecuado y seguro,
lo hice girar con una mano mientras
con la otra, barría el marcado lugar.
Al volver el maniquí a su primer
puesto, tambaleo y fue a dar con su punta
de níquel que por cabeza tenía
contra uno de los vidrios de la puerta.
La rotura apenas se originó
Sobre uno de los rincones del mismo,
Y fue la indignación de Tonconogy
tan ridícula, que ciego, midió
súbitamente el tamaño del vidrio
y diciéndome que yo pagaría
el daño causado, a comprar el nuevo
me mandó, arrimando palabras que él
jamás pronuncio en tal forma conmigo.
Cambiando el roto, por el nuevo mío,
quedo el primero de mi propiedad
según la lógica de lo ocurrido,
pero, sin pensarlo bien Salomón,
tomó medidas de otro que faltaba,
en la puerta gemela que allí había
y que siempre abierta la misma estaba;
¡Lleva a Massa este vidrio y que corte!
fueron esas palabras posteriores
las ultimas que en al asunto dijo,
y creyendo la cuestión terminada
 a su escritorio de nuevo encaminó
quedando el resto del día sin hablarnos.
Llegó el siguiente, y barriendo de nuevo,
otro maniquí cayó sobre un vidrio
haciéndose en el golpe mil pedazos;
Salomón, con más enojo que entonces,
quiso descargar su ira fuertemente
al creer el mismo caso reiterado,
pero, al notar mi firme decisión
puso freno a sus impulsos, quedando
“duro” ante las palabras que escuchó;
¡El vidrio que se ha roto es el mío
y Usted el importe no me pagó
por lo tanto, si otra vez lo desea
con gran gusto a Massa otro pediré.
La lección hizo efecto prontamente
y un abrazo al disculparse me dio.

Otro proceder de este buen mortal
contaré el que también tuvo conmigo
diferencias que de nuevo nos puso
de frente al poco tiempo de su acción.
Como ocurre siempre, cuando uno es joven
por lo general, se llega más tarde
al trabajo, y Salomón quería ver
si lograr podía que yo no lo hiciera.
Palabras y consejos no valieron
en su empeño, yo por hache o por be
no llegaba “justito casi nunca”,
y demás está decir, que él me daba
su “café” constantemente tratando
de corregirme con su disciplina.
En una oportunidad en que agotados
todos los recursos que tuvo a mano,
surgió el último que creyó era el fin.
Un cuaderno donde a diario anotaba
mi llegada con su conformidad,
llegó a ser la solución le pareció.
Transcurridos los treinta días del mes,
Y cuando las “cunetas” bien me ajustó,
los minutos de aquel periodo mensual
sumó, y según fueron horas, días
u otro ciclo de tiempo en su “aritmética”,
de mi sueldo, esa pérdida restó;
natural que este me significo
un llamado de conciencia ejemplar.
La solución al daño material
la encontré al poco tiempo de rondar
con esa pesadilla dominante;
no tanto por el dinero que perdía
era mi preocupación en el real
problema, fue en lo moral que quería
conservar el valor que allí tenia.
En mi esfuerzo mental por subsanar
ese proceder del buen Salomón,
usé la misma veta que él tomó,
pero a la inversa, anotando al final
del libro que tanto odio le tomé
los minutos que más tarde salí,
diciendo: ¡son cinco, veinte, media hora
o más!, ¿está de acuerdo Salomón?
¡Anota! Fueron sus graves palabras.
Cumplido el segundo mes del “sistema”,
resultó que había salvado con creces
el déficit material, resolviendo
entre ambos anular la “innovación”,
acreditando en mí haber el importe
descontado, hecho por nosotros ley.
Mi triunfo así proclamado quedó
pero la enseñanza que recibí
de incontable provecho me sirvió;
todo el que trabaja se perjudica
si con honor no cumple su deber,
sus hijos y la patria, con el tiempo,
tamaña desventura sentirán.
Si persistiendo en el abuso rompes
el murallón de ese apreciado bien,
seguro, que el porvenir anulado

tendrás donde quiera asientes tus pies.

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