Seguimos con la historia de Francisco Trujillo...
Avanzaba
el tiempo, y al terminar
el
año diez y siete, aquel de crisis
y de
grandes sequías, cuando las máquinas
ferroviarias
maíz por carbón quemaron
por
no poder de Europa el combustible
traer
y a la vez llevar el cereal nuestro
por
culpa de aquella guerra espantosa
que
tanto asoló los campos y pueblos
al
principio del siglo que vivimos,
donde
hubo que multiplicar esfuerzos
para
lograr mantener bien intactas
todas
las posiciones conquistadas
en
el progreso local y en el país,
raras
fueron algunos ocurrencias
que
en mantener o aumentar las ventas
en
aquellas difíciles momentos.
Recuerdo
que Tonconogy, una vez
ató
frente de su negocio, siete
sulkis
después de anunciar una venta
“liquidación
de saldos y retazos”.
Ese
día, por el “cebo” de los vehículos,
tuvimos
la “tienda” llega de gente,
la
hazaña colmó, y bastó esa ocasión,
y
otras “tretas” suplantaron a aquellas;
llenar
con géneros los mostradores
para
impresionar a todos los clientes
del
día, de un gran movimiento y salidas
de
mercaderías, era “camouflage”
auténtico
quizás de Salomón;
regalar
prendas, después de equis pesos
invertidos
en una sola compra,
también
fue en la época una novedad,
y
cosas así realizó aquel hombre
que
tuvo para mí constantes rasgos
de
un gran maestro, que lo hicieron un firme
ejemplo,
a donde acudí muchas veces
cuando
necesité de su enseñanza.
No
puedo negar algunos pasajes
que
dieron entre ambos lugar a serias
discusiones,
en donde nuestros “genios”
fuertemente
se afirmaron, buscando
dejar
de pie razones o derechos.
Es
una oportunidad, al mover
un
maniquí para pasar la escoba
debajo
de sus patas de madera
que
estaba junto a la puerta del este,
en
vez de levantarlo y colocarlo
en
un lugar adecuado y seguro,
lo hice
girar con una mano mientras
con
la otra, barría el marcado lugar.
Al
volver el maniquí a su primer
puesto,
tambaleo y fue a dar con su punta
de
níquel que por cabeza tenía
contra
uno de los vidrios de la puerta.
La
rotura apenas se originó
Sobre
uno de los rincones del mismo,
Y
fue la indignación de Tonconogy
tan
ridícula, que ciego, midió
súbitamente
el tamaño del vidrio
y
diciéndome que yo pagaría
el
daño causado, a comprar el nuevo
me
mandó, arrimando palabras que él
jamás
pronuncio en tal forma conmigo.
Cambiando
el roto, por el nuevo mío,
quedo
el primero de mi propiedad
según
la lógica de lo ocurrido,
pero,
sin pensarlo bien Salomón,
tomó
medidas de otro que faltaba,
en
la puerta gemela que allí había
y
que siempre abierta la misma estaba;
¡Lleva
a Massa este vidrio y que corte!
fueron
esas palabras posteriores
las
ultimas que en al asunto dijo,
y
creyendo la cuestión terminada
a su escritorio de nuevo encaminó
quedando
el resto del día sin hablarnos.
Llegó
el siguiente, y barriendo de nuevo,
otro
maniquí cayó sobre un vidrio
haciéndose
en el golpe mil pedazos;
Salomón,
con más enojo que entonces,
quiso
descargar su ira fuertemente
al
creer el mismo caso reiterado,
pero,
al notar mi firme decisión
puso
freno a sus impulsos, quedando
“duro”
ante las palabras que escuchó;
¡El
vidrio que se ha roto es el mío
y
Usted el importe no me pagó
por
lo tanto, si otra vez lo desea
con
gran gusto a Massa otro pediré.
La
lección hizo efecto prontamente
y un
abrazo al disculparse me dio.
Otro
proceder de este buen mortal
contaré
el que también tuvo conmigo
diferencias
que de nuevo nos puso
de
frente al poco tiempo de su acción.
Como
ocurre siempre, cuando uno es joven
por
lo general, se llega más tarde
al
trabajo, y Salomón quería ver
si
lograr podía que yo no lo hiciera.
Palabras
y consejos no valieron
en
su empeño, yo por hache o por be
no
llegaba “justito casi nunca”,
y
demás está decir, que él me daba
su
“café” constantemente tratando
de
corregirme con su disciplina.
En
una oportunidad en que agotados
todos
los recursos que tuvo a mano,
surgió
el último que creyó era el fin.
Un
cuaderno donde a diario anotaba
mi
llegada con su conformidad,
llegó
a ser la solución le pareció.
Transcurridos
los treinta días del mes,
Y cuando
las “cunetas” bien me ajustó,
los
minutos de aquel periodo mensual
sumó,
y según fueron horas, días
u
otro ciclo de tiempo en su “aritmética”,
de
mi sueldo, esa pérdida restó;
natural
que este me significo
un
llamado de conciencia ejemplar.
La
solución al daño material
la
encontré al poco tiempo de rondar
con
esa pesadilla dominante;
no
tanto por el dinero que perdía
era
mi preocupación en el real
problema,
fue en lo moral que quería
conservar
el valor que allí tenia.
En
mi esfuerzo mental por subsanar
ese
proceder del buen Salomón,
usé la
misma veta que él tomó,
pero
a la inversa, anotando al final
del
libro que tanto odio le tomé
los
minutos que más tarde salí,
diciendo:
¡son cinco, veinte, media hora
o
más!, ¿está de acuerdo Salomón?
¡Anota!
Fueron sus graves palabras.
Cumplido
el segundo mes del “sistema”,
resultó
que había salvado con creces
el
déficit material, resolviendo
entre
ambos anular la “innovación”,
acreditando
en mí haber el importe
descontado,
hecho por nosotros ley.
Mi
triunfo así proclamado quedó
pero
la enseñanza que recibí
de
incontable provecho me sirvió;
todo
el que trabaja se perjudica
si
con honor no cumple su deber,
sus
hijos y la patria, con el tiempo,
tamaña
desventura sentirán.
Si
persistiendo en el abuso rompes
el
murallón de ese apreciado bien,
seguro,
que el porvenir anulado
tendrás
donde quiera asientes tus pies.
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