Francisco Trujillo: Cañada, en su pasado y mis cosas. Año 1938

Abel Romegialli, citado por Trujillo en su historia

Otro año más en la vida de Trujillo y la ciudad, hoy remarcando a los pioneros de la industria local.

El treinta y ocho corría bajo el influjo
de un progreso que venía año tras año
destacando la importancia futura
de nuestra benemérita Cañada.
Esos rasgos, que estaban ya engarzados
en un sólido pedestal, decían
que no caería de allí en solo ladrillo,
significando con ello el esfuerzo
preponderante de férreos autores
que todo lo dieron en bien de todos.
Don Abel Romegialli, Urfe, Troulleé
y otros que escapan aquí a mi memoria,
esculpieron firme en sus corazones
la fisonomía de un pueblo buscando
las alturas a que llegan los sueños
que se agrandan en la sinceridad
de los cerebros capaces, de aquellos
que regando con luz las nuevas sendas
ayudaron a extirpar las espinas
que nacieron entre riscos selváticos
de un mundo por demás desconocido.
Schnack nos coloca el primer mojón
sobre huellas que labraron las carretas
que cruzaron el suelo de la patria
cuando el indio pretendía hundir su lanza
en el pecho del gaucho valeroso
que a sus bueyes llevaba hacia adelante
después que el castigo al malón le dio.
Ya para entonces nuestro pueblo estaba
erguido totalmente y destacaba
sus torres y chimeneas que apuntando
sin temblar hacia infinitas alturas
se conduce a donde las esperanzas
lo hacen todo posible y más dichoso.
El ferrocarril nos lucia sus faros
como soles en las noches cubiertas,
y le propicia al cambista el servicio
que en mil súplicas los de ayer hicieron
cuando tuvieron miedo aterrador
a las moles que sobre el riel corrían,
esas, que muy lejos llevaban todo
el sudor, el espíritu, el maduro
fruto que el hombre, honrado campesino,
al mundo como siempre le brindó;
ya para entonces la iglesia tenía
su regia torre en blanco revocada
y la verja de Martines no estaba
encerrando a la pequeña cortada
que por mucho a la plaza separó;
ya para entonces los bancos lucían
sus amplios y cómodos edificios
y trasuntando el sólido poder
que el noble comercio y la industria daba,
en pronunciado relieve exponían
ese orgullo que resultaba, el magno
esfuerzo de un pueblo que no durmió;
ya para entonces el campo industrial
era como un almácigo de máquinas
diseminadas en todo el perímetro
urbano, cuyo símbolo surgía
de la vieja chimenea que la fábrica
de caña en otro siglo construyó;
ya para entonces la faz comercial
tenía muy bien sus contornos moldeados
a pesar de los quebrantos que ayer
destrozaron con ahínco agigantando
a muchas firmas que en ruina dejó
sepultando allí el acervo moral
de las personas que tanto perdieron;
ya para entonces nuestra idiosincrasia
su forma había cambiado totalmente,
y el acelerado ritmo de vida
que para ese tempo nos generaba
más actividad, fue quien anuló
las horas apacibles de las tardes
de ensueños, y fue el que también quitó
el tranquilo andar de toda la gente
que sembrando dulce amistad vivió,
y así también nues65a fisonomía
edilicia en grandes rasgos cambió
estando levantadas a los cuatro ´
vientos, regias mansiones donde ayer
solo hubo ranchos de crudos adobes,
o baldíos repletos de lagartijas
que bajo el sol radiante del estío
como el rayo corrían entre el pajar
en busca de sus cuevas salvadoras
cuando las colas les quise cortar;
ya para entonces nuestro gran Oscar
había partido. Su muerte inclinó
las frentes de cuantos e conocieron,
y aquí, en el homenaje que le rindo,
esta puesto mi sincero sentir;
a esa fecha, como él, varios amigos
míos habían dejado vacío el lugar

que en otrora en esta vida ocuparon.

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