La primera de ellas, la de 1890 logró la caída de Miguel
Juárez Celman, cuñado de Roca al frente del gobierno nacional. La segunda de
ellas ocurrió en dos etapas, bajo la
presidencia del anciano Luis Saénz Peña, fueron comandas una por Hipólito
Yrigoyen, Marcelo de Alvear y Aristóbulo del Valle tomando los gobiernos de San
Luis, Santa Fe y Buenos Aires; mientras que la otra por Leandro N. Alem,
ocurrida en Corrientes, Tucumán y en Rosario donde el 24 de septiembre Alem
llega a Rosario escondido en un buque de carga. La población lo recibió como un
héroe y fue proclamado presidente de la Nación en una gran asamblea popular.
Inmediatamente se organizó un ejército popular de 6.000 hombres, aunque escaso
de armas. Ambas revoluciones fueron fustradas pero demostrarom «el sentimiento
popular del Radicalismo argentino: popular, revolucionario, pero inmerso en sus
cuestiones internas y en esa ética que muchas veces les niega el poder: En
reiteradas oportunidades Alem solicitó a Del Valle (el hermano que le dio su
vida) y a su sobrino (al que quería como a su hijo) dar el golpe de estado
contra Saenz Peña. Pero ambos rechazaron. Del Valle dirá años después, en su
Cátedra de Derecho Constitucional: "Pude dar el golpe que Leandro me
pedía, ¿pero con que escrúpulos dictaría clases hoy en día?" El moralista
de la constitución prevalecería sobre sí mismo, Alem e Yrigoyen tendrán una
borrascosa reunión: Yrigoyen se niega a concursar sus fuerzas en el golpe que
el tío le propone: "No estamos en Venezuela, donde los golpes de estado
los dan sus ministros". Alem, exasperado, se levanta del asiento, se
dirige hacia su sobrino con intenciones de golpearlo, y finalmente le señala la
puerta: "¡Canalla!". El gran cariño que se sentían, superaría el
encono, pero políticamente, cada uno desandaría su propio camino a partir de entonces.
Poco después de la
Revolución de 1893, Aristóbulo del Valle moría de un derrame
cerebral y el 1 de julio de 1896 Leandro Alem se suicidó, afectado por las
derrotas y la profunda división interna en que se hallaba inmersa la Unión Cívica
Radical.»[1] Cabe
agregar que en la nota La Cañada Revoltosa
de fin del s.XX, https://ditocdg.blogspot.com.ar/2011/01/la-canada-revoltosa-de-fin-del-sxix.html,
se describe lo sucedido en Cañada de Gómez con la trágica muerte de Eugenio
Bianchi de tan sólo 19 años.
En la
Revolución de 1905 estuvo al mando Yrigoyen tendiendo como
epicentro la Capital
Federal , Campo de Mayo, Bahía Blanca, Mendoza, Córdoba y
Santa Fe, obligando al presidente Manuel Quintana declarar el estado de sitio
en todo el país por noventa días. En dicha contienda cae detenido en mano de
los revolucionarios el vicepresidente Figueroa Alcorta. Los sublevados
terminaron condenados a ocho años de prisión en la cárcel de Ushuaia, tras la
muerte de Quintana un año después, Figueroa Alcorta indulta a los mismos. En
1932 nuevamente los radicales van a las armas, dos años después del
derrocamiento de Yrigoyen, con el objetivo de destituir al presidente Agustín
Justo en reemplazo de una Junta Revolucionaria. La misma fue dirigida por
el Teniente Coronel Atilio Cattáneo y el
Mayor Regino Lascano pero fracasó al ser descubierta dos días antes de su
ejecución por la detonación accidental de una bomba en una casa donde había
información y nombres de los rebeldes. Aunque en Rosario, tras herir al jefe
del Escuadrón de Seguridad, mayor César Reyes, un grupo de civiles intentó
adueñarse de la unidad de la
Escuela de Cadetes, en la calle Alem 2050. En el fragor de
las armas, 32 militantes radicales perdieron la vida done hoy sus restos
descansan en el Cementerio El Salvador. El final de la misma fue la detención
de Marcelo T. de Alvear, Honorio Pueyrredon, Carlos M. Noel y José P. Tamborini
entre muchos otros.
«En esos años, la provincia de Santa Fe estaba gobernada por
Luciano Molinas, demócrata progresista, que apenas asumió el poder puso en
vigencia la constitución provincial de 1921 anulada por los yrigoyenistas como
consecuencia -dijo Lisandro de la
Torre- de una conspiración clerical. Se trataba de un
gobierno prestigiado pero asediado por los conservadores que esperaban el
primer error para intervenir la provincia. El jueves 28 de diciembre, y en
horas de la tarde, Alvear se hizo presente en la Casa de Gobierno para saludar
a Molinas, quien lo recibió con todos los honores. Abundaron las fotos y las
declaraciones de buenas intenciones. Alvear se retiró de la Casa de Gobierno acompañado
por los radicales, y en la puerta del palacio gubernamental se dedicó a saludar
a sus seguidores que lo vivaban como si fuera un prócer. Esa tarde, los
radicales estuvieron reunidos para decidir las posiciones a asumir ante el
gobierno conservador. Ya para entonces se discutía si la abstención era una
estrategia válida; pero más allá de los debates, lo que predominaba era el
rechazo y, en más de un caso, el desprecio y la furia contra el gobierno de Justo.
A la noche, abundaron las reuniones y las tertulias. También las roscas y los
debates de un partido que ya en aquellos años vivía con singular intensidad sus
refriegas internas. Seguramente, las personalidades más destacadas se fueron a
dormir a una hora prudente, porque al otro día había que sesionar temprano.
Alvear y su entorno más íntimo estaban convencidos de que todo terminaría en
paz y que antes de fin de año estarían en sus casas, lejos de una Santa Fe
calurosa y con sus despiadados mosquitos al acecho. Sin embargo, a la misma
hora en que los radicales sesionaban en su sede partidaria, otros radicales
alentaban la rebelión armada. Entre los dirigentes se destacaba Alejandro
Greca, oriundo de San Javier, abogado egresado de La Plata , periodista, militante
reformista universitario, yrigoyenista rabioso y conspirador a tiempo completo.
Se dice que en el levantamiento también estaban comprometidos varios radicales
que acompañaban a Alvear. El dato se supo porque en el vapor que trajo a los
correligionarios desde Buenos Aires, también venían los mozos de servicio,
algunos de los cuales eran agentes de Justo dedicados a escuchar detrás de las
puertas. Los operativos de inteligencia deben haber sido eficaces, porque para
el 28 de diciembre Justo sabía lo que Alvear ignoraba, es decir, que en la
madrugada del día siguiente sus correligionarios iban a alzarse en armas en
sintonía con radicales de Corrientes, Rosario, Cañada de Gómez y otros puntos
del país.»[2]
Quién describió brillantemente lo sucedido en Cañada de
Gómez fue el Dr. Marcos Tomassini, cuando en mayo de 1966 en Estrella de la Mañana su crónica La Revolución Radical
de 1933 y los hechos en Cañada de Gómez expresa
«Aquí el movimiento estalló alrededor de las tres de la
mañana, y la primera medida fue apoderarse de las armas del Distrito Militar,
acción que se llevó a cabo sin ningún inconveniente; momentos después se inició
la toma de la Jefatura
de Policía. Según versiones de personas que vivieron el momento la maniobra se
llevó a cabo de una manera curiosa. Fue así que debido al reducido número de
revolucionarios, era preciso alejar de la Jefatura a la mayor cantidad posible de personal
que se encontraba a esas horas. A tal efecto, un joven llamado Generoso
Capriotti, se presentó a la comisaría de guardia, haciendo la denuncia de haber
sido víctima de un robo; ante esas circunstancias, varios agentes de policía se
trasladaron al lugar del supuesto hecho. Momento después se oyeron varios
disparos de armas de fuego en las proximidades del Colegio San Antonio y hacia
allí se dirigió otro grupo de agentes del orden.
»Esto trajo como consecuencia el desguarnecimiento del
edificio policial, ya que quedaron solamente en él, el oficial de guardia,
señor Sicbaldi, el agente Retamora y uno o dos policías más, mientras que en
los altos de la Jefatura
dormía el secretario de la repartición, señore Batalla Gómez. Al haber
resultado la coartada concebida, los insurgentes en número aproximado de diez
entraron al local en dos grupos, uno por el portón que da al callejón
Ballesteros y otro por la puerta central, irrumpieron ruidosamente en el lugar.
Venían a la cabeza del grupo principal los señores Eulogio Molina y Rafael
Dreller. De inmediato fueron detenidos los policías presentes. En tales
circunstancias y ante la acción del ex sargento de policía Sinibaldo Gómez que,
revólver en mano y al grito de Viva la Revolución se
dirigió al segundo piso del edificio efectuando un disparo; el secretario
Batalla Gómez quiso salir del lugar por una de las ventanas que dan a la calle,
sirviéndose a manera de soga una de las sábanas que poseía en esos momentos,
pero tal operación de evacuación fue realizada con tal mala suerte que al
llegar al suelo sufrió la luxación de un tobillo, allí fue socorrido por el
oficial Ángel Luján, que en esos momentos regresaba de recorrida, éste dada la
situación del instante, prácticamente cargó sobre sus hombros al secretario
llevándolo al secretario policial al consultorio del Dr. Sáenz, para su
atención...
»Una de las primeras medidas adoptadas por los insurgentes,
fue la liberación de los detenidos, señores Castillo y Zapata, que se agregaron
al movimiento y luego encarcelar a los agentes del orden que regresaban de su
fracasada misión. En esta acción revolucionaria, perdió la vida el cabo Oyola,
que prestaba servicio en la dotación policial. Momentos más tarde los
sediciosos ocuparon la estación del ferrocarril, el correo y la Unión Telefónica , en ésta
última dejaron a cargo de la misma al Sr. Félix Flores (...) También se llevó a
cabo la colocación en el balcón principal del edificio de un retrato del ex
presidente y líder del radicalismo Dr. Hipolito Yrigoyen y de las escarapelas
nacionales y radicales. Intervinieron en los hechos los señores Eulogio Molina,
considerado como secretario del movimiento revolucionario, Rafael Dreller,
Julio y Manuel ayala, Amadeo Martínez, Sánchez, Medrano, los ex sargentos de
policía Ramos Alabas, Sinibaldo Gómez y García, a los que se agregó después el
señor José Ferrero. La citada insurrección era apoyada y prácticamente
comandada por el dirigente radical Clemente Gómez Grandoli, quién llegó a esta
ciudad en las primeras horas de la mañana del 29 de diciembre, ofreciéndose a
traer inmediatamente armas y municiones, y además alrededor de 50 hombres
armados que había dejado refugiados en un monte cerca de la localidad de Andino
(...) En tales momentos se presentó a la Jefatura el Rvdo. Padre Manuel Aizpuru, pidiendo
a los revolucionarios que depusieran las armas para evitar derrames de sangre,
ya que comentaba que marchaba sobre nuestra ciudad efectivos militares
procedentes del Regimiento 11 de Infantería; estas tentativas del padre Manuel
no tuvieron ninguna eficacia. El momentáneo éxito del movimiento se vio
quebrado por el fracaso del mismo en el resto de la provincia. Fue así que
después de no muchas horas, siendo alrededor de las 21, los revolucionarios
dejaron la Jefatura ,
pasando nuevamente ésta a manos de las autoridades leales al gobierno y en
consecuencia, muchos de los hombres que habían participado en el frustrado
movimiento fueron detenidos inmediatamente. Otros ganaron los maizales,
internándose campo adentro, pasando a la provincia de Córdoba, desde donde el
movimiento no era mirado con malos ojos (...) Por su parte los cabecillas del
movimiento Gómez Grandoli, Dreller, Molina y Julio Ayala, abandonaron el
edificio policial en el auto de la repartición y se refugiaron en una estancia
situada en Mar Chiquita, propiedad de un amigo de Gómez Grandoli (...)» [3]
De aquella
revuelta, la mayoría de los dirigentes que participaron fueron condenados como
autores responsables del delito de rebelión, previsto en el artículo 226 del
Código Penal, abogados de la talla de Rodríguez Araya, Clodomiro Hernández y
Lovalvo fueron los defensores de Molina, Gómez Grandoli y Ayala
respectivamente, quiénes junto a Manuel L. Ayala, Sinibaldo González, Jovino
Romero, Ezequiel Ramos Alabar, Juan García, Generoso Capriotti y Felipe Medrano
le correspondieron un año y medio de prisión con descuento de la prisión
preventiva, uno de los pocos sobreseídos fue el dirigente radical Félix Flores,
padre de reconocido militante del Siglo XX como Domingo Flores y abuelo de Mary
Flores, una recordada fonoaudiologa de la ciudad, y de Roby Flores, uno de
nuestros embajadores culturales y director de orquestas sinfónicas.
En marzo
de 1934, más precisamente el día 24, bajo el título de Velada Pro Presos
Políticos, una comisión integrada por Nemesio Valbuena, Arnoldo Migoni, Alfredo
Martínez, Ricardo Andino entre otros, manifestaba que «auspiciada por un núcleo
de vecinos de esta ciudad, se efectuará el 15 de junio próximo, en el Teatro
Verdi, una función cinematográfica a beneficio de los presos políticos de ésta,
muchos de los cuales se hallan en la mayor indigencia. En dicho acto hablará el
abogado defensor de los presos, el Dr. Rodríguez Araya, explicando el estado en
que se encuentra el proceso.»[4]
Y así fue
como la última revolución radical tuvo su eco en la entonces Cañada de Gómez
gobernada por el demócrata progresista Luis Dalledone. Un radicalismo que
comienza un etapa alejada de las masas populares, derrotada por los
conservadores que conformaban la Concordancia y que dirigían el país personajes
como Justo, Pinedo, Ortiz, Castillo, Fresco, De Tomaso y que proscribió a los
entonces liderados por Alvear a participar libremente de elecciones. Recordemos
que Alvear, sufrió la cárcel, el exilio y que falleciera el 23 de marzo de
1942, poco más de un año antes que la alianza conservadora cayera en manos de
los revolucionarios del 4 de junio. Quizás el hecho que la historia muchas
veces se niegue o no se respete, los descendientes políticos de Alvear
conformaron otro alianza muy similar a la Concordancia , con
muchos de los partidos que la integraron y que hoy se llama Cambiemos.
Cuando
usted escuche a algún radical acusando de golpista a sus opositores, sólo sería
bueno recordarles su origen revolucionario, sus cuatros intentos de golpes de
estado y aquel lejano y olvidado dicho de su fundador Leandro N. Alem, cuando
expresaba que el radicalismo es la causa de los pobres y oprimidos, que él mismo llamaba orilleros...
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