HISTORIAS DE NOTICIAS IX

Los almaceneros en 1939



Hoy vamos a compartir con ustedes en esta sección de Historias de Noticias, y con motivo del 80º aniversario del Centro Económico, algunos párrafos de una publicación que dicha entidad presentó a la sociedad en el año 1946.


El Centro de Almaceneros nace en una ciudad gobernada por Bautista Borgarello, siendo gobernador de la provincia de Santa Fe Manuel María de Iriondo popularmente conocido como Manucho y presidente de la Nación era Roberto Marcelino Ortiz, quién había sucedido a Agustín P. Justo el 20 de febrero de 1938. Cinco meses después de esa fecha, un 24 de julio, dos hombres dedicados al rubro del almacén empiezan a idear la creación de un centro de almaceneros que los agruparan para el crecimiento mutuo, la defensa en tiempo de crisis y coordinar lealmente la competencia. Ellos eran Luis Ripesi y Ezio Zoia, quiénes lo acompañaron inmediatamente Cabero y Zorzi, Felipe Marone, C. Midú, José Cocchiarella, Silvio Scagliotti, Dario Crescini, Victorio Pissini, Juan Negri, Lorenzo Abate, Federico Otman, Adamo Carbonari, Carlos Ferraresi, Dichiara hermanos, José Forréis, Hugo Baccifava, Fausto Aboitiz, Vázquez y Cía., Emilio Jalil, Marino Santini, Vicente Ridolfi, Joaquín Caligaris, Eusebio Fuentes, Juan Cabrerizo, Oliver y Cía., Mariano Serrano y Ottone Widman.  La primera comisión fue conformada por Ramón Cabero, presidente; Eugenio Vázquez, vicepresidente; Lorenzo Abate, secretario; Roberto Serrano, prosecretario; Mario Santini, tesorero y Hugo Baccifava protesorero[1], con el acompañamiento de los antes citado como vocales.

En el año 1946 la revista Nº 28 salió a las calles cañadenses, con profundas escrituras de celebridades locales en cada uno de sus rubros. En su editorial titulada Un nuevo aniversario la misma expresa

«Hednos aquí en un nuevo aniversario de nuestro Centro Comercial, Industrial y Rural y por suerte a su cabeza nuestro dinámico, nuestro incansable don Lorenzo Abate; nosotros como él, no queremos que nuestro Centro tenga vida efímera, ni que su acción sea fugaz, para que así suceda no basta el cotidiano sacrificio de nuestro presidente y el de unos cuantos compañeros que lo secundan; se necesita de el esfuerzo disciplinado de todos, de todos los asociados, tanto el de que parece enterrado en su chacra, en el pueblecito de tres calles, como el esfuerzo del que actúa en grandes centros. Aislarse es suicidarse en el terreno del progreso, y demostrar rencor por rencillas familiares (que así podríamos llamar a las que nacen en los pueblos) es sembrar de obstáculos el camino que debemos recorrer en aras de un ideal común y superior.»[2]

La siguiente nota denominada Solidaridad Gremial nos alentaba acerca de la necesidad de unir los esfuerzos en pos de los beneficios, en la misma leemos que

«En el comercio se presentan a diario ocasiones de ejercitar la solidaridad honestamente entendida, para ayudar la causa de un colega. Esa solidaridad debe prestar ante la causa justa, como un deber elemental derivado de la naturaleza de la relación gremial. La fuerza de la asociación, sea o no resultado de una entidad organizada, depende fundamentalmente del sentido de responsabilidad y solidaridad de sus miembros. Sin una exacta y generosa comprensión de estas bases elementales, no puede afianzarse ninguna obra importante que se malograría por acción del egoísmo individual de quienes debieran ser sus factores (...) solamente una solidaridad bien entendida, que no signifique justificación ni complicidad para la falta, pero informada de un sincero y bien inspirado sentido de responsabilidad gremial, puede colocar al comercio en la posición que le corresponde, como actividad socialmente útil.»[3]

Sobre la realidad industrial del año cuarenta y seis, el Centro en su revista nos relata que «nuestra ciudad cuenta con varios establecimientos industriales y es contemplada por los otro pueblos y ciudades con un signo de admiración por su engrandecimiento y desarrollo económico, que atrae así otras iniciativas...»[4], en la misma destacan la tarea de las empresas Antenor Beltrame S.R. Ltda.., SITM La Helvética; Fábrica de Jabones de Ángel Lovazzano e hijos; Fábrica de galletitas Serrano S.R. Ltda.; ILPU Usina Pasteurizadota y fábrica de manteca, crema y dulce de leche; fábrica de aceite de lino de Hugo Romegialli; fábrica de calzado Daos; fábrica de juguetes de E. Bernabé; fábricas de escobas de Juan Casalegno; fábrica de sulky y carruajes de Melano y Girotto; entre otras.

El problema de los costos y escasez de alimentos no es de ahora, siempre estuvo latente en diferentes momentos del país. En febrero de 1946 había asumido la primera presidencia Juan Domingo Perón, y uno de sus fuertes políticas económicas fue el abaratamiento del costo de vida. Una declaración del Centro Unión de Almaceneros de Rosario, que la comisión cañadense también hizo suya, expresaba lo siguiente

«El gremio de almaceneros minoristas es totalmente ajeno al alza de los precios, cuyas consecuencias son seriamente perjudiciales para su desenvolvimiento comercial, por lo cual observa con simpatía toda medida que se adopte por el Estado para hallar solución a este problema. Ante la escasez y carencia de determinadas mercaderías requeridas por el público, el centro reafirma la imperiosa necesidad de que se adopten las medidas urgentes por parte de los organismos oficiales para que se entregue a los almaceneros minoristas los artículos en condiciones de cantidad y precios que permitan satisfacer debidamente las demandas del público consumidor (...) El Centro, consecuente con la línea de conducta que tiene trazada, cooperará con la mayor decisión para alcanzar el abaratamiento de la vida, objetivo que se propone la Campaña de los Sesenta Días iniciada por el Presidente de la República.»[5]

Cabe agregar que la Campaña de los Sesenta Días fue creada por Perón el 13 de junio de 1946 días para abaratar los artículos de primera necesidad y dos meses después, desde la sede de la Secretaría de Industria y Comercio, el presidente anunciaba la batalla de la producción. La ecuación era sencilla y el instrumental para resolverla elemental: ante un aumento de la demanda, alcanzada a través de negociaciones colectivas favorables para los trabajadores, el gobierno se propuso contener los precios y aumentar la oferta. Rápidamente fueron aprobadas dos leyes: la Ley 12.830 de Precios Máximos de 1946 y la Ley 12.983 de 1947, contra el Agio, los Precios Abusivos y la Especulación. Ambas les dieron a las agencias federales nuevas herramientas en el control de precios y finalmente, en 1948, se crea la Dirección Nacional de Vigilancias de Precios.

Sobre la problemática Rural de ese año, Juan José Rosso fue quién escribió un delicado informe. Recordemos que Rosso fue concejal de nuestra ciudad y un destacado dirigente de Federación Agraria. En su texto, el mismo expresa

«El campo argentino, fundamental en la organización social y económica de la Patria, ya que es su esencia misma, adolece de una deficiente enseñanza que lo invalida para atribuciones mayores, tales como una reforma agraria integral y efectiva. La escasez de ilustración agrícola técnica añadida a la educación corriente primaria, la falta de una preparación adecuada, priva, la mayoría de los casos, del discernimiento necesario para que el individuo pueda conocer que le conviene o no en la lucha diaria, en su progreso económico. Se presenta de este modo el sencillo pero urgente problema de crear en número suficiente escuelas dotadas de granjas anexas, en donde se instruya a la juventud campesina de acuerdo a las modernas laborales del suelo, unida al conocimiento de los procesos naturales que rigen la vida animal y vegetal (...) El pavoroso problema de la migración campesina a las ciudades, donde han ido muchos a cambiar miseria campestre por pobreza pueblera, la desnatalidad, la carestía de la vida, la distribución adecuada de la mano de obra, el aprovechamiento más racional e intensivo del área cultivable, las rutas, en fin todo lo concerniente a nuestras actividades, tendrían mejor solución y más rápida, si se orientase a la juventud hacia las tareas agrarias, sus industrias respectivas, asegurando mediante una legislación correcta, la libre iniciativa, el mejor desenvolvimiento de las actividades de cooperativas y entidades gremiales que rigen el agro (...) La clase agraria por su idiosincrasia se halla en desventaja con el resto de la sociedad. Elemento fácil de ser dirigido, ha provocado la intervención del Estado que tiende a eliminar los monopolios particulares, creando a su vez una enorme burocracia que incide desfavorable y poderosamente sobre la economía y libertad del labrador. Aún con todos estos factores adversos, aún con la inseguridad de la remuneración adecuada del trabajo y la producción año a año, nadie puede negar la importancia de la economia agraria dentro de toda la actividad de la Nación.»[6]

En ese mismo ejemplar, se le rindió homenaje a Antenor Beltrame, socio fundador de la entidad quién había fallecido a los 88 años, en la ciudad de Milán, el día 25 de junio. Otra mención tuvo el Padre Manuel Aizpuru, párroco de la ciudad, quién en ese mismo año tuvo el honor de ser nombrado Monseñor. También en sus páginas se puede ver el día en que, mediante reforma de estatuto, pasó de llamarse Centro Comercial e Industrial, se le agrega la parte Rural al nombre. Entre los socios fallecidos en ese año, se destaca las partidas de Alfredo Albertengo, Francisco Bigoglio, Atilio Martellini, Sebastián Pérez y Victorio Abate. El asesor letrado de la entidad era el Dr. Ángel Federico Robledo, quién con el tiempo fuera ministro de  Defensa, de Relaciones Exteriores y del Interior durante las presidencias de Héctor Cámpora, Juan Domingo Perón y María Estela Martínez de Perón y en diferentes períodos se desempeñó como embajador argentino en Ecuador, México y Brasil.

Así cerramos otra edición de Historias de Noticias, hoy en homenaje al 80º aniversario de la creación del Centro Económico de Cañada de Gómez.


[1] Cañada de Gómez, Hoy. Año 1963
[2] Centro Comercial, Industrial y Rural. Número 28. Página 1. Año 1946
[3] Idem. Pág. 3
[4] Idem. Pág. 5
[5] Idem. Pág. 10
[6] Idem. Pág. 13 y s.

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