Juan Bautista Miles, en la tapa de El Gráfico |
Corría 1875 y
Nicolás Avellaneda dirigía las riendas de un país en formación siempre soñando,
como toda su generación, en ser un país con profunda cultura anglosajona. No
sólo apostaban a la llegada de ciudadanos nacidos en las gloriosas tierras
británicas sino que fomentaban todas las actividades culturales que nos
hicieran sentir más europeos que americanos. En ese mismo año durante el mes de
agosto en la Estancia El Negrette de David Shennan, ubicada en la llanura pampeana de
Buenos Aires, se enfrentan dos equipos que llamaron provisoriamente Ciudad y Campo, integrado por
campesinos que ostentaba la suerte vivir en la zona urbana y en la zona
rural de aquel entonces. Esos ocho gringos que al galope golpeaban una bola de
billar, ya que fue lo más parecido que consiguieron a una bocha polera, iniciaron
en Argentina la larga vida de un deporte tradicional, que exige una estricta
destreza y que pertenece a la elite de un pueblo bastante lejos de poder
disfrutarlo.